Javier Darío Restrepo
Monterrey, 2003
Los que lo conocen saben que esta euforia ceremonial incomoda a José Salgar porque es contraria a su talante discreto y renuente a elogios y a exaltaciones, o como él los llama, "las palmaditas en la espalda"; intenté evitarlas pero me resultó una tarea tan imposible como la de tapar el sol con las manos; al final me dí por vencido, aunque con una justificación. José ha corrido con los riesgos de ser maestro de varias generaciones de periodistas en Colombia y esto, como sucede con todos los maestros y es inevitable en los periodistas, lo ha puesto en el centro de la escena. Hoy su vida se convirtió en clase magistral para los periodistas iberoamericanos, por eso las luces bañan y destacan su figura. De todas maneras me disculpo José por atreverme a entrar en tu discreta penumbra.
Veinte años despues, le estamos dando la razón a uno de nuestros inmortales, Guillermo Cano, inovidable director del diario El Espectador en Colombia. Testimoniaba él en su columna del 31 de julio de 1983, " escribo sobre José Salgar con un grado de admiración que se acerca muchísimo a la idealización del periodista perfecto."
Decía Carlyle que en tanto dure el hombre durará el culto de los héroes Aqu+i estamos sintiendo que es así. Llámeseles así o paradigmas, o campeones, o ejemplos, lo cierto es que tenemos los nuestros y los necesitamos para fortalecer nuestra fe en la utopía del periodista perfecto.
Cada año reemprendemos esa búsqueda, con sus resultados ampliamos una base de datos, de esa base extraemos un nombre en el que se puede fundar nuestro orgullo profesional y la confianza de la sociedad en sus periodistas. Regreso a Carlyle para decir que en estos ejemplares de la profesión se encarnan nuestros valores más altos y permanentes. Presentarlos es una fiesta en la que celebramos la certeza renovada de que la utopía es posible.
Hace un año con Julio Scherer aparecieron la fuerza y los costos de la independencia, hoy continúa el descubrimiento de esos materiales de que está hecho el periodista perfecto, en el perfil profesional y personal de José Salgar.
Gabriel García Márquez ha mostrado como parte de su historia a " este hombre cordial, forjado a fuego vivo, que había subido por la escalera del buen servicio, desde repartir el café en los talleres a los 14 años, hasta convertirse en el jefe de redacción con más autoridad profesional en el país." Haberse hecho a pulso, sin familia rica e influyente, como respaldo; sin las credenciales de un título universitario que le hizo falta hace poco para que una universidad colombiana le mantuviera su título de decano, sin la protección ni patronato de un mecenas, es una hazaña que pertenece a los lugares comunes del mérito, pero que no explica ese título de periodista cercano a lo perfecto. En cambio, cuando uno se asoma a su trayectoria periodística y siente reverberar la pasión del oficio, entiende que el periodismo o es pasión o se reduce a la más insignificante de las burocracias. El periodista perfecto está hecho de pasión.
De su contacto con José, Tomás Eloy Martínez recuerda que este hombre habla de periodismo con la naturalidad con que se habla del clima; y los que han hecho el rastreo de su vida no le encuentran fisuras: siempre fue periodista; el adolescente que entró al taller de El Espectador nunca volvió a salir y en la cumbre de sus 82 años aún lleva el periodismo como una segunda piel; el periodismo y la respiración se le confunden como si fueran lo mismo, porque entrambos son su vida, con la diferencia de que respirar es necesidad vital y ser periodista para José, además de ser una necesidad es una pasión.
Es un periodismo que se alimenta de una tranquila pero incesante combustión interna que, como pasión, va más allá de los cálculos de la razón y goza de la clarividencia de los intutivos y de los profetas de la acción. Es un fuego vivo y lento que los años no han podido sepultar ni apagar con sus cenizas.
Repaso su album de fotografías, saqueado con frialdad inclemente por sus colegas en estos días. Allí veo al periodista con presidentes, con políticos y altos funcionarios, con artistas y escritores, se me revive el periodista premiado en Colombia y exaltado con premios internacionales, al periodista destacado por sus colegas y recordado con afecto y admiración por sus discípulos.. Son imágenes brillantes que apenas si trasuntan otra realidad que casi desaparece en la penumbra: la del periodista asediado o inmerso o vecino del poder. Pero el poder lo ha tocado sin cambiarlo y siempre lo dejó como " el hombre de la calle." De habérselo preguntado me habría dicho que la razón de ese nombre tiene que ver con su permanente preocupación por el periodismo urbano; pero cuando un hombre en contacto con las más altas figuras del poder, insiste en llamarse "el hombre de la calle", y , además, en sus setenta años en el oficio nunca dio su brazo a torcer en materia de ambiciones políticas, un hombre así revela otra de las razones de su cercanía al periodista perfecto. A este el poder, como el rayo del sol al cristal, lo traspasa sin hacerlo suyo, sin romperlo ni mancharlo.
Por estos días se ha escuchado un coro de voces agradecidas: " a José Salgar le debo lo que soy como periodista," dice un veterano en el oficio; y explica otro: " porque nadie como él ha conocido mejor los trucos del oficio." Y reiteraba un tercero: era un alfarero, que de un pedazo de greda en bruto podía hacer un periodista.
Maestros del oficio hay muchos y excelentes, pero son escasos los que alientan la pasión por la excelencia, que es lo que revela este recuerdo de Gabriel García Márquez: " sabía que Salgar era el mejor maestro, pero me cerraba las puertas, quizas con la esperanza de que yo las tumbara para entrar a la fuerza." No era ciertamente cualquier maestro ni bastaba con tumbar la puerta. Continúa Gabriel: "siempre andaba tratando de que sus reporteros de planta dieran el do de pecho," propósito obstinado que debió sonar a hipérbole, o a pretensión desmesurada el día en que lo oyeron decir con una infinita seriedad que en su redacción se estaba trabajando para hacer el mejor periódico del mundo. Cuando al cabo de la investigación con que el diario Le Monde celebró sus 50 años, El Espectador fue escogido entre los ocho diarios más representativos en la industria periodística mundial, este mítico jefe de redacción deslumbró por su clarividencia, pero más que eso descubrió ese otro elemento de que está hecho el periodista perfecto: la búsqueda de la excelencia. Siempre mantuvo a mano la cura contra el oxido de la rutina y la corrupción del acostumbramiento. Sin embargo no encuentro un solo testimonio que describa al convencional jefe de redacción que respira ansiedad y nerviosismo y que silencia a gritos las voces y la iniciativa de la redacción; en cambio se siente en él esa energía serena, serena pero energía, con que, al recibir cada trabajo, aún el mejor, dejaba la certeza de que todavía faltaba algo para coronar la cima de lo excelente. En todos los reporteros marcó la idea de que en periodismo no hay cimas sino escaladas, porque siempre hay algo que aprender o mejorar.
En mi archivo de recortes de prensa han salido a relucir en esta ocasión conferencias y columnas de José, que parecen escritas por uno de esos jóvenes profesionales entusiasmados por los avances de la tecnología de la comunicación. Mantiene una fe viva en que todo tiempo futuro será mejor, cree en la profunda transformación de las comunicaciones, en las alianzas estratégicas del periódico con los medios audiovisuales como defensa contra los altos costos, pero al mismo tiempo desconfía de los aparatos con que los reporteros dejan sin funcionar " el pensamiento y el disco duro que tienen en la cabeza."
Es un convencido de que el periodismo se moverá en un futuro dominado por la tecnología, pero lejos del deslumbramiento o de la sumisión ante las máquinas, cree que el pensamiento nunca ha de ser reemplazado en las redacciones de los periódicos. Al periodista perfecto lo identifica, como marca de nacimiento, esa irreductible fe de carbonero en el poder del pensamiento.
Aún hay otro material de que está hecho este periodista perfecto, que debo mencionar antes de agotar su paciencia. Los que por estos días han mostrado la vida de José recuerdan con admiración la sangre fría con que actuó en el escenario de horror en que se convirtió su periódico después de la explosión de una bomba que destruyó el edificio de El Espectador. Aunque sorpresivo, el ataque no era nada nuevo en un periódico que desde su nacimiento a fines del siglo 19, vivió en la situación límite de la desaparición decretada o por presidentes, o por arzobispos, o por políticos, o por un solitario dictador, o por maleantes e incendiarios, o por un banquero poderoso, o por la ira descontrolada de los narcotraficantes. Debió descubrir ese día que el ambiente enrarecido por la pólvora, por el olor de las cañerías rotas, o por las asfixiantes nubes de humo y polvo, o por las sirenas y los llantos, que todo eso era parte del habitat en que le había tocado vivir.. Lo veo tal como lo muestra la fotografía de esa tarde, en mangas de camisa, abstraido y atento solo al poder de la palabra con que iba a responder a la irracionalidad de las bombas. Y nos hizo recordar el titualr memorable de Zolá, Yo acuso,cuando esa tarde ordenó imprimir a todo lo ancho de la página, dos palabras solamente: Seguimos adelante.
Sí, un periodista debe resumir en un titular el momento de la historia que fluye, no para congelarlo sino para proyectarlo al futuro; y esto aunque genial y admirable, es solo una parte de su tarea. En cambio, la capacidad de condicionar el futuro con un reclamo de esperanza sólo se da en el periodista que se acerca a lo perfecto. Los lectores que al día siguiente se encontraron con ese grito de esperanza que cubría la primera página de un diario al que le habían decretado la muerte, quizás no lo entendieron, pero sí sintieron que un titular podía marcar la diferencia entre la tristeza resignada y la rebeldía invicta de la esperanza.
En José Salgar veo la respuesta que el periodismo de nuestro continente le está debiendo a sociedades abrumadas por las crisis y convocadas por la información pública, a la pasividad y la resignación. El periodista perfecto que buscamos y hoy podemos mostrar es ante todo un descubridor de propuestas y un generador de esperanza, y esa es la razón, a mi entender, de esta proclamación.
La voz profética de Guillermo Cano, había anunciado la existencia de este periodista cercano a lo perfecto, y pudieron certificarlo todos los que enriquecieron sus vidas con la enseñanza y el ejemplo de este maestro de periodistas.
Aquí estamos ratificando esa exaltación y celebrando la buena noticia, encarnada en José Salgar, de que la utopía periodística es posible. Por eso pido para él un vivo y memorable aplauso. Sin palmaditas en la espalda.