Juan reunió a sus amigos en el arroyo y les contó un secreto: estaba enamorado. La Chica, una niña de 12 años que todavía jugaba a las escondidas, a la ronda y a reconde conde la sortija, le había dicho que él también le gustaba pero que no quería casarse con nadie, ni siquiera pensaba en esas cosas. ¿Y cuál es el problema?, le preguntaron a Juan sus amigos. Él se quedó callado. Por un momento, incluso, se sintió tonto y se arrepintió de haber dicho lo que había dicho. Quedaron en jalársela esa misma tarde.
Juan y sus amigos ya trabajaban en la Casa Cultural de San Basilio de Palenque, un pueblo de 4.000 habitantes a 50 kilómetros de Cartagena, Colombia, en las faldas de los Montes de María, haciendo películas documentales y programas de radio sobre la comunidad. El tema de estas producciones es siempre el mismo: los jóvenes buscan a las personas más viejas del lugar y les piden historias sobre el pasado. Para que no se pierdan nuestras costumbres, dice Juan, que además ha creado un archivo con todo este material, una especie de memoria colectiva del pueblo.
La Chica estaba en su casa, una choza de cemento de una sola planta, como todas las casas de San Basilio. Los amigos de Juan fueron a buscarla, le dijeron que los acompañara a la Casa Cultural para conversar de una nueva película que querían hacer con ella, y La Chica se creyó esa mentira. Cruzaron La Plaza y siguieron por estas calles en las que crecen las plantas y la basura. Juan los estaba esperando más allá, en otra casa, y dice que vio todo desde adentro, pegado al filo de la ventana: agarraron a La Chica, como que la abrazaron entre todos, la levantaron del piso y la metieron ahí donde estaba él. ¡Jalamiento!, gritaron. Y después, cuando La Chica ya estaba encerrada con Juan en esa casa, gritaron, ¡salimiento!, ¡una mujer se ha salido! En este pueblo eso es suficiente para que dos personas que apenas se conocen, que quizás han conversado un par de veces pero jamás se han puesto la mano, se conviertan en marido y mujer.
El padre de Juan y el padre de La Chica se encontraron al día siguiente y dijeron que eso era un matrimonio. Las chicas en ese tiempo no decían nada porque era un respeto a tu papá, a la autoridad que él tenía, cuenta Juan desde ahora, mirando hacia su propio pasado con una sonrisa, como quien recuerda una travesura que confeccionó de niño. Después de cerrar el trato, el padre de Juan habló con su hijo. Yo me saqué dos mujeres y nunca me enamoré, le dijo. Y siguió. Yo me levanté muy temprano, muy temprano, me fui a la casa de ella y me asenté en la puerta. Cuando se paró la comunidad me vio ahí. El papá abrió la puerta y me preguntó, ¿cuál de mis hijas te gusta? Si yo decía ésta, el papá decía bueno, mija, recoge y te vas, para no estar poniendo tanto cebo, porque este va a seguir jodiendo y jodiendo y jodiendo. El padre de Juan terminó su historia ahí. Juan lo escuchó, pero ya sabemos cómo funciona: nada se aprende en piel ajena. Nuestros padres nos dicen no toques eso, te vas a quemar, y nosotros nos quemamos. No te trepes a ese árbol, te vas a caer, y nosotros nos caemos.
Yo tuve una mujer que tenía 12 años, yo la tuve, en mi juventud, y si demoré un mes con ella fue mucho, dice Juan. Su acento, campesino y mulato, empuja la historia con el ritmo de una leyenda ancestral. Juan le dijo cosas bonitas, cositas, que le gustaban mucho sus ojos. Y también le dijo lo que quieras hacer lo vas a hacer para mí. Pero La Chica no hizo nada, pasó un mes encerrada en la casa porque le daba vergüenza salir a la calle, no dejó que la vieran, no habló ni con sus amigas ni con sus hermanas ni con su mamá. Ni siquiera habló con Juan. Él le ofrecía sus palabras pero ella no contestaba, se quedaba muda y como guardada dentro de su cuerpo. Él se acercaba porque quería tocarla, ponerle la mano, y ella se quedaba quieta. De noche, cuando se iban a dormir, Juan la escuchaba llorar. Juan dice que La Chica no dormía y que se había puesto flaca y que mejor la devolvió antes de que se muriera. Fue hace más de diez años, él todavía no cumplía los 20.