Hoy, el formato libro es el refugio del mejor periodismo narrativo. Ante la reticencia de muchos medios a publicar artículos largos y su desinterés por determinados temas, los periodistas más entregados eligen esta forma de trabajo laboriosa, paciente y contracorriente, sacándole tiempo al tiempo para escribir.Ocho periodistas ñamericanos y españoles se encerraron con Martín Caparrós cinco días, en Casa América en Madrid, para trabajar juntos en los libros periodísticos que en estos momentos amasan, durante la novena edición del taller del maestro.
***
Antes de empezar ya olía a triunfo y no era por estar en un palacio. La sala Inca Garcilaso de la Casa América, el palacete que los marqueses de Linares construyeron en el centro de Madrid a finales del siglo XIX, con sus techos de cinco metros, molduras doradas, frescos, mármoles y bronces, contrastó, desde el minuto cero, con la idiosincrasia de los reunidos y de los proyectos que traían. En esta edición del taller de libros periodísticos de Martín Caparrós, en medio de ese boato, ocho periodistas/escritores ñamericanos y españoles de entre 30 y 50 años trabajaron juntos en sus proyectos bajo la dirección del maestro, durante cinco jornadas, del 3 al 7 de junio. Este año fueron muchos los candidatos que no lo lograron: casi cien. Llegar hasta allí ya era una meta alcanzada, un sueño cumplido.
Patricia Nieto, de Colombia, es freelance y profesora universitaria y escribe un libro sobre una familia indígena amazónica colombiana que carga a sus espaldas con casi un siglo de brutalidad (el holocausto del caucho, los evangelizadores varios, los cárteles, las FARC, el Estado).
María Gabriela Verdezoto, de Ecuador, freelance, escribe sobre lo que la minería del oro ha hecho, hace y hará con su país después de muchas crónicas al respecto.
Gabriel Labrador vino desde El Salvador, trabaja en El Faro y está escribiendo sobre la democracia en ese país con todas las dificultades que eso implica en estos momentos.
Daniel Burgui, de España y freelance, trajo un proyecto sobre las repúblicas islámicas de Asia central, después de muchos viajes e investigaciones de varios años.
Jacobo García, de España también, trabaja en El País y prepara un libro sobre Ñamérica tras más de veinte años trabajando allí.
Marcela Turati, de México, cofundadora y coordinadora de Quinto Elemento Lab, prepara un proyecto sobre una desaparecida en 1978 en la “guerra sucia” del cuerpo policial militar contraguerrillero mexicano.
Joaquín Sánchez Mariño, de Argentina, que trabaja en Antártica Press, prepara un libro sobre un encargo de otro libro que le hizo un hombre para que escribiera su historia de amor para salvarla.
Silvina Ajmat, argentina también pero residente en Madrid, que trabaja en Mediaset, prepara un libro sobre el Programa Visar de 2019 del Ministerio de Asuntos Exteriores español que prometió la nacionalidad española y trabajo a los argentinos hijos y nietos de españoles y resultó ser un fraude.
Cuando aterrizaron en la impresionante mesa, presidida por Caparrós, en la citada sala tan dorada y brillante, todos habían leído y anotado las presentaciones de los ocho proyectos con los que fueron seleccionados por el anfitrión. Desde el pistoletazo de salida hasta el final del taller trabajaron juntos, codo con codo, en los contenidos, estructuras, ritmos, tonos, dudas y certezas que traían con sugerencias, aportaciones, críticas, halagos y no tanto.
De las diez medias jornadas disponibles, media jornada se dedicó a conocerse, ocho al proyecto de cada cual y la última a la recopilación de las conclusiones que cada uno ya tenía y a la aclaración de las que se les habían quedado en el tintero. Nadie se fue con las manos vacías. Se volvieron a El Salvador, Colombia, Ecuador, México, Argentina y España con más herramientas y recursos, y con más confianza, fuerza e ilusión.
Esta descripción sucinta y precisa de lo que se llevaron no hace justicia a la satisfacción en sus cuerpos y en sus caras a la hora de la despedida.
1. Para empezar copia
Caparrós cree que los cronistas deben ser “cazadores de principios” porque el principio es fundamental. Los busca sin parar y parece que aplica sus mañas de narrador a todo lo que emprende en la vida.
Su principio elegido para el taller fue tirarse del pedestal: “Uno se arma una prosa copiando” y compartió los cuatro libros con los que engendró su estilo propio tan suyo y tan copiado:
- Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez
- Operación masacre de Rodolfo Walsh
- Música para camaleones de Truman Capote
- Inventario de otoño de Manuel Vicent
“La copia es la manera de encontrar. Así aprende el bebé a hablar, a caminar, todas las habilidades sociales… […] Hasta que llega el momento de hacerlo deliberadamente. Por supuesto, mezclando, amalgamando, variando”, dijo.
Además es que “el periodismo narrativo consiste básicamente en utilizar formas de otros géneros literarios para contar la realidad”.
El problema, según el maestro, es que la historia de la apropiación de géneros se estancó en la copia de la novela social o negra de los años 20 y 30. García Márquez, Walsh, Capote, Mailer la copiaron. “Después, muchos seguimos retomando lo que ellos hicieron en los 50 y 60, en lugar de seguir indagando. Hay que investigar, probar, inventar”, reclamó. “La literatura está llena de recursos” y como ejemplo de su uso se regaló otro poco más.
Para escribir El interior, un libro–crónica sobre algunas de las provincias más remotas de la Argentina, publicado en 2006, se inspiró para losperfiles de los entrevistados en Los poemas de Sidney West de Juan Gelman de 1969, que a su vez se había inspirado en la Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters de 1915, obras en las que los describían en verso –claro– como epitafios. Para los paisajes se decidió por los haikus y, para ciertas historias, por el fluir de conciencia a lo Cortázar.
De ahí – de ese potaje– “surgió lo que hice los veinte años siguientes”.
Con ese nivel de confidencia, de generosidad y de humildad plantó los cimientos del espíritu de grupo del encuentro, en el que los principios volvieron en muchos momentos.
***
“Los busco todo el rato. Si encuentro uno, estoy más aliviado. Si encuentro dos, estoy contento. Si encuentro tres, estoy feliz. De esos tres o cuatro o cinco, uno será el principio del texto y los otros me servirán para reabrir en momentos en los que necesito recuperar cierto ritmo”.
Es decir, los principios cazados son el eje sobre el que estructura.
“Así que cuantos más uno tenga, mejor”. Sus principios son ideas fuerza redactadas con la intención de un publicista y con la precisión de un cirujano.
Los escribe in situ y los apunta. No es que tome notas en su pequeño cuaderno tamaño bolsillo trasero del vaquero que siempre llevó, hasta que se tuvo que sentar en una silla de ruedas. Martín Caparrós redacta sus grandes crónicas en ese cuadernito mientras reportea.
Y es que cazar principios no es cualquier cosa. Para cazarlos hay que tener actitud de “cazador primitivo”, hay que poner “atención extrema”, los cinco sentidos. Hay que sentir que, “si no estás atento a la que salta, esa noche no cenas”.
Los principios le importan porque “es la parte del texto que más personas van a leer, sin ninguna duda”. Nadie sabe si después de esas primeras líneas el lector seguirá leyendo. “Desde el punto de vista más oportunista, el principio es el momento de publicitar el texto que estás escribiendo. Si nos ponemos cínicos, esa es la función básica del principio. Conseguir que te compren lo que les estás ofreciendo”.
Sobre las maneras enumeró: “sorprendiéndote, planteándote un enigma, ofreciéndote algo con lo que te identifiques o todo lo contrario, algo que te parezca ofensivo. […] Si uno empieza diciendo: ‘A las 4:08 de la tarde del jueves 28 de diciembre de 1983 un señor naraná, naraná’, el lector dice “uuuuuuuuuh”. En cambio si uno empieza con: ‘Cuando abrió la puerta estaba oscuro, nunca vio la mano que cayó sobre su cabeza’, el lector dice “ajá”. Aunque luego digas que eran las 4:08 del jueves bla, bla bla.”
Aparte de su función comercial, “un poco menos cínicamente, los principios son fundamentales porque sientan el tono, el ritmo y la forma del resto”.
2. Para seguir hazte un plano
Caparrós no trabaja sin mapa. Tiene una estructura pensada desde el principio. Planifica, replanifica y replanifica. Es decir, trabaja, trabaja y trabaja sobre la arquitectura del texto.
Cuando escribe una crónica, una vez en el terreno, “empiezo a armar alguna idea de estructura desde la primera noche”, con las piezas que va teniendo y las que espera. “Después puede cambiar porque pueden aparecer cosas o no encuentras otras o hay sorpresas – todo eso que ya sabemos–“. Pero esa pre–estructura le permite trabajar más tranquilo. Así puede organizar mejor el trabajo del día siguiente. “Cada día, al final de la jornada, reviso y reformo eso que yo llamo mi guión y que terminará siendo muy parecido a la estructura que el texto tendrá cuando lo termine”.
Su obsesión, durante la cobertura, es no volver a ciegas, como los fotógrafos de antes que volvían sin revelar los carretes, sin saber si tenían o no la foto. Entre los principios cazados y el guión que va puliendo, vuelve con la mayor parte del trabajo hecho.
***
Cuando se trata de un libro, el trabajo es parecido aunque más susceptible a pruebas y cambios. Varios de los talleristas tienen material acumulado durante años y años. Para desbrozar qué contar de todo lo visto e investigado, para llegar al esquema columna vertebral sobre el que construir el resto, recomendó poner el foco en lo que contamos a nuestras parejas al volver a casa o a nuestros amigos en el bar. “Hay que desacralizar la escritura”. Lo que nos llamó la atención a nosotros es lo que vale la pena ser escrito. Como se lo contamos a nuestros cercanos puede ser nuestra manera de escribirlo.
Varios talleristas reconocieron en sus momentos, cuando todo el taller se centró en su trabajo, que sus relatos orales de lo que querían escribir, contados allí mismo, eran mucho más convincentes y atractivos que lo que habían entregado escrito.
Para escribir un libro es imprescindible poder contar en una frase cuál es el libro que estás escribiendo.
3. Decide quién narra
El libro de viajes fue un tema recurrente. Tanto Jacobo García, como Daniel Burgui, los dos españoles del taller, se plantearon ese posible camino.
Sus trabajos llevaron a reflexiones llamativas sobre quién narra y los peligros de la epidemia de yoísmo.
“En los relatos de viajes hay mucho más relato del viaje que del lugar: cómo perdí el bus, había cucarachas en la habitación, lo que comí me dio acidez de estómago”, dijo Caparrós mientras todos se sonreían.
Después añadió que en este tipo de libros el peligro es “la crónica quesillo”: “que si yo vi esto, que si yo pensé lo otro, que si me acordé de mi perro…”. “Cuando las leo siempre estoy pensando ¿por qué no se aparta para que pueda ver lo que importa?”. Caparrós recordó que también ha sido muy bien definida por su amigo Juan Villoro como “la crónica selfie”.
Los talleristas sumaron con guasa acepciones jocosofestivas a la lista de nombres de este mal contemporáneo. Uno habló de su miedo a “la crónica felación”. Otro dijo: “cuidado con pasar del miedo a la crónica felación a la crónica pavorrealismo”, arrancando risas.
Entre bromas y cosas serias, con cuidado pero sin perdón, parte del trabajo consistió en decirse las verdades, en mostrarse los peligros, en ser críticos constructivos con ellos mismos y con el resto.
***
El maestro cree que hay mucha confusión entre escribir en primera persona y escribir sobre la primera persona. “La primera persona puede ser más una actitud que un relato. Que se vea que hay alguien que mira, no qué le pasa al que mira. El narrador siempre es un personaje construido por el autor que elige qué cuenta de lo que le pasa y qué no.”
Para terminar de explicar la idea, contó que en sus primeras crónicas tenía como regla contar siempre algo feo que le había pasado, algo que aminorara la envidia o el odio del lector. “No es ‘mira qué vivo soy que me fui a Tailandia, es ‘mira qué mierda me pasó’. Lo que cuentas del narrador es muy deliberado y muchos lo confundirán con el autor, pero el autor no debe confundir al personaje consigo mismo”.
Esto le llevó, sin embargo, a declararse completamente a favor del narrador en primera persona: “La primera persona de la crónica es política. Rompe con el simulacro de los grandes medios del siglo XX, con esa prosa en tercera persona, translúcida, que casi ni se veía porque estaba hecha de fórmulas, imponiendo a muchos lectores que eso era la realidad […] La crónica en primera persona deshace eso. Dice esto es lo que pude averiguar, ver, contar. Termina con la ingenua fantasía de que se puede contar la realidad. Esto es una de las múltiples maneras de contarla. No puede haber relato sin alguien que lo cuente”.
A propósito del yoísmo también advirtió sobre la “cierta ligereza” con la que se suele confundir “ver alguito con creer que entiendes todo […] Uno siempre puede decir que encuentra cosas y que no las termina de entender”. Es decir, prefiere la humildad realista que la soberbia ingenua.
4. Después redacta buscando tu música
El esqueleto–esquema–mapa, una vez decidido en qué persona se habla, hay que vestirlo de carne, hay que encarnarlo, hay que darle color, olor, ritmo, forma.
Los textos respiran, corren, se ralentizan, languidecen, pintan, relatan, gritan, paran. No pueden ser siempre lo mismo porque hay que mantener el interés y la curiosidad del lector que le da sentido al convertirlo en algo más que palabras juntas.
Aquí la lista de posibles ingredientes para cualquier guiso narrativo. El maestro recomienda ir colocándolos en el esqueleto–estructura al gusto del chef–escritor o del doctor Frankenstein a los mandos que, sea lo que sea, debería ser el único que manda buscando un ritmo propio.
Elige el idioma
“Hay que elegir en qué idioma uno escribe. Pese al sueño húmedo de los editores de un castellano neutro, eso tiene unas patas muy cortas. Enseguida, llega el momento en el que uno se tiene que subir a la vereda, a la acera, al andén, a la banqueta”. Hay muchos castellanos y ñamericanos, elige el tuyo. El que te fluya. El maestro compartió que escribe en el argentino de siempre, pero lavado por sus años en España y en otros países. No hace esfuerzos por explicar términos, porque le rompen el ritmo y cree que enriquecen al lector que los desconoce. Además, “quién no entiende algo lo tiene más fácil que nunca para aclararlo, a un clic en el lateral derecho del ratón”.
Sé fiel a cómo hablan
Además reclamó la fidelidad a las maneras de hablar de aquellos que entrevistamos o ponemos en escena: “Es obvio que la forma en que cada uno habla es tan definitoria como el resto. […] Muchas veces me encuentro en entrevistas que me hacen en las que asciendo o regreso. Y yo eso es algo que nunca hago. Yo siempre subo o vuelvo.” El maestro reclama escribir como habla la gente “con sus vacilaciones, sus interrupciones, sus problemas, sus palabras”.
Graba sus entrevistas, con permiso o sin él: “Si yo le digo a alguien que estamos en una entrevista, no me parece necesario avisar que lo grabo. Si estoy hablando con alguien en la calle y no le digo nada, sí me parece mal. Si estoy con alguien entrevistándolo, las formas en que yo recuerdo lo que me dijo no son relevantes y, además, grabarlo es una forma de respeto. Saber que uno va a tener lo que la persona dijo, no lo que uno recuerda vagamente”. A esto se suma que así también registra cómo lo dijo.
No lo cuentes, ponlo en escena
Caparrós describió la diferencia para él entre una nota periodística y una crónica: la primera dice “sucedió tal cosa”; la segunda la representa, la pone en escena. Es decir, la nota periodística dice que la escena era emocionante, la crónica crea una escena que consiga emocionarte. Emociónales, recomienda.
Las descripciones ayudan
Se recordó en algún mercado perdido ñamericano cazando y cazando con fruición y con ciertos remordimientos por estar como robando el alma de aquel sitio.
Lo contó de tal manera que todos los talleristas y una servidora le vimos.
Allí estaba, en pie, paseando entre los puestos, con sus eternos tejanos negros y su camiseta, sus alpargatas y su mochila del mismo color, entre los vendedores de animales vivos, de comidas locales cocinadas allí mismo, de frutas y verduras más o menos exóticas, de artesanías, con sus gritos, sus olores, sus músicas, tomando notas, disimulando el placer de cazar un trozo de vida, que incluye a muchas.
“Si te sientas en un rincón, miras con todo y describes con las palabras precisas puedes sumergir al lector en el lugar”, dijo.
“Las descripciones son el patito feo de la literatura actual. Describimos poco y es fácil y fundamental”, añadió.
Las enumeraciones sirven
Las enumeraciones generan cambios de ritmo. Pueden ser una manera de hacer correr un sprint al texto y al lector. Caparrós confesó que hay libros que ha premiado por un párrafo que le dejó sin aliento.
Hay que naturalizar los datos
Sobre si incluir o no números y cómo dijo: “Me gusta mucho usar números. Creo que aprendí a incluirlos en el relato sin que lo interrumpan. Una cifra tiene que estar ahí habiéndose ganado su lugar.”
“Antes la dificultad estaba en encontrarlos y ahora está en desecharlos. Es muy fuerte la tentación de recopilar datos y escupírselos al pobre lector que no tiene culpa de que los hayamos acumulado”.
El ensayo puede formar parte
Gabriela Verdezoto quiere hacer un libro partiendo de las crónicas que ha publicado durante años sobre la minería del oro y sus efectos en Ecuador. El maestro le sugirió incluir ensayo en su texto: “Hay ensayos que cuentan y hay crónicas que piensan”. La cuestión es que ésa es una decisión del autor.
Caparrós empezó a mezclar esos dos géneros en Contra el cambio, publicado en 2010, y terminó de especializarse en la mezcla con El hambre, publicado en 2014. Cuando lo escribió pensó que “no podía soslayar lo que pensaba sobre el hecho de que mil millones de personas no coman lo suficiente”.
Puedes darte licencias creativas
“La licencia creativa que consiste en que, como se dice de Kapuściński, contaba cosas que habían ocurrido el día anterior a que él llegara porque se las habían contado bien y se había empapado de lo ocurrido con testigos directos. No me parece mal,” dijo.
Inventa nuevas narrativas
“Me sorprende que sigamos –y es lo que hacemos acá también– trabajando, escribiendo o contando, por decirlo con un verbo más amplio, como si siguiéramos limitados al papel. Curioso pensar que ya llevamos cuarenta años de computadoras presentes todo el tiempo y la mayoría de nosotros sigue pensando en relatos que podían haber existido antes de la computadora. No estamos encontrando porque no estamos buscando de verdad las formas de contar con estas nuevas técnicas –que ya no son ni nuevas–, digamos actuales, contemporáneas. Nos da la sensación de que están muy secuestradas por la brevedad, la boludez y otras cosas por el estilo, y no buscamos.
En general, lo que aparece en algunos diarios pretenciosos o en algunas revistas como uso de lo digital es pura espuma, es como ponerle adornitos a cosas. Creo que todavía no hemos encontrado formas auténticas y potentes de usar unas herramientas técnicas extraordinarias que, por ahora, usamos para hacer lo mismo que hace cien años”.
Busca la música de tu texto
El maestro muchas veces se lee en voz alta. En sus años de juventud tradujo al francés a Quevedo y al castellano a Shakespeare. Algo de todo eso, más lo leído, forma parte de su caja de herramientas de artesano.
“La música del texto para mí es importante […]. Muchas veces cuento sílabas como han hecho muchos. El principio de Cien años de Soledad de Gabriel García Márquez, por ejemplo, está escrito todo en endecasílabos”.
Texto principio Cien años de Soledad:
Muchos años después,
frente al pelotón de fusilamiento,
el coronel Aureliano Buendía
había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó
a conocer el hielo.
(7-11-11-11-11-7)
Con esto varios talleristas se llevaron las manos a la cabeza. A punto estuvieron de la rebelión. No todo el mundo va a contar sílabas, claro, cedió Caparrós. Pero tendrán que buscar su música y no olvidar que los textos, como las canciones, tienen un ritmo y estribillos y solos y coros y estrofas.
5. A continución pule y pule y vuelve a pulir
Miguel Ángel decía que lo que esculpía ya estaba dentro de la piedra, que él solo había sacado el mármol que sobraba. Caparrós le citó y se lo trajo a lo suyo: “Cada palabra tiene que ganarse su lugar”. Subrayó que no cree en las segundas palabras. Todas tienen un significado distinto: dijo, contó, confesó, relató, desveló, concluyó… no son lo mismo. Echó pestes sobre las redacciones que reparten listas de presuntos sinónimos. Llegó a decir que no cree que existan, que siempre tienen matices distintos que significan otra cosa. “El trabajo consiste en elegir cada vez la palabra más adecuada entre las 60.000 posibles. Y después otra vez, y otra”.
Citó de nuevo a Juan Villoro que dice que lo que diferencia a los redactores de los escritores es que a los segundos corregir es lo que más les gusta.
Los escritores son los que disfrutan más corrigiendo su texto que redactándolo, perfeccionándolo que pariéndolo, poniéndolo lo más preciso y bonito posible.
6. Hazte una caja de herramientas propia
Por encima de cualquier otra enseñanza, lo que Caparrós trata de divulgar es el cultivo del criterio propio y el respeto al trabajo y las maneras de cada uno si funcionan. Respeta y alienta el cariño a los vericuetos personales e intransferibles del oficio que cada cual encuentra y adapta hasta conseguir sus objetivos.
En un momento dado, hablando sobre una famosa crónica suya, de finales de los 90, en la que se hizo pasar por pedófilo para tener acceso a los clientes, a los niños y a las familias que los prostituían, describió el “asco” que le encamó cuatro días sin poder moverse tras fotografiar a cuatro o cinco de aquellos niños desnudos posando para él en una playa. No le había pasado nunca y no le volvió a pasar. Cada uno llega hasta donde llega.
Hablando de eso y describiendo cómo se enfrentó a su peor momento en la profesión haciendo aquel trabajo en Sri Lanka, abrió la caja de Pandora de lo peor a lo que cada uno de los talleristas ha visto la cara en sus años de profesión, que tampoco son pocos.
Aquel fue quizá, el momento más emocionante de todo el taller. La tarde del miércoles se fueron mucho más tarde de lo previsto. Compartieron mucho más que trabajo.
La mitad, cuatro de los talleristas, han mirado de cerca a la muerte muchas veces y han buscado sus maneras de trabajarla. Tres decidieron hace tiempo no mirarla. Dejaron de necesitar ver cadáveres para contarla. “Las imágenes son lo que más te persigue. Luego te visitan”, contó la mexicana Marcela Turati. Otro dejó de cubrir muertes. Otra más lo llevó aún más lejos: no ve imágenes de guerra, ni heridas, ni sangre. Nada. El cuarto mira y hace chistes. Es su manera de enfrentarla.
Todos reconocieron arrepentirse de haber hecho preguntas torpes, dolorosas en momentos en los que el dolor rebosa. Turati regaló una herramienta propia muy valiosa: no preguntar a las víctimas y a los supervivientes por lo obvio en esos momentos sino por sus sueños. Tras años de experiencia descubrió que, con esa distancia, se puede contar el dolor sin que haga más daño.
7. Piensa para quién y para qué escribimos
Caparrós despidió el taller con un discurso memorable, sobre el público y sobre para qué escribimos.
Recordó una nota sonada titulada “Contra el público” que publicó en el New York Times una semana antes de que se declarara la pandemia en 2020.
“Se me ocurrió mirar cuáles eran las notas más leídas en cinco o seis de los diarios más prestigiosos de América Latina. […] No me lo podía creer, era patético. Cuarenta y seis de esas 50 notas eran historias que ninguno de nosotros hubiera querido escribir, firmar, ni siquiera leer. Eran farándula, policiales, los diez más no sé qué de no sé cuánto. Eran una mierda. Entonces escribí pensando en si el público pedía eso, entonces quizá nuestro trabajo consistiría en escribir en contra de lo que el público quiere para no entrar en ese círculo vicioso en el que quieren mierda, les doy mierda, entonces les gusta la mierda y les doy más mierda, les gusta más y así sucesivamente, que es lo que parece que estamos más dispuestos a hacer, sobre todo los editores que, además, muchos de ellos, cuando los hay, trabajan para una raza imaginaria que se han inventado que es el lector que no lee. Entonces si tu nota tiene más de veinte líneas ya es un desastre, etc, etc, etc. No, creo que hay que escribir a favor de aquello que uno crea que vale la pena ser contado. No depender en absoluto de la demanda, que está mal formada por muchos malos periodistas y malos periódicos y sobre todo mal formada por la poca educación y por el sistema de circulación de la cultura que se está imponiendo. […]
Nuestro trabajo se supone que es saber qué nos parece que merece la pena ser contado. Si nos dejamos decir qué contar por las listas de los más leídos de los periódicos, estamos jodidos, no tenemos nada que hacer, nos tenemos que ir a casa y ya.
Por supuesto hay que pelearse con editores, con gente. Yo poco después de eso me fui del Times y tuve mi propio espacio un año, año y medio y me aburrí y volví a hacer otra cosa, qué se yo.
Pero la idea de poder trabajar en lo que uno cree que vale la pena, escribir lo que uno cree que merece ser escrito, a mí me sigue pareciendo decisiva. Además con la asunción, aceptación y comprobación de que el buen periodismo nunca fue masivo. Está esta locura contemporánea en la que las cosas tienen que ser masivas.
En España, en los años 80, hubo un periódico que fue más hegemónico que ninguno que yo haya conocido. No ha habido ningún periódico tan hegemónico como El País en los años 80. Era todo: era un gran negocio, el más prestigioso, el que decía qué había que leer, qué había que comer, qué había que mirar en el cine y cómo había que rascarse los huevos. Todo estaba ahí. Tenía un nivel de hegemonía en este país que yo no he visto en ningún otro periódico en ningún otro país del mundo. Y de lunes a viernes vendía 400.000 ejemplares, que ahora parece increíble, pero eran 400.000 ejemplares en un país de 40 millones de personas. Quiere decir que el 1% de la población compraba el país, que el 2% lo leía si uno se lo prestaba a su prima.
Entonces, dejémonos de joder con la masividad.”
Y siguió hablando sobre cómo todo esto “también tiene que ver con el prestigio perdido o lo que sea” y se acordó de Herodoto y se le pudo ver surcando los mares de Grecia del 400 antes de Cristo. Recomendó su lectura como el principio de todo y añadió que es un buen antídoto contra el chequeo compulsivo de datos que destruye cualquier narrativa. “Yo les cuento lo que vi y si no me creen, mátense”, le parafraseó con retranca.
El auténtico problema es “el descrédito en el que anda la profesión. El desiderátum sería conseguir el prestigio de Herodoto para tener el privilegio de Herodoto, para no tener que estar pidiendo perdón y justificando cada párrafo”.
“Tenemos que pensar en la crisis del periodismo en relación al desprestigio, que también es una manera muy astuta y de actualidad de atacarnos y desactivarnos”.
Y concluyó: “El único lector al que quiero tener contento es a un pelado con bigote que mira todo lo que escribo por encima de mi hombro y que me rompe las pelotas”.
8. Saca conclusiones
Es difícil contestar a la pregunta sobre qué fue lo más valioso que se llevaron los talleristas. En la exposición de sus conclusiones del último día quedó claro que sus libros habían crecido. Eran conscientes de llevarse ocho proyectos de libro más reales que los que trajeron. Y es que los ocho autores, como todos, querían la luna, querían que su libro fueran todos. Terminado el taller, se iban contentos por haberlos acotado, por haber elegido hacer uno solo –el suyo–, aunque les quedara el vértigo de la renuncia a los que podían haber sido. Se fueron con las alforjas llenas de recursos, confianza e ilusión para que su proyecto salga de sus cabezas, de sus sueños y de sus pesadillas, y se convierta en algo real, tangible, con lo que eso implica de aciertos y no tanto, pero sobre todo con lo que significa como meta personal alcanzada contracorriente, como ejercicio difícil de libertad cumplida.
Se llevaron una extraordinaria experiencia vital de labor y tiempo compartidos con generosidad, con algunos de los mejores compañeros posibles y con uno de los mejores maestros, dedicada a la profesión que les apasiona y que es mucho más que su trabajo.
En esa convivencia surgió el problema de la conciliación entre el trabajo alimenticio y el proyecto: Patricia Nieto lo puso sobre la mesa. La conclusión fue que la disciplina de cumplir con los tiempos programados de dedicación es imprescindible para que cualquier proyecto llegue a buen puerto. Según Caparrós no se trata tanto de mucho tiempo como de tiempo de calidad diario o lo más seguido posible. Sin embargo, varios talleristas volvieron a sus países pensando en cómo conseguir algunos meses sabáticos para terminar sus libros.
También se habló sobre los bloqueos y sobre la procrastinación. Caparrós ha resuelto el miedo a los primeros con estadística. De lo segundo no tiene. Trabaja de lunes a domingo por placer y sin descanso.
“Mi bloqueo grave es cuando no tengo nada que escribir. Por ejemplo, el próximo lunes. Cuando no estoy escribiendo un libro no la paso bien. […] Hace años me daban mucha impresión los comerciantes. Esta idea de que tienen una tienda de guantes y tienen que estar ahí todo el día sentados diciendo a ver cuando va a entrar alguien. Era una vida que me parecía intolerable hasta que descubrí que es un problema estadístico, que al final del mes ellos saben que van a haber entrado X personas. No están mirando todo el tiempo a ver si alguien entra, porque saben que al final de mes les saldrán las cuentas. A mí ahora me pasa más o menos eso. Sí, hay días en que no se me ocurre nada, por supuesto. Pero al final alguien va a entrar a comprar guantes”.
9. Los finales no se buscan
Y mientras los principios los busca todo el tiempo, los finales son algo que nunca consiguió decidir. “Hay un riesgo bastante fuerte de acabar con un chanchán o chimpún, llámenlo como quieran. Está bien pero es un poco berreta, un poco vulgar. Algo que redondea todo o que vuelve a eso con lo que empezaste, o que retoma alguna cosa que fue fuerte y que la completa. Es la manera más usada y, quizá eficaz, pero a mí no me gusta.” […] “Ni los pienso casi hasta el momento de llegar a ellos. Nunca sé bien qué hacer con eso”.
No busca los finales, salen a su encuentro.
Los finales que le gustan y que cree “bastante difíciles” de conseguir “son esos que cuestionan aquello que acabas de decir, en lugar de confirmarlo –que sería el chanchán– “. Y así obliga al lector a repensar todo lo que leyó, todo lo que creía haber entendido.
“No siempre se puede hacer eso”, reconoció y puso como ejemplo una vez que sí pudo en su mítica crónica “El sí de los niños”, publicada en 1997 en Clarín, sobre la prostitución de menores muy menores –menos de diez años– en Sri Lanka y sus depredadores sexuales, ya mencionada antes.
Hay algo que le preocupa de la crónica y es “la función Macedonio”. Macedonio Fernández –escritor, amigo y contemporáneo de Borges– decía que la municipalidad de Buenos Aires tenía que pagar a un señor horrible, un verdadero esperpento, para que se paseara por la calle Florida, la más concurrida entonces, para que al verlo, todos los demás se dijeran “yo no estoy tan mal”.
“Me da mucho miedo cuando una crónica cumple esa ‘función Macedonio’ de hacerte ver una cosa horrible para que tú digas ‘bueno, nosotros no estamos tan mal’, que es algo que pasa con mucha frecuencia. A los periodistas, por supuesto, nos gusta contar situaciones espantosas. Doña María las lee y dice: aquí estamos bien, a nuestros chicos no se los coge nadie. Yo detesto esa función porque es como usar la crónica como una especie de sedante, no como un revolvedor, o como quiera que eso se llame”.
En el caso de Sri Lanka había mucho peligro de efecto Macedonio y algo lo arregló. De vuelta a Colombo, la capital, después de su inmersión en la costa sur del país, Martín le estaba contando a un tipo las cosas horribles que había visto y el tipo le contestó: “¿Qué pasa que en tu país no hay trabajo infantil?”.
Aquello le disparó una cascada de preguntas a las que buscó respuesta: “¿Será que es tan distante cogerse a un chico que ponerlo catorce horas a machatear hoja de mate? A primera vista sí, porque tenemos una moral sexual X y porque lo otro nos sucede todo el tiempo y esto no, pero: ¿es tan distinto tener a un chico trabajando diez, doce, catorce horas?”. Ese fue el final que encontró sin buscar y que obliga al lector a repensar todo el texto.
10. El final que me encuentra
Martín Caparrós tiene una enfermedad que le ha sentado en una silla de ruedas eléctrica y que cada vez le complica más la vida. Sigue escribiendo sin descanso todos los días. Sigue dando este taller que le pone en contacto con periodistas más jóvenes a los que él también admira. Este año vinieron de visita muchos amigos y exparticipantes porque este espacio genera, además de conocimiento, amistad y camaraderías. Jordi Carrión, Ander Izaguirre, Carlos Manuel Álvarez, Abraham Jiménez Enoa, Agustín Rivera, Julieta Morón, etc.
De los talleristas de esta edición, la novena, se despidió invitándoles a visitarle en el taller del próximo año con sus nuevos libros debajo del brazo. “Tal vez el año que viene lo hagamos en casa”, anunció con aire festivo.
Los principios se buscan y los finales te encuentran. Uno hace planes y trabaja y luego, la vida.
Sobre el maestro
Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) se licenció en historia en París, vivió en Madrid, Nueva York y Barcelona, hizo periodismo en gráfica, radio y televisión, dirigió revistas de libros y revistas de cocina, tradujo a Voltaire, a Shakespeare y a Quevedo, recibió la beca Guggenheim, los premios Planeta y Herralde de novela, los premios Tiziano Terzani, Roger Caillois y Caballero Bonald de ensayo, los premios Rey de España, Moors Cabot y Ortega y Gasset de periodismo. Es maestro de la Fundación Gabo desde 2000 y miembro de su Consejo Rector desde 2013. Ha publicado más de cuarenta libros en más de treinta países. Los últimos son las novelas Sinfín y que quieren y como quieren: sin restricciones, órdenes, ni límites más que los propios.
El taller de libros periodísticos de Martín Caparrós se organiza anualmente desde hace una década. En él se reúnen ocho periodistas/escritores ñamericanos, que tienen un libro entre manos, para trabajar en sus estructuras y contenidos durante cinco jornadas bajo la guía del maestro y con la colaboración del resto de talleristas.
Oaxaca, Buenos Aires y Madrid han sido las ciudades sede. En esta ocasión se celebra en Casa de América coincidiendo con la Feria del Libro de Madrid, por tercera vez consecutiva. Ambas instituciones y la Fundación Gabo hacen posible esta actividad.