Que a tu madre le operaran para quedar estéril y que aun así nacieras redobla esa frase tan llevada y traída: “el milagro de la vida”. Eso le pasó, en 1976, a Paola “Powerpaola” Gaviria. Nació de un vientre al que le cortaron las raíces, y el espermatozoide llegó de un padre que se dedicaría al sacerdocio, oficio destinado a cortar la vocación progenitora.
Gaviria armó, ya joven, una serie de cómics sobre pasajes de su intimidad que, de a poco, subió a su blog. Luego, y por turnos, ocho editoriales, entre ellas Penguin Random House, publicarían las páginas dispersas a manera de libro con el título Virus tropical. Y este mes de marzo, en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias(Ficci), tuvo su premier iberoamericana el largometraje animado homónimo. La novela gráfica resultante es un recorrido por décadas en la vida familiar, amorosa, social, sexual de la autora.
Fuera de lo narrado en el primer párrafo, que sepamos, no hay otros sucesos extraordinarios en la existencia de la artista colombo-ecuatoriana. Entonces, ¿por qué hablar de una vida corriente? ¿Qué lleva al equipo del filme a trabajar más de 40 mil horas, dice su director, para que el filme salga adelante?
El “virus tropical” (no embarazo) que, según un doctor, aquejaba a la madre de la protagonista, “nació” en una familia quiteña ya integrada por dos niñas. El primer conflicto al que se asoma es la relación con una de sus hermanas, celosa de la recién llegada. Hacia el medio del filme otro será el abandono del hogar por parte del padre. Luego, adolescente, Paola pasa por las drogas, viaja, el acné asalta su rostro, se burlan del largo de su falda y de su acento, cae en medio de una balacera, hace el amor.
En el cine de Cartagena la gente reía y se conmovía, la historieta, años antes, había vendido miles de ejemplares. ¿El gusto por asomarse a otras vidas lleva a la boletería, a la librería?
Los trazos característicos del cómic de Gaviria —gruesos, profundos— se mantienen en el largometraje dirigido por Santiago Caicedo y producido por la propia autora. Mientras Paola-personaje crece descubre un mundo de relaciones con sus semejantes y la sociedad que Paola-dibujante trasmite con humor y naturalismo. Pudiera pensarse que en algunas secuencias estamos nosotros mismos en la pantalla, representados como “muñequitos”, dibujos de una película llamada realidad.
“La joven lucha por su independencia en un contexto duro, lleno de estereotipos y apariencias”, reseña la web del Ficci, el festival más antiguo del continente. Pero, ¿este no es a ratos un mundo difícil, de estereotipos y fachadas para todos? ¿Qué hace especial la propuesta del largometraje? Narra la existencia desde la perspectiva de una mujer latinoamericana que aprende a vivir mientras vive. Y, en ese sentido, focaliza el mundo desde los ojos de una niña y luego una joven, pocas veces con voz cantante en las piezas filmográficas de la región.
La fluidez de la animación, mayormente bidimensional, contribuye a la caracterización de los personajes, su temperamento. Es como si los ojos expresivos de la hermana mayor adelantaran sus muchas rebeldías o los rizos sensuales de la del medio predijeran que acabará residiendo en la costa colombiana.
La estética usada en el filme, blanco y negro (a penas surcado por un trazo magenta o azul), concentra la atención del espectador en las actuaciones. Esa compleja experiencia de interpretar al otro, adquiere una connotación especial cuando tus referentes, al menos visuales, sabes que son “irreales”. Pero las voces tras los animados parecen vivenciales, orgánicas. La propia PowerPaola, con una voz suave, casi maternal, hace sus entradas. Lo hace con un propósito muy claro: funciona como una suerte de moderadora que agiliza las transiciones entre las etapas que el filme recorre.
La música, a cargo de egresados de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes, enriquece contextualmente la historia. Si el pop rock latino no es la banda sonora de la mayoría de los adolescentes en esta parte del mundo, entonces no sé cuál. Las canciones, originalmente creadas para el largometraje, complementan desde escenas hasta estados anímicos. Algo que ayuda mucho a que fluya el guion, desenfadado, coloquial, sin intelectualizaciones, pero con momentos como este en que la Paola preadolescente tiene un diálogo semejante a este con su hermana residente en Cali:
—Y tú, ¿ya lo hiciste?
—Sí, ya me acosté con mi novio.
—¡Ah! —Paola le pide a la hermana que no diga eso tan alto, están en un bus—. Como mamá dice que los hombres pierden interés cuando una no es virgen…
—Si supieras que tu novio ha estado con otras antes que contigo, ¿perderías el interés?
Si usted no supiera que la vida “común” (nada de héroes de Marvel o agentes 07) puede estar llena de pequeñas aventuras existenciales, ¿pagaría un ticket para ver la película de Santiago Caicedo? Las microhistorias que abren y cierran o se perpetúan sobre las cabezas, generan las más inesperadas reacciones, giros dramáticos, suspense, diálogos ingeniosos, situaciones hilarantes. Eso es el cine, eso es, en cierta medida, Virus tropical: el milagro de la vida.
**Este texto también fue publicado en El Caimán Barbudo.