David Grossman (Jerusalén, 1954) estaba parado en el patio del hotel Santa Clara en Cartagena. Inquieto, inspeccionaba el lugar, como tratando de ubicar desesperadamente a alguien. El escritor israelí, invitado al pasado Hay Festival, llevaba en la ciudad menos de veinticuatro horas, y mientras Vargas Llosa, Julian Barnes y Hertha Müller estaban ocupados lidiando con la prensa y firmando autógrafos, Grossman parecía perdido. La asesora de prensa del Hay le había dicho unos minutos antes que lo esperaría en el primer piso del hotel, pero cuando él bajó ella no estaba en el lugar pactado y nadie parecía reconocerlo.
Cuando lo vi, dudé. No podía creer que Grossman, el mismo que cada año aparece como candidato al Nobel de Literatura, el autor de diez novelas elogiadas en todo el mundo, estuviera en el lobby del hotel mirando a un lado y otro, extraviado como un turista cualquiera.
Me acerqué:
–¿Mr. Grossman?
—Sí –contestó aliviado.
Le ofrecí mi ayuda para encontrar a su guía, lo acompañé un par de minutos y me despedí. La señorita de prensa, agradecida, intercedió para que Grossman me concediera una entrevista.
–Venga a las 6:45 de la tarde. David lo esperará en el patio del hotel.
Esa tarde llegué unos minutos antes y él ya estaba sentado en un sofá. Tenía la camisa azul empapada por el sudor y su rostro, circundado por unas gafas de marco metálico, se veía cansado. Cuando me vio dijo en inglés:
–Oh, eres tú, el de esta mañana.
Se paró, miró el piso, habló de un jet lag terrible y concluyó:
–Ahora no puedo contestarte ninguna entrevista. Pero ¿qué tal si nos vemos mañana a las diez en este mismo sitio?
De pronto, miró a una mujer que estaba a su lado (su esposa Micha), pidió un bolígrafo y anotó en inglés en la palma de su mano derecha: “Entrevista con Jorge, mañana, diez de la mañana, lobby”.
Lo miré sorprendido y le pregunté si no se iba a lavar las manos.
–No, nunca –contestó riendo.
Al día siguiente, cuando nos sentamos a hablar, Grossman todavía tenía el rastro de la cita en la palma de su mano.
David, usted fue durante muchos años reportero radial y se ocupó a fondo del conflicto palestino-israelí. Cuando le menciono la palabra “periodismo” y la relaciono con su trabajo como escritor, ¿qué es lo primero que se le viene a la cabeza?
Bueno, usualmente me muevo entre la literatura y el periodismo. ¿Cuándo decido escribir periodismo y cuándo literatura? Es una buena pregunta. Escribo sobre la situación de mi país de ambas maneras; una es a través de novelas y cuentos, y otra mediante artículos de prensa o ensayos. Cuando escribo literatura intento olvidar que hay gente afuera y procuro escribir para mí mismo. Trato de liberarme de cualquier interés, solo representar los personajes y la historia, dejar que se oigan sus voces. En general, creo que eso produce buena literatura, el hecho de olvidar que existe una audiencia. Pero cuando escribo periodismo quiero ser oído por muchos. En el periodismo sí tengo un interés, cambiar algo en la realidad. Usualmente escribo sobre nuestra realidad en Israel, que es muy brutal y extrema, y trato de cambiarla, permitir que la gente vea las cosas de otra manera, y en ese sentido mi punto de vista es diferente al que tengo como novelista.
Esas serían las diferencias entre un oficio y otro. Ahora hablemos de las similitudes, ¿las hay?
Sí, creo que debe haber similitudes. La regla número uno de la literatura es ver la realidad desde el punto de vista del otro. Siempre que escribo una novela trato de ser cada uno de mis protagonistas, de ver como ellos. Y cuando escribo sobre el conflicto palestino-israelí, aunque soy judío y estoy condicionado por mi educación, por mi lenguaje, por las ansiedades de mi país, insisto en describir la situación también desde el punto de vista de los palestinos. Es la única manera de que mis lectores no estén solamente en contacto con su propia mirada, con su propia manera de pensar o con sus propios sueños e ilusiones, sino también con el punto de vista del otro, aunque el otro sea su enemigo.
Ahora, una sociedad en guerra es muy reacia a ver la realidad a través de los ojos enemigos, y para mí eso es peligroso por dos razones. Por un lado, porque no te permitirá hacer la paz, porque nunca podrás rastrear los cambios y desarrollos de tu enemigo, y por otro lado porque ni siquiera te permitirá ser un mejor soldado, en el sentido de que no conocerás realmente a tu enemigo, sino tus propias proyecciones y ansiedades sobre él.
Aunque casi todos sus libros se han traducido al español, su actividad como reportero radial no es muy conocida en nuestros países. ¿Qué recuerda de esos años y por qué dejó de hacer radio?
Cuando empecé a trabajar en radio lo hice en las radionovelas de la época, tenía nueve años y amaba ese trabajo. Yo era muy bajito y los demás actores bastante grandes. Recuerdo que en el estudio había una caja de naranjas marcada con el nombre “David Grossman”, y siempre que tenía que hablar traían la caja y yo me paraba encima de ella para alcanzar el micrófono. Hice todo lo que es posible hacer en la radio, menos ser técnico. Fui actor, reportero, entrevistador, corresponsal y finalmente director de la emisión de noticias de la mañana por cuatro años. Yo era el que levantaba a los israelíes a martillarles la cabeza diciéndoles: “Hoy amanecemos con maravillosas malas noticias para ustedes”. Hasta que un día insistí en transmitir la declaración oficial de Palestina como Estado que hizo desde el exilio la Organización para la Liberación de Palestina el 15 de noviembre de 1988. El editor de mi programa había puesto la noticia en el lugar número doce de las noticias del día; yo le dije que esa declaración era muy importante pues los palestinos estaban aceptando la solución que reconocía a los dos países, Israel y Palestina. Pero él me contesto: “No, no queremos transmitir eso”. De modo que yo le dije: “Si ustedes no están dispuestos a contarlo, si no les parece importante decirles a los israelíes que Palestina acepta dos Estados, que acepta una salida negociada al reconocer la existencia de ambas partes, entonces no quiero dirigir las noticias”. Y bueno, me echaron y así acabé deteriorándome hacia la literatura.
¿Esto era en la radio gubernamental de Israel?
Sí, y había una censura muy fuerte. Después de casi todas las emisiones venía alguien a preguntarme cosas como “¿Por qué dijiste eso?”, “¿Estabas siendo sarcástico cuando entrevistaste a Ariel Sharon?”. Había un diccionario especial de palabras que no podíamos utilizar. Por ejemplo, como Israel no admite que ocupa territorios –para nuestros gobernantes se trata de una “liberación”–, estaba vetada la palabra “ocupación”. Es natural. El gobierno no quiere que los ciudadanos sepan qué es lo que hace realmente en los territorios ocupados. Cada vez que yo desobedecía ese diccionario era reprendido por mis superiores. Yo lo llamaba “blanqueador de lenguaje”, pues estaba diseñado para neutralizar todo aspecto problemático de la realidad, y usted sabe, el lenguaje debe tocar la realidad, con todas sus complejidades, con todas sus contradicciones internas y con todas sus molestias.
En aquel momento, 1988, qué tan importante era la radio en Israel? ¿Cómo se hacía su programa? ¿Cómo era la producción de los noticieros?
La radio era muy importante hace veinticinco años; luego, a principios de los noventa, llegó la revolución multicanal en la televisión de Israel y desde entonces el poder de cada medio se ha ido reduciendo, porque hay infinidad de programas y muchos medios. Tienes internet, televisión, radio, es decir, numerosas maneras de informarte. No se puede decir que uno de esos medios sea crucial.
En cuanto a lo otro, teníamos un libreto para el programa según lo que al editor le parecía importante. Claro que como en Israel la radio es gubernamental, los editores saben muy bien lo que el gobierno quiere oír. Antes el lenguaje era muy monitoreado, ahora lo es mucho menos, pero claro, siempre en situación de conflicto lo primero que se manipula es el lenguaje. El gobierno, el ejército y el sistema de justicia empiezan a modificar el lenguaje, y este es el más importante papel de los escritores: insistir en las palabras precisas, aunque no sean cómodas, y sobre todo no colaborar con el lenguaje formal.
¿Ustedes tenían una audiencia solamente de israelíes? ¿Lograron determinar si algunos árabes también oían la emisora?
Era una radio de habla hebrea y muchos oyentes eran judíos, algunos palestino-israelíes, porque usted sabe que allí tenemos una minoría palestina que no vive en los territorios ocupados. Ellos viven una situación imposible porque son ciudadanos del Estado de Israel, que está en guerra contra sus hermanos en los territorios ocupados. De ahí surge un problema muy fuerte de lealtad que a su vez constituye el principal alimento del fascismo israelí. Muchos argumentan que los miembros de esa minoría palestino-israelí no son leales al Estado, pero yo siempre pregunto: ¿es el Estado leal a ellos?, ¿somos leales a ellos? Los palestino-israelíes merecen vivir una vida con igualdad y dignidad como todo el mundo. Y la respuesta es no, no somos leales con ellos.
Después del despido, usted se dedicó a recorrer la Franja de Gaza y hablar con sus habitantes. Ese es el origen de su libro El viento amarillo. ¿Cómo logró comunicarse con los palestinos y evitar las posibles interferencias de un traductor? ¿Sabe usted árabe?
Yo estudié árabe en la escuela de una manera muy intensa, realmente lo hablo muy bien. Puedo leerlo y escribirlo, aunque admito que hace quince años que no practico el idioma. Hay pocas reuniones entre israelíes y palestinos, y cuando nos encontramos preferimos hablar en inglés, una lengua común e igual para todos. Para escribir El viento amarillo fui y hablé con ellos en árabe, y fui a las cortes militares y a los campos de refugiados y a las ciudades. Es increíble decirlo, pero para muchos palestinos, y para mí, aquella fue con seguridad la primera vez que había un contacto que no pretendía aumentar la ocupación o manipularlos, sino solamente oír sus historias y permitir que sus voces fueran escuchadas por nosotros los judíos. Tal vez por eso el informe impactó tanto a los israelíes. Por primera vez, ellos tuvieron que oír a los palestinos, oírlos incluso en contra de su voluntad, y tal vez porque estaban acostumbrados a que yo les contara las noticias no dijeron: “Ah, es que este es un enemigo de Israel y ahora colabora con los palestinos”. Algunos seguro pensaron que era un traidor. Pero el informe estaba escrito en hebreo, no era en ningún sentido manipulador, y eso obligó a muchos israelíes a reformular su punto de vista respecto a la ocupación.
No puedo decir que aprobaran todo lo que escribí, pero seguro encontraron algo nuevo en lo que leyeron. Y si me preguntas qué puede aprender el periodismo de la literatura –y esto es importante–, te diría que es la claustrofobia al utilizar el lenguaje de otras personas. Con la literatura debes reinventar la manera de describir las cosas. El mundo siempre ha sido igual desde el principio de los tiempos; hoy Mario Vargas Llosa escribe sobre sobre las cosas que Esquilo y Sófocles también escribieron hace más de dos mil años. Pero la manera en que lo escribe es diferente, las palabras, la forma como yuxtapone una palabra al lado de otra. Así también debería ser en el periodismo. Algunas veces siento, y hablo solo del periodismo israelí, que los periodistas escriben clichés porque creen que puede ser más cómodo de entender para sus lectores. Entonces sus artículos son una sucesión de clichés, y el cliché no dice nada sobre la realidad, pero sí dice mucho sobre nosotros, sobre nuestra necesidad de confianza, de estabilidad, de tranquilidad, de silencio. Eso no es suficiente. El lenguaje en el periodismo debe reinventarse todo el tiempo. Cuando miras las cosas desde un ángulo distinto, tus lectores también pueden verlas con esa perspectiva.
¿Fue usted el primer periodista israelí en ir hasta la Franja y hacer este trabajo periodístico? ¿Cómo logró que le contaran su historia y su visión del conflicto?
Sí, fui el primer israelí en ir hasta estos sitios y hablar con ellos en su idioma. Había algunos que hablaban hebreo y eso era más cómodo para mí, pero muchos solo hablaban árabe. No hice nada extraordinario, solamente me senté a oírlos. Ellos sintieron que había un israelí interesado realmente en oírlos, que no venía a humillarlos o a manipularlos. Discutí mucho con ellos porque me parecía que su retrato de Israel era incorrecto, pero respetaron mi actitud al ver que buscaba ofrecer argumentos de peso. Y sin duda ayudó hablar su idioma; si alguien ha gastado esfuerzo y tiempo en aprenderlo, eso demuestra respeto. En muchos casos el contacto produjo una respuesta inmediata, porque ellos realmente querían que alguien oyera sobre su sufrimiento y sus condiciones de vida como refugiados. Por momentos sentí que lo deseaban más que cualquier otra cosa, que por una vez pudiera haber una mirada comprensiva hacia ellos. Cuando has sido enemigo durante tanto tiempo, solo puedes generalizar y ver estereotipos. Un israelí ve a un palestino y de inmediato cree que es un terrorista. Un palestino ve a un israelí y enseguida cree que es un colonizador. En esos momentos, la necesidad básica es ser reconocido nuevamente como un ser humano. De repente, lo fundamental es no estar atrapado en una situación de animosidad porque eso nos reduce constantemente. Si solo nos vemos como guerreros, si solo somos expertos en ser enemigos, perdemos tantos matices de la vida para tratarnos los unos a los otros. Incluso si realmente quieres entender por qué algunos palestinos se convierten en terroristas, por qué un ser humano es capaz de borrar su humanidad y volverse un suicida, tú debes entenderlo primero como persona, entender el camino que lo llevó de ser una persona con humanidad a ser un asesino que quita la vida sin dudarlo, ciegamente. Y no es que quiera entenderlo porque yo perdone a los asesinos; un homicida es un homicida y ni siquiera puedo darle el título de “luchador de la libertad”. Yo quiero entender por qué un ser humano cambia hasta un punto de imposible retorno.
¿Y lo ha logrado entender?
Al menos he tratado. Para mí hay un punto difícil de identificar, y es ese instante en que un ser humano se vuelve hermético y fanático. Ese punto es para mí muy complejo de entender, incluso queriendo hacerlo. Y tengo claro que es mi responsabilidad, no solo como escritor, no solo periodista o ciudadano de Israel, sino como persona.
Luego de escribir El viento amarillo, ¿siente que la experiencia modificó su trabajo como escritor de ficción?
Después de este libro publiqué uno de las obras más íntimas que he escrito, El libro de la gramática interna, que es sobre la infancia de un niño en Jerusalén y termina el día anterior a la Guerra de los Seis Días, en 1967. Creo que El viento amarillo me permitió entender muchas cosas sobre Israel, que ahora veo como un cuerpo humano en desarrollo. A través de esa metáfora pude entender nuestra falta de fronteras, la pequeñez del país y lo que pasó inmediatamente después de la ocupación, cuando nos convertimos en un imperio y pasamos de ser físicamente muy pequeños a ser enormes. También pude entender nuestra actitud hacia el poder, todo ese poder que de repente descubrimos que teníamos. Sí, creo que entendí muchas similitudes entre un Estado y un individuo que alcanza la pubertad. Sé que suena extraño, pero cuando llegamos a la pubertad todavía no sentimos que nuestro cuerpo nos pertenece. Necesitamos descubrir nuestra nueva fuerza, nuestra nueva madurez y, en cierto modo, esto fue lo que le sucedió a Israel después de 1967.
Cuando prende la televisión o la radio, cuando compra el periódico y lo lee, ¿qué piensa del periodismo de hoy?
Que los medios de comunicación de masas están en serios problemas. Me refiero más a los medios electrónicos, pero también a la prensa escrita. Es una combinación de dos tendencias. Una de ellas tiene que ver con lo malcriados que están los lectores. Como no quieren leer artículos complejos, como no quieren ver los matices de la realidad, entonces los periódicos están reduciendo la parte escrita y ahora parecen grafitis con sus enormes titulares seguidos de una nota de doscientas o trescientas palabras incapaz de abarcar la complejidad de una situación. Todo escritor que ha sido entrevistado sabe lo que significa ser reducido a trescientas palabras que no dicen nada.
Siempre insisto en el término “mass media”, que fue acuñado por los sociólogos en 1930. La gente cree que se trata de los medios dirigidos a las masas, pero yo lo entiendo más como medios que convierten a los seres humanos en masas, y algunas veces incluso en una muchedumbre estúpida, violenta y brutal. Esto es lo que hacen muchos medios hoy en día: convertir al ser humano en una masa unificada, borrar su idiosincrasia y su singularidad. Es una tendencia muy peligrosa, porque si la gente siente que no tiene palabras para describir la situación en la que vive, se vuelve apática, pasiva, víctima…
Después de tantos años como columnista de prensa, como hombre de radio, ¿ha considerado alguna vez escribir una novela sobre un periodista en su país o sobre el periodismo en general?
Es una buena pregunta. Tal vez porque fui periodista y tengo tan cerca la experiencia pienso que me resultaría fácil escribir al respecto, pero nunca lo he hecho. Lo que sí me encantaría es novelar mi experiencia en la radio cuando era niño, porque fue una infancia muy especial. Yo estaba en los scouts y hacía las cosas normales de todo niño, pero al mismo tiempo tenía ese mundo de fantasía. Conocí a los grandes actores de radionovelas y a través de ellos aprendí cosas del mundo de los adultos que un niño de mi edad no debía haber aprendido. Estuve expuesto a la vida literaria y teatral a través de la radio. Hasta que yo llegué, la radio en Israel contrataba mujeres para que actuaran de niños, y de repente un día apareció este niño de nueve años que sabía actuar, y todos los papeles de niño cayeron sobre mí. Fue una infancia interesante. En resumen, diría que escribir sobre un periodista en Israel es algo con lo que he coqueteado, ¡pero es que hay tantas cosas sobre las que quiero escribir! Yo no puedo entender mi vida hasta que la pongo en forma de novela, solo así le encuentro un orden, un sentido. Y hay cosas prioritarias que quiero escribir antes de dedicarme a una historia sobre periodismo o sobre mi experiencia como periodista… cosas entre madres y padres e hijos… cosas de la familia, estoy obsesionado con las familias… Quiero contar tantas cosas pero, como usted sabe, la vida es demasiado corta. Quién sabe si lo haga.