Diego Cobo, ganador de la tercera edición de la Beca Michael Jacobs de crónica viajera -que entregan la FNPI y el Hay Festival-, estuvo en Cartagena para investigar un nuevo capítulo de su trabajo Huellas negras, el rastro de la esclavitud. Como un primer acercamiento al peso de la trata de esclavos que persiste en la ciudad, y antes de viajar a San Basilio de Palenque, Cobo participó en el Bazar de la Memoria Afrodescendiente, organizado por el Centro de Formación de la Cooperación Española. Aquí relatamos los principales aportes y experiencias de los participantes. Lee aquí la entrevista con Diego Cobo.
Al entrar en la sala reservada para el Bazar de la Memoria Afrodescendiente, el ambiente indica que no es un evento tradicional. Este encuentro tuvo lugar el pasado 25 de mayo en el Centro de Formación de la Cooperación Española de Cartagena en el marco del Mes de la Herencia Africana.
En el centro del salón hay un cúmulo de objetos diversos dispuestos sobre un tejido de color. Los invitados alrededor se sientan poco a poco, en círculo. Todos vienen de lugares, entornos y orígenes diferentes. Todos comparten sin embargo una herencia común, y se identifican como parte de la comunidad afrocolombiana. El objetivo del evento está claro: establecer un diálogo abierto sobre el universo afro en Colombia, entre actores de la academia, el arte, la sociedad civil.
El coordinador de la discusión, el historiador y etnoeducador Alfonso Cassiani Herrera, explica que la variedad de trayectorias personales y profesionales de los invitados tiene que permitir una reflexión que trascienda el documento esquemático clásico y que esta variedad representa la diversidad del universo afro, siempre en ebullición. Cassiani explica el concepto del bazar, basado en el bazar tradicional cartagenero: una exhibición de objetos llamativos de una misma cultura, que crean un espacio de solidaridad y de colaboración.
El profesor Cassiani Herrera insiste en que todos los invitados hagan el esfuerzo de dejar las formalidades académicas que generan autocensura y pueden limitar el discurso. Cada uno tiene que sentirse en un espacio de confianza, donde puedan contar las anécdotas que nunca se atrevieron a contar en público. Cada participante de una cesta un papel que contiene una frase, una palabra, o una imagen. Su reacción será el punto de partida del relato de su experiencia.
“¿Dónde están las mujeres?”
Doris Inés Vivanco -afrocolombiana nacida en Montelíbano, Córdoba, y coordinadora de proyectos de la conferencia Nacional de Organizaciones Afrocolombianas- observa la imagen que le correspondió: una fotografía de un par de hombres afros en ropa tradicional de color, caminando. Inmediatamente Doris piensa en las ausentes de la escena: las mujeres. Ella considera que los hombres “abrieron el camino”, pero que hoy en día las mujeres deben tener también su espacio en la lucha por los derechos de los afros. Cuenta sobre la doble dificultad de ser mujer y de orígenes afro.
“¿De dónde vienes?”
Al leer su papel, que dice “Resistencia”, Ofelia Castillo -activista de derechos humanos de la Fundación Tierra Patria- explica cómo siente que la resistencia es una condición que vive en ella. Sin embargo, la identificación con la comunidad afro y el entendimiento de que la resistencia es una necesidad no fue un proceso tan evidente. Criada por sus tías, en un ámbito exclusivamente femenino, Doris tenía que parecer “lo menos negra posible” para “ser reina”, lo que significaba estirarse el cabello diario para eliminar los rizos. Al mismo tiempo, cuando empezó a interactuar con comunidades de activistas afros, sus “hermanos” le comentaban que ella no era tan negra.
Por estas mismas razones, “¿de dónde vienes?” es una pregunta que hacían mucho a Doris Inés Vivanco, quien está de acuerdo con Ofelia en que la discriminación entre afros también puede existir.
Unirse para luchar
Tanto Ofelia como Doris consideran que la comunidad afro tiene que unirse para luchar, en lugar de dividirse por cuestiones de color de piel o de género.
Nemecio Berrío Guerrero -bailador profesional y miembro de la fundación Permanencias- va más allá: él insiste en que quiere defender los derechos humanos de manera integral, sin distinción de comunidad o de minoría. A lo largo de los años, se dio cuenta de que la división entre diferentes comunidades o dentro de las mismas servía más “a los de arriba” que a las causas defendidas.
Así mismo, con su experiencia comprendió que la falta de información es otra arma usada para mantener a las minorías sumisas. Es una forma de negar las herramientas necesarias a la defensa de los derechos humanos. Cuenta cómo su madre, criada para ser sumisa a los hombres, aguantaba los golpes de su padre, también educado en la creencia de que el hombre era superior a la mujer. Entonces el primer paso en la lucha es informar a la gente.
El arte para contar
Nemecio expresa su compromiso a través del arte. Él ve la música y el baile como una herencia que representa a la comunidad afrocolombiana: es un espacio de “lucha, de dignidad y de auto reconocimiento”.
De hecho, el tema del arte para luchar es uno que parece primordial para varios invitados. Juana Alicia Ruiz, líder de la asociación Tejedoras de Mampuján, comparte su dolorosa experiencia de desplazamiento forzado y cómo sobrevivió el arte le ayudó a superarla. Juana Alicia, junto con varias mujeres de su comunidad en Nuevo Mampuján, cose telas de colores como una forma de contar su historia y de crear memoria de lo que sucedió. Más que todo, el arte es una catarsis, una manera de “sacar el dolor y reunirse” y de “encontrar esperanza”, dice.
Es lo mismo para Rosita Valdés -líder afro indígena de El Carmen de Bolívar- que expone cuadros con dulces en ferias del libro en Medellín. Para ella, el arte representa el orgullo que tiene de sus orígenes. De madre indígena y de padre negro, a Rosita le encanta pintar las mujeres de Palenque, con su ropa de mil colores. También dibuja escenas más violentas del desplazamiento o de actores armados.
Así mismo, cuando Moisés Medrano -director de Poblaciones en el Ministerio de Cultura-, elige su papel, le toca una fotografía de una mujer afro de espalda, con joyería típica. Según él, esa foto es la afirmación de los derechos de la mujeres negras a través de la estética afro.
El proceso de identificación a la comunidad afrocolombiana
Sin embargo, el tema más discutido, y que sin duda reúne todos los invitados es el del proceso de identificación a la comunidad afro.
En el caso de Adriana Rodríguez -de la Conferencia Nacional de Organizaciones Afrocolombianas-, quien creció en una familia de campesinos negros, la identificación fue inmediata. Siempre ha sentido pertenecer a la comunidad afrocolombiana y recuerda tomar consciencia de la discriminación hacia su minoría desde la infancia, cuando se enteró de que no existen muñecas como ella. No hay juguetes que pueden representar a los niños negros.
Para Jhon Narvaez -director de la Fundación Conéctate Caribe- fue diferente: se dio cuenta de que existía el racismo muy temprano en su vida. Siendo el único nieto negro de su abuelo, siempre se sintió como “el patito feo de la familia”. Pero a pesar de que comprendió rápido qué significaba la palabra discriminación, a Jhon le costó tiempo identificarse por completo como afrocolombiano y ser orgulloso de su origen. Esto lo nota con el tema del cabello: tanto como las niñas negras de su colegio se lisaban el pelo para la quinceañera, él se cortaba el cabello corto. Lo ve ahora, en retrospectiva, como una manera de esconder sus raíces.
Finalmente, Moisés Álvarez –director del Museo Histórico de Cartagena (Muhca)- comenta que en su caso, el proceso de identificación comenzó a formarse más tarde. Fue gradualmente, gracias a las anécdotas históricas sobre Cartagena que le contaba su padre cuando iban de paseo. Hoy en día, se siente muy orgulloso de haber podido abrir un espacio abierto al público y a todas las comunidades, que trata de la herencia afro en Cartagena en el Muhca.
La discusión se cierra con la intervención de Diego Cobo- ganador de la Beca Michael Jacobs de crónica viajera de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI)- que está trabajando en el proyecto Huellas negras, el rastro de la esclavitud, una serie de reportajes sobre la manera como se manifiestan las consecuencias que dejó el comercio de esclavos en lugares como Gambia, Jamaica o el sur de Estados Unidos. Ahora quiere seguir los reportajes en Colombia y en Cuba. Su participación al Bazar es una oportunidad para empezar su reportaje sobre Cartagena, el primer puerto de esclavos de América. Escuchando todos estos testimonios, Diego nota unas similitudes con las narraciones de Mississippi o de Jamaica, sobre todo la importancia de la cultura y de las tradiciones transmitidas de generación a generación, que, según él, es lo único que no se le puede quitar a una comunidad.