A partir de una columna que escribí en este espacio sobre si dar a conocer la filiación futbolística de un periodista deportivo estaba bien o no, si revelar el amor de la niñez que nos hizo querer el fútbol se podía combinar con el ejercicio periodístico se generaron muchas lecturas, bastantes debates acerca del asunto y una ratificación sobre la labor de un comunicador que entienda que el cariño está intacto pero que deben respetar también las bases del oficio.
José Luis Rojas Torrijos escribió sobre la coyuntura (acá puede consultar su texto, titulado “Bufandismo no es periodismo”) y difícil estar más de acuerdo con la mayoría de puntos expuestos: no hay que ser amigo de las fuentes, no pida autógrafos, no vitorear en rueda de prensa y no usar la filiación revelada con efectos pirotécnicos para desatar debates taquilleros poco profundos en su esencia en los que inevitablemente se pueda perder el camino del buen juicio y de la verdad. Pero son propiedades que no son de uso exclusivo de la fuente deportiva: son principios que deben regir en cualquier cubrimiento de fuentes, la política una de ellas.
El bufandismo, entendido como tal como el catalogado en muchos lugares como periodismo partidario -una definición que no deja de ser extraña y contradictoria porque el periodismo no debe tomar partido sino contar los hechos-, puede generar un reverbero de pasiones que estén ajenas al ejercicio natural del periodismo. Es decir, estamos de acuerdo en lo fundamental, pero tampoco se puede limitar solamente a lo deportivo. Son mandamientos que deben respetarse en cualquier cubrimiento sin importar la fuente.
Esos ítems expuestos en mi anterior columna hacen parte del armazón del periodista para construir de manera óptima su propia credibilidad. De ese ejercicio se desprende ese bien preciado. Por eso no hay inconveniente si respetando estos preceptos se cuenta la filiación futbolística porque, como lo expuse en la anterior columna, se hace un ejercicio de sinceridad y no se hace de algo natural, un propio espectáculo digno de tapar y esconder a toda costa. Ese secreto a voces se convertirá en un juego de especulaciones que en ocasiones termina afectando también la credibilidad del periodista ante cada información que pueda exponer.
Por eso hay que volver a la nuez: el peor error que puede cometer un periodista deportivo es embriagarse con el elixir de su propia verdad. O mejor, creer que su propia verdad es la verdad absoluta, cosa habitual en un lugar en el que el apasionamiento está siempre a la vuelta de la esquina riéndose de nosotros y esperando para dar la zancadilla.
Contar la filiación futbolística no es pecado ni tampoco es algo que no se pueda mezclar con el ejercicio si se hace de forma responsable. Sentir cariño por un equipo de fútbol no nos hace a aquellos que tomamos la decisión una especie de leprosos (con excepción de aquellos que sienten simpatía por Newell´s Old Boys de Rosario).
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