La periodista Elsa Coronado se internó durante 10 días en el área mejor conservada de la Reserva de la Biósfera Maya para descubrir cómo una aldea de 89 familias han logrado convertirse en modelo de sostenibilidad. Entrevista.
Catorce días en una reportería o misión periodística, en plena pandemia, puede sonar mucho tiempo. Un privilegio, si se quiere, por la dificultad de los accesos a muchos lugares y poblaciones, y por las dificultades económicas que pueden llegar a significar para algunos medios en estos tiempos, que reducen las posibilidades de este tipo de comisiones, y que además respondan a temáticas al margen de la coyuntura de salud mundial y actual.
Catorce días de reportería fue el tiempo que duró el viaje de Elsa Coronado, reportera de Plaza Pública, medio de comunicación guatemalteco, a La Carmelita, un pueblo asentado en las entrañas de la Reserva de la Biósfera Maya de Guatemala, y que acoge una cooperativa pionera del modelo sostenible para preservar el bosque más importante de Mesoamérica.
Fueron dos días para llegar a la comunidad y dos también para volver a la ciudad. Cinco días fueron exclusivos para llegar a El Mirador y conocer cómo funcionan los engranajes del turismo comunitario. Dos días más para visitar a los cortadores de xate -quienes pasan meses en la selva-. Y los demás días fueron para conocer cómo funciona el sistema de corte o aprovechamiento forestal y hablar con los comunitarios sobre la labor de turismo sostenible que realizan.
Catorce días que dieron como resultado un completo reportaje multimedia, proyecto ganador de las Becas de Periodismo de Soluciones entregadas en la región de Centroamérica el año pasado, y que tiene abierta una nueva convocatoria.
Dos semanas de trabajo cuyos detalles comparte Coronado en esta entrevista:
¿Cómo llegaste a descubrir la historia de la Carmelita y por qué te interesaste en contarla?
Llegué a la historia de Carmelita a través de las redes sociales. Vi que una colega hizo el viaje a El Mirador, una antigua ciudad maya ubicada en Petén –el departamento más grande de Guatemala– y que algunos arqueólogos indican es anterior a la edificación de Tikal. Esa fue la primera idea que captó mi atención, porque además de la historia, el recorrido turístico a la selva y a las ruinas mayas requieren fuerza física y mental para hacer el recorrido de 40 kilómetros de ascenso e igual cantidad de regreso, bajo la guía de quienes viven en la comunidad.
Tiempo después empecé a ver pronunciamientos de profesionales de la arqueología y antropología en favor de las concesiones forestales comunitarias, ante el peligro de que no les renovaran el contrato estatal para vivir y trabajar en el área, y ahí terminé por conectar con el tema. Empecé a buscar información, notas de prensa, informes, hice algunas consultas a inicios de 2020, pero solo para entender cómo funcionaban y quizá pensar en que algún día podría conocer. Cuando salió la oportunidad de presentar una propuesta para la Beca de Soluciones no dudé en proponer la historia que ya había identificado. Llevaba tiempo con la idea de hacer un trabajo periodístico relacionado con medio ambiente, pero no sabía cómo empezar ya que mi experiencia ha sido en el ámbito judicial. Entonces, Carmelita resultó ser mi incursión en esa área.
Coronado en la ruta al campamento de los cortadores de hojas de xate. El recorrido fue de 17 kilómetros, y la misma cantidad para volver, entre maleza, lodo y pozas de agua.
Esta historia de soluciones conllevaba por sí misma buscar una solución: superar la pandemia para contarla. ¿Cómo fue la experiencia de reportear en estas circunstancias? ¿Qué tantos inconvenientes afrontaste?
El primer desafío fue que gané la beca mientras estábamos en un confinamiento por causa del COVID y que mi atención estaba en la cobertura relacionada con la emergencia. Tuve el acompañamiento de Javier Drovetto, el editor-mentor asignado por la Fundación Gabo para esta beca, y me animó a realizar un plan de trabajo que incluyera hacer todo el reporteo sin viajar. No sabíamos cuándo volverían a abrir el tránsito interdepartamental en mi país, así que había que pensar en opciones. Por supuesto que el escenario era terrible porque la historia tenía su origen en el campo, en el bosque más extendido del país, el más importante, el que más amenazas tiene y que con todas estas características era inimaginable contar sin estar en el lugar.
Además, tenía en mi contra que la emergencia casi triplicó el trabajo habitual que yo realizaba en el medio en el que usualmente publico, así que no tuve mucho tiempo para dedicarme al tema inmediatamente después de ganar la beca. Sin embargo, esto fue muy conveniente porque, aunque había hecho poca investigación, finalmente pude hacer la visita de campo en octubre y logré una mejor perspectiva para narrar la historia de Carmelita.
Para llegar a este lugar hay que hacer un recorrido de más de 12 horas en vehículo, entrar literalmente a la selva, y para lograr contacto con las personas hubo que hacer muchos contactos, gestiones, pedir permisos, hacer pruebas para certificar que no tenía el virus, entre otras preparaciones.
Este trabajo contó con la ayuda en la parte de edición de Javier Drovetto, como antes mencionaste. ¿Cuál fue el principal aprendizaje en esta labor de edición?
Javier fue un mentor para el trabajo que hice y sus intervenciones fueron siempre muy atinadas. Recuerdo que en la primera sesión de trabajo yo estaba insegura porque no sabía mucho de este enfoque y él me escuchó y aclaró dudas.
Lo más importante fue que siempre me insistió en construir la evidencia de la solución o “alumbrar” algún aspecto exitoso que sirviera como aporte a otras experiencias, con todo y las limitaciones que yo pudiera identificar durante mi investigación.
¿Cuál crees que es el principal hallazgo de este reportaje?
Explico cómo una comunidad fundada por hombres y mujeres dedicados a la extracción de chicle, casi sin instrucción, lograron adaptarse para aprender a dirigir una cooperativa comunitaria que aprovecha los recursos del bosque sin destruirlo.
Me impresionó mucho que los hijos y nietos de aquellos jornaleros que llegaron a esa selva inhóspita a mediados del siglo pasado ahora están a cargo de responsabilidades mayúsculas como el aprovechamiento de la madera.
Ellos planifican cómo, cuándo y cuántos árboles cortar, y por supuesto que el bosque sufre por esta acción, pero no acaban con todo. Dejan árboles para que provean semillas de forma natural, y están obligados a sembrar para asegurar que las especies se mantengan. La venta de esa madera es la principal fuente de ingresos para la organización comunitaria, y quizá sea lo que más oposición genera fuera de la estructura, pero de alguna manera es lo que mantiene arraigada a la población. Son 89 familias que viven casi en exclusivo de lo que les da el bosque, y gracias a que no permiten que extraños se instalen en ese territorio, esa parte del bosque se ha mantenido a salvo de grupos criminales.
Carlos Alonzo, Elsa Coronado y el guía de turismo comunitario, Santiago Juárez, en el área en donde se encuentra el friso maya que los arqueólogos indican tiene relación con los héroes gemelos del Popol Vuh, Hunapú e Ixbalanqué.
¿Cómo y por qué decidiste trabajar con varios formatos: texto, video e imagen en este especial?
Quería que este fuera un reportaje especial y que pudiera mostrar un poco de lo que vi en el campo. Mi colega Carlos Alonzo, que estuvo a cargo del material gráfico, hizo un excelente trabajo visual y obtuvo escenas muy buenas con el dron que nos ayudaron a visualizar el bosque en el que estábamos.
Publicamos un video que cuenta las ideas generales del reportaje y los hallazgos más importantes, y dos días después un texto a profundidad que narra personajes, historias, datos, y que cita investigaciones y reportes oficiales. Todo esto acompañado de fotografías y pequeños videos que, espero, trasladen al lector hacia un sector de la selva maya que, junto a México y Belice, hace parte del bosque más extendido de Mesoamérica.
¿Cuál es el mayor reto para hacer periodismo de soluciones en Centroamérica, especialmente en Guatemala?
El mayor reto es aprender a ver las soluciones, porque estamos habituados a poner la mirada en lo que no funciona, en lo que hay que denunciar y eso es importante, pero también ha provocado que se nos nuble la visión y que pasemos por alto aquellas acciones que por mínimas que sean, buscan solucionar problemas.
Creo que otro reto es que nos falta capacitación. En 2019 participé en un Taller de Periodismo de Soluciones para reporteros de cuatro países de Centroamérica que financió la Fundación Gabo, y esa fue mi primera experiencia con este enfoque. Recuerdo que en una de las sesiones de trabajo nos pidieron mencionar ideas de posibles coberturas de soluciones y fue muy difícil aterrizar ideas concretas. No había muchos ejemplos en español y muchos de los asistentes estábamos habituados a reportear corrupción, abusos de poder, fallas del sistema, entre otras cosas. No obstante, salí de esa capacitación inspirada a tratar de buscar cómo las personas tratan de resolver los problemas sociales actuales. No ha sido fácil, pero creo que requiere una práctica constante.