Fake News, posverdad y una lección para aprender del periodismo económico
22 de Agosto de 2018

Fake News, posverdad y una lección para aprender del periodismo económico

Decir falsedades, verdades a media, o mentiras, en el periodismo político, no tiene costo. Pero cuando se trata del mundo del dinero, la historia es muy diferente. Y es quizas por eso que en ese mundo, el problema de las noticias falsas está bajo control.
Fotografía: Elijah O'Donell en Unsplash. Usada bajo licencia Creative Commons
Iván Weissman

En octubre de 2015, The Wall Street Journal publicó un reportaje sobre Theranos, la startup que prometía análisis de sangre con una sola gota. O sea, permitía ahorrar dinero, tiempo y molestias. La innovadora empresa había llegado a tener un valor de hasta los 9.000 millones de dólares. Pero el reportaje reveló que la empresa era un fraude. Pero antes, por más de un década, la empresa se había convertido en una más de las historias de éxito de Silicon Valley, un hit en Wall Street y la fundadora, Elizabeth Holmes, una estrella.

Pero la realidad ahora es bastante distinta. A raíz de la nota, la SEC, el regulador del mercado financiero de Estados Unidos, comenzó una investigación que resultó que en marzo de este año acusara a Holmes y su cofundador de haber recaudado de manera fraudulenta, y a través de información falsa, más de US$700 milliones del mercado. Y el Departamente de Justicia de Estados Unidos presentó cargos penales. Hoy la empresa está practicamente quebrada. 

En noviembre el fondo de inversión SAC Capital pagó US$ 1.300 millones, la multa más alta de la historia de Wall Street, por el uso de información privilegiada. Fue obligado a cerrar su negocio de asesoría e inversión y sus ejecutivos terminaron en la cárcel.

Sin ir más lejos, el pasado 15 de agosto, el regulador de Wall Street anunció que Elon Musck, el fundador y CEO de Tesla, está siendo investigado por el supuesto plan de recompra de acciones de la empresa que anunció a través de Twitter. El objetivo sería excluir al fabricante de automóviles eléctricos de la cotización bursátil.

Musk dijo que tenía financiación asegurada y que había interés por parte del fondo soberano de Arabia Saudita. Desde el primer tweet de Musk, la presión ha sido cada vez mayor a medida que se supo que sus comentarios por la red social del pajarito no tenían fundamento y no había ningún tipo de acuerdo. Mal que mal, inversores que le creyeron compraron las acciones, que en los primeros días se dispararon 10 por ciento. De confirmarse que los anuncios no son ciertos, eso mismos inversionistas podrían sufrir fuertes pérdidas.

En Wall Street, las empresas que cotizan en bolsa tienen la obligacion de informar a todos sus inversores al mismo tiempo, y con información veraz. Y hay una vigorosa vigilancia por parte de un medios como Bloomberg, The Financial Times y The Wall Street Journal. Todo esto dejó a Musk en una situación compleja y lo obligó a salir a explicarse a través de una entrevista en el New York Times.

Un costo muy alto

¿Por qué son relevantes estas historias? Porque muestran una realidad del mundo de las finanzas: hacer las cosas mal tiene un costo y ese costo es alto. Y es probablemente esa la razón de que en el mundo del dinero el problema de las noticias falsas no es un gran tema.

La regulación financiera somete a las empresas, bancos, empresarios y ejecutivos a normas con el objetivo de mantener su  integridad. Y es lo que le da legitimidad a capitalismo.

Decir falsedades, verdades a media, o mentiras, en el periodismo político, no tiene costo. En particular en nuestras culturas. Pero cuando se trata del mundo del dinero, la historia es muy diferente. Y es quizas una lección para aprender para el periodismo político.

Hace unos meses, el entonce director de El País de España, Antonio Caño, dijo sobre el fenómeno de las Fake News: “el único antídoto frente a esa plaga” es el periodismo riguroso y de calidad ya que las nuevas tecnologías “han permitido la difusión del falso dato”.

Las noticias falsas, posverdades, chismes y rumores han existido desde que existe el mundo. Ahí no hay nada nuevo. Pero con el boom de las redes sociales y los bots las han sacado de los márgenes, puesto al centro del debate público y se han convertido en una amenaza para la democracia. Y la culpa es nuestra, de los propios periodistas.

La revista The Economist describe el concepto de posverdad como una confianza en afirmaciones que se ‘sienten verdad’ pero no se apoyan en la realidad. Las victorias de Trump en las elecciones presidenciales de EE. UU. y del Brexit en Gran Bretaña hicieron que el Diccionario de Oxford la eligiera como la palabra del año en 2017.

Al ser humano siempre la ha gustado escuchar buenas historias. Ya sea en forma oral, como nuestros antepasados cavernícolas, en vídeos de 30 segundos o en 140 caracteres. El desafío para los medios -y para los periodistas- es contar buenas historias, pero asegurarse que esas historias son verdad.

Yo creo profundamente en la batalla de las ideas, en hacer un periodismo interpretativo y con pasión, pero –y esto es muy importante– basado en hechos y verdades. El periodismo moderno está en el negocio de interpretar y refinar argumentos y transformarlo en relatos que emocionen, pero siempre basado en verdades. La verdad y los hechos sí importan.

Y es por eso que mi receta para que el periodismo siga siendo relevante e influyente es más verdad, más realidad, más transparencia y apostar a contar historias con pasión. No hay que subestimar el poder de la gente. Si hay ideas, historias, relatos que impacten y emocionen, la gente va a reaccionar.

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