Este discurso fue pronunciado por el maestro Javier Darío Restrepo durante el seminario Periodismo para el Juego Limpio, realizado por el programa Anti-dopaje de Coldeportes, oficina del gobierno colombiano para el derecho al deporte; y Acord, la Asociación Colombiana de Periodistas y Locutores Deportivos de Bogotá.
“El juego limpio en el periodismo de alto rendimiento en todas las especialidades, está en el camino de la excelencia periodística”, afirma aquí el director de nuestro Consultorio Ético añadiendo que “El dopaje del periodismo deportivo que le impide alcanzar su deber ser, es su vocación excluyente de hacerlo todo por el dinero como fin”.
El presente texto, expuesto el pasado 17 de noviembre de 2016, tiene un gran valor en el contexto de la obra del maestro Javier Darío, pues es una de las pocas reflexiones que se le conocen dedicada enteramente a la importancia de la ética en la prensa deportiva.
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Cuando me hablaron por primera vez de la posibilidad de este encuentro con ustedes para hablar de la ética de la redacción deportiva la imagen apareció espontánea y contundente.
En las Olimpíadas de 2009, recuerdo a la atleta rusa Yelena Isinbáyeva que curvaba la pértiga en un impulso hacia el alto tope donde se señalaba el máximo nivel alcanzado en olimpíadas anteriores; en las pantallas aparecía la cifra contundente, como un reto. Los espectadores no sabíamos qué pasaría, ¿sobrepasaría ese tope? ¿Lograría llegar a la altura que nadie había llegado? Las preguntas se interrumpieron, el mundo deportivo había quedado en vilo al verla ascender, sobrepasar la barrera, llegar a os cinco metros con seis y caer en la arena. Lo había logrado.
Al principio fue un silencio de pasmo, después vino el estallido: besos, abrazos, aplausos, un júbilo desbordante recorrió al mundo, no había duda alguna: esta mujer había roto una barrera, con su garrocha había alcanzado una altura como nadie antes en la historia del deporte. Todos nos sentíamos uno con ella, éramos en ese momento la humanidad que ganaba su más alta meta.
He reconstruido ese momento porque es la experiencia humana que más vivamente representa la naturaleza de la ética.
Sé que lo más común es el pensamiento de que la ética consiste en ese proceso de norma dictada, norma recopilada en un código y norma cumplida o incumplida; por eso lo común es hablar de ética como obediencia a un código de la misma naturaleza de un código de tránsito o del reglamento que los árbitros aplican a los jugadores en una cancha.
Pero, amigos, la ética es mucho más que eso. Es un impulso como el que llevó a la deportista rusa a la altura, donde se rompió un record. Y todos saben que estamos a la espera de que alguien supere ese salto, porque creemos en ese impulso.
Caterine Ibargüen, la gran Caterine, ha acumulado medallas, pero no está satisfecha porque sabe que su salto largo puede ser más largo. Esta insatisfacción, esta creciente exigencia es lo propio y esencial de la ética, que es ese impulso interior que todos llevamos desde nuestro nacimiento para ser hoy mejores que ayer y mañana mejores que hoy.
Eso es la ética, un impulso a la excelencia, hecho de humildad y de insatisfacción.
Digo que de humildad porque los campeones verdaderos siempre saben que es posible ir más allá, volar más alto, alcanzar una mayor perfección. Por eso ustedes ven a estos campeones de raza convencidos de que no es para tanto, de que hay que trabajar más, de que todo es relativo; ellos son algo muy distinto de esos vencedores absolutos que contemplan al mundo y a sus competidores en un nivel inferior al suyo porque están convencidos de que su victoria es lo máximo y lo que otros nunca alcanzarán. Esto los gradúa de vanos y mediocres porque la superioridad no es un absoluto, es un hacerse que nunca termina.
Toda esta carreta inicial, amigos, busca hacerles entender que la ética es un no rotundo a lo mediocre y a la resignación, y una apuesta de por vida a la autosuperación en todos los órdenes.
Planteado así nuestro tema, afrontemos la pregunta principal: ¿en qué consiste la excelencia del periodismo deportivo?
Ese calificativo de excelencia no viene de afuera; quiero decir que ni los premios, ni la palmadita en el hombro que nos dan editores, directores o colegas conforman la excelencia. Esas apenas si son apreciaciones empíricas que intentan aproximarse a una realidad que solo puede ser vista y calificada desde el interior de cada persona. Uno es excelente cuando tiene la certeza de que le ha dado un SI a la propia naturaleza.
Sé que acabo de formular una insoportable abstracción que no resuelve nada. Por eso, permítanme retomar el término naturaleza que, según los diccionarios, es lo que uno trae puesto al nacer.
Todos nacemos con ese impulso a ser mejores. Es, pues, contrario a la naturaleza quedarse como uno es; obedecer a ese impulso de querer ser mejor contraría esa vocación a la resignación con lo que uno es; sigue ese impulso quien no se resigna, quien cree que toda realidad puede ser mejorada, quien siempre busca su deber ser.
Como ustedes pueden concluir la ética hace de las personas unos seres insatisfechos y convencidos de que lo real nunca es perfecto porque toda realidad debe ser mejorada, y esto a partir de la propia realidad personal.
Comienza su día con una posición ética quien, como punto de partida de su rutina inicial hace una autocrítica de su trabajo del día anterior. ¿Qué faltó en ese trabajo? ¿En qué acertó? ¿Qué puede hacer mejores esos aciertos? Son preguntas que parten de un supuesto: soy débil y falible y esa doble huella negativa es la que aparece en lo que hago y debo detectarla para hacerla desaparecer. En efecto, la autocrítica supone el ejercicio de la humildad, esa verdad de lo que somos.
La autocrítica activa nuestra voluntad de ser mejores porque pone en evidencia fallas y errores que deben ser conocidos y reconocidos cuando uno quiere mejorar, puesto que señalan el punto por donde debe comenzar la reconstrucción.
Un programa informativo, un periodista que hacen esa autocrítica están en el camino correcto hacia la excelencia; quien nunca lo hace, al desconocer sus fallas y errores y solo ver sus logros, se estanca en la autosatisfacción. Sí, en esas condiciones solo es posible el estancamiento, que es la situación vecina de la corrupción.
El camino a la excelencia del periodista pasa, en primer lugar, por el compromiso con la verdad. No los voy a abrumar con citas de códigos éticos en cuyos articulados figura ese compromiso como deber fundamental. De la lectura de los códigos resulta, sí, que todos ellos coinciden en señalar este compromiso como esencial a la tarea del periodista.
¿Por qué la verdad y no otros valores como la justicia, la tolerancia, la solidaridad? La justicia es el valor que define a jueces y abogados, el cuidado de la salud es la característica de médicos y enfermeros, de la misma manera el compromiso con la verdad es lo que singulariza al periodista, hecho para servir a la inteligencia de los receptores de su información.
Al hacer esta afirmación estoy incluyendo otra: como periodista estoy sirviendo con la información, no con el entretenimiento porque los periodistas estamos para informar a todos no para entretener.
Esto nos está poniendo frente a un problema que proponemos así: ¿el deporte qué es al fin: un entretenimiento o una información? ¿Es una actividad para la inteligencia o es simple pasatiempo? ¿Cuál es la verdadera naturaleza de lo deportivo?
Las reflexiones iniciales sobre aquel deslumbrante salto con garrocha que echó abajo un record mundial, no era un asunto de entretenimiento, como pudieron darse cuenta; era más que eso; de la misma manera podemos examinar la actividad de otros campeones; o la que desempeñan los profesionales del fútbol, o de otras actividades deportivas:¿ la de ellos es solo entretenimiento? Cuando los tenemos delante y observamos su vida dedicada por entero a la actividad deportiva podemos entender que, para ellos, no es un simple entretenimiento; para ellos es su vida, una vida dedicada a poner en evidencia una posibilidad humana.
Si ustedes me urgen el deportista también pone al descubierto la dimensión lúdica de la vida, esa que escapa al imperativo utilitario o simplemente racional y propicia el encuentro, alrededor de una cancha, de unos humanos que, a cielo abierto, conviven, se alegran, se sorprenden y viven la fiesta. Esto es lo que puede estimular y poner en evidencia un periodista deportivo, capaz de superar la visión facilista del deporte como entretenimiento.
Es pues muy distinta la visión del deporte y de su verdad, según se lo mire como solo entretenimiento o como actividad de una humanidad que busca su ser posible.
Llegué a estas consideraciones como aplicación del primer camino a la excelencia del ser periodista.
Otras consideraciones sobre el mismo asunto serían, por ejemplo, las que tienen que ver con el carácter provisional de las verdades del periodista. Esa provisionalidad implica el deber de buscar siempre la verdad, y como una obligación impuesta por la humildad y por la convicción de que no hay verdades absolutas.
La verdad absoluta, el dogma, las últimas palabras entrañan dos peligros: cuando alguien apuesta a una verdad definitiva deja de buscar, y se refugia en la arrogante posición de los poseedores de verdades inmodificables; el otro peligro es que con las verdades absolutas crece el peligro de la violencia.
Para las barras bravas esa verdad es la del equipo que los fanatiza, fuera de esa verdad no hay salvación y la lógica brutal a que se acogen indica que ninguna otra verdad es aceptable y que esas inaceptables verdades deben ser destruidas.
Agréguenle ustedes esta otra consideración basada en la idea de que los partidarios de las verdades absolutas suelen considerarse los buenos, los mejores que, su vez, miran a los otros como los equivocados y los malos. Una curiosa lógica indica que el mal y la equivocación deben desaparecer y que esa es la tarea de los buenos, o sea los que poseen las verdades absolutas. Al pensarlo creo estar cerca de lo que ocurre en la mente de las barras bravas.
La Responsabilidad
Hay otra expresión del deber ser del periodista deportivo y de todo periodista: su responsabilidad ante la sociedad.
Déjenme ser obvio: el periodista no tiene por qué responderle al gobierno, ni al director o dueño del medio, mucho menos a las autoridades deportivas. Entonces, ¿a quién debe responderle?
Quiero ser claro: el único amo que un periodista reconoce es el receptor de su información. Y a través de él sirve a toda la sociedad.
Al reconocer ese amo, el periodista tiene claro que no es para responder a sus caprichos, sino para ayudarle a ser mejor. Una lúcida autora me enseñó, y lo comparto con ustedes, que un buen periódico (agrego, una buena información) es la que una vez leída hace que el lector se sienta una mejor persona.
La respuesta al receptor es, pues, la de contenidos informativos que hacen de los receptores unas mejores personas. Es la forma concisa en que se expresa que debemos responder a los receptores bajo la clara convicción de que al informar manejamos un poder grande, para bien o para mal, y de que somos responsables del bien o del mal que se sigan de nuestra información; a lo que se debe agregar que el mal hecho con la información nunca se repara totalmente.
Y si tenemos el deber de responder a toda la sociedad es porque manejamos un bien público (eso es la información de la cual nadie es dueño porque es un bien de todos) y esto nos convierte en servidores públicos.
Unos peculiares servidores públicos. No tenemos el rango de funcionarios, ni entramos en su estructura jerárquica, ni en su escala salarial, pero como ellos y a veces más que ellos hacemos nuestro el bien público, nos convertimos en sus defensores, promovemos las actividades que tienen que ver con el bien público: en elecciones es nuestra la causa de la pureza del sufragio. Entre las múltiples tareas que nos ocupan el potencial educativo de las noticias nos concierne para activarlo, porque es nuestra responsabilidad.
Es esta, como se ve, una consecuencia de ese manejo de un bien público que es la información.
Aunque trabajamos desde empresas privadas, lo cierto es que ejercemos una función pública y respondemos ante toda la sociedad. Cambian la actitud y los conceptos profesionales cuando se llega a la idea de que el periodismo que ejercemos no está al servicio de un grupo, de una empresa o de un gobierno sino al servicio de toda la sociedad. Se eleva su categoría y se hacen más ambiciosas sus miras.
La independencia
Debo agregar otro valor, necesario para completar el perfil del periodista, sea deportivo o de cualquiera otra especialidad; me refiero a la independencia..
La excelencia profesional está ligada a la independencia personal. Nunca un periodista dependiente, del dinero, de los poderosos, de su imagen, de sus intereses, de sus miedos, podrá llegar a ser excelente.
La excelencia personal y profesional comienza a construirse cuando se han roto todas las dependencias. Puede ser útil mencionar las dependencias que estrechan hasta borrarlo, el camino que conduce a la excelencia profesional.
Está la dependencia del poder. Ese sometimiento por convicción, o por temer a cualquiera de las formas del poder, sea poder gubernamental, o poder económico, o poder religioso o armado. Diré algo grave: todos estos poderes tienen la capacidad de cerrar los caminos hacia la excelencia.
El más conocido es el poder económico. En forma dramática lo expresaba Diógenes el filósofo contemporáneo de Sócrates. Para demostrar que como filósofo había roto con todas las dependencias andaba en un barril que era su forma de ocultar su desnudez. Quien logra romper la dependencia del dinero tiene ganada gran parte de las condiciones para ser independiente.
Desde que el deporte se convirtió en negocio, se agravaron las condiciones para que el periodista deportivo sea independiente.
Limitan también la independencia los factores que estimulan el miedo o los que van ligados a los intereses personales o a los de grupos o instituciones
¿Por qué este carácter de indispensable que tiene la independencia?
Debo afirmar que la independencia allana el camino para llegar a la verdad. Cuando desaparece la independencia y aparecen las dependencias es imposible llegar a la verdad. Encontrarla se vuelve una misión imposible.
Hay que agregar que, aun teniendo la verdad de algo, el periodista dependiente carece de credibilidad; ¿y de qué valdría disponer de la verdad más exclusiva y trascendente, si nadie la va a creer?
La relación del periodista con la verdad y su función de servidor de la sociedad a través de la información desaparecen cuando está cuestionada la independencia del periodista. Tan delicada es esta relación que se puede afirmar que la credibilidad del periodista, lo mismo que su ejercicio profesional dependen de esa independencia.
Las dudas sobre esa independencia configuran la crisis que atraviesa hoy el periodismo colombiano. A partir de los negocios que se atribuyen a conocidos periodistas con importantes empresas, de petróleos, de distribución de marcas de autos, agencias de publicidad y poderosas firmas comerciales con las que se intercambian favores, se ha difundido la idea de que detrás de informaciones de interés es posible detectar la presencia de alguien que paga. Cuando esta sospecha se generaliza la credibilidad del gremio periodístico está severamente comprometida. El receptor de informaciones encuentra intolerable que la información pública obedezca a la lógica perversa e innoble de los mercenarios.
Lectores, oyentes o televidentes nos quieren independientes porque así pueden creernos.
En una clase de periodismo resultó inolvidable la lección de un viejo periodista de comienzos del siglo XX, William Allan White cuando describió las que en ese momento eran las dos formas de hacer periodismo en Estados Unidos. Decía el respetado director de periódico y profesor:
Ustedes afrontan la elección entre dos tipos de periodismo. Por un lado el periodismo que no acepta obligaciones con la sociedad, ni tiene escrúpulos morales porque solo aspira a ganar dinero. La gente ávida de dinero que solo se dedica a hacer negocios ha producido una clase de periódicos que son una clase de extorsión matizada aquí y allá por la mendicidad y que no son más respetables que cualquier clase de prostitución. Ese tipo de diarios atrae a un tipo de lectores de baja condición, a los débiles mentales que nada aprenden y lo olvidan todo, que razonan exclusivamente con sus emociones y aceptan sin dudas todo lo que se les presente en términos sensacionales. Este negocio es muy lucrativo y completamente perverso. Para pertenecer a esa profesión que solo se interesa en hacer dinero se debe poseer cierta sicología especial: la que nace de un absoluto descreimiento de todo. Cada fase de esta clase de periodismo requiere del engaño en todas sus formas. Si ustedes quieren obtener un éxito rápido y fugaz dedíquense a esa clase de periodismo.
La otra clase de periodismo se ocupa simplemente de ofrecer noticias, interpretándolas con veracidad, sin miedo ni favoritismos para con partido, facción o clase alguna. Esta es una tarea ardua, requiere inteligencia, exige un sentido moral y, sobre todo, un valor moral. Una y otra vez tendrán ustedes que arriesgar su dinero, dejar que se lo lleve el competidor, pero conquistarán la estima del grupo más sensato y decente de su comunidad.
Son, pues, las vías por las que se llega a la excelencia profesional. Vuelvo a la imagen inicial de la atleta Yelena Isinbáyeva, que con su vuelo rompió un record mundial. Es un símbolo de ese impulso interior hacia la excelencia. Es el mismo impulso que gobierna lo mejor de la vida personal y profesional del periodista. Obedecer a ese impulso es lo que hace del periodista un profesional ético.
Decía Aristóteles que la ética es la obediencia a la naturaleza, y está en la naturaleza humana ese impulso constante que no lo deja conformarse con lo mediocre, que lo mantiene en trance de superación y que, como a los atletas, le crea el mandato diario de entrenar para ser el mejor.