Renny Padilla Rolón había conseguido pasar desapercibido para su profesor de enseñanza elemental. Se sentaba detrás del más gordo de sus compañeros y cuando escuchaba la frase “que venga el siguiente” su cuerpo se encogía hasta volverse invisible. Pero un viernes el gordo no llegó y su maestro descubrió al niño de piel morena clara y lo llamó al frente.
El niño exhibió que, a sus nueve años, no sabía leer ni escribir, mientras el resto de sus compañeros habían completado la lección número 24 del cuaderno de ejercicios. El profesor lo mandó a que se arrodillara debajo del pizarrón. Y como las desgracias no vienen solas, ese día pasó por la escuela una de sus hermanas. Lo miró ahí, de hinojos y humillado, y apenas llegó a su casa lo acusó con su padre.
Después de almorzar, su padre, el campesino Alberto Padilla Sánchez, le pidió el libro de ejercicios y se dedicó a repasar las lecciones las tardes de ese fin de semana con su hijo analfabeta. Por fin unas horas antes de terminar el domingo, Renny Padilla miró los garabatos y encontró sentido: j-a-rr-a, ja-rra, jarra. Se hizo el milagro —recuerda ahora—. El lunes por la mañana llevó su cuaderno completado hasta la lección 25.
En la década de 1960, Santo Domingo de Guzmán —donde vivían los Padilla Rolón— era de los barrios miserables de Tubará, un pueblo a 28 kilómetros de Barranquilla, la ciudad asentada en la desembocadura del Río Magdalena en el Mar Caribe, Colombia. Carecía de energía eléctrica y el agua se compraba a los camiones repartidores a treinta centavos la lata.
Poco después, Alberto Padilla Sánchez, padre de diez hijos, consiguió un empleo como obrero en una fábrica de papel en Barranquilla y la vida cambió para los Padilla Rolón. Renny Padilla, el tercero de los hermanos, obtuvo una beca en el internado de la Escuela Normal La Hacienda —en donde había agua corriente— y se graduó como maestro de enseñanza elemental.
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Sus alumnos recuerdan al joven maestro Renny Padilla como un hombre vehemente y ampuloso, que prodigaba versos como el fumador arroja humo por la boca. No pasaba de treinta años cuando declamaba su admiración por su colega Francia Devia Pacheco, una mujer vigorosa que, a pesar de aproximarse a los sesenta años, poseía un culo espectacular.
Las calles de la Normal
Me basta escuchar su voz
Se revisten de elegancia
Para entender enseguida
Cuando alegre, noble y bella
Que en el alma tiene a Dios
Las recorre doña Francia.
Como insignia de su vida.
Renny Padilla escribió un par de libros de poesía que pasaron desapercibidos para la crítica y el público. Sus años jóvenes los gastó como profesor de español en diversos niveles dentro de la Escuela Normal La Hacienda, brillando como un declamador de ceremonias y fiestas oficiales. Se casó y tuvo tres hijos.
Una tarde, mientras bebía cerveza, uno de sus amigos retó al resto de los parroquianos a escribir una letanía. “Nadie venga la próxima semana si no ha traído la suya”, dijo. Renny llegó con las manos vacías, pero le quedó la espina clavada. Un año después empezó a componer letanías y formó en 1996 el grupo Los Turpiales de Tubará, que se presentó al concurso y al primer año ganó El Congo de Oro, la máxima distinción que otorga el carnaval de Barranquilla.
A partir de entonces, el carnaval se convirtió en su obsesión. Ganara o perdiera, apenas terminara el carnaval ya estaba pensando en el siguiente. Los 365 días eran días de pre-carnaval: organizar a los Turpiales, escribir versos, detectar a los niños que supieran leer en voz alta para formar el grupo llamado Los Turpialitos…El maestro de español se convirtió en poeta de la oralidad costeña y se ganó el respeto de la ciudad.
En 17 años, ganó catorce congos de oro; las radios nacionales le hicieron entrevistas más largas que al presidente de la República y su agenda se llenó de compromisos. Se entregó tan febrilmente al carnaval que sólo una orden directa de Dios lo llevó a delegar la dirección de su grupo de letanieros.
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La hispanista Graciela Cándano cuenta que el carnaval surgió en la Europa de la Edad Media como una respuesta popular a la solemnidad impuesta por la Iglesia católica: “El hombre medieval, abatido por el orden universal impuesto por las jerarquías del clero y la nobleza, concebía los festejos como su Reino, y reía” (La seriedad y la risa, la comicidad en la literatura ejemplar de la Edad Media, UNAM, 2000).
Durante los tres o cinco días que duraban los carnavales, el pueblo se mofaba de los obispos y los príncipes. Se comía morcilla en los altares y a los burros se les revestía de ornamentos episcopales y, durante una imitación de la liturgia, el público declamaba “¡jii-jaa!” —un rebuzno— cada vez que el falso sacerdote recitaba versículos. Mijaíl Bajtín escribió: “(Durante el carnaval) el juego se transforma en vida real… en el curso de la fiesta sólo puede vivirse de acuerdo a sus leyes, es decir de acuerdo con las leyes de la libertad”.
Los carnavales del mundo contemporáneo han perdido el carácter contestatario del medioevo. Al carnaval de Barranquilla se le considera uno de los más importantes del mundo, y tampoco es la excepción. Convertido en un negocio que administra una empresa privada —Carnaval SA— la carnestolenda currambera se compone de comparsas —grupos de baile— que desfilan por las calles de la ciudad los cinco días previos al Miércoles de Ceniza. En 2013 la reina del carnaval era Daniela Cepeda, nada menos que la hija del líder nacional del Partido Conservador.
La letanía, sin embargo, inserta el espíritu contestatario medieval al carnaval de nuestros días. En Barranquilla, se le llama letanía a un género poético que alterna cuartetas con dísticos, todos ellos de ocho sílabas. A la cuarteta se le conoce como rezo —que declama un solista— y al dístico se le dice coro —que recita el resto del grupo—. Cada año, el martes de carnaval, unos quince grupos se disputan el Congo de Oro de las letanías en la Plaza de la Paz, frente a miles de personas.
La letanía barranquillera es una heredera directa de los juglares de la Europa medieval, aquellos poetas ambulantes que iban de pueblo en pueblo recitando, en versos, las noticias del mundo y que eran la fuente de información de sociedades que carecían de telecomunicaciones.
(Rezo)
A la cumbre del relajo
Va y se come la mogolla
Ese gringo del carajo
Y no le paga a la coya
(Coro)
Ya se encuentra empapelao
Aquel gringo desgraciao.
Con esos versos, Los Turpiales abrieron su participación en el Carnaval de Barranquilla el 12 de febrero de 2013. “La cumbre del relajo” se refiere a la sexta Cumbre de las Américas, que se celebró en Cartagena, Colombia, en 2012. El “gringo del carajo” es el agente del Servicio Secreto que contrató los servicios de una prostituta cartagenera y protagonizó un escándalo en las calles al no querer pagar sus honorarios. Renny explica el segundo verso: “Mogolla es un pan: hacemos la comparación del pan con la arepa de las muchachas” (la arepa es una preparación de maíz similar a una tortilla, muy difundida en Colombia y Venezuela). “Coya” es una forma popular de llamarle a las trabajadoras sexuales.
Los cuarenta rezos que declamaron Los Turpiales en el carnaval fueron una síntesis de la vida pública colombiana e internacional de 2012. Renny Padilla recorrió los escándalos domésticos: la detención del narcotraficante “Fritanga” —a quien el registro civil había expedido acta de defunción— en un hotel del Caribe con once orquestas y estrellas de televisión; el pleito en twitter entre el presidente Juan Manuel Santos y su antecesor Álvaro Uribe; los diálogos de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC); la disputa con Nicaragua por los cayos y mares territoriales; los escándalos de los testigos falsos y la parapolítica (la relación entre paramilitares —paracos— y legisladores):
La reforma a la justicia
La tumbaron hecha añicos.
Senadores con malicia
Le metieron varios micos.
—¿Qué buscaban los bellacos?
—¡Dejar libre a los paracos!
Los Turpiales contaron el abismo fiscal, la matanza de Newtown y la venta de armas en Estados Unidos. Hasta la supuesta profecía maya del fin del mundo fue desmentida por Padilla:
Una fuente verdadera
Dijo en concepto profundo
Que se habló del fin de una era
Y nunca del fin del mundo.
El grupo de letanías que dirige Renny Padilla se llama Los Turpiales por el pájaro del mismo nombre, personaje frecuente en los vallenatos y las salsas colombianas por su canto refinado y sus colores negro y amarillo. Para 2013, el personal de Los Turpiales —actualmente de ocho miembros— llegó ya a la tercera generación, con Renny Padilla y Luis Benítez como los únicos del grupo original.
A los actuales Turpiales los entrevisté en vísperas del carnaval en la Escuela Normal La Hacienda —su nombre actual es Los Turpiales de La Normal— a donde llegaron vestidos con el traje de carnaval: pantalones negros y casaca amarilla con un turpial bordado en el torso.
Benítez, de 56 años, me dijo que la letanía es la “vulgaridad disfrazada” y sirve para “picotear a las muchachas”. Rafael Fontalvo, estudiante de física de 18 años, afirmó que la letanía es la identidad del barranquillero: “dices lo que no pudiste decir durante el año sin tener represalias, criticar sin que te cojan en serio”. Su hermana María, también de Los Turpiales, añadió que la letanía es el lugar ideal para ser mamadora de gallo (“mamar gallo” significa vacilar o tomar el pelo): “en Colombia si haces crítica social te llaman izquierdista y revoltoso, guerrillero, pero la letanía es la forma de reír y criticar la realidad sin ser juzgado”. Andrés Teherán dijo “en los medios no le dan duro al gobierno, pero con la letanía, te montas a la tarima y no te para nadie. El año pasado criticamos al alcalde (porque despidió a decenas de trabajadores) y tuvo que aplaudirnos”. Gina Padilla, hija de Renny, lo resumió así: “la letanía es la expresión en total libertad”.
Y sí. En 2010, por ejemplo, el presidente Álvaro Uribe (llamado “paisa” por ser originario de Medellín) buscaba modificar la Constitución para postularse a un tercer mandato. En ese año también pretendió que los estudiantes delataran a sus propios compañeros disidentes. Entonces Los Turpiales lo llamaron “el gran capo”:
Con el paisa presidente
Tenga usted mucho cuidado
Que ahora según se advierte
Estará por triplicado
Y pues cuídate, mijito
Que se nos vuelve infinito.
Uribe a los estudiantes
Ya los jodió sin agüero
Quiere que sean informantes
De sus propios compañeros.
Ahora quiere el gran capo
Nuevo cártel de los sapos.
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Converso con Renny Padilla en un patio de la Escuela Normal La Hacienda, en donde es profesor. De piel morena clara, sombrero vueltiao y anteojos marca Cambridge, el letaniero habla de sí mismo en tercera persona y menciona “el legado de Renny Padilla”. A partir de su ingreso al carnaval, afirma, la letanía barranquillera dejó de ser solamente una parodia sexual y se volvió también pedagógica, al insertar críticas a la violencia contra las mujeres y dirigir sus baterías contra la corrupción.
Cada vez que se terminaba el concurso en la Plaza de la Paz, Renny se concentraba en el siguiente carnaval. Así ocurrió hasta que su esposa, María Emperatriz Jaraba, invitó a un grupo de católicos de la Renovación Carismática en el Espíritu Santo —los pentecostales de la Iglesia católica— a que oraran a su casa.
A partir de entonces, afirma Renny, los milagros empezaron a obrar en su persona. Dios le quitó una dolencia en las piernas, que los médicos habían sido incapaces de curar. Después le dijo, en boca de una profeta, que “le limpiaría unos papeles”: en dos meses le autorizaron una pensión que el gobierno le había negado años atrás, y le dieron, retroactivos, 30 millones de pesos colombianos con los que pagó el enganche de una casa.
Dios habló otra vez, en boca de otro de sus portavoces:
—Le he dado sabiduría de lo alto, le doy autoridad para que proclame Mi Palabra —dijo el Padre.
—Papito Dios, si usted quiere eso, tengo que salirme del carnaval —respondió Padilla.
Desde entonces, afirmó, cedió la dirección de Los Turpiales a otro de los miembros del grupo y él, dijo, no hace más que conceder las entrevistas a los medios: “Termina el carnaval y me bajo enseguida”. Además Abandonó la enseñanza del español y la cambió por la materia de religión (en Colombia la religión es parte de la currícula oficial).
Pero Renny no dejó del todo el carnaval ni a Los Turpiales. Sólo sus versos entran a la selección de cuarenta rezos que se declaman en la Plaza de la Paz, aun cuando otros miembros del grupo también escriben. Sigue siendo el rezandero de las letanías y el grupo le rinde culto a su personalidad: “mi sueño es, algún día, escribir algo que esté a la altura de lo escrito por Renny”, me dice Dairo Vidal, estudiante de ingeniería química de 23 años y miembro del grupo. Luis Benítez me confesó el apodo de Padilla: “el presidente”.