Por Rocío Montes A lo largo de mi vida -33 años para ser más precisa- he tenido momentos de tremenda felicidad. Como todos (o casi todos). Pero si alguien pudiera concederme el milagro de volver atrás y volver a vivir un mes -sólo un mes- no lo dudaría: entre el 19 de julio y el 13 de agosto de 2004. Hace 9 años, cuando yo era una periodista de 24, sin contrato en el diario donde trabajaba, y llegué asustada y sola a Cartagena para participar en el taller "Cómo se escribe un periódico", de Miguel Ángel Bastenier. Cada vez que tengo la oportunidad lo repito: fue el mejor mes de mi vida. Y ahí, sin exagerar, comenzó a cambiar todo. Dieciséis periodistas jovencísimos, con hambre de aprender, nos instalamos en distintos pisos de un hotel con vista al mar. Todas las mañanas -muchas veces con pocas horas de sueño sobre el cuerpo después de noches alegres- llegábamos al edificio de la FNPI en el casco antiguo de la ciudad a escuchar las lecciones de este caballero español que quiere Latinoamérica más que los latinoamericanos, defiende el buen uso del castellano más -mucho más, seguro- que la propia RAE, y apoya a la Iglesia sin creer en ella (lo que tiene más mérito, siempre dice). Lo que aprendí en ese mes no se me olvidó nunca y ahora -muchos años más tarde- cuando escribo alguna pieza, siempre aparece la voz Miguel Ángel, ronca por los cigarrillos que no deja de fumar pese a las indicaciones médicas. -"No digáis nunca 'el cáncer lo tiene delicado de salud' ¡Joder! ¡Un cáncer no te tiene delicado! ¡Te tiene jodido! Yo tengo tres muertos de cáncer en mi familia, mi padre y dos hermanos. Y quiero un cigarrillo para celebrarlo". En esa sala -donde estaba un casi adolescente Óscar Martínez, salvadoreño, periodista de El Faro.net- Bastenier nos enseñó técnicas periodísticas. Desde el breve, pasando por la crónica, hasta el reportaje. Y con su estilo particular, lecciones sobre el oficio: "El periodista no es un novelista, no es un sociólogo, no es un historiador, no es un servidor público. Luego, ¿qué es un periodista? La suma de todas las cosas que no es"; "El lector quiere saber lo que tu sabes, no lo que tu opinas. A nadie le interesa lo que tu opinas"; "Una buena entrevista no comienza con la pregunta: '¿Usted qué piensa?' Una buena entrevista consiste en hacerle cosquillas al entrevistado para que luego se arrepienta de lo que dijo"; "Hay dos clases de periodistas: los rápidos y los que no son periodistas". Pero, sobre todo, nos entregó lecciones de vida. Como esa mañana en que mi jefe llamó por teléfono a Cartagena para pedirme que, desde Colombia, viajara a Costa Rica para cubrir un asesinato múltiple en la embajada chilena de San José. Yo no quería, lo recuerdo perfectamente. Estaba en el mejor mes de mi existencia y quería disfrutarlo ahí, con mis nuevos amigos y Bastenier, al que todos llamábamos maestro. Yo no estaba en plantilla; me había financiado sola el taller; y no iba a cobrar sueldo en ese mes que no trabajé. Pero él me sacó de la sala y -palabras más, palabras menos- me dijo que me dejara de bobadas y que yo siempre debía responderle a mi periódico. Aunque estuviera de vacaciones en Tahití y me enviaran a una guerra en Irak. Y llorando, recuerdo, me embarqué Alguna vez lo vi un fin de semana saliendo de su hotel, solo, con una toalla en la mano, caminando lento en dirección a la playa. El no sabe que lo observé de lejos 'perdona la indiscreción, Bastenier- y esa imagen me hizo descubrir al hombre sencillo que se esconde en ese vozarrón español que tanto asusta en Latinoamérica. Lo descubrí poco más tarde: Miguel Ángel no solo fue un profesor -un maestro- sino una especie de ángel guardián o padrino de cada uno de los alumnos latinoamericanos que pasan por su sala en Cartagena. Nunca dejó de responder un e-mail. Jamás se olvidó de cada detalle (bautizó a uno de los talleristas como Tecnopop y sigue llamándolo Tecnopop). Hasta hoy echa a correr sus contactos en el continente -donde lo amamos- para darle una mano a cualquier novel periodista que le pida ayuda. Fue el mejor mes de mi vida y ahí comenzó a cambiar todo. Gracias a sus consejos, postulé al Máster de Periodismo de El País. La Fundación Carolina me becó y tuve el privilegio de ser su alumna por segunda vez en 2007. Allí -haciendo gala de su franqueza entrañable- me dijo todo lo que había empeorado desde la época de Cartagena y que debía aprenderlo todo de nuevo. Bastenier, en mi etapa en Madrid, fue un profesor estricto y directo. Pero también una especie de padre protector y cariñoso. Hoy tengo 33 y no 24. Como en esa época, sigo sintiendo adrenalina ante la página en blanco (cuando la supere me jubilo). Me cambié de diario, soy subeditora de El Semanal de La Tercera, escribo sobre Chile para El País de España y sigo acudiendo a él cada vez que necesito de un consejo sabio en lo periodístico o personal. Nada de esto -nada- hubiese ocurrido sin el taller de Miguel Ángel. Todo lo que el curso valga -todo- es poco. Lo que allí se aprende y vive es invaluable. -"¿Qué diablos tiene Bastenier que todo el mundo le ama en Latinoamérica?", me preguntó hace unos días un periodista español que había estado hace poco en el continente. -"En el fondo, es un latinoamericano encubierto. Sólo se lo hemos prestado a Europa", contesté. Aquí toda la información para postularte al taller con Miguel Ángel Bastenier. La convocatoria está abierta hasta el 8 de julio. Conoce aquí más sobre la periodista Rocío Montes