En junio pasado una estudiante de periodismo nos contó un incidente que le ocurrió mientras cumplía con la tarea encomendada por un profesor quien envió a la clase a cubrir las elecciones presidenciales del 20 de mayo, como parte de una práctica.
La joven, una vivaz muchacha zuliana, había hecho creer a sus padres que estudiaba Publicidad y Relaciones Públicas, que es el campo por el cual se decanta la mayoría de sus compañeros en la carrera de Comunicación Social porque implica menos peligro, según reveló.
El domingo de las elecciones un efectivo militar la retuvo en las afueras de un centro de votación y la obligó a borrar las imágenes que captó con su teléfono. Mientras ella intentaba zafarse de él, del otro lado de la acera, separada por una cerca, su madre, quien la había acompañado a la pauta, la regañaba: “Bien hecho. Eso les pasa a los periodistas”.
Una semana después, otra joven periodista de un diario del centro de Venezuela me entrevistó por teléfono. La conversación era sencilla hasta que ella preguntó: ¿Y el miedo cómo podemos enfrentarlo? Enseguida confesó: “he crecido con este miedo de no decir o no escribir lo que veo, lo que pienso. A veces mis jefes me dicen que no me meta en problemas”.
Hasta hace poco era un tema tabú y casi nadie se atrevía a decir abiertamente que tenía miedo. Sin embargo, durante los últimos 20 años lo he visto pasearse por las redacciones de los periódicos en donde trabajé en Caracas. Lo he visto circular entre periodistas jóvenes y veteranos. Más de una vez algún colega me decía que no iba a escribir sobre determinado tema porque estaba convencido de que no sería publicado. Otros empezaron a mostrar reticencia a realizar ciertas coberturas porque temían ser atacados por grupos violentos, con toda razón.
Sé que la vida de cualquiera puede ser violentada cuando se convierte en blanco del abuso del poder en un país donde reina la injusticia; donde círculos de activistas políticos rodean a periodistas y los golpean, mientras ejercen sus funciones; donde miembros de las fuerzas de seguridad disparan perdigones y lacrimógenas a quién ven con una cámara; donde si un funcionario abre alguna puerta para recibir periodistas, les prohíbe hacer preguntas; donde prevalece la opacidad para ocultar la corrupción y hasta información imprescindible para la salud; donde se bloquea a los medios digitales, con mecanismos cada vez más refinados, como ha comprobado el Instituto Prensa y Sociedad.
Una vez, cuando diseñaba una portada satírica del diario 2001, que dirigí entre 2012 y 2015, una pasante se me acercó y me preguntó si no me daba miedo burlarme del presidente. Días después la recordé cuando el mandatario pidió cárcel al responsable de la primera página por un titular que consideraba parte de una conspiración contra el Gobierno. Se trataba de una nota que reseñaba la escasez de gasolina en once expendios de combustible en las avenidas de Caracas, hecho sin precedente para aquel momento.
Ipso facto, la hoy fiscal en el exilio Luisa Ortega Díaz ordenaba una investigación contra el diario, en pocas horas los miembros de la mesa de redacción comparecíamos ante la justicia como “testigos”.
Mis familiares y los de mis colegas estaban nerviosos. Les preocupaba nuestra integridad. Lamentablemente no fuimos ni los primeros, ni los últimos en ser atacados de esta manera. Afortunadamente, recibimos el respaldo de muchos colegas y de los medios que para entonces aún tenían ventanas de libertad.
La impertinencia
Entre 2013 y 2014 factores del poder, aún en el anonimato, compraron dos de los mejores medios impresos en Venezuela como fueron Últimas Noticias y El Universal. Rápidamente las líneas editoriales de ambos cambiaron para favorecer abiertamente al gobierno y a sus aliados.
Tales acciones fueron como granadas fragmentarias lanzadas en las salas de redacción. Al poco tiempo, por todas partes volaron varios de los mejores periodistas del país.
Algunos debieron abandonar Venezuela, otros se reinventaron dentro. Producto del desmembramiento de las redacciones, varios periodistas migramos de una vez a las plataformas digitales; algunos, como es mi caso, fundamos medios, otros pasaron a encabezarlos y varios más se integraron a redacciones digitales donde lideran los contenidos editoriales.
Es así como se ha ido formando una ola de impertinencia creativa que quiero creer es parte del nuevo periodismo venezolano. Está integrada por decenas de periodistas, entre los de vieja guardia y nueva, que de tanto amar este oficio hemos buscado las maneras de seguir ejerciéndolo.
De acuerdo con la experiencia, hacer más y mejor periodismo puede moverle el piso a quienes se escudan en el poder para delinquir y violar los derechos humanos.
Agruparnos, crear redes, cuidarnos unos a otros, buscar apoyo en organizaciones que defienden nuestros derechos, medir las amenazas, tomar medidas de protección, estar bien informado y formado ayudan a reducir el temor, aunque esto no significa que se elimine el riesgo.
El esfuerzo ha rendido frutos. Internacionalmente el periodismo venezolano se ha ido haciendo un espacio. Entre otros, hemos sido galardonados en Efecto Cocuyo, Armando.info, RunRunes, y El Pitazo por producir piezas periodísticas de alta calidad. Otros están haciendo grandes reportajes de alto impacto como los que entregan ProdaVinci, El Estímulo, El Nacional web, Crónica Uno, mientras que siguen surgiendo iniciativas de nicho que buscan romper el cerco de la censura, registrar lo que ocurre en Venezuela y aumentar la difusión de los trabajos que se están produciendo.
Quise explicarle todo lo anterior a la joven que me entrevistó, pero no sé si lo logré. Ella, como tantos otros, ha crecido en un ambiente en el que la libertad es como una nota al pie de página o una simulación en realidad virtual.
Pudiera extenderme relatando los oasis de resistencia que hemos gestado, pero ya tengo muchos años en este oficio para no advertir de las implicaciones que supone perseverar en un ambiente hostil.
A principios de 2018 mis admirados colegas, periodistas de investigación Joseph Poliszuk, Ewald Scharfenberg, Alfredo Meza y Roberto Deniz, del portal Armando.info debieron abandonar el país. Debido a sus reportajes sobre las irregularidades detectadas en la importación de alimentos desde México, fueron demandados por un empresario radicado en Colombia, que hace negocios con el Gobierno. En Venezuela una demanda de este tipo puede implicar, en la práctica, quedarse preso en el país, como es el caso de Teodoro Petkoff y otros directivos del diario Tal Cual, o verse impedidos de entrar porque luego no podrían salir, como ocurre con directivos del portal web La Patilla o del emblemático diario El Nacional.
Por otra parte, la mayoría de los nuevos medios están ubicados en la capital. En las ciudades del interior, donde antes hubo una sólida prensa regional, languidecen varios periódicos, a los cuales le han confiscado el papel. A esto se suma las dificultades para acceder a un servicio de internet que permita distribuir contenidos. En consecuencia, la tan anhelada hegemonía comunicacional del gobierno se mantiene en medio del desconcierto de las nuevas generaciones y del peligro de agotamiento de quienes le hemos precedido.
¿Cómo vencer el miedo?
Producto tal vez de las limitaciones, del intento de exterminio, no solo estamos haciendo un mejor periodismo- en comparación con épocas menos oscuras-, sino que, en medio del caos, surgen alianzas, se exploran mecanismos de cooperación, se buscan espacios para resguardar la libertad. Hay un clima de colaboración entre periodistas porque en general entendemos que una agresión contra cualquiera de nosotros, nos perjudica a todos.
Sin embargo, no es suficiente.
Como en cualquier oficio, la experiencia pule el talento. Para formar un buen periodista no basta solo con sus condiciones particulares, sino que debe haber un sistema que lo respalde, que le acompañe, que le ofrezca condiciones dignas de trabajo, que le permita respirar en libertad.
En el caso venezolano observamos la confluencia de varios fenómenos, desde la migración de colegas porque las condiciones económicas y políticas los expulsan del país, la precarización que hace desertar a profesores de las escuelas de comunicación, la confusión por las nuevas habilidades que se requieren para integrarse a las redacciones digitales, la poca experiencia en los profesionales jóvenes que deciden quedarse en el país, así como la destrucción del ecosistema de las salas de redacción, que en la práctica constituían una escuela de periodismo que contaba con varias correas de trasmisión
Muchas veces un joven periodista no cuenta con el acompañamiento de una persona curtida en el oficio y en otros casos, aquellos con muchos años de experiencia, no pueden adaptarse a la dinámica digital.
La brecha es un problema, pero también una oportunidad. En Efecto Cocuyo decimos que informamos y formamos, porque hemos insistido en una línea de capacitación que cada día considero más necesaria.
No es lo mismo lidiar con los factores de poder desde la debilidad- que ya es el punto de partida-, que confrontarlo con las armas del conocimiento en un sistema cimentado por redes de protección. Tal vez, formar a las nuevas generaciones, quienes pese a las circunstancias adversas insisten en ser periodistas y entrenar a los experimentados, puede ser una buena combinación para enfrentar algunos de los miedos que nos acompañan en este camino.
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