De Nereo López Meza (1920–2015) hay todavía tanto por ver, leer, conocer y “aprender a ver”. Ver y leer sus fotografías, que no sólo son un documento cargado de valor testimonial, sino también una ventana desde donde mirar la vida y el arte como uno solo. Conocer su visión, recorrer el mundo que retrató, y entender su contribución tanto al fotoperiodismo en Colombia como a la búsqueda de ese lenguaje intimista y profundamente estético de la realidad. Aprender a ver y a encontrar el alma en las fotografías, una “extraña sensación” que Nereo decía que experimentaba y lograba incluso cuando no veía, cuando jugaba con la cámara y la ajustaba entre las rodillas para crear imágenes no condicionadas por su mirada.
Esa mirada, la de Nereo, la del fotoperiodista que ya era documentalista y artista en un momento en que los reporteros gráficos no solían interesarse por retratar realidades a través de la experimentación artística, es la que hace que su obra sea obra de arte documental. Esa mirada atraviesa desde sus primeros reportajes gráficos en la revista Cromos o en Cruzeiro Internacional, a comienzos de los años cincuenta y hasta principios de los setenta, así como sus viajes al exterior y por Latinoamérica, especialmente por Colombia: las fotografías de su natal Cartagena, los registros citadinos de Barranquilla y su Carnaval, los testimonios etnográficos de La Guajira, los cubrimientos noticiosos, los retratos llenos de contrastes de Bogotá, las múltiples corridas de toros, así como los documentos poéticos que son sus imágenes de Cundinamarca y Boyacá, que sostienen el discurso de que “no hay tal vez en ningún otro fotógrafo de Colombia como Nereo una Colombia de vida en comunidad, que hoy se desgarra, se ‘moderniza”. Así lo escribió el poeta y escritor Santiago Mutis en el libro Nereo. Imágenes de medio siglo (2009), publicado por la editorial La Campana. Para Mutis, “ese lugar que Nereo ocupa en nuestro profundo afecto, y es ese lugar entre los fotógrafos de América”.
En medio de la conmemoración de los cinco años de la muerte de Nereo López, que se cumplen este 25 de agosto, y de los cien años de su natalicio, el 1 de septiembre, la Fundación Gabo recoge nuevas miradas, a través de los conceptos y las percepciones de distintos fotoperiodistas y curadores de arte, sobre la obra de un fotógrafo “capaz de encontrar la toma, el ángulo, el contenido justo y revelador, ahí donde los demás no veían sino lo rutinario y corriente”, tal como lo describió José Antonio Carbonell en el libro Nereo. Saber ver, producido por la Editorial Maremágnum.
Un fotógrafo de la calle
Eduardo Serrano
Historiador y crítico de arte
Lo más cautivador de la obra de Nereo es la sinceridad de sus registros, los cuales desnudan los valores e ideología del fotógrafo, transparentan sus propósitos, e inducen al público a tomar partido ante las implicaciones de la imagen. La diversidad de sus intenciones y contenidos demanda una múltiple mirada para abarcar las implicaciones que proyecta emocionalmente, estéticamente y, sobre todo, socialmente.
Nereo fue un fotógrafo de lugares públicos y en sus imágenes supo condensar la crueldad y la ironía, la tragedia y la belleza que conviven en los espacios exteriores y que con frecuencia pasan desapercibidas. La mayoría de sus fotografías fueron análogas, lo que exigía una gran pericia especialmente para la llamada “fotografía de calle”, modalidad que Nereo practicó logrando tomas memorables y en las cuales es posible reconocer la desconexión entre el fotógrafo y el sujeto, la intención furtiva, la ignorancia del personaje de que está siendo registrado, lo cual las convierte en testimonio espontáneo e imparcial acerca de la sociedad en su presencia pública.
Como reportero gráfico el trabajo de Nereo constituye el único documento agudo y completo sobre un período de la vida del país en el cual las lentes de sus colegas –a diferencia de las suyas– no se enfocan en las clases obrera y campesina que conforman el grueso de la población nacional. Como tal, representa una fuente inagotable de información y de valoraciones acerca de la vida de la sociedad y del hombre colombiano.
Aunque logró registrar y publicar noticias relevantes, verdaderas “chivas” sobre acontecimientos decisivos en la vida nacional, su afán no fue tanto informar sobre lo último o lo extraordinario, sino más bien transmitir plenamente, profundamente, sus apreciaciones sobre lo habitual, sobre las acciones que marcan el ritmo de la existencia diaria. Gracias a la agudeza de su intuición, su arrojo, y la justeza de sus decisiones, Nereo logró imbuir un carácter distinto, más imaginativo y complejo, a esta modalidad fotográfica.
El milagro de la historia narrada en una imagen
María del Pilar Rodríguez
Curadora de arte e investigadora
La propuesta fotográfica de Nereo López tiene dos características angulares que la hacen cautivadora, de hecho excepcional en la historia de la fotografía colombiana, más allá de su indiscutible valor histórico. Es una propuesta adelantada a su tiempo en términos estéticos, siendo pionero en lo que hoy conocemos en arte como "fotografía expandida", que no es más que el uso de la fotografía como herramienta de creación y experimentación estética con fines artísticos, un desarrollo que vemos claramente reflejado de manera visionaria y muy lúcidamente lograda en sus transfografías y por supuesto su nereótica –como él mismo tituló a sus archivos superpuestos y modificados de manera análoga y digital simultáneamente–.
Así mismo y de forma igualmente importante, Nereo López contó siempre con una sintaxis visual muy particular, configurando un tono íntimo y seductor en cada una de sus tomas –en particular en sus retratos– logrando que el espectador sienta la conexión emocional del voyeur con cada imagen, favoreciendo diálogos atemporales, dando rienda suelta a la reflexión y a la lectura humanista de cada uno de sus encuadres.
Nereo López dejó fija en la retina histórica de Colombia el registro de un sin fin de acontecimientos, que incluyen visitas de ilustres dignatarios, hasta apartes de los acontecimientos que rodearon la ceremonia del Premio Nobel concedido a Gabriel García Márquez; logró fijar una memoria emocional tangible de la historia colombiana, pues en sus imágenes no solo está fijo el acontecimiento en sí mismo, sino los sentimientos que le rodean. Gracias a su trabajo conocemos el rostro de la infancia abandonada y hambrienta, así como la melancolía, capacidad reflexiva y altivez de grandes intelectuales, y en el mismo tono lumínico de la memoria del compartir universal y sin distingo de clases sociales del Carnaval de Barranquilla en la segunda mitad del siglo XX.
Nereo también dejó un testimonio geográfico y paisajístico, así como industrial y material que registró con su cámara, como es el caso de su extraordinaria imagen del emblemático buque David Arango que es en sí mismo un símbolo de una época.
Nereo tenía una intuición aguda para comprender el valor histórico, estético y noticioso de lo que para otros lucía como una escena anodina. Es sin duda un reportero gráfico con la claridad, la habilidad y el compromiso de lograr el milagro de toda una historia narrada en una imagen.
El ojo que ve desde el arte
Vasco Szinetar
Fotógrafo y poeta
Nereo es un antecedente de lo que llamamos fotolibro y habría que incorporar su obra como parte de esa historia. Esa obra requiere todavía de un estudio profundo porque Nereo tuvo una larga trayectoria y hay que verla a través de ojos contemporáneos que permitan una relectura no sólo como fotógrafo, sino como artista visual. Es muy importante descubrir las obsesiones visuales de Nereo, más allá de los temas, de las formas, de la construcción del espacio fotográfico. Navegar en las aguas de nereo es extraordinario y es un camino lleno de grandes descubrimientos.
Nereo era un artista y cuando se enfrentaba a la realidad pública, a los eventos, el ojo veía desde la perspectiva del arte. Él descubre el mundo, lo documenta y le imprime su visión estética. Nereo ve estéticamente la realidad y tiene un universo estético propio.
Viajar a través de la mirada de Nereo
Juan Cristóbal Cobo
Fotoperiodista
La obra de Nereo va un poco más allá del testimonio meramente testimonial. Él interpreta la realidad para acercarla más a la literatura y la ficción. Los sujetos presentes en sus fotografías se convierten en personajes que continúan viviendo en nuestra imaginación más allá de la foto misma. Una foto de Nereo nos puede hacer sentir que estamos en una película de Fellini, como es el caso de sus panorámicas de las corralejas de Sincelejo (1962) o leyendo un cuento de Rulfo, cuando observamos su serie de un entierro en Soacha (1958). Nereo logra posicionar su obra como parte de nuestro imaginario colectivo y sin duda le da un lugar en ese esquivo podio donde comparte con otros artistas plásticos de su momento.
Nereo hizo un recorrido extenso por las regiones de Colombia para llevar la esencia de las ciudades, pueblos, y calles a los ojos de todos. Su mirada democrática nos presenta personajes, ritos, fiestas y paisajes que nos permiten viajar con él y sentir que hacemos parte de una conversación porque sus fotos están repletas de comentarios y anécdotas, muchas veces cargadas de humor y otras de dolor, sobre este país indescifrable que es Colombia.
Macondo en fotografías
Charlie Cordero
Fotoperiodista
Nereo, a pesar de ser reconocido en el campo reporteril y de documentación directa, siempre estuvo interesado en la búsqueda y exploración de una estética propia, de una mirada personal, de un estilo que con el tiempo consolidó. Un estilo del que la crítica de arte Marta Traba resalta su intención plástica, que va más allá del valor testimonial de sus registros. Nereo iba siempre en búsqueda de imágenes potentes, de mensajes contundentes, de fotografías que informaran y dejaran testimonio, pero que al mismo tiempo deslumbraran con su belleza, que fueran estéticamente agradables y compositivamente cuidadas, que emocionaran, que llamaran la atención no solo por lo que estaba pasando sino por cómo ese instante fue capturado. Imágenes que a pesar de ser informativas pudieran ganarse un espacio en las galerías de arte. Una mezcla entre forma y fondo, información y estética.
Cuando conocí el trabajo de Nereo López una de las cosas que más recuerdo fue el gran interés que me generó su forma de documentar el Caribe. Me inspiraron sus recorridos por Magdalena y La Guajira, la magia de personajes macondianos, sus costumbres y tradiciones que lograba capturar con gran precisión. Trabajos como los relacionados con el Festival Vallenato, las corralejas y el Carnaval de Barranquilla fueron un gran referente en mis inicios como reportero gráfico en el periódico El Heraldo, y sin duda influyeron en lo que hoy en día es mi obra. Nereo tenía un ojo privilegiado, era muy limpio y creativo en sus composiciones, siempre cargadas de alguna intención que llevaba al espectador a recorrer toda la imagen para descubrir el mensaje. Tenía un gran manejo de las líneas y de la profundidad de campo, lo que hacía que sus imágenes siempre fueran llamativas más allá del contenido de las mismas. Esto es un concepto que personalmente sigo aplicando en mi trabajo hoy en día: lograr imágenes que transmitan un mensaje, que den testimonio de algo o de alguien, pero que al mismo tiempo sean visualmente poderosas y estéticamente agradables y llamativas.