Aún lo recuerdo en la sala de redacción del diario El Mundo de Medellín, delante de los cerca de treinta periodistas que conformábamos en ese momento, comienzos de 1982, el equipo de trabajo. Con marcador en mano corregía los titulares de la edición de ese día, hacía anotaciones en los pie de fotos, controvertía el enfoque y la redacción de algunos de los informes y entrevistas.
Aún sin haberse ganado el Nobel, todos le profesábamos admiración y respeto. Era, fue y seguirá siendo por siempre el Maestro. Con una condición, sus observaciones las hacía con cariño, con sencillez, de manera directa y clara, casi que elemental, como tiene que ser. Sus dos sesiones de trabajo fueron generosas en conocimientos, casi que paternales.
Dos convicciones y principios que lo obsesionaban casi que hasta el tormento: la Ética periodística, si, así, con mayúscula; y el rigor, que, en la práctica, es la base de la Ética.
La Ética, si, así, con mayúscula, y el rigor, no sólo fueron tema de fondo de sus dos talleres, sino de muchas de sus varias charlas de trabajo previas a la posibilidad de fundar “El Otro” ( el diario que no pudo ver la luz debido, paradójicamente, al Nobel de Literatura, pero ésta es otra historia), y en varias entrevistas para Caracol Radio y Caracol Televisión. Hasta el punto de decir en una de ellas que si bien era verdad que ni la violencia, ni la corrupción, ni el narcotráfico habían podido acabar con Colombia, lo que si la amenazaba seriamente con destruirla eran la falta de Ética periodística y la carencia de rigor de los medios y periodistas.
Gabo perdurará por Siempre, su obra es un legado maravilloso de Ética y rigor, de buen periodismo y brillante literatura universal.