Con él todo era muy simple, que no fácil. No había aspavientos en nada que lo rodeara. Sin cigarrillos, no había clase. Sin una mínima redacción decente, no había revisión. Si no encontraba espíritu, no se desgastaba.
Todo eso era posible porque parecía que todo lo sabía. Acaso lo intuía. Y su intuición difícilmente se equivocaba.
Miguel Ángel Bastenier (1940-2017) siempre estaba ahí. Antes que todos, antes que nadie. Cuando alguien entraba a la Casa Surtigas, el lugar que durante los últimos años acogió el mítico taller que dictaba en la Fundación Gabo, en Cartagena (Colombia), ya él estaba ahí, sentado frente al computador que le adecuaron en una esquina, y donde tuiteaba todo cuanto se le ocurría sobre el periodismo y sus dogmas, y sus reparos, en 140 caracteres.
Maestro del aforismo, se le iba la vida entre tintos y cigarrillos tempraneros, esperando a sus estudiantes latinoamericanos en esa casona blanca del barrio El Cabrero, de donde una noche salió molesto, esperando un taxi que nunca llegó, y por el que tuvo que atravesar caminando medio Centro Histórico de Cartagena, so pena de extraviarse en esas calles igualitas, repetidas, para quien no nació en esa ciudad. No pudo llegar a su destino, la sede de la Fundación Gabo en la calle San Juan de Dios, muy cerca a la Plaza de San Pedro, sin un ‘escolta’ que lo siguió a escondidas. Jaime Beltrán, el practicante que llevaba dos días acompañándolo y apoyándolo en su taller, pese a la reticencia de Bastenier, salió al rescate. Así se ganó la confianza del más estricto de los maestros de la Fundación, y empezó, cada día, a imprimirle ritualmente las noticias que, cada tarde, le enviaba en un correo electrónico con la solicitud expresa de encontrarlas, al día siguiente, en su escritorio. “Si enviaba 50, había que imprimir 50”, recuerda Jaime. Ni una más, ni una menos. Así era todo de simple, que no fácil.
Lo otro imprescindible para Miguel Ángel Bastenier era el cigarrillo. La recarga era semanal, en paquetes de casi 50 cajas. La dosis ingente de tinto completaba el coctel. Ahora sí todo estaba servido para poner de cabeza todo lo que los 15 o 20 o más alumnos que reunía el taller, provenientes de diversos países de América Latina, creían saber de periodismo o prensa escrita.
La primera edición del taller ‘Cómo se escribe un periódico’, basado en el curso de reporterismo que dictaba Bastenier en la Escuela de Periodismo del diario El País (España), fue en el año 2002. Comenzó el 22 de julio y terminó el 10 de agosto en Cartagena de Indias, y así se repitió 13 veces durante los siguientes años -excepto 2011-. Hasta el 2016, con la última ‘generación de Baste’, como se reconocen quienes hicieron parte de la camada de periodistas que pasaron por su batuta en el continente, fueron casi 250 periodistas formados en poco más de un mes, tiempo suficiente para extirpar ideas preconcebidas que detestaba el maestro, como el famoso “chip colonial”, o esa bendita mala costumbre en enrevesar las palabras y su sentido, como si se escribiera con corbata, y casi cumpliendo la premisa de que entre más complicado, mejor.
Miguel Ángel Bastenier, durante una de sus clases del taller 'Cómo se escribe un periódico impreso y digital'.
“Yo era la más niñita en aquella época. Bastenier para mí era un tipo rudo. Desde que lo vi, desde que entré, sentí respeto por él. Nunca se quitó el tabaco de la boca. Fue mi maestro de maestros. Validó muchas de las cosas que aprendí en la universidad y tumbó muchas otras de las que aprendí allá”. Ese es el recuerdo de Érica Otero, periodista del diario El Universal, de Cartagena, que cursó el taller en su sexta edición.
Su paso por ahí le ayudó a desechar las muletillas de las que solía colmar sus textos, pero por sobre todas las cosas, aprendió a entrevistar. “Después de ese taller yo no volví a ser la misma periodista”.
Tampoco lo fue Tatiana Velásquez, periodista y fundadora de La Contratopedia, un medio digital especializado en seguirle el rastro a la contratación en Cartagena y el Caribe colombiano, y quien tomó el taller en el año 2005. “Él era muy inquieto y muy insistente con los detalles. Gracias a él soy incisiva y estoy pendiente de las comas, de la concordancia de género. Para él era clave resaltar la importancia del idioma español, y nunca voy a olvidar que siempre decía que nuestra primera obligación era con ese idioma. Siempre diré que mi vida periodística es antes y después de él”, recuerda.
Se reseteó la vida y la carrera de Tatiana y de Érica, y la de toda la gran generación Bastenier atomizada por el mundo, que se topó de frente no solo con uno de los más grandes maestros de Hispanoamérica, sino con sus formas poco convencionales.
“¡Pero si esto es un desastre!”. “Tendréis que devolveros al colegio para aprender a conjugar este verbo”. “¿A ti quién te ha enseñado esto?”. El repertorio de Baste, como todos le decían, era extenso y temido. No caía en paternalismos cuando se hallaba con errores que él promovía a la categoría de “horrores”, y ni qué decir cuando se encontraba una coma separando un sujeto de un verbo, sin ser un inciso… Cólera era poco, si se quiere entender su reacción.
“De su manera de ser no tengo ninguna queja. Yo disfrutaba de su manera particular de decir las cosas. Disfrutaba de su sinceridad y manera de expresarse. Nunca me sentí ofendida por algo que me hubiese dicho. Nunca le vi un comentario malintencionado sino todo lo contrario, haciendo un llamado por hacernos caer en los errores”, cuenta Érica.
Tatiana tiene claro cuál fue la frase que más la marcó: “-Te dijeron que escribías bien y te lo creíste ... Te han hecho un daño terrible porque tienes mucho por leer y mejorar”. Ese día entendí cómo se marca un antes y un después en la vida de uno cuando el profesor es periodista y no cuando el profesor es alguien que encontró en la docencia un refugio”.
Habrá que contar también los regaños menos duros, pero igual regaños: “Está bien escrito, pero esto no es una noticia”, le dijo a una de las alumnas en 2016, en su último taller.
La generación del 'taller de Baste' del año 2005, en su cuarta edición, en Cartagena de Indias.
Para este entonces, ya el taller había cambiado: se había adaptado. De ‘Cómo se escribe un periódico’ pasó a ‘Cómo se escribe un periódico impreso y digital’. El auge de los portales web de noticias, la migración de los diarios a su versión digital, las redes sociales y toda esa avalancha de cambios que supuso el internet lo obligó a retarse y aprender, y lo hizo como el que más. Vinculó a uno de los periodistas de El País encargados de la web del diario (Bernardo Marín y Elsa Granda) para dictar el módulo digital, y aunque seguía aplicando con rigor absoluto sus mandamientos periodísticos, no dudaba en preguntar lo que no sabía sobre el universo virtual, lo que le inquietaba. Aprendió tanto que se convirtió en un tuitstar, toda una celebridad en Twitter, una red social a la que llegó en abril de 2012, y en la que cautivó a más de 160 mil seguidores que hoy conserva.
Cargaba una libreta pequeña en la que llevaba su propia cuenta de tuitero consumado. Uno, dos, tres, cuatro palitos verticales, y el último transversal, encima de los otros, marcaba el quinto. ¿Cinco likes? ¿Cinco respuestas? ¿Cinco seguidores? Aún es un misterio, como pocas cosas en la vida de Miguel Ángel Bastenier. Porque no es difícil descifrar a un ser que se desplegaba sin recelo.
Siempre fue muy simple saber qué le gustaba y qué podía disgustarle. Rendido a la cultura general, no toleraba que alguien no pudiera responderle cuál es la capital de Islandia, o el autor de Fausto, o peor aún: que no hubiera leído El Quijote. Eso sí que era una blasfemia con el idioma español…
La última generación de alumnos del mítico de taller de Bastenier, junto a su maestro, en agosto de 2016, en la Casa Surtigas.
Como los grandes editores, los inolvidables, supo compartir su luz con sus discípulos. En España lo hizo desde la Escuela de Periodismo de El País, y en su también amada América Latina lo repitió a lo largo de 15 años, en el taller más largo y más icónico -¿por qué no decirlo?- de la historia de la Fundación Gabo.
Todavía se pueden oler esos días en Cartagena, en la calle San Juan de Dios o en la Casa Surtigas. El humo del cigarrillo de Baste da vueltas en espiral después de repasar las breves que ha pedido para esta tarde, en la que casi todos, sin excepción, han omitido los artículos y lo han llevado al borde del colapso. Entonces ha pedido hacer un receso para evitar un síncope y se ha salido al aire libre para fumar. Ha regresado al salón recordando alguna escena de Cantinflas, y ha vuelto a ufanarse -por vez infinita- de que él sí sabe quién es Alonso Quijano.