Cada vez nos vemos más en el cine

Cada vez nos vemos más en el cine

El público actualmente le exige a la industria cinematográfica realidades en las que pueda verse reflejado, que sean cercanas a lo que viven y sobre todo que les brinde refugio, compañía.
FICCI edición 58. Foto: Joaquín Sarmiento.
María Alejandra Santamaría

Foto: Joaquín Sarmiento

Dos producciones variadas en su estilo narrativo y el lenguaje audiovisual que utilizan, pero que se encuentran en el hecho de retratar historias íntimas, honestas y reales.

Matar a Jesús de Laura Mora, lleva a la pantalla un relato tristemente conocido en Colombia: un hombre que muere asesinado por un sicario anónimo, y una hija que lucha con los sentimientos de venganza que en ella despierta el hecho. Por otro lado, Virus tropical, largometraje animado dirigido por Santiago Caicedo e inspirado en el cómic homónimo de la ilustradora PowerPaola, muestra el paso extraño, incómodo y doloroso de la niñez a la adolescencia.

Esta tendencia atravesó buena parte de la programación de la edición 58 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias – FICCI –, en donde ambas producciones participaron y la primera se llevó el Premio del público; y se está convirtiendo en una línea narrativa presente en la producción internacional.

Parecemos estar asistiendo al fin del encanto de ver en las películas un mundo demasiado alejado de nuestra cotidianidad y los espectadores están optando por aquellos relatos en los que se encuentran a sí mismos. Pareciese que el público se inclina cada vez más por aquellas historias que cuando son proyectadas, en esos viajes a otros universos que se realizan en las salas de cine, los hagan sentir parte del mundo en pantalla y menos solos en la experiencia de estar vivos.

En Matar a Jesús la cotidianidad y el realismo de la historia la vemos y escuchamos desde el primer momento. Dos jóvenes actores con marcado acento paisa, de palabras y expresiones únicas de esta región, que culminan cada tercera o cuarta frase con un “ome gonorrea”, nos hacen saber que estamos ante personas que habitan nuestro país y comparten la narrativa de crecer en esta compleja realidad.

Laura Mora decidió recurrir a actores naturales, quienes en su propia vida han vivido situaciones cercanas a las que la ficción les ofrece retratar, lo cual llena sus interpretaciones de una fuerza y un realismo especiales. El personaje protagónico, Lita, reconoce en la calle los ojos de quien le disparó a su padre, un joven con un pasado atribulado que vive su vida en un constante juego de equilibrio con la muerte.

Su nombre es Jesús, opción que la directora toma para plantear una de las grandes paradojas de nuestra sociedad, en la que profesamos una profunda fe religiosa en la iglesia en contraposición a un constante estado cotidiano de violencia. A lo largo de la producción veremos cómo Lita se debate entre los sentimientos de venganza que despierta en ella el asesinato de su padre, y la normalidad de Jesús.

Como los propios compañeros de universidad de Lita, Jesús toma “chorro”, fuma porro y baila para celebrar la victoria del DIM. Compartir esta cotidianidad de Jesús y encontrar amabilidad en él, le mostrarán a Lita los contrastes propios de la violencia colombiana, en donde la maldad no es total en todos los casos y los malos de la historia tienen matices.

Por otra parte, en Virus tropical asistimos a un mundo animado en blanco y negro y 2D. En éste nos sumergimos en el relato de vida de Paola, una niña que nace en Ecuador y luego se traslada a Cali. Constantemente la vemos dibujando: cuando se sienta a la mesa con su mamá y su hermana quienes se ríen, pelean y lloran; y para escapar de las burlas de sus compañeros del colegio vallecaucano, quienes encuentran extraño su acento quiteño y el largo de su falda.

Sus compañeros, sus vecinos y su familia son los acompañantes en esta historia sobre las primeras veces: el primer beso, el primer amor, la primera terminada, la primera relación sexual. Un relato sobre las incomodidades de crecer que son comunes para todos.

Tan importante como las situaciones por las que los personajes deambulan, son los trazos que la ilustradora Paola Gaviria, quien como su personaje nació en Ecuador y después se nacionalizó en Colombia, realiza tanto en su novela como en la película que ésta inspiró. Y sus trazos, combinados con la dirección de Santiago Caicedo y el guion de Enrique Lozano, despertaron los aplausos y la admiración de espectadores nacionales e internacionales, tanto en el FICCI como en la Berlinale en donde se estrenó.

Ninguna fórmula y ninguna estrategia se utilizó para generar esta identificación con el público. El único lineamiento para Paola fue el deseo de exorcizarse de su propia historia para dejarla ir. Y Caicedo, amigo cercano de largo tiempo quien estuvo ahí para presenciar los eventos de la ficción suceder en la vida de su amiga, le propuso a la ilustradora la realización de la película.

El deseo de liberarse de pensamientos constantes que se tornan pesados y difíciles, encuentra de igual modo a Mora y Powerpaola en sus producciones. Con Matar a Jesús se escribe en lenguaje de cine una carta de amor para alguien que ya no está y con esto, se logra una catarsis. Y en Virus Tropical, PowerPaola ejerce la operación con la que encuentra la inspiración para sus obras: sacarse de la cabeza y la vida algo que la esté rondando demasiado.

Una selección de producciones participantes en el Festival reafirman la tendencia por las historias íntimas y reales: Muchos hijos, un mono y un castillo de Gustavo Salmerón, documental en el que el director hace un divertido retrato de su madre, quien parece haber cumplido todos sus sueños de tener muchos hijos, un mono y un castillo, y ahora la crisis económica amenaza con desestabilizar su vida; The Smiling Lombana de Daniela Abad, una investigación que esta realizadora hace sobre su enigmático abuelo materno, un hombre tan atractivo como talentoso que pasó de ser un prolífico escultor, a decorador especializado en tendencias traquetas, para terminar como uno de los primeros capos del narcotráfico en Colombia, y Verano 1993, película en la que vemos las primeras vacaciones de una niña con su familia adoptiva y que se basa en las vivencias de la directora, Carla Simón. Esto por nombrar algunos ejemplos.  

Adicionalmente, nos encontramos en un momento en el que producciones como Ladybird, que ha sido definida como una película semi-autobiográfica de la directora Greta Gerwing, y Boyhood, dirigida por Richard Linklater, en la cual atendemos el crecimiento de un personaje y lo acompañamos durante el paso real de sus años, reciben premios y nominaciones de los eventos cinematográficos más reconocidos.

Parecemos asistir al triunfo del retrato fiel e íntimo de la realidad por encima de la “pornomiseria” que bien definían los miembros del Grupo de Cali, Carlos Mayolo y Luis Ospina, por los años 70. Ellos decían que esta narrativa cinematográfica se inclinaba por la explotación de la pobreza hasta convertirla en mercancía y sustrato para producciones que se vendían bien, especialmente en países extranjeros, transformando la miseria en espectáculo.

Ahora no estamos ante la explotación descarnada de las tragedias y los flagelos conocidos a fuerza de costumbre por los espectadores nacionales. En este momento el turno es para las historias que nos hacen ver reflejados en pantalla sin la necesidad de mostrar lo más bajo y triste de nuestro mundo. Basta con mostrar a nuestro mundo como tal en su sencillez.

Lucrecia Martel explicó perfectamente esta tendencia en un conversatorio en el Festival. “Nunca hemos sido testigos de tantos segundos de la humanidad” expresó, refiriéndose a cómo en este momento cualquier celular o cámara nos ofrece la capacidad de narrarnos a nosotros mismos y de preservar digitalmente nuestra vida. Las fotos e historias de nuestro Instagram y Facebook se convierten en el relato que construimos de nosotros mismos y decidimos mostrarle al mundo diciendo “esto es lo que soy”. Y para ella, el camino a seguir del cine es el de utilizar este sustrato cada vez más nutrido.

Una conclusión similar surgió del conversatorio de Owen Wilson en Cartagena, cuando explicó que ponía tanto de sí como era posible en cada papel que interpretaba, pues su fórmula para hacer reír es ser lo más fiel a la realidad que con su incomodidad ya brinda a la vida el humor suficiente. De esto resulta que los espectadores encuentren que Owen Wilson no se distingue como persona de sus personajes, como él mismo declaró.

En Matar a Jesús y Virus tropical encontramos escenas familiares, burlas y juegos que vemos en nuestra realidad llevadas de manera efectiva a la pantalla. Sobre esto, PowerPaola declara “mi vida no es mía” y con esto resume en buena parte la tendencia por las historias íntimas y reales. Como ella lo plantea, nos encontramos habitando un mundo al que lo atraviesan problemas y preocupaciones comunes de quienes estamos en él, independientemente de donde nos encontremos, convirtiendo su vida en la nuestra y la de todos.

El abrazo y la calidez que nos brindan el ver reflejadas nuestras historias en la gran pantalla parece ser la sensación que están necesitando los espectadores hoy en día. Paola dice que ella tiene una antena que constantemente blande entre la multitud para guiarse entre los mares de relatos y escucharse hasta identificar ese que necesita exorcizar. Así, su vida se convierte en un vehículo para hablar de todas nuestras vidas.

Resuenan en ella las palabras de Lucrecia, quien dice que nunca ha tenido una conversación explicativa del tipo “Marco Antonio, yo te quiero, besémonos”, que tanto se ve en las películas, y se aventura a decir que el cine se dirige por un camino que busca acabar con estas irrealidades. Un cine que busca mostrar los enredos de las charlas, el sexo con su incomodidad, los besos con su fealdad, etc. Justifica esta tendencia afirmando que no hay nada más interesante e inesperado que la vida y el mejor sustrato creativo al alcance de nuestra mano está en salir a escuchar todas las historias que nos ofrecen las calles y los espacios de nuestras ciudades.

Por su parte, Laura llena de una honestidad brutal su producción al declarar que es una manera de soltar el peso del asesinato de su padre, ocurrido hace 16 años. En Cartagena expresó que buscaba que su producción expresara la violencia y la belleza propias de la realidad colombiana. Lanzó una afirmación arriesgada: “no perdono y nunca perdonaré a los asesinos de mi padre, pero nunca seré violenta. Me resisto a esa violencia y con ese acto, cierro su ciclo”. Instaurar el derecho a no perdonar pero no lastimar dota de sentido y realidad la obra de la realizadora, y este cierre del ciclo de la violencia se hace presente en la historia de Lita en su película.

Así, la antena detectora de historias que Paola utiliza está perfectamente ubicada y atenta. Laura parece estar conectada a ésta y los espectadores están atendiendo el mensaje y lo aplauden. Asistimos a las salas de cine, las luces se apagan y se enciende la pantalla; estamos listos para vernos en los relatos de estos realizadores, que también son los nuestros.

*Este texto también fue publicado en El Espectador.

©Fundación Gabo 2024 - Todos los derechos reservados.