La creciente tensión entre el afán informativo y la cada vez más necesaria verificación de hechos quedó de manifiesto con el caso de la diseñadora gráfica Geraldine Fernández, quien le mintió a varios medios colombianos sobre su trabajo como animadora de El niño y la garza, la nueva película de Studio Ghibli.
El 18 de enero, tres días después de que la historia ―y la refutación de la misma― estallara en los medios y se volviera viral en redes, Fernández emitió un comunicado en el que admite que no participó en la creación de la película dirigida por Hayao Miyazaki, uno de los fundadores de Studio Ghibli.
"Fue un mal ejercicio que reconozco y del cual me arrepiento. Mi admiración por la técnica de ilustración y mi profesión como diseñadora me llevaron a comentar en círculos cerrados sobre mi supuesto trabajo como ilustradora de algunas escenas. Hasta ese punto, reconozco mi error", escribió.
La historia comenzó a circular en los medios de comunicación con una publicación de Infobae el 10 de enero, después de que la película ganara el Globo de Oro a la Mejor Película Animada. Esta noticia resaltó el hecho histórico de que una colombiana hubiera tenido una importante participación en la realización de la película. Pero la relevancia de la noticia aumentó cinco días después tras entrevistas de Fernández en medios generalistas colombianos como El Tiempo y El Heraldo, así como un video en la cuenta de X de la diseñadora, producido por el equipo de comunicaciones de la empresa donde labora en Barranquilla. Este último se viralizó entre fanáticos del anime y profesionales de la animación de todo el mundo que señalaron algunas inconsistencias evidentes en su historia.
Tanto en el video como en las entrevistas con medios, streamers e incluso en una intervención en una universidad meses antes del escándalo, Fernández repitió afirmaciones como haber sido contactada directamente por Studio Ghibli para trabajar con ellos sin tener experiencia previa en animación, haber producido 25.000 cuadros para El niño y la garza de su propia mano y haberse reunido en tres ocasiones con Miyazaki, quien la apodó 'La colombiana', sin proporcionar evidencia alguna de ello.
Los medios no corroboraron la versión de Fernández hasta que usuarios en redes sociales descubrieron que su nombre no figuraba en los créditos de la película, pese a la magnitud de su supuesta participación. Una de sus afirmaciones más inverosímiles —atribuirse la animación completa de los primeros 15 minutos de la película, que contienen una de sus escenas más destacadas según la crítica— fue desmentida por medios especializados internacionales como Inverse, que informó que la escena fue realizada en realidad por el animador Shinya Ohira, conocido por su trabajo en El viaje de Chihiro. Además, Cartoon Brew contactó a la distribuidora de Ghibli en Estados Unidos, GKIDS, quien confirmó que Fernández no participó en ningún aspecto de la película.
La noche del 15 de enero, tanto El Tiempo como El Heraldo emitieron retractaciones, mientras que Infobae se limitó a editar la nota original para reflejar los nuevos descubrimientos.
A pesar de reconocer sus mentiras, Fernández culpó a los medios de comunicación por creer en sus afirmaciones y publicarlas sin verificar. "Esta experiencia afectaría a cualquier persona. No soy ajena a esta situación, máxime cuando los medios de comunicación considerados el cuarto poder no actuaron con la rigurosidad de verificar las fuentes, y aunado al hecho de que esta ola me tomó por sorpresa, no tuve la madurez necesaria de retractarme y tuve que seguir con la versión de haber participado en dicha cinta", afirmó.
Este incidente ha puesto sobre la mesa un interesante debate sobre en quién recae la responsabilidad cuando hechos de desinformación se viralizan con la bendición del periodismo: ¿es en la fuente por mentir? ¿En el periodista por creer ciegamente? ¿En el editor y el medio por no exigir un proceso de verificación más riguroso?
Aunque la respuesta no esté tan clara, es cierto que este caso ha hecho evidente la urgente necesidad que tiene el periodismo de ser autocrítico con su trabajo, su modelo laboral y sus procesos de reportería. Por eso, en la Red Ética consultamos a cinco editores de medios, quienes nos dieron su opinión sobre los desafíos que enfrenta el periodismo digital, la necesidad de cambios en los procesos de verificación editorial y las preocupaciones en la formación de nuevos periodistas.
Velocidad vs. Veracidad
El caso de Fernández demuestra que uno de los desafíos más prominentes en el periodismo actual es el equilibrio entre la rapidez para publicar y la rigurosidad en la verificación. Laura Arévalo, editora de El Magazín Cultural de El Espectador, destaca que, aunque las primicias en redes sociales son valiosas, no deben superar la importancia de una verificación meticulosa. Los periodistas no deben confiar ciegamente en las fuentes y la verificación de los hechos es fundamental, independientemente del área temática.
María Fitzgerald, editora de investigación en Volcánicas, va más allá y señala que el modelo actual de periodismo pone en jaque el buen ejercicio del oficio, pues la urgente necesidad de vistas no permite que muchos periodistas se tomen el tiempo necesario para hacer una correcta verificación y contraste de información. Esto, afirma, ha llevado a una sobrevaloración de la rapidez sobre la calidad, un modelo que exige una revisión urgente y crítica.
Formación periodística y políticas de verificación editorial
Los editores consultados para esta nota concuerdan en la necesidad de un cambio tanto en la formación de periodistas como en las políticas editoriales de verificación de los medios. Arévalo aboga por fomentar una curiosidad que profundice en el entendimiento y la coherencia de las historias, mientras que Fitzgerald insiste en la urgencia de replantear la ética periodística y el contraste de fuentes en la educación de los periodistas.
Yolanda Ruiz, corresponsable del Consultorio Ético, recalca que la duda y la verificación son fundamentales, “las fuentes mienten o distorsionan con frecuencia y siempre ha sido así” dice, por eso insiste en que los procesos formativos deben reforzar las bases del periodismo: confirmación, verificación, contraste de fuentes y rigurosidad, y que las salas de redacción con periodistas experimentados tampoco pueden perder de vista este proceso durante su labor, entendiendo además que al periodismo “también le cabe la crítica y la autocrítica”.
Jamie Lang, editor jefe de Cartoon Brew, un medio especializado en el cubrimiento de animación, también señala la necesidad de un escepticismo saludable entre los periodistas “en la era de las noticias 24/7, errores como el caso Fernández son raros pero destacados y es indudable que un enfoque más escéptico podría haberlo evitado”, y al igual de Ruiz invita a que la formación de nuevos periodistas no pierda nunca de vista la importancia de la duda.
Por su parte, Juan Esteban Lewin, redactor jefe de El País América resalta la importancia de entender la relación entre los medios tradicionales y las redes sociales en la formación periodística, así como en las lógicas editoriales.
Métricas y viralidad
Un tema recurrente en las reflexiones de los editores es la presión de las métricas en las salas de redacción. Lewin destaca la presión única que enfrentan los periodistas debido a las dinámicas de las redes sociales, pues la necesidad de responder rápidamente plantea retos significativos para los medios tradicionales y sugiere, además, que mientras los medios sigan compitiendo con las redes sociales por la atención, será difícil evitar errores y distorsiones de la verdad. Por lo que propone que los medios deben resaltar su diferencia en ser fuentes confiables y verificar la información, para así superar los desafíos impuestos por la cultura de rapidez y viralidad.
Ruiz y Fitzgerald coinciden en que la búsqueda de viralidad sobre la verdad es perjudicial tanto para el periodismo como para la sociedad. Este enfoque en las vistas y la viralidad además puede eclipsar la importancia de la investigación profunda y la verificación juiciosa.
7 lecciones para el futuro
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El caso Fernández abre la puerta para evidenciar, discutir y hacerle frente a casos de desinformación más graves que suelen pasar desapercibidos, y esta es una tarea que debe asumir el periodismo y no la audiencia.
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Enfocar la labor periodística en la rapidez de la primicia y la viralidad puede llevar a una disminución en la calidad del periodismo y en su capacidad para servir al público eficazmente.
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El periodismo tiene el deber de ser escéptico. Al hacerlo, no solo se preserva la integridad de la profesión, sino que también se protege a la sociedad de los efectos de la desinformación.
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Si bien la forma en que ejercemos el periodismo debe adaptarse y evolucionar para enfrentar los desafíos de la era digital y mantener su rol esencial como garante de la democracia, esto no puede hacerse a costa de la verdad y tampoco a los ritmos inmediatos de las redes sociales.
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El caso Fernández no es un error aislado: es un síntoma de un problema mayor en el periodismo contemporáneo, y demuestra una desconexión entre los principios éticos del periodismo y la práctica del oficio.
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Este incidente es un llamado de atención para que los medios y los periodistas reafirmemos nuestro compromiso con la verdad, la rigurosidad y la responsabilidad social.
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Estamos ante una oportunidad para que el periodismo haga una autocrítica profunda y se reoriente hacia un enfoque más ético y responsable en su ejercicio.