Caso Gisèle Pélicot: “La vergüenza debe cambiar de bando”, ¿y el periodismo?
18 de Septiembre de 2024

Caso Gisèle Pélicot: “La vergüenza debe cambiar de bando”, ¿y el periodismo?

La periodista Ana Requena Aguilar y la abogada Ana Bejarano reflexionan sobre la perspectiva de género, el uso de palabras como “monstruo” o “víctima” y el activismo a raíz del mediático caso del violador confeso Dominique Pélicot.
 Ilustración con la frase "La vergüenza cambia de bando", utilizada en múltiples protestas en apoyo a Gisèle Pelicot. Ilustración: Aline Dessine.

El caso de Dominique Pélicot, el francés de 71 años que durante al menos una década violó a su esposa, Gisèle Pélicot, y reclutó en el mismo período a 50 hombres a través de un sitio web para que la violaran en su casa mientras estaba sedada con un cóctel de ansiolíticos, ha conmocionado al mundo. De los responsables señalados, cuya edad oscila entre los 26 y 74 años, quedan pocas dudas, pues el ahora ex esposo registraba en video las agresiones y aconsejaba a los violadores cómo actuar para evitar que su mujer se despertara. Por los efectos de la sedación, Gisèle Pélicot llegó a creer que tenía problemas de memoria o un tumor cerebral. Probablemente, la situación no habría cambiado si, en septiembre de 2020, la policía no hubiera capturado a su esposo por grabar bajo las faldas de mujeres en un supermercado. Al revisar su computador, los policías encontraron los videos de las violaciones. 

Cuatro años después, ha comenzado el juicio que desde el 2 de septiembre ha atraído la atención mundial tras la decisión de la víctima de ‘dar la cara’ y renunciar al derecho al anonimato para que las sesiones del tribunal de Aviñón, al sureste de Francia, se realicen a puertas abiertas. “Es hora de que la vergüenza cambie de bando”, manifestó su abogado, con una de las consignas del movimiento feminista que también busca poner el foco en el uso de la sumisión química en mujeres para abusar de ellas.

Mientras que el esposo y las decenas de acusados –incluyendo un “discípulo” de Dominique que repitió el modus operandi en su propia mujer–, tratan de explicar ante el tribunal de Aviñón sus acciones y se escudan en traumas o violencias del pasado, Gisèle ha dejado de usar las lentes oscuras de sus primeras apariciones públicas y ha sido aplaudida a la salida del juzgado, convertida en rostro de la lucha feminista. “Gracias a todos ustedes tengo fuerzas para llevar esta lucha hasta el final. Esta lucha que dedico a todas las personas, mujeres y hombres que son víctimas de violencia sexual en el mundo. A todas esas víctimas quiero decir hoy: miren a su alrededor, no están solas”, declaró este lunes. En las últimas dos semanas, su caso ha abierto el debate sobre la violación y cómo es vista por la sociedad, que a menudo tiende a responsabilizar a las víctimas y sobrevivientes de las violencias que reciben, dejándoles la carga de la vergüenza y un estigma de por vida.

Informar sobre violencia sexual

En los medios de comunicación, las plataformas de periodismo y los periodistas, estos hechos generan preguntas sobre los múltiples elementos en juego: el cubrimiento diario, la perspectiva de género, el binomio periodismo y activismo, el tratamiento de asuntos legales y el sensacionalismo que suele acompañar al relato de estos sucesos, que nacen con audiencias y clics garantizados. 

“Los temas relacionados con la sexualidad siempre despiertan la curiosidad y el morbo de las personas. Esto también se debe a la mojigatería y reserva con la que manejamos esos asuntos socialmente”, dice la abogada y profesora Ana Bejarano, columnista en Cambio. Agrega que las denuncias por violencia sexual demuestran el interés del público por estos fenómenos, pero también la facilidad de estigmatizar y caer en desinformaciones. “Revelar lo que pasó sin adornos, incluso si ello deriva en información explícita y compleja, es un buen principio”, recalca Bejarano. “Buscar no adornar, adjetivar o calificar las conductas es importante, tanto en el caso del agresor como en el de la víctima”. 

Ana Requena Aguilar, cofundadora y redactora jefa de Género de eldiario.es, cree que la perspectiva de género es crucial en estos casos. “La cobertura de los casos de violencia machista y sexual” es fundamental para que “nos preguntemos qué es lo importante al contar, qué es lo relevante, cómo podemos hacer para que estos casos no se entiendan como sucesos aislados, sino como parte de un entramado mucho más grande que se llama patriarcado, se llama cultura de la violación, que tiene un arraigo estructural muy fuerte”, dice.

Según Bejarano, que es también abogada del portal de periodismo feminista latinoamericano Volcánicas, el enfoque de género “implica entender los fenómenos de violencia sexual sobre los cuales se reporta”; esto, a su vez, exige “entender por qué una víctima soporta años de abuso, o por qué denuncia tarde. También implica no partir de absolutos sino entender las circunstancias particulares de cada caso, creer a la víctima y hacer reportería que permita verificar y solidificar su dicho”. Además, “virar la atención hacia los agresores y no las víctimas es un aspecto del enfoque de género que debe primar en la reportería”.

¿Conviene usar la palabra “monstruo” para referirse a un violador?

En un artículo de eldiaro.es, Requena –que cubrió en España los juicios por el caso de violación grupal conocido como La Manada–, reflexiona sobre el caso de Pélicot y critica el uso de palabras como “monstruos” para perfilar o calificar a los culpables de violación, pues retratan esa ‘monstruosidad’ como algo excepcional. “El problema es que la monstruosa violencia machista es la norma y no la excepción, es ejercida por hombres y no por monstruos, y, aunque los casos como el de Gisèle Pélicot existen, buena parte de la violencia sexual sigue pasando por debajo del radar y no suele implicar estrategias tan macabras”, escribe. Añade que la imagen del monstruo ha servido para sostener ideas machistas propias de la cultura de la violación, pero que, en realidad,“no existe un perfil de agresor”, por lo tanto, “no hace falta ni estar enfermo ni ser un monstruo para cometer una agresión sexual”. “De hecho, sabemos que la inmensa mayoría de las agresiones sexuales las perpetran hombres conocidos por las víctimas que, en otros ámbitos de su vida, pueden ser amables, competentes, buenos vecinos, buenos hijos o lo que sea”, recalca.

Bejarano considera que, “aunque sí es una monstruosidad lo que sufrió la valiente Gisèle Pélicot, cuando llamamos a su agresor principal como un ‘monstruo’ estamos patologizando, como para darle una explicación a semejante comportamiento inhumano y aberrante. Claro que hay agresores sexuales que padecen enfermedades de salud mental, pero este es un fenómeno tan generalizado en el mundo entero que no podemos atribuirlo a los ‘enfermos’. Las estructuras patriarcales nos empujan a creer que la violencia basada en género es cosa excepcional de ciertos enfermos, pero la realidad es otra: es una de las epidemias más largas y generalizadas de la humanidad”.

“Si como periodistas queremos ayudar a que la gente entienda el fenómeno de la violencia sexual y machista, tenemos que hablar de que esto no es producto de mentes enfermas, sino de una sociedad machista, patriarcal, que está atravesada por creencias e ideas que hemos ido heredando, que se han ido transformando también conforme han pasado las épocas, y que siguen muy instaladas en la sociedad”, dice Requena Aguilar.

Abordar los pormenores legales de un caso mediático

La identidad de los violadores captados en los videos de Dominique Pélicot ha debido ocultarse por cuestiones legales; a diferencia de la víctima, que decidió mostrarse públicamente. Ello no ha impedido que los nombres de aquellos hayan sido difundidos en algunas redes sociales, y en Mazan, el pueblo en el sureste francés donde ocurrieron las violaciones, algunos pueden reconocerlos. Ante esto, además de explicar por qué no se están difundiendo las identidades, ¿qué pueden hacer los periodistas?

“Muchas veces tenemos que contar las historias en toda su complejidad y con todos sus matices, y cuando no podemos dar ciertos datos u ofrecer ciertas imágenes, explicar a la gente por qué y hacer pedagogía”, dice Ana Requena. “Los periodistas y los medios tienen que manejar la información con la mesura necesaria en cada caso en el derecho a la información, la intimidad o la presunción de inocencia”, agrega.  

“Estos hombres, ahora mismo, ciertamente, están siendo juzgados y aún no hay una sentencia. Eso puede que mucha gente no lo entienda y quiera conocer los nombres. Pero, efectivamente, requiere aún de algunas cautelas informativas”.

Al respecto, Ana Bejarano opina que igual que “ocurre con cualquier fenómeno social complejo que es judicializado, lo que ocurra ante los jueces también es un aspecto que debe ser reporteado. Por dos razones: porque la administración de justicia contribuye a entender mejor cómo ocurren estas situaciones y también porque es importante que la sociedad haga veeduría sobre la manera en que se tramitan estos asuntos ante la justicia”.

Además, afirma que “si existen elementos fácticos suficientes y hay reportería que lo sustente, claro que el periodismo tiene el derecho y el deber de individualizar a los presuntos agresores. Lo que ocurre en las dinámicas de las redes sociales no debe guiar los esfuerzos periodísticos. Hacer una investigación periodística seria sobre hombres sindicados de estas violencias no solo es factible jurídicamente, sino necesario para el debate público”.  

¿“Víctima” o “sobreviviente”?

La forma de apelar a las personas receptoras de violencia machista ha sido otro punto discutido entre periodistas. “Yo suelo respetar la manera en que ellas se denominan a sí mismas; si una mujer se denomina ‘superviviente’, me parece que siempre hay que respetar la forma en que decide nombrarse”, dice Requena. “Existen muchas razones para privilegiar una u otra acepción, creo que lo mejor es acudir a la víctima y entender cómo desea ella ser llamada”, resume Bejarano. 

Requena señala además que la palabra “víctima” se ha “denostado” debido a prejuicios e ideas preconcebidas. “Asumimos que la palabra víctima es una losa, y una mujer ya no puede ser entonces nada más que víctima y siempre tiene que mostrarse sufriente, triste y cargar necesariamente con ese drama de una manera visible y contundente. No es así para todas las mujeres; cada una vive esa experiencia a su manera y la atraviesa o la integra –o no– como puede y como sabe”.

Por lo tanto, añade: “Me parece que hay que darle dignidad también a ser víctima. Las victimas del terrorismo son las victimas del terrotismo y tambien ahí hay supervivientes. Son víctimas y son supervivientes. Son las dos cosas, y quizá está bien poder entender que los dos conceptos nos pueden servir”.

¿A mayor nivel de atención, mayor la carga al informar?

Los casos de violencia, al volverse mediáticos, virales o tendencia en redes sociales, exponen aún más el compromiso de los periodistas al publicar información veraz y cuidadosamente narrada, sea cual sea el tipo de pieza informativa o el canal que utilice. 

“Cualquier investigación periodística que devele fenómenos violentos graves debe tener mucho cuidado en su proceder, pues un error puede tener efectos directos y devastadores sobre las víctimas. En el caso de la violencia sexual, las consecuencias pueden ser irreversibles, en especial para las víctimas”, explica Ana Bejarano. Pero eso no debería suponer una limitación o inhibición en el ejercicio periodístico. “Muchas veces la gente se preocupa por las consecuencias de un error sobre personas a quienes se les vulnera la presunción de inocencia. Lo cierto es que esos casos [de denuncias falsas] no llegan ni al 5% a nivel mundial. Es muy raro que una mujer pase por todo lo que tiene que pasar para denunciar estas violencias y estas resulten falsas”, agrega. 

Requena Aguilar advierte que los errores éticos o deontológicos saltan más fácilmente a la vista si hay más gente observando el trabajo del periodista. Pero destaca que en los últimos años “cada vez más los públicos y las audiencias reclaman una mejor cobertura de casos de violencia sexual, violencia machista, de derechos sexuales y reproductivos”. Existe “una masa crítica muy fuerte”, con unos canales que antes no poseía para llegar directamente a los periodistas, como las redes sociales y los programas de suscripción paga.

Periodismo y activismo, otra discusión en el caso Pélicot

Cuando Giséle declaró afuera del tribunal que las víctimas de violación no estaban solas, aludía en parte al apoyo recibido por el movimiento feminista y otras figuras como su hija, Caroline Darian, que ha sido una cara visible en entrevistas en un caso del que se cree que también ha sido víctima inconsciente de violación. “¡Todas somos Gisèle!” fue el grito de las manifestantes que salieron a las calles el pasado 14 de septiembre en varias ciudades de Francia. 

Para Ana Requena Aguilar, discutir sobre la relación periodismo y activismo da “para un congreso entero”. En muchos casos, la labor periodística va por un lado y el activismo por otro, pero cree que hay puntos de contacto. Dice que el activismo feminista y el feminismo han permitido que haya periodistas feministas, y han nutrido las redacciones y los medios de periodistas al involucrarlos con ciertos temas y cambiando los enfoques para mejorar. 

Requena señala que en los últimos años el periodismo feminista “ha propiciado” cambios sociales mediante investigaciones y coberturas, que han propuesto enfoques para tratar la “violencia sexual de género, derechos sexuales, violencia obstétrica, cuidados, conciliacion, corresponsabilidad, economía feminista, derechos de las trabajadoras del hogar”, entre otros. 

En medio de eso, persisten los cuestionamientos: “Si algo nos achacan es que no somos periodistas sino que somos activistas”, dice. “Se hace para intentar desacreditarnos como periodistas, para intentar desacreditar el periodismo que defendemos y que hacemos, como si esa posición implicara tomar parte y, por tanto, apartarse de las reglas periodísticas básicas; esto es, el rigor y la veracidad. Para nada es así”. 

Ana Bejarano, por su parte, sostiene que “el debate sobre el periodismo que se declara activista es largo y complejo”. Cree que existen “incompatibilidades fundamentales entre la actividad de un periodista investigativo y un activista: el primero tiene como valor fundante la búsqueda de la verdad y el segundo el triunfo de una causa”. Con el tiempo, sin embargo, ha visto que “esas fronteras no son tan claras y que además se han usado caprichosamente para menospreciar el periodismo que se autodenomina feminista”. 

“Creo que es posible compaginar ambas actividades, al declarar públicamente su pertenencia a una causa y además hacer periodismo serio y responsable”, concluye Bejarano. 

 

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