Estoy contento y agradecido por este premio. A esta alegría se le agrega la de recibirlo en compañía de la colega mejicana Marcela Turati, cuya vida de periodista he seguido con orgullo y admiración desde la entrega del premio que ganó en la tercera promoción con su trabajo Muerte en el desierto, publicado en tres entregas en el periódico Reforma. La vi formar un grupo que se denominó Periodismo de la Esperanza, que ahora es Periodistas de a pie, con el que los periodistas mejicanos le hacen frente al acoso y las agresiones del narcotráfico y la corrupción. Siento un gran orgullo de estar con ella en este lugar.
El agradecimiento por todo esto va para Jaime y el Consejo Rector.
Este es el primero de tres mensajes que quiero comunicarles.
Sobrevuela esta sala ese espíritu de alas enormes de Gabriel García Márquez. Me honra recordar que todo esto comenzó cuando, con él, hice el primer taller de ética. Desde una esquina del corredor veíamos entrar a los participantes y fue allí, entre comentarios, cuando apareció ese principio rector: la indisolubilidad entre ética y técnica en periodismo. Como el zumbido y el moscardón, fue la rúbrica que él le puso a la idea. Ese taller fue su iniciativa, en ese taller estuvo presente y participante, y ese taller con él es uno de mis más entrañables recuerdos.
Aquello culmina en este homenaje que, como todos los honores, esconde el peligro de la vanidad y el ensoberbecimiento, demonios que deben ser exorcizados. Los exorcizo buscándole su sentido a este honor. En efecto, este es un homenaje a esos periodistas que entienden la ética como un llamado insoslayable a la excelencia personal y profesional. Cuántos de ellos aquí.
Siento aquí la presencia de los que ante el brillo ofuscador de la tecnología digital, no han dejado perder la esencia de su profesión y, por el contrario, la han fortalecido al incorporar las más novedosas aplicaciones de la tecnología a su propósito de informar para la inteligencia y de cambiar algo en el mundo, todos los días. Ellos conservan su identidad profesional entre los anuncios apocalípticos sobre la desaparición de la profesión en el altar de las nuevas tecnologías, porque pisan la tecnología como un peldaño hacia la excelencia. Todos ellos le dan un sentido a este premio. Cuántos de ellos están aquí.
Entre ese desfile de sombras bienhechoras e inspiradoras siento la energía de los que han hecho del ejercicio profesional un acto de heroísmo que todos los días se renueva. Sitiados, acosados, urgidos al silencio por gobernantes que no se resignan a ver el poder de la información en otras manos, han asumido el periodismo como una misión. Y las misiones se cumplen a pesar de todo. Siento que este es un homenaje para ellos y que muchos están en esta sala.
Y en un tercer y último mensaje quiero compartir con ustedes el hallazgo que Ernesto Sábato hizo cuando visitó en la isla Lanzarote la casa de su amigo José Saramago. Curioseando, descubrió que todos los relojes estaban detenidos en las cuatro de la tarde. ¿Por qué? preguntó. Porque esa es la hora en que nos conocimos, le respondió José con el rostro iluminado. La otra sorpresa la encontró en el estudio: un poema para Pilar, la esposa del nobel portugués. Me sorprendí haciendo una paráfrasis de aquellos párrafos y donde decía Pilar leí Gloria, el nombre de mi esposa
Esta es la paráfrasis, con mis agregados
Yo leo y escribo. Y mientras tanto Gloria va al mercado, hace fila en el banco, pasa por la farmacia con la fórmula de mis medicinas, pregunta en la lavandería, regresa a casa y atiende el teléfono, actualiza mi agenda, recoge la correspondencia, los periódicos y las revistas, pregunta por los pasajes para un próximo viaje de trabajo, hace las tareas con la hija estudiante; se sumerge en un pozo de silencio y es porque está dibujando paisajes con su aguja y sus hilos de colores. De pronto la oigo salir: se ha ido para el colegio porque a la niña se le quedó olvidado un cuaderno. Regresa, entra y sale, sube y baja por las escaleras y, ya tarde, la oigo subir hasta la mansarda donde yo leo y escribo. Trae una taza de café, se sienta delante de mi escritorio y dice con tono de preocupación: ¿estás cansado? Y mientras bebo mi café, me cuenta las noticias que ha oído en la calle o hablando con las vecinas, hermosa y fresca como una rosa.
Si he tenido el atrevimiento de traer aquí tanto detalle doméstico y personal es porque ahí está la clave de lo que aquí se premia. Sin Gloria entonces, y ahora sin la herencia que ella me dejó en nuestras hijas Gloria Inés y María José, mi vida sería otra cosa. Por eso les quiero pedir que el aplauso que tenían preparado, sea para ellas, los tres ángeles de mi vida. Muchas gracias.
Discurso de Javier Darío Restrepo from FNPI on Vimeo.