Gabriela Figueroa es la ganadora de la tercera edición de la Beca de periodismo sobre desigualdad de género. Este reconocimiento, entregado por Oxfam y la Fundación Gabo, le brindará apoyo y financiación a la periodista y abogada argentina para la elaboración de un nuevo reportaje escrito.
Figueroa presentó un proyecto periodístico que gira en torno a las socorristas en Argentina –mujeres que acompañan a otras que deciden abortar–. El jurado de la Beca destacó de esta propuesta “su iniciativa para contar una historia poco conocida, no generalista y con posibilidades de trascender”, que además se identifica “dentro de una nueva forma de cubrir los temas de desigualdad en el periodismo, donde ya no se habla de ‘las otras’ sino que existe un ‘nosotras’”.
En esta entrevista con la Fundación Gabo, Figueroa explica cómo entró en contacto con las socorristas argentinas y reflexiona sobre la importancia de contar esta historia en un marco de lucha por la igualdad, al igual que sobre diversos temas como la perspectiva de género en el periodismo y la incursión del periodismo en el activismo.
¿Cómo empieza tu interés en el tema de las socorristas?
Las socorristas son mujeres que acompañan y asesoran a aquellas que deciden no ser madres por el motivo que sea. No quiere decir que las provean de las pastillas, o que realicen prácticas quirúrgicas, sino que realizan una tarea en donde hay una ausencia estatal.
Las socorristas no solo brindan información, sino que además organizan talleres a través de los cuales informan a las compañeras y ponen a su disposición todas las opciones si es que deciden no continuar con el embarazo. Asimismo, lo que hacen es crear redes con el sistema de salud, con el sistema farmacéutico.
En el presente es muy fácil pensar en utilizar los motores de búsqueda como Google para saber cuáles son las consecuencias de tomar una pastilla como el Misoprostol, pero no es lo mismo que contar con el acompañamiento de personas físicas, de personas reales que no te juzguen y te acompañen en esta decisión.
Las Socorristas en Red llamaron mi atención en el Encuentro Nacional de Mujeres de 2016. No solo pude conocerlas en sus intervenciones en las distintas comisiones, sino también identificarlas en las marchas, con sus pelucas de colores rosa, con sus cantos tan particulares.
El año pasado, cuando se hizo el debate por la ley del aborto legal, que finalmente no fue aprobada en Argentina, estas socorristas hicieron una intervención muy interesante en las vallas del Congreso: lo que hicieron fue pegar toallitas femeninas con tinta roja y además, adicionarles testimonios de mujeres y personas gestantes que habían sido socorridas por estas organizaciones.
Eran testimonios muy fuertes, que daban cuenta de las consultas o de la información tan básica que requerían. Me hizo pensar inmediatamente en las mujeres que conozco, en las amigas, en las compañeras que forman parte de mi vida y que abortaron, a las que no les pude brindar información porque yo tampoco tenía el acceso, ni tampoco tenía la conciencia de que había una ausencia muy grande de información necesaria.
Me puse a pensar en esas mujeres que se animaron en estos últimos años a contar sus abortos y las que nunca más volvieron a hablar del tema. Una de ellas me dijo que si esta red de socorristas hubiera existido cuando ella abortó, no hubiera tenido tanto miedo de sangrar y de morir; hubiera pensado que era posible: era un derecho decidir ser madre o no.
¿Cómo será tu aproximación a estos grupos de socorristas?
Si bien existen organizaciones feministas que tienen consejerías o que socorren también los abortos, la organización Socorristas en Red llamó mi atención debido a la coordinación que tienen a nivel nacional. Se trata de diversas organizaciones que tienen presencia en casi todas las provincias del país. Se reúnen una vez por año, intercambian experiencias y tienen una coordinación, no solo en cuanto a acciones sino también a sistematización de datos.
Me parece interesante en este contexto elegir tres puntos geográficos que sean distintos, que tengan una realidad compleja y diferente. Elegí para eso la provincia de Buenos Aires y capital, que es donde resido, pero también la provincia de Tucumán que se encuentra al norte del país, que es donde nací, y es una provincia que se declaró en contra del aborto legal. Y también me pareció interesante elegir la provincia de Neuquén, en el sur del país, que es donde tuvo origen esta red de socorristas y donde podré entender y conocer cómo trabaja la red.
Mi acercamiento con las socorristas de Buenos Aires y de capital fue por medio de las redes sociales. Ellas incluso tienen una aplicación, en donde, según tu ubicación por GPS, se te brinda el número de teléfono celular de la socorrista más cercana para que puedas acudir en caso de necesitar asesoramiento o cualquier duda que tengas respecto a los abortos. Acercarme a ellas es un desafío. Cuidan mucho su identidad y también su seguridad dado que hay muchas personas que están contra de esta labor.
De igual manera, me parece super importante poder difundir qué es lo que hacen para que tengan llegada a la mayoría de las mujeres y personas gestantes que requieren esta información.
Basada en lo que has logrado conocer previamente, ¿cómo describes la lucha de una socorrista en una provincia tan católica como Tucumán?
La sociedad tucumana es una sociedad conservadora, que tiene muy fuerte los mandatos heteropatriarcales. Entre ellos, el que más fortalece es el deber de ser madre de las mujeres y de las personas gestantes, esto incluso cuando sos mujer y decidís no tener hijos: sos fuertemente cuestionada. Pero si sos una niña de 11 años y fuiste violada y, con ese motivo, tenés un embarazo, también la sociedad tucumana te condena a que tengas que parir y, si no, te espera el infierno en el plano espiritual y el repudio en el plano terrenal.
Tucumán es una provincia con una historia compleja, dolorosa, de represión. Fue el escenario del operativo de independencia, que se conoce como ‘globo de ensayo’ de la dictadura militar argentina que comenzó en 1976. Es donde empezaron las primeras desapariciones de militantes, los secuestros y las torturas. Es una provincia que tiene una historia de mucho sufrimiento y mucha sangre. Eso se traduce en el lenguaje, en lo cotidiano, en el nombre de las calles, en el decir incluso “subversivo” como insulto.
Pero también tiene una historia de lucha. Tiene una historia y una participación de la juventud en contra de las medidas antipopulares y represivas tanto de los gobiernos militares como de los gobiernos democráticos. Fue escenario, por ejemplo, de los tucumanazos a finales de los años 60, comienzos de los 70, en donde el movimiento obrero estudiantil se resistió a las reformas antipopulares de la dictadura .
Para hablar de Tucumán y entender su historia resulta necesario también entender cuál es el rol de la iglesia católica. Es una situación que se encuentra profundamente arraigada en la cultura y en la vida de las personas. Yo nací en Tucumán, viví hasta mis 27 años ahí y hace 10 años que estoy en Buenos Aires. Durante mi adolescencia participé de agrupaciones católicas, formé parte de misiones para poder acompañar a personas que se encontraban con necesidades socioeconómicas vulneradas y, también, al momento de crecer, pude cuestionar mucha de esta ideología.
Me resistía, cuando cursaba derecho en la facultad, a que filosofía del derecho fuera una materia dictada desde la perspectiva cristiana y católica, cuando había compañeros y compañeras que quedaban excluidos por su ideología. Pero cuando empecé a estudiar derecho penal, criminología, entendí que había muchísimas políticas públicas claramente militadas por la iglesia católica, que iban en contra de los derechos humanos, que incluso a mí me parecía que no podían concretarse como políticas públicas.
Cuando hablamos de las organizaciones de derechos humanos en Tucumán, especialmente de las organizaciones feministas y de las que militan por los derechos de la comunidad LGBTI, hay muchísima agresión hacia estas organizaciones, muchísima resistencia, no solo en las redes sociales sino también en las calles; pero también es un movimiento que está en constante crecimiento, que milita fuertemente en los espacios universitarios, en los medios periodísticos, en todas las instituciones para lograr abrir un camino y establecer un debate con respecto a los derechos de estas personas.
Las organizaciones feministas y en especial las socorristas han sido objeto de mucha crítica, especialmente en estos últimos años con el debate de la ley del aborto legal en Argentina. El año pasado, en vísperas de la aprobación de esta ley, Tucumán se declaró, por ley provincial, provincia pro-vida; es decir, en contra del aborto legal, en clara postura política opuesta a la que militan estas organizaciones, en especial las socorristas, en este caso Socorro Rosa, que es la agrupación que se encuentra en Tucumán.
Socorro Rosa fue objeto de muchas críticas y también de agresiones debido a una polémica performance que tuvo mucho revuelo respecto a la Virgen Maria abortando el patriarcado, que desde el punto de vista ideológico, artístico se puede o no compartir, y generó muchísimo debate e incluso alejamiento de algunas compañeras feministas de la marcha en donde se dio esta performance, pero que también generó una agresión injustificada y muy violenta hacia las personas que formaron parte de la performance y que incluso generó causas judiciales.
¿De dónde surge tu interés por la defensa de los derechos de las mujeres?
Si bien soy activista de derechos humanos desde que terminé la facultad en los últimos años, no me consideraba feminista. La verdad tenía muchos prejuicios con esa concepción y no fue hasta 2014 en que me interesó participar en una diplomatura de género en que entendí que era profundamente feminista, aun sin saberlo. Me hizo mirar la deuda que tenía conmigo y con todas las mujeres, la facultad y la universidad, pero también la enseñanza en general. Me di cuenta de que hacía falta una perspectiva de género, no solo la hora de tratar una causa judicial desde mi profesión de abogada, sino también a la hora de trabajar y de escribir o de hacer cualquier trabajo periodístico respecto a las cuestiones de género: a las violencias, a los despidos, a cualquier tipo de discriminación con motivo del género. Me hizo revisar en mi persona todos mis valores y entender mi historia: ¿cuántas veces había tomado o fortalecido actitudes machistas en mis relaciones sexoafectivas, en mis relaciones afectivas en general?
Empecé a cuestionar también en mis círculos sociales diferentes cuestiones, desde chistes, hasta naturalización de determinadas actitudes y empecé a cambiar de esa manera. No quiere decir tampoco que me volví una moralista del feminismo o un extremo absoluto del purismo, pero sí empecé a dar ese giro, y eso se empezó a plasmar en los trabajos que elijo hacer en materia de periodismo y en la sensibilidad que trato de poner en los temas que elijo cuando abordan una cuestión de género en especial.
¿Qué reparos tienes sobre la forma como se hace periodismo actualmente en temas de género y derechos humanos?
El periodismo en este momento se encuentra sumamente interpelado por la cuestión de género. Podemos decir que es algo que en Argentina o en Latinoamérica está de moda, pero que más que ser una moda, si los medios no adoptan una perspectiva de género se quedan afuera porque el relato está siendo superado por la realidad - la realidad que es la que interpela desde todos los ámbitos a reconocer toda la desigualdad y la diferencia de género.
Pienso que hay mucho por hacer todavía. Tenemos editores, jefes de redacción, editoras que están sumamente comprometidos con la perspectiva de género, que brindan un espacio genuino para lograr este tipo de historias con perspectiva, o que se lo propongan como parte de la agenda mediática; pero, muchas veces y sobre todo en los grandes medios, suelen ser espacios puramente ornamentales, en donde se le pone una etiqueta o un titulo de género, pero que en realidad no hay una verdadera visión de género a la hora de tratar determinados temas.
También tenemos grandes medios que se ufanan de tener ahora editoras o redactoras feministas para determinadas cuestiones, pero que en la práctica, en la cocina de la escritura, en lo que sucede dentro de las redacciones, se siguen dando estas designaciones de roles de género, que reproducen los estereotipos. Por ejemplo, en pensar que son las mujeres las responsables en la redacción, las que tienen que hacer todo y que son los varones los que se divierten de alguna manera, y no son tan responsables o no tienen que serlo.
También tenemos todavía lo que se dice que es una prensa especializada en lo femenino, pero que se trata de suplementos, con logos rosados, que lo único que hacen es tratar cuestiones de depilaciones, de belleza, de estética. El feminismo no niega que estas sean cuestiones que a las mujeres nos interesan, pero no son las únicas. Queremos que haya editoras, redactoras y jefas de redacción que estén trabajando sobre temas de arte, de política, de economía, de deportes, no solamente de belleza y de estética. Que se piense en nuestras lectoras o en el público en general de mujeres y de disidencias sexuales de los medios como seres completos a quienes les interesan todas estas temáticas y no solamente lo que tiene que ver con lo estético.
¿Puede un periodista ser activista y periodista y mantener su imparcialidad?
No pienso que exista una ausencia de subjetividad en la mirada de los periodistas. Están todas las palabras que elegimos al momento de contar una historia, cargadas de una ideología que es muy propia de nosotros. Eso no quiere decir que estemos convenciendo a nuestro lector, a nuestro oyente de lo que nosotros queremos que ellos piensen. Sino que, por ejemplo, no es lo mismo decir “crimen pasional” que hablar de “femicidio”, como tampoco es lo mismo decir “gobierno militar” que “dictadura”.
Por otro lado, tenemos también nuestros códigos éticos y deontológicos. Eso implica que es nuestro deber contar la verdad, la historia, desde el punto de vista más completo para el que escucha, para el que lee, de manera tal que sea esta persona la que elija qué camino tomar con respecto a una historia, qué pensar, qué concluir. Nosotros tenemos esa obligación como informadores, lo que no quiere decir que estemos exentos de una subjetividad específica.
Es en este entendimiento de que aun teniendo nuestra ideología podemos ser periodistas, es que ser activista y periodista no es algo que sea contrario a la ética y tampoco imposible. Los periodistas podemos ser activistas y podemos ser todo lo que queramos ser, siempre y cuando cumplamos también con los códigos éticos y deontológicos que nos marcan el camino a la hora de informar o de contar una historia. E incluso desde estos lugares en que se ocupan, dentro de algunas organizaciones o dentro del activismo, es de donde se pueden contar ciertas cosas, obstáculos que no se conocen desde afuera, y también denunciar casos de corrupción.
¿Por qué elegiste ejercer el periodismo en lugar de la abogacía? ¿Cómo complementa tu formación como abogada tu labor periodística?
Cuando me decidí a estudiar abogacía, también sentí en mí la vocación periodística. Pero mi elección se fue para lo jurídico por algo que me avergüenza ahora pensarlo: algo más materialista. En Tucumán, ser joven y ser solo periodista no era rentable en lo económico para lograr mis metas, que eran independizarme de la casa de mis padres, vivir sola, crecer. En ese momento elegí lo jurídico; me pareció lo más lógico. Estando a cuatro materias de recibirme de abogada me volví a encontrar con el periodismo. Hice una pasantía en el diario La Gaceta, que es el dirario principal de la provincia de Tucumán, y entendí que había cosas que me surgían sin que yo necesitara aprenderlas. Fue maravilloso y, en pocos meses, logré encontrar un montón de cosas que yo no sabía que podía hacer como entrevistar a personas, entender el valor de respetar esa palabra, seguir una historia, hacerle guardia a funcionarios en determinados edificios, conocer el valor y la importancia de las fuentes y protegerlas. Fue una experiencia muy fuerte y que me cambió para siempre. En ese momento y a pesar de que la pasantía terminó y yo comencé con otros trabajos temporales como en call-centers o en estudios jurídicos que me pagaban muy poquito, nunca deje de ser periodista. Empecé a buscar todos los espacios para seguir haciendo periodismo o de construir esos espacios.
En el camino me recibió la redacción de El Periódico de Tucumán, que en este momento ya no existe. Pude ahí conocer más de mí como periodista, desarrollar un montón de metas en cuanto al periodismo político, económico, entrevistarme con funcionarios, fiscales, jueces, e incluso dar cobertura a juicios por delitos de lesa humanidad en mi provincia en la última dictadura militar.
Mi formación como abogada fue complementaria y me ayudó a llevar el ritmo de las audiencias, a entender el lenguaje jurídico y a poder traducirlo en notas periodísticas para que cualquier persona pudiera entender qué es lo que se estaba diciendo.
El periodismo y el derecho creo que van de la mano, y las bases que tiene el derecho, que es bastante esquemático, bastante cuadrado en ciertas cuestiones, también permiten entender cuáles son las fortalezas y las debilidades que tiene nuestro sistema democrático. Permite conocer el impacto de algunas leyes, qué es lo que se está discutiendo en determinado momento en el país, o cuando hay cuestiones por ejemplo de malversaciones de fondos, que me tocó también dar cobertura en mi provincia a un caso de este tipo.
En ese sentido es necesario, cuando ocurren determinadas cuestiones, hacer las denuncias y no solo las denuncias desde el tipo judicial sino desde el tipo público, a través de los medios de comunicación, que son los que dan a conocer a las personas qué es lo que está sucediendo. Por eso pienso que son dos profesiones que se complementan y que también enriquecen la mirada al momento de abordar una historia.
¿Por qué crees que tu crónica puede ser un paso hacia la verdadera igualdad de derechos de la mujer?
No sé si mi crónica signifique un verdadero paso de igualdad de la mujer, pero sí se trata de un aporte, de un granito de arena para visibilizar y también potenciar el trabajo que realizan las feministas en Socorristas en Red. La mujeres que abortan tienen que saber que, si deciden hacerlo, no tienen que estar solas, que pueden contar con ciertas personas que están especializadas en este acompañamiento, desde la forma en que a ellas les sirva, ya sea por medio de un mensaje, por medio de una llamada, pero también brindándoles información, conectándolas con profesionales de la salud, que no criminalicen su decisión de no parir.
Pienso que la crónica aporta a la visibilización y también a la llegada de esta información, de la existencia de esta red hacia las mujeres y hacia las personas gestantes. En otro sentido, también pienso que es de suma importancia dar a conocer la existencia de la base de datos que sistematizan las socorristas en red desde el año 2014. Se trata de un trabajo sumamente valioso que discrimina entre edades, motivos, contextos socioeconómicos y culturales toda la asistencia que brindan las socorristas.
Y es una tarea que es esencial a la hora de pensar en una política pública para abordar la salud reproductiva; una tarea que el aparato estatal no la está realizando y las socorristas con una respuesta política lo realizan. El Estado debería ser el que se encargue de estas cuestiones para poder planificar y para poder establecer qué política pública se aplica, porque el estado está silenciando y está ignorando el tratamiento de los abortos clandestinos y de las muertes de mujeres por este motivo.
Pienso también que la lucha y la historia de las socorristas está ligada históricamente a otra lucha que es la de la memoria, verdad y justicia de nuestros desaparecidos en la última dictadura y al rol que tuvieron otras mujeres que son las madres y abuelas de Plaza de Mayo, que en la actualidad conectan también con la lucha de los derechos de las mujeres en general. El reclamo de memoria, verdad y justicia es un reclamo que es transversal, que ha surgido y que tiene una importancia enorme en nuestro país, y que atraviesa otras luchas en este momento en la evolución de la historia. Se pide memoria, verdad y justicia, no solo por los 30.000 desaparecidos sino también por las mujeres muertas en abortos clandestinos y víctimas de femicidio.
Sobre Gabriela Figueroa
Periodista, abogada y activista de derechos humanos argentina. Inició su carrera en el periodismo en 2008 como pasante de las secciones economía, interés general y nacionales en el diario La Gaceta de Tucumán. Entre 2009 y 2010 formó parte de El Periódico de Tucumán como periodista de política e información. En simultáneo con su labor de abogada fue corresponsal El Periódico 2011. Trabajó también en la revista ‘En clave solidaria’ de federaciones de cooperativas y mutuales, en el programa ‘Rodilla en tierra’, así como en la Agenda Uno de Tucumán. Asimismo, realizó talleres de crónica en la Revista Anfibia (Comunidad Anfibia) y Cosecha Roja. En la actualidad es periodista freelance de los medios digitales Vice Argentina, Socompa y eltucumano.com. Actualmente cursa la Maestría en Periodismo y Medios de Comunicación en la Universidad Nacional de La Plata, cuya tesis se encuentra en proceso.
Sobre la Beca de periodismo sobre desigualdad de género
Es convocada por Oxfam y la Fundación Gabo con el propósito de promover la producción periodística en América Latina y Españasobre desigualdad de género. Se trata de una oportunidad que permite a periodistas de la región iberoamericana que publiquen en español dar a conocer sus trabajos, así como incentivarlos a continuar interesándose en temas de desigualdad, que son un eje fundamental de ambas instituciones.
En esta tercera edición, la Beca premió a la argentina Gabriela Figueroa con 5000 dólares para apoyar el proceso de reportería, edición y publicación de un nuevo reportaje.