El director del diario El Espectador, Fidel Cano, fue el encargado de la primera intervención en el XI Encuentro de Directores y Editores de Medios Colombianos, organizado por la FNPI, el PNUD y el Grupo SURA.
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En el discurso, Fidel resaltó la importancia del legado de Guillermo Cano a propósito del Día Mundial de la Libertad de Prensa declarado por la UNESCO, que también entrega hoy el premio de periodismo que lleva su nombre, y evocó algunas de sus columnas relacionadas con el papel del periodismo como facilitador de los procesos de paz.
Aquí el discurso:
Bueno, qué tal la pruebita que me han puesto. Tratar de adivinar qué estaría haciendo hoy Guillermo Cano, como si esa no fuera una duda omnipresente cada día y ante cada decisión en el periòdico desde que a alguien se le ocurrió que yo podía ocupar su sitio en la dirección de El Espectador.
Pero, claro, cómo me iba a negar a que hoy, en pleno Día Mundial de la Libertad de Prensa, y aterrados como estamos por el atentado contra Ricardo Calderón, pudiéramos recordarlo aquí entre amigos. Y bueno, además porque ¿alguien este mundo ha logrado decirle que no a alguna propuesta de Jaime Abello?
Me gustaría venir y decirles que Guillermo Cano lo estaría haciendo tal como lo estamos haciendo, porque eso es lo que uno trata de hacer, ser coherente con su legado y, si mucho, adaptarlo a las nuevas realidades.
Pero no siempre estoy seguro de que lo estuviera haciendo igual.
Lo pienso, por ejemplo, cuando somos tan abiertos a escuchar a los bandidos, a los violentos. Y sí, yo sé que tratamos de hacer las preguntas correctas, y las contrapreguntas necesarias, pero el hecho mismo de dar protagonismo y a veces demasiada credibilidad a quienes finalmente se han ganado esa voz por cuenta de sus barbaridades es algo en lo que vería a un Guillermo Cano mucho más activo, mucho menos confiado en el aporte de esas entrevistas a la historia, a la nación, a la verdad verdadera.
Y no creo que esa distancia fuera a consecuencia de una defensa ciega de las instituciones, que es la excusa de la que se aferran para regañarnos tanto hoy en día cuando hacemos ese tipo de publicaciones. No creo en eso, ni creo que violente la memoria de Guillermo Cano –todo lo contrario—si digo que a las instituciones no se les protege guardando o evitando ciertas informaciones, todo lo contrario.
Mi sospecha de que Guillermo Cano sería mucho más cauteloso se basa en algo más profundo. Porque, leyéndolo y viendo sus periódicos de esas viejas épocas de cuando en cuando, siento que hubo un tiempo en que era posible en Colombia distinguir con cierta confianza entre las buenas intenciones y las malas, entre los buenos propósitos y el interés personal, entre los buenos y lo malos, con sus grises, claro está, no con maniqueísmos simplistas, pero esas distinciones eran posibles.
Hoy, en cambio, siento lo contrario, siento que es difícil confiar y, más que eso, arriesgarse a hacer esas distinciones de antaño. Y me pregunto qué tanto es el país el que ha cambiado o qué tanto ha sido el periodismo el que poco a poco ha olvidado poner las cosas y a las gentes en su sitio y en su altura, y no esa aparente igualación por lo bajo en que siento que estamos.
Y si es el país el que se ha deteriorado hasta ese punto, me pregunto también si alguna responsabilidad hemos tenido los medios para que ya no se pueda distinguir. Yo no sé si haya retorno, seguramente que lo hay, y pienso que esa prudente distancia frente a los bandidos que siento que sabía tener Guillermo Cano podría darnos algunas luces sobre cómo hacerlo.
Hemos venido hoy aquí a reflexionar, a continuar en nuestras reflexiones compartidas porque no será hoy que comencemos, sobre el cubrimiento del proceso de paz en curso. Y vaya si Guillermo Cano se la jugó por la paz, por intentar las vías de la negociación. Y puede que no esté hoy frente a este proceso ni haya tenido que vivir los que lo antecedieron y fracasaron, pero igual en su momento, en el proceso que adelantó, valientemente también, Belisario Betancur, Guillermo Cano puso a su periódico a trabajar por ese proceso.
No ocultando información, todo lo contrario, muchas veces enfrentado a esa institucionalidad mal entendida, siendo crítico del Estado y sus desvíos, pero firme en ese “¿por qué no ensayar la paz?” que propuso en alguna de sus Libretas de Apuntes.
Llego aquí, tratando de cumplir esta difícil tarea que me ha puesto Jaime, y entiendo la futilidad de mi esfuerzo. Leo algunos de sus escritos y me lamento de saber que nunca podría ser tan certero y claro como él. Y no para ese su momento, para el actual también. Por eso prefiero detener aquí mis inútiles elucubraciones y declarme vencido ante sus palabras. Sé que la mayor claridad sobre lo que estaría haciendo hoy Guillermo Cano está ahí, vivo, en sus textos.
Para terminar este pequeño homenaje y ahora sí esta cátedra déjenme entonces simplemente rescatar un par de párrafos y apartes escogidos muy al azar sobre estos temas que, para mí, dejan clarísimo lo que Don Guiller estaría hoy escribiendo alrededor del proceso de paz, de las víctimas o de nuestra política electoral:
Por ejemplo, si hablamos de ese dilema ético entre publicarlo todo o guardar ciertos silencios que permitan “defender”, muy entre comillas, las instituciones, escribía Don Guillermo el 4 de marzo de 1979:
“Nosotros nos apartamos, seria y responsablemente, del criterio de quienes creen que es más útil a la democracia callar o disminuir sus posibles errores o desviaciones, a denunciarlos y pedir que sobre ellos se haga a tiempo, y no después cuando ya todo sea inútil, plena claridad y se corrijan. Porque con las mejores intenciones se han cometido los peores pecados. Nada, pues, sobra y en cambio sí falta mucho para alcanzar una vida institucional, democrática, liberal y justa, lo menos imperfecta posible, para que exista en realidad una diferencia notable y concreta con los demás sistemas. Si esa en apariencia pequeña diferencia no existe, ¿para qué entonces hacemos hipócritas profesiones de fe democráticas y liberales?
“Jamás saldrá de nuestras plumas una apología del delito, cométalo quien lo cometiere. No lo hemos hecho, no lo haremos. Pero por eso mismo tenemos derecho a negarnos a permanecer indiferentes o silenciosos cuando se escuchan voces, solitarias o a coro, que anuncian que algo grave ha podido o puede estar ocurriendo. Preferimos hacernos presentes de inmediato y cuantas veces sea necesario, aun a riesgo de pecar de ingenuos, si llegan a nosotros advertencias de que por ahí anda suelto en predios colombianos el lobo torturador, aunque el lobo aún no haya cobrado víctimas, o sencillamente esté disfrazado con la piel de oveja. Porque cuando el lobo torturador realmente llega y con él su manada nos puede devorar a todos, por incrédulos, por indiferentes o por cobardes, y entonces ya no habrá nada que hacer”.
Sobre la paz, sus enemigos y las incomprensiones, escribía en 1983, casi como para el expresidente Uribe:
“Nos inquieta que la erupción de las quejas y protestas ocurra precisamente en momentos en los que se adelanta la más importante acción de paz, encaminada a restablecer la tranquilidad y la coexistencia pacífica de todos los colombianos en todo el territorio nacional. Que sea ahora cuando se levanten casi simultáneamente los cohetes de lanzamiento de explosivos “torpedos” de guerra contra la paz. Decimos simultáneos, porque mientras se trabaja con dedicación y desprendimiento en la búsqueda de la pacificación de los espíritus y de los brazos, las guerrillas y la delincuencia común realizan una escalada de violencia y, de otra parte, se enjuicia con descortesía y con irrespeto a quienes se consagran a intentar construir la paz, aun a riesgo de sus vidas e indiscutiblemente en detrimento de su tranquilidad personal y profesional. Ellos también están amenazados y “boleteados” y coaccionados. Su misión de paz no les ha hecho ciertamente más segura su paz personal hoy que ayer. La quieren para mañana, para ellos y para todos. Y por eso están ahí, tan en peligro, como los ganaderos, los agricultores, los industriales o los comerciantes”.
Y sobre la participación política de los guerrilleros, antes que quedarse en ver cómo cerrarles puertas, hace un tremendo llamado de atención a los dirigentes de este lado. El 10 de marzo de 1985 escribió:
“Tenemos que reconocer que vamos de para atrás como responsables de una democracia mientras van para adelante los que tienen objetivos claros de realizar una revolución que no será pacífica sino sangrienta. Decir estas cosas levanta roncha en los que no quieren ver ni oír. Y las encuentran, desfigurando temerariamente lo que nos inspira, como apología de la subversión. Lejos de nosotros tamaño error de apreciación. Lo que sucede es que estamos viendo con ojos abiertos y alerta las realidades nacionales. Nos estamos dejando ganar de mano al no hacer, como es nuestro deber, el cambio estructural pacífico de este país, que tanto nos duele y tanto queremos. Los planes de rehabilitación no se ven en las zonas afectadas por la violencia. Marchan con una lentitud desesperante cuando marchan en alguna parte. Y crecen, en cambio, con velocidad meteórica, las urgencias insatisfechas de la mayoría de los colombianos.
La guerra represiva y sangrienta puede imponer una paz pírrica sembrada de muerte. Pero no recogeremos cosecha de frutos buenos sino seguramente tormentas peores. Hagámonos presentes donde se está pidiendo nuestra presencia, y veremos cómo le quitamos los argumentos a la subversión y le restamos las simpatías que pueda estar conquistando con sus nuevas estrategias.
Lo que no podemos seguir siendo es testigos ciegos, sordos y mudos de las angustias nacionales. Con partidos y Gobierno estáticos. Enredados en discusiones bizantinas, en maniobras de póker político, mientras a nuestro alrededor, como en los versos de Jorge Zalamea, puede estar o está creciendo la audiencia… Pero no la audiencia que queremos para esta Colombia nuestra y la de nuestros hijos y la de los hijos de nuestros hijos…”
Pero, bueno, me podría pasar el día entero recordando y asombrándome de la pertinencia y actualidad de los escritos de Don Guillermo pero tenemos grandes reflexiones y debates esperándonos. Los dejo con una última frase que publicó en septiembre de 1984:
“Hay quienes dicen que ya están hartos de que se hable tanto de paz, de tantas discusiones sobre la paz. Olvidan que apenas si estamos saliendo tímidamente de la guerra. Y que la paz es un bien inapreciable que nos hace falta muy hondamente cada vez que perdemos una vida, no importa cuál sea su estamento social. Y a perder vidas, en el campo y en las ciudades, es a lo que nos estábamos acostumbrando, a pesar de indignaciones de un día, que al siguiente se olvidan por el nuevo crimen. Necesitamos la paz para vivir civilizadamente y dejar de morir a destiempo y como salvajes”.
Fidel Cano.