Alejandro Fernández, el mejor nuevo cineasta chileno que usted no conoce

Alejandro Fernández, el mejor nuevo cineasta chileno que usted no conoce

Con su look de joven universitario promedio, Alejandro Fernández pasa inadvertido incluso para hasta sí mismo. -Hasta yo me desconocería-, se hecha la broma y esa manera de encarar y encararse habla de alguien de bajo perfil. Incluso con un premio tan importante como Sundance debajo del brazo.
Ernesto Garratt

Alejandro Fernández mira hacia abajo: desde la azotea del Palacio de la Embajada de España acá en Cartagena de Indias, observa a las personas que cruzan el sofocante calor caribeño en esta tarde de marzo. Este hombre de barba y lentes oscuros, también desentraña el paisaje de Cartagena, se queda pensando un momento sin decir nada, hasta que avanza dos pasos y se sienta sobre una baranda que no puede definirse de protección efectiva entre quedarse a salvo en la azotea y caer al suelo desde varios metros de altura.

-Me gusta el riesgo-, dice Alejandro Fernández, director chileno que acaba de ganar el Festival de Sundance (World Competition) con su tercer filme “Matar un hombre” y que por estos días presenta en la edición 54 del Festival de cine de Cartagena.

-Puedes escribir eso, que me gusta el riesgo-, dice riendo, escuchando sus propias palabras recién pronunciadas y en seguida hace un movimiento en falso juguetón, fingiendo una posible caída al vacío desde la baranda.

Con 39 años y un cuerpo de trabajo basado en un notorio riesgo artístico, la última película de Fernández es un tratado acerca de qué pasa dentro de la conciencia cuando se mata un hombre. Influenciado por el iraní Abbas Kiarostami, este chileno ha depurado su estilo y búsqueda cinematográfica. En 2009 debutó con “Huacho” y logró competir en la Semana de la crítica del Festival de Cannes con esta especie de  “Pulp ficción” -debido a su estructura narrativa- sobre los campesinos pobres de Chile. En 2011 dirigió “Sentados frente al fuego”, acerca de un hombre que debe lidiar con la grave enfermedad de su esposa, con peligro de muerte.

Y ahora, con “Matar un hombre” ofrece una discusión moral y estética sobre cuando te mueres por dentro cuando matas a otro.

-Si yo me muriera en la caída de seguro nadie se acordaría de mí. Nadie me conoce-, comenta manteniendo la risa en la cara, una mueca de ironía que aguanta en su expresión durante unos segundos más hasta desaparece. “Huacho”, que brilló en Cannes 2009, que costó un millón de euros, fue apenas vista en Chile por no más e 150 personas.  “Sentados frente al fuego” aún no se ha estrenado y es poco probable que así ocurra.

-Nadie me conoce. Y si me muriera acá, leerían mi pasaporte y dirían: ah se llama Alejandro Fernández y me repatriarían a México.-, ríe en voz alta este melancólico artista. -Me confundirían con Alejandro Fernández, el cantante de rancheras. Que se yo-.

Pero Alejandro Fernández no es Alejandro Fernández. Alejandro Fernández Almendras es un cineasta que sabe que un día puede estar acá arriba, como ahora: en la azotea de un Palacio, invitado, con todos los gastos pagados y con un premio fresco recién ganado en Sundance.

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La tarde sigue su curso y ahora Alejandro Fernández está en el primer piso de ese Palacio de la Embajada de España en Cartagena de Indias, en el patio principal y hay una ronda de whisky gratis en un coctel para los invitados.

-Uf, no podría tomar whisky  a esta hora, cómo lo sirven con esas cantidad de hielo.-, dice tomándose la cabeza.

Rodeado de gente de cine, directores, actores, productores, cortometrajistas, Alejandro Fernández puede llegar a intuir que es en los certámenes de cine donde sus películas tienen vida y son valoradas.

Por ejemplo, “Matar un hombre”, ha sido alabada por la crítica, gracias a su argumento sobre un buen padre y esposo, el trabajador de clase media Jorge (Daniel Candia), quien decide asesinar al delincuente El Kalule (Daniel Antivilo): el hombre que amenaza a su familia, sin que ley y el orden lo detengan.

En el sofocante calor que puede anestesiar los sentidos de Colombia, Fernández habla de la anestesia impuesta en la TV y películas de Hollywood cuando se mata a alguien. Fácil, bonito y barato. Indoloro.

-Yo quise mostrar todo lo contrario porque creo que no estamos hechos para matar a alguien y que cuando se hace se trata de crímenes muy torpes, muy poco eficientes-, dice sobre lo que se ve en la película “Matar un hombre”, con el protagonista divagando y sin saber qué hacer con un cadáver ni cómo ocultar pistas ni borrar huellas inculpatorias.

Para críticos de cine y prensa especializada que sabe, es arte.

Para una señora simple, común y corriente que asistió al Festival de cine de Miami, fue esto:

-Pero cómo puede tener un protagonista tan idiota-.

Los dichos de la señora es un tipo de reacción que no le extraña a Alejandro Fernández.

-Pude haber hecho una película mucho más convencional, probablemente hubiese sido mucho más exitosa, pero no es lo que me parece que tiene que ser.

-¿Por qué haces cine?

-Para mí hacer cine es como la escena de ‘Andrei Rublev’, de Andrei Tarkovsky,  cuando el niño le toca hacer y fundir las campanas con  plata del castillo y metales del pueblo (…) Y cuando suenan por primera vez, el niño se pone a llorar porque no sabe si va a funcionar y cuando uno hace una película es más o menos lo mismo: no sabes si va a funcionar.

Por un momento Alejandro Fernández se queda quieto, no dice nada y mira el cielo azul sobre nosotros: -El cine no es un negocio para mí. Tiene que ser arte…Y ojalá pueda seguir haciendo ese tipo de películas. Todo el tiempo estoy pensando en dejar de hacer cine e instalar una fábrica de quesos en el sur de Chile con mi tío.

El cóctel sigue ahora ya hay cervezas, Alejandro toma una,  y pasan bandejas con aperitivos: Trozos de carne, cebolla y frutas irreconocibles cocinadas o asadas o fritas. Comida Caribe.

Pero no hay quesos a la vista. No en este presente por lo menos.

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Dos días después, en la noche caribeña, los parroquianos del club nocturno Quiebra Canto mueven caderas, elaboran portentosos pasos de baile, ríen y Alejandro Fernández, desde la barra,  mira como si fuera la cámara puesta para grabar esta fiesta caribeña: en la rumba bailan la salsa porque han nacido con ella.

Nacido en Chillán, sur de Chile, zona de campo, allí la salsa no es el principal repertorio bailable. Cueca y huarachas y cumbia chilenizada abundaron para este hombre de clase media y de raíz proletaria. -Mis padres son trabajadores y mis abuelos eran obreros, personas conscientes de su clase social, anarquistas, socialistas.-, dice.

Y es esa condición y origen lo que podría diferenciarlo de alguna porción de cineastas del llamado movimiento Nuevo Cine Chileno: autores que filman y cuentan historias más individualistas y con personajes de clases más altas.

El crítico chileno Ascanio Cavallo alertó sobre esta especie de falta de reflejo social dentro del movimiento que ha llamado la atención de festivales de cine. Alejandro Fernández, cuyos protagonistas son gente de clase media o pobres, considera que el tema es más complejo.

-Sí, yo hablo de gente “más pobre” (y hace comillas con las manos) porque  conozco sus mundos-, dice. -La sencilla casa (en el campo) donde filmé “Sentados frente al fuego” es el lugar donde vivieron dos tíos míos cuando tuvieron problemas económicos. Es el tipo mundo que conozco y donde he crecido (…) Y sobre las críticas al Nuevo Cine Chileno, me parece irresponsable tomar un grupo de cinco películas, en una cinematografía que estrena 20 películas de ficción al año, y decir que eso es un muestreo representativo de lo que está ocurriendo en el cine chileno. Creo que hay diversidad y hay conexión con la realidad chilena-.

Y la realidad ahora de Alejandro Fernández sigue en la fiesta caribeña. Ritmo tiene, también es músico y trata a veces de seguir el ritmo como un esforzado obrero de la pista de baile.

Un chileno en un mar de “hombres y mujeres Caribe”.

***

Antes de ser el cineasta Alejandro Fernández, en Nueva York fue el journalist Alejandro Fernandez. Así, con su apellido sin acento porque en inglés no se acentúa. Entre 1999 y 2009 trabajó en la agencia EFE de Manhattan.

Periodista económico, exitoso, con seguro social, salud, bonos, cubría los altos y bajos de la bolsa de Wall Street. Y durante esa década entre rascacielos, no dejó de pensar en dos cosas: 1) en Chile y 2) en hacer cine en Chile.

-Cuando estudié periodismo en la Universidad de Chile, con varios compañeros de clases, entre ellos Álvaro Díaz y Peirano (hoy también convertidos en directores de cine) siempre nos juntábamos a discutir de películas.

Y a inicios de los 90 Fernández discutía con sus compañeros de clases sobre si Clint Eastwood era un talentoso fascista o qué; sobre si Eric Rohmer filmaba o no  personajes, porque muchos creían que el francés rodaba eternos diálogos interpretados por personajes; de que si John Carpeter era un genio del cine y no un hijo bastardo del cine B. Discutían de  si” hacemos cine o no”.

Ese fue el primer indicio claro de su real vocación.

Y cuando emigró a Nueva York pudo paralelamente tomar cursos de cine. -Empecé a ver mucho cine y fue en ese instante que hice click. Recuerdo que un profesor de guión me recomendó películas iraníes y descubrí a Abbas Kiarostami.

Durante sus jornadas neoyorquinas entre 2004 y 2005, Alejandro Fernández tenía claro que debía dar un giro. Un cambio. Se levantaba a las 5 de la mañana en su departamento de Brooklyn, en Green Point, barrio polaco, con un objetivo: escribir sagradamente el guión del que sería su primer largometraje, “Huacho”, siguiendo lo aprendido bajo la sobra de Kiarostami: cine contemplativo y a contracorriente de lo comercial y masivo.

Haría cine chileno con alma iraní.

Y todos los días era lo mismo: Ducha, café y a las 6 AM ya estaba escribiendo en Brooklyn sobre Chillán. Después se iba a su trabajo primermundista en Manhattan: tomaba el tren G, luego cambio al tren 7 y llegaba a su destino para reportear sobre yuppies, allí en la 42 entre 5ta y 6ta avenidas, cerca de Times Square, mientras pensaba en sus protagonistas sencillos y humildes de “Huacho”.

Alejandro Fernández escribía en su oficina de economía, pero pronto su obsesión llegó a tal punto que detrás de la pantalla con sus plantillas Excel, tenía el guión de “Huacho” y fotos de Chile y los planes para rodar.

Hasta que llegó un punto en que el journalist Alejandro Fernandez -con su apellido sin acento- tenía que ser Alejandro Fernández, el cineasta. Quería su acento de nuevo, deseaba acentuar lo correcto. Y renunció: a la seguridad y estabilidad. A Estados Unidos y al trabajo soñado.

-Fue un riesgo súper grande, pero al final es lo que quise hacer. Y fue un costo enorme en términos personales, de pareja, de todo. Pero es lo que siempre quise hacer.

Y, sobre todo, ser: Alejandro Fernández, cineasta.

***

Cuando Alejandro Fernández mira hacia abajo, desde la azotea del Palacio de la Embajada de España acá en Cartagena de Indias, y desmenuza al hormiguero de personas bajo sus ojos, susurra que le gustaría encontrarse con una persona en particular durante los días de festival.

-Sería genial ver a Abbas Kariostami-, dice sobre el director iraní, que  es invitado de honor en el cartel del certámen. -Una vez me tomé una foto de fan con él en un festival. Si hasta uso lentes oscuros como él-, bromea este cineasta que viste una polera negra, ropa deportiva y de general apariencia juvenil.

Con su look de joven universitario promedio, Alejandro Fernández pasa inadvertido incluso para hasta sí mismo. -Hasta yo me desconocería-, se hecha la broma y esa manera de encarar y encararse habla de alguien de bajo perfil. Incluso con un premio tan importante como Sundance debajo del brazo.

-Yo no me hago expectativas con nada. El premio en Sundance llegó en súper buen momento, porque me puede ayudar a concretar mis proyectos y a tener más pega. Pero puedes estar un día arriba y otro abajo-, dice.

Su película “Huacho” estuvo clasificada en “La semana de la crítica” en Cannes, aplausos y ovaciones, pero en Chile fue un fracaso. -Tuve que venderlo todo. Mi computador, mis equipos. Me quedé tres meses sin computador, sin nada donde trabajar, inmovilizado-, recuerda ahora desde la altura, otra vez.

Qué caro es acá en Cartagenas, ¿te has fijado?-, dice hablando de precios, quizás un resabio de sus días de journalist de Wall Street. -Todo el tiempo juego el loto, juego el Kino, para ver si me lo gano y tener seguridad de algo. Esto de ser cineasta no te da seguridad absolutamente de nada y a veces es súper estresante-.

Muy estresante porque incluso acá, en el relajo del Caribe, la realidad se le aparece: -Todos los fines de meses estoy pendiente de que no me corten la luz.

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