Este artículo es producto del proyecto 'Entre panas y parceros, ¿Cómo comunicar la inmigración en Colombia?', una iniciativa de la Fundación Gabo, con el apoyo del Programa de Alianzas para la Reconciliación (PAR) de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y ACDI/VOCA. Si te interesa profundizar y reflexionar alrededor de este tema, puedes participar en las distintas convocatorias para talleres en distintas regiones de Colombia.
Cuando la venezolana Lala Lovera llegó a Colombia en 2007, con su esposo y dos hijos –de siete y tres años–, la cantidad de venezolanos en este país no superaba los 50.000. 14 años después la realidad es totalmente distinta. Para el primer semestre de 2021, en Colombia viven cerca de 1.8 millones de venezolanos, según cifras de Migración Colombia. Esta situación no es ajena a Lala, quien desde 2018 dirige en el país en el que vive la ONG Comparte por una Vida, cuyo objetivo es ser parte activa en la estabilización de la población migrante y generar inclusión.
Actualmente Comparte por una Vida está presente en la frontera colombo venezolana, la Región Caribe y Bogotá. Además, su proyecto insignia está en el municipio fronterizo de Villa del Rosario, en Norte de Santander, donde se ubica el colegio de la Frontera. En esta escuela la ONG que dirige Lala, con el apoyo del equipo académico y del gobierno local y regional, ha logrado impactar positivamente a los 1.800 alumnos del plantel y disminuir la deserción escolar en casi un 30%.
Cerca del 98% de los estudiantes de esta institución educativa provienen de Venezuela y, una de las cosas que más reconfortan a Lovera, son sus resultados: “Gracias a las acciones en conjunto que generamos con el rector y el equipo académico logramos darle seguridad alimentaria, recuperación nutricional y salud mental a los estudiantes. Además, los aliados que trajimos al colegio nos ayudaron a crear esos espacios seguros y saludables para la permanencia escolar”.
Lovera cuenta emocionada que con los aliados que Comparte por una Vida pudo vincular a esta institución educativa se logró instalar un sistema de agua potable dentro del colegio y beneficia, principalmente, a niños, niñas y jóvenes que caminan entre 15 y 20 kilómetros a diario, desde Venezuela, para llegar al colegio de la Frontera.
En la ONG Comparte por una Vida creen fuertemente en las alianzas, ya que estos trabajos con población vulnerable “no se deben ni se pueden hacer solos”, afirma Lovera. Por ejemplo, en Villa del Rosario, uno de sus grandes aliados es el rector del Colegio de La Frontera Germán Berbesi, quien como comenta la venezolana “ha sido fundamental para nuestro proceso. Él cree en la migración como oportunidad y desde esta institución busca restituir los derechos fundamentales de esta población”.
Actualmente la ONG presidida por Lala Lovera está en la búsqueda de nuevas alianzas que les permitan replicar el modelo del colegio de la Frontera en dos nuevos colegios de Cúcuta.
En la experiencia de la también educadora venezolana, los colegios deben ser “espacios de integración e inclusión, porque todo lo que pasa en una comunidad educativa y en un colegio no solo impacta al niño, niña y joven, sino que permea a toda su familia. Cuando generas acciones dentro de una institución educativa y haces que las familias se sientan seguras y estables se teje confianza que, finalmente, repercutirá en la restitución de los derechos de estas personas”. Además, comenta Lala, toda esta situación positiva lleva a que los migrantes vayan conociendo sus deberes: “Se abandone la victimización y se puedan crear acciones con las cuales las personas que llegan puedan aportar a las comunidades de acogida”.
En 2016 nace Comparte por una Vida en Venezuela
Los primeros pasos de Comparte por una Vida ocurren en Venezuela, cuando un grupo de venezolanas en Colombia decide empezar a enviar insumos a su país de origen, ya que es a partir de esa fecha que inició, en gran medida, el desabastecimiento de aquel lado de la frontera. Para 2018 la situación estaba cambiando y empezó a crecer de forma acelerada el número de personas que abandonaron Venezuela. Para responder a esta migración compleja nace la ONG en Colombia.
“Se llama Comparte por una Vida porque en realidad también estamos compartiendo la vida de los niños, que es la vida de todos. No es solo el niño venezolano, son las vidas de cientos de niños y para poder sacarlas adelante se necesita un trabajo de todos. Me gusta decir que juntos somos más”, cuenta Lala para rememorar de dónde viene el nombre de la ONG que preside.
Sobre el día a día de Comparte por una Vida, Lala Lovera agrega que es un trabajo “comprometido en el que todos tienen la misma pasión y los mismos sueños. Somos siete personas en este momento de manera fija y casi 45 voluntarios”.
Esta ONG, además del trabajo realizado en Villa del Rosario, también tiene otro proyecto en Cartagena, junto a la Fundación JuanFe, en la cual trabajan con madres adolescentes y temas de salud y desnutrición. Además, en Bogotá se están vinculando a distintos proyectos con otros aliados.
Para Lala la apuesta sobre la migración debe estar orientada, en este momento, a acciones que permitan el registro de los migrantes, como bien se está haciendo a través del Registro Único de Migrantes Venezolanos. El objetivo debe ser poder conocer con exactitud quiénes están migrando y por qué, para así promover acciones que permitan la estabilización de estas personas.
Las personas que Comparte Por Una Vida busca ayudar surgen de esta premisa: “El común entre las personas que migran es que haya un subregistro en su identificación y eso lleva a unas vulneraciones absolutas de los derechos de esas personas. Eso hace que esas personas se vuelvan deambulantes: van de un lado a otro sin tener un destino fijo. Yo me atrevería a decir que un 65% de los migrantes en condición irregular en Colombia están deambulando por el territorio nacional en búsqueda de una solución a la cual no saben cómo acceder”.
En el futuro Lala y Comparte por una Vida tienen como objetivo seguir creando espacios seguros para los migrantes, que eviten el deambular entre ciudades y países sin tener destino fijo. Por otra parte, esta migrante venezolana espera también contribuir en uno de los retos más grandes que Colombia debe enfrentar: “Crear más oportunidades para las personas que están en pobreza, porque mientras esas brechas de desigualdad existan, en Colombia será muy difícil lograr la inclusión. Al final, no me gusta hablar de xenofobia, lo que vivimos es una gran aporofobia”.
La activista concluye con una gran pregunta que debemos hacernos todos los que constituimos una comunidad de acogida: “¿Cómo cerramos esas brechas entre la población vulnerable y les damos acceso a las mismas oportunidades que al resto?”. En esa respuesta está una posible vía hacia la integración.