Todas las historias de Nicaragua que no son políticas tienen que ver con un volcán. Esa fue la impresión que se llevó Sabrina Duque cuando se mudó a Nicaragua en marzo de 2017. En el país centroamericano descubrió relatos de pueblos que conviven con los volcanes, de ciudades que se reconstruyen sobre la lava, de habitantes que celebran con dulces el fin de una erupción, que le brindaron el fundamento para concebir un libro para contar la historia desconocida de Nicaragua con el pretexto de los volcanes.
Con el estímulo de 7.500 dólares que le entrega la Beca -organizada por la FNPI, el Hay Festival y la Fundación Michael Jacobs- recorrerá por ocho meses la geografía nicaragüense para adelantar la reportería y escritura de las crónicas.
Tras vivir en países como Alemania, Brasil y Portugal, ¿por qué decides establecerte en Nicaragua?
Alemania fue una elección mía -fui a estudiar- pero en Portugal y Brasil, como en Nicaragua, desembarqué sin más opciones, porque las mudanzas son parte del trabajo de mi esposo. Su forma de vida nómada es un gusto que comparto: prefiero vivir en un lugar, ser extranjera pero no turista. A todos los destinos llegué con la mirada curiosa, lista para contar lo que encontraba.
¿De dónde surge tu interés por recorrer el país, describiéndolo a través de sus volcanes?
Cada vez que escuchaba el nombre de Nicaragua, sólo lo asociaba con poetas, tragedias y revoluciones. Y creo que no sólo me pasa a mí. Al llegar acá descubrí un país lleno de volcanes y lagunas, y para mí, que nací en Ecuador, con esos colosos miles de metros de altura, los volcanes de Nicaragua me parecen muy de andar en casa, bajitos, más o menos fáciles de escalar -cuando no se sube en carro, como es común-.
Luego, comencé a viajar y en cada lugar las historias que encontraba parecían llevar al mismo camino: los volcanes. Iba a una fiesta religiosa y popular, me enteraba de que había comenzado como una promesa al cielo para detener una erupción. Si se habla del Canal de Panamá, se cuenta que el canal no se hizo en Nicaragua por una estampilla del Momotombo lanzando fumarolas. Encontré historias de pueblos que fueron trasladados al otro lado del país cuando comenzó una erupción. De dos pueblos arrasados por un lahar cuyos vecinos volvieron a vivir ahí a pesar de los casi tres mil muertos que dejó esa catástrofe. Todo me llevaba a los volcanes y concluí que esa era una buena forma de conocer y contar a Nicaragua.
¿Cómo conociste y escogiste las historias que conformarán tu libro?
Viajando y conversando con los nicaragüenses. Hay muchas que se quedarán por fuera, pero quería agrupar historias por ejes: la devoción, las mudanzas, el riesgo.
¿Por qué describes el proyecto como una historia de amor trastornado?
Porque los nicaragüenses no quieren renunciar a esos vecinos peligrosos. Los frecuentan a pesar de los riesgos, duermen a orillas de los cráteres, construyen ciudades sobre el camino de la lava, vuelven al lugar donde lo perdieron todo para levantar de nuevo sus casas. Se aferran a los volcanes, los quieren a pesar del peligro.
¿Cómo definirías la crónica de viajes?
Es el ejercicio de mirar. Llegar con los ojos bien abiertos y descubrir una tierra ajena con ojos nuevos. Además es un ejercicio de crear empatía por el otro, aunque a primera vista no sea fácil. No se trata de mirar desde un pedestal. El otro es complejo y al aproximarnos no sólo confirmamos que de cerca nadie es normal sino que en verdad tampoco somos tan distintos.