Cuando se afirma que el periodismo libre es una pieza fundamental en el engranaje de una democracia sana, ¿qué quiere decir? ¿Es deber del periodista intervenir en las decisiones de ciudadanos autónomos? ¿Acaso los periodistas colombianos hemos honrado la ética de nuestra profesión a lo largo de este año de elecciones legislativas, presidenciales y de consulta popular? ¿Es la militancia política una conducta reprochable en un periodista?
La autoevaluación del proceder en el periodismo tiene sentido no solo como reflexión –la “mirada hacia adentro” apenas necesaria en cualquier profesión u oficio– también es imprescindible por cuanto sus resultados se ven reflejados a gran escala en la sociedad. Nuestros desaciertos no solo afectan al “gremio” o a un grupo reducido de personas.
Es ya un lugar común responsabilizar de muchas de las desgracias del mundo al mal ejercicio del periodismo. Los periodistas nos hemos convertido en un blanco fácil de las críticas negativas. Lo peor es que la realidad y la vertiginosa carrera de los medios de comunicación por abarcarla, además del nivel de sobre exposición de nuestro trabajo nos impide detenernos a pensar, a ser tan severos con nosotros mismos como debiéramos.
El año electoral no ha terminado: la consulta anti-corrupción será el 26 de agosto. Y desde ahora nos debemos preparar para las elecciones regionales de 2019.
Mea culpa
Desde varias instancias se han adelantado análisis, miradas críticas del cubrimiento que hemos hecho de los eventos electorales de 2018. Podemos citar los textos del periodista Jorge Eduardo Espinosa, en El Espectador; el profesor Mario Morales en Razón Pública y la Red Ética FNPI; o el editorial de Juanita León sobre el proceder durante las elecciones del portal que dirige, La Silla Vacía. O La Mesa de Centro, el observatorio de medios –en video– del abogado Carlos Cortés (¡Cuánta falta hace contar con más observatorios de medios en Colombia!).
Los siguientes puntos exploran la línea de la conversación basada en la pregunta ¿en qué nos equivocamos los periodistas y los medios colombianos en el cubrimiento de las elecciones presidenciales y legislativas en el año 2018?
(De antemano aclaro: evito la cita de nombres propios con el único propósito de discutir en torno a acciones e ideas, no a individuos).
1. Analistas respetados convertidos en barras bravas
Quien pasa por un micrófono o letras de molde, sea o no periodista, tiene el legítimo derecho ciudadano de optar por una posición política. Es más, puede militar, basta con citar a uno de los paradigmas de la reportería mundial: Martha Gellhorn, su periodismo era militante y, a la vez, impecable en la técnica, la narración y la ética. Lo que desorienta a la opinión pública es la presencia de analistas de origen académico o “expertos” con un prestigio adquirido en las tribunas más importantes del país, convertidos en “barristas” furibundos que, además de lanzar insultos en redes sociales y otros medios, hacen publicidad política (disfrazada de periodismo) valiéndose de eslóganes de campaña. Estas acciones minan la confianza de las audiencias, con un agravante: en la recta final de la campaña presidencial, algunos de esos personajes estaban en el “sonajero ministerial”. De hecho, hoy dos de esos célebres analistas de radio y prensa son altos consejeros del presidente Iván Duque: impacto negativo no solo para la credibilidad de esos personajes sino del periodismo mismo.
2. La cercanía con el poder
La película The Post, de Steven Spielberg, reveló con claridad la crisis de credibilidad que genera el conflicto de interés originado en las relaciones familiares o de amistad entre periodistas y políticos: Katharine Graham (interpretada por Meryl Streep), presidenta de la empresa The Washington Post Company, decidió publicar un estudio secreto sobre la Guerra de Vietnam, a pesar de que su decisión estuvo mediada por su cercanía con personajes de las élites políticas. El caso de Colombia no es ajeno en complejidad: periodistas familiares de políticos. Es bien sabido que grandes medios de comunicación, como periódicos que son propiedad de familias, han posicionado a sus “hijos” en el poder político: los Santos, de El Tiempo; los Gómez Martínez, de El Colombiano; o los Gaviria, de El Mundo; son algunos ejemplos. ¿Qué sucedió en la reciente campaña presidencial? En el momento en que el director de un medio radial explica al aire su relación familiar con un candidato a la presidencia, hay un gesto de honestidad con la audiencia, por supuesto, pero no anula el conflicto de interés. No es la primera vez que un periodista en una posición directiva (y con amplio eco) tiene una relación familiar con un alto cargo del gobierno.
3. Las redes sociales como refugio
Alguna vez escuché en un congreso de neurociencias que siempre nos han vendido el cuento de que “el cerebro es una máquina perfecta”, cuando en realidad es “perezosa”, dada su inclinación a buscar salidas fáciles a los problemas. Sin entrar a constatar la absoluta veracidad científica de esa afirmación: ante la falta de credibilidad en los medios de comunicación tradicionales, las audiencias se resguardan en las redes sociales, lo que el espectador no digiere facilidad, lo busca “molido” en las redes, al margen de su veracidad. La inmediatez de esta forma de difusión riñe con el análisis: de muchas maneras, los grandes medios han cedido ese espacio de verificación (o sea: de veracidad) y no han logrado recuperarlo a cabalidad.
4. Discusiones en torno a personas, no a ideas
Desde tribunas noticiosas y de opinión, muchos periodistas parecían más preocupados por posicionar a “su candidato” que por formar ciudadanía. Cuando se olvida la trascendencia de discutir en torno a ideas y no a personas, se impulsan las narrativas alrededor de caudillos. En la época actual, testigo de un nuevo florecimiento de los populismos, como los que encarnan Gustavo Petro o Álvaro Uribe, apostarle a la exaltación de las personalidades es un juego riesgoso para cualquier democracia.
5. Evidente interés económico de conglomerados informativos
El temor a un posible repunte o ascenso de la Izquierda alertó a las gerencias. La defensa de los intereses económicos de los conglomerados, y el afán por proteger sus capitales financieros por encima del interés público fueron evidentes. ¿Cómo lo hicieron? Apelaron a dos formas comunicativas básicas: periodismo y publicidad.
• En el primer flanco: hace casi cuatro siglos, en Inglaterra, el gran escritor Daniel Defoe, emprendió lo que después llegó a ser una de las grandes conquistas del periodismo: separar opinión de información. Cuando los medios disfrazan opinión como información incumplen su pacto de honestidad con las audiencias. Primeras páginas, titulares, espacio dedicado a declaraciones y entrevistas, y ubicación y tamaño de fotografías de un mismo candidato, marcaron un rumbo de acción en las urnas.
• El segundo aspecto se refiere a la información política pagada, la cual deja una duda: ¿Dónde queda la ética de un medio (cuyo capital es la credibilidad) que publica el día de la posesión presidencial un aviso de página completa con diversas afirmaciones que son inexactas, imprecisas o engañosas? Esto halló el equipo de verificación de La Silla Vacía, en el aviso de página entera que el Centro Democrático publicó en El Tiempo y El Colombiano, y cuyos fragmentos fueron parafraseados por Ernesto Macías en la ceremonia de posesión de Duque: “Al revisar las 42 afirmaciones verificables según nuestra metodología, encontramos que 16 son ciertas (incluyendo 9 con salvedades significativas), 3 debatibles, 8 exageradas, 2 apresuradas, 4 inchequeables (no hay datos para decir si son ciertas o no), 6 engañosas y 3 falsas”.
6. El lenguaje del miedo
El lenguaje configura el pensamiento de las personas. Dominar y apropiarse de fórmulas simples y efectivas del lenguaje y sus formas de difusión, significa ganar una batalla crucial en la política: la comunicación. El periodismo se convirtió en el primer aliado de la campaña de miedo en el momento en que mordió la carnada de “nos vamos a volver como Venezuela”, caeremos bajo la “ideología de género” y el “castrochavismo”; o en la réplica de las voces de quienes denominaban “régimen” al gobierno de Juan Manuel Santos. Con las Farc desarmadas, se había desarticulado el discurso del miedo que venía eligiendo presidentes en Colombia desde hacía décadas: buena parte del periodismo colombiano, incauto en el uso de la palabra, ayudó a reconfigurarlo.
Desde la Red Ética FNPI, los mismos medios de comunicación, la academia y la ciudadanía… esta conversación debe continuar.
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*Comunicadora social-periodista Universidad Pontificia Bolivariana. Especialista en Periodismo Urbano U.P.B. Magíster en Estudios Humanísticos Eafit. Docente Eafit. Columnista El Colombiano y El Espectador. Panelista Blu Radio Medellín.
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