Cuando Gabriel García Márquez vio a Martín con su carreta de libros se le acercó y le dijo “pero qué cosa macondiana esa”. Martín recorre toda Colombia con su carreta de libros que monta y desmonta en cada viaje que da. Su vida dio el giro que él estaba buscando. De vendedor ambulante de refrescos y agua en las plazas del Centro Histórico de Cartagena de Indias en el Caribe colombiano, ahora es un agente cultural reconocido en el área. Su objetivo a través de La carreta de Cartagena, su proyecto cultural, es promocionar la lectura en niños de 1 a 99 años, dice.
Me encontré a Martín Murillo Gómez, de 47 años - me pide que añada el segundo apellido porque tiene madre, aclara - en Mompox, pueblo ubicado en la ribera del Río Magdalena a donde llegó a trabajar con su carreta luego de un recorrido de seis días de un martes a un lunes de noviembre por varios pueblos del área. El sol estaba candente así que esperó a que bajara un poco el sol para montar su carreta en la Plaza de la Albarrada. Mompox era su última parada. Esa semana el recorrido incluyó San Juan de Nepomuceno, Santa Rosa del Sur, el Peñón, hasta llegar a Santa Cruz de Mompox, pueblo colonial declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
“Leerles a los niños es como enseñarles televisión en tiempo real”, dice Martín. También percibe el interés de los niños en su proyecto y en la lectura. “Los niños no están acostumbrados a que alguien les lea, así que trato de mantenerlos interesados cuando les leo.” Su trabajo consiste en recorrer pueblos, escuelas, organizaciones, festivales con su carreta llena de libros para promover la lectura leyéndole al público en voz alta o simplemente prestando libros para que las personas se sienten cerca a leerlos, además generar interés sobre diferentes temas. Él va cargando en su carreta unos 200 libros que él escoge minuciosamente de la biblioteca que tiene en su casa dependiendo la actividad a la que va e intenta siempre tener disponible algo de poesía, narrativa, cuentos y novelas, especialmente infantil y juvenil. Varias organizaciones están auspiciando este proyecto cultural, entre ellas la Fundación de Nuevo Periodismo Iberoamericano.
“La carreta cambió mi vida totalmente. ¿Quién con quinto de primaria y vendedor de agua iba a tener las relaciones que yo he tenido?, se pregunta Martín, quien a través de La Carreta de Cartagena ha conocido a Gabriel García Márquez, José Saramago, Vargas Llosa y Bill Clinton en Cartagena. Recuerda que García Márquez, Saramago y Vargas Llosa eran muy curiosos y siempre le preguntaban de todo. Una de las preguntas que le hizo el Nobel de Literatura colombiano fue si era feliz y eso caló hondo. Durante unos veinte años fue vendedor ambulante y la idea de dedicarse a algo que lo hiciera feliz cada vez latía más fuerte en él. “Sentía que no era un hombre útil a la sociedad, pero ya no, ahora me puedo morir tranquilo,” comenta Martín, para quien sus libros favoritos son El viejo y el mar de Ernest Hemingway y El hombre duplicado de José Saramago.
Todo comenzó al culminar el Cuarto Congreso de la Lengua Española dedicado a García Márquez y que tuvo lugar en Cartagena en marzo de 2007. A Martín siempre le había gustado la lectura a pesar de haber estudiado sólo hasta quinto grado. Leía todo lo que encontraba, principalmente periódicos y revistas, las que les pedía a sus amigos que le enviaran de otras ciudades para él enterarse lo que pasaba más allá de su entorno.
Este promotor cultural es natural del pueblo de Quibdó en el departamento de Chocó, departamento que queda en la frontera con Panamá y uno de los más pobres del país. Chocó es una de las regiones que se vio más afectada por el conflicto armado, además su nivel de analfabetismo ronda el 24.2 por ciento (o 56 mil personas) según el Ministerio de Educación de Colombia. La segunda tasa más alta del país. Ha viajado por toda Colombia junto a su carreta menos por su pueblo natal. ¿Por qué? Le pregunto. “Es que es un pueblo políticamente destrozado. Sus dirigentes son muy corruptos y eso hace que me desmotive.” Pero ese regreso a su pueblo natal es un proyecto pendiente que tiene y sabe que debe viajar a su tierra para dejar una semilla.
Mientras fue vendedor ambulante Martín tuvo que vivir 12 años y 6 meses en un hotel modesto, el Hotel La Muralla en la Calle Media Luna en Cartagena. Recuerda muy bien el último día de su estancia temporera que se extendió mucho más de lo esperado, fue el 31 de diciembre de 2006. “¿Por qué tanto tiempo en un hotel?”, le pregunto. Porque me quería ir a Aruba, contesta. Él llegó al hotel con la ilusión de irse a Aruba lo más pronto posible. Buscaba irse del país a otras tierras cálidas, porque el frío no le gusta. Él es muy de mar. Sin el mar no puede vivir, dice. “Aruba para mi era lo que significaba Cuba para Hemingway”. Pero se quedó esperando esa ida. No se llegó a ir a Aruba, sin embargo las vueltas de la vida lo llevaron a hacer lo que le apasiona y poder vivir de eso.
Sus antiguos colegas vendedores ambulantes en el Centro Histórico de Cartagena han visto la evolución de Martín, quien se ha convertido en su ejemplo. Dice Martín que les muestra fielmente su amistad porque si no se resienten y tiene que tener mucho cuidado con eso.
Una de las cosas que más le gusta de su trabajo es que tiene movilidad. Llegamos a Cartagena de Mompox y ya al otro día en la noche se iba a La Alta Guajira, el departamento más pobre de Colombia con una tasa de 36.5 por ciento de analfabetismo según el Ministerio de Educación, unos días con su carreta a seguir promoviendo la lectura. En el área del Caribe colombiano también hay otras iniciativas similares a La carreta de Cartagena como el biblioburro y una señora que le lee a los indios Wayuu en La Alta Guajira. Entre los amigos de La Carreta se encuentran los escritores Salman Rushdie, Jon Lee Anderson, Miguel Angel Basternier, Alberto Salcedo Ramos, Laura Restrepo y Mayra Santos Febres.
Martín ha visitado con su carreta de libros a Venezuela, Argentina, México, Panamá y próximamente, en abril de 2015, irá a Puerto Rico invitado por una escuela a promover la lectura y darle visibilidad a su proyecto cultural para que surjan más carretas en todos los rincones. Su aspiración con La carreta es que sea un proyecto mundial y que más jóvenes se involucren para que los muchachos de barrio vean otros jóvenes y se motiven a leer.