El público nunca se ve pero por sus aplausos, la forma en que corean las canciones y sus ovaciones, se construye en pantalla la admiración que genera la música de esta terrorista del género, como Linn se define.
La escena es de Bixa Travesty, largometraje por el que la dupla de directores brasileños, Kiko Goifman y Claudia Priscilla, recibió la India Catalina en la competencia documental de la edición 58 del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias – FICCI -. Este largometraje nos introduce en la vida de Linn Da Quebrada, cantante, artista y travesti proveniente de una favela de Río de Janeiro.
Ella, pronombre con el que Linn siempre demanda que se le refieran, ha decidido que su vida, la manera en que se relaciona, se viste e inclusive habla, reflejen lo distinta que es de los moldes de feminidad y masculinidad que la sociedad ha construido. Porque ella, a pesar de haber nacido con un pene que la clasifica física y socialmente como hombre, no se identifica como tal y, como lo expresa, busca trastornar todos los términos con los que quieran definirla.
Desde el primer minuto del documental la imagen de Linn impacta. En conjunto con Jup y otras amigas, usan con total libertad el vestuario que normalmente ha sido asignado a las mujeres. Los tops que usualmente se destinan a cubrir senos ahora cubren sus pectorales; utilizan faldas, tacones, pelucas, maquillaje y uñas largas, con lo que transgreden la imagen que se tiene de los hombres cisgénero. Ésta diferencia en su apariencia es una de las principales maneras en que Linn y sus amigas resisten a las imposiciones de la sociedad.
La búsqueda por romper con todos los conceptos de género establecidos, además de hacerse a través de su aspecto, se hace a través de las canciones de Linn. Éstas están llenas de palabras fuertes como “trava”, que sería algo así como “maricona” en español y otras que sólo suenan bien si las dicen ellas. Alguna vez usadas como insultos, Linn se adueña de estas palabras para denunciar a la sociedad que señala lo diferente.
Ella misma señala, retadora, a la pantalla y se dirige a “el hombre blanco”. Le dice de frente que si piensa que ella no iba a ser nada ante todas las casillas en que ha encerrado lo femenino, en las cuales ella como travesti no podía entrar, está muy equivocado.
En un momento álgido del documental, asistimos a una Linn completamente distinta, diezmada por la quimioterapia con la que le combaten el cáncer en los testículos. Su vida está tan compenetrada con su lucha por la identidad que hasta la enfermedad parece alinearse en contra de los órganos que la definen como hombre. Y es en este momento de enfermedad que, ella reflexiona, comenzó a amar y aceptar más su cuerpo.
Además de toda su excentricidad evidente y exterior, el hecho de construir la diferencia desde el amor es uno de sus rasgos más distintivos. Para ella existen dos tipos de personas: los que la aman y los que no la conocen. Y ese profundo amor que se profesa a sí misma y a quienes la rodean con aceptación, es el sustrato con el que construye su identidad que es a la vez manifiesto político.
Una burbuja de jabón se presiona contra el pene de Linn hasta que se estalla. “No se puede poner el pene en una burbuja” dice, mientras ríe. La metáfora visual resume su vida y la intención de este documental. No se puede poner el pene en una burbuja, no se puede seguir dejando de lado las mujeres con pene, las travestis y los transgénero. Es el momento de que las burbujas que diferencian y separan las identidades se rompan y Linn Da Quebrada, con el terrorismo amoroso de su género, va a estallarlas una a una.
*Este texto también fue publicado en El Espectador.