Para el periodista científico español Pere Estupinyà, el reto está en enfocar las historias de manera que enganchen al público no especializado.
El otro día, un investigador que está empezando en la comunicación científica pero la dejará al cabo de poco habiendo generado más ruido que otra cosa, me hablaba -con la inocencia típica del amateur- del reto que suponía y lo importante que era, en medio de un artículo sobre edición genética, explicar el mecanismo de funcionamiento del CRISPR-Cas9 de una manera sencilla y comprensible.
—¿Tú sabes cómo funcionan las bujías del coche?, le pregunté.
—Esto... no, respondió
—¡Entonces qué coj#%&$ me cuentas del mecanismo del CRISPR-Cas9! Para este artículo, y en general para todas las cuestiones interesantes alrededor de la edición genética, no hace falta en absoluto explicar cómo funcionan en detalle estas herramientas.
Pero insistió. Como suelen insistir los científicos. Porque les apasiona entender cómo funcionan las (sus) cosas, pero no acaban de asumir que lo que deben transmitir no es lo que les gusta a ellos sino a sus lectores. Y porque dicen que el saber no ocupa lugar, sin darse cuenta que el exceso de información despista y aleja.
Esos grafiquitos explicativos sobre cómo funciona el CRISPR son muy chulos. A los freaks (me incluyo) nos encantan. Pero generan un “esto no es para mí” contraproducente. “Keep it simple”, chaval, “keep it really simple”. Eres tú el que debe adaptarse al medio y al lector, y no el medio y el lector adaptarse a ti. Y es que el mensaje principal que quiero transmitir en este post es que nos solemos pasar tres pueblos con la cantidad de información que queremos transmitir a cada oportunidad divulgativa que tenemos. Yo el primero.
Que me perdonen los científicos divulgadores por la provocación inicial. Los que me conocen saben que en realidad les apoyo y que yo me siento uno de ellos, pero que desde hace tiempo defiendo que -al menos en España- hace falta más calidad e impacto que cantidad (y lo digo con la humildad de reconocer, que a pesar de mi larga experiencia, también me critico a mí mismo por sentir que no consigo el impacto deseado en mis trabajos). Además, esto es un blog de periodismo científico, no de divulgación, y nos toca asumir que los criterios del periodista no deben coinciden con los de la divulgación.
El verdadero reto
Cierto que hay muchos niveles de comunicación científica. Si está haciendo un curso, un informe, una actividad de divulgación a público alto, o tienes un canal de YouTube para interesados en ciencia, obvio que puedes/debes ofrecer un nivel alto, y seguramente tu audiencia querrá que le expliques bien qué es esto del CRISPR. Yo reconozco que a mí me gusta mucho más escribir sofisticado que simple, y a un público ya versado en ciencia que a uno genérico. Pero el reto no está ahí. Especialmente el de los periodistas. El reto está en enfocar las historias de manera que enganchen al público no especializado. Y para ello, los investigadores saben y quieren explicar demasiado. Los profesionales tenemos que ponernos por encima de ellos. Saber que son nuestra fuente de información, pero que somos nosotros los que dictamos qué se cuenta y cómo.
Y no es fácil… porque la tendencia habitual es a “traducir” lo que ellos quieren explicar. Pero no es suficiente. El periodista debe investigar cuánto cuesta la terapia génica, qué startups la están impulsando, qué enfermedades raras se pueden tratar ya, cómo se incorporará al sistema sanitario, qué riesgos hay, qué está pasando con los cultivos y animales modificados genéticamente con CRISPR que para saltarse la legislación no les quieren llamar transgénicos argumentando que no llevan genes foráneos, plantearse si la investigación básica de un país tiene retorno o no, presionar con preguntas difíciles… y si incomoda un poco al científico, mejor.
Pero sobre todo, explicar lo que es interesante y relevante para su lector, no lo que es interesante y relevante para el científico. Si coincide, perfecto. Y si no, pues que se aguante el científico.
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