Por Carlos Hernández participante del taller de "Cómo se escribe un periódico" que dirigió Miguel Ángel Bastenier Ofelia Henao es una perseguidora. Trabaja en la Plaza Santo Domingo, del centro histórico de Cartagena, donde está Gertrudis, una escultura de Fernando Botero con la que los turistas suelen fotografiarse. Ofelia se va detrás de ellos. En cada mano carga una réplica de la obra, y cuando los alcanza, les toca la espalda y lanza su oferta: "la boterito, la boterito".
Son ya ocho meses persiguiendo extraños. Empezó colaborándole a una amiga que eventualmente se retiró y le dejó el campo libre. Entre las seis y treinta de la tarde y las diez de la noche ofrece las figuras de resina de marmolina que Asovernaca, asociación a la que pertenece, manda a hacer en una fábrica del barrio La María. Las figuras son tan tersas como la original.
Orlando Pérez -62 años - fabrica lo que vende. Si el negocio anda bien se sienta ocho horas diarias a elaborar boteritos, en su mayoría Gertrudis. Le echa agua a la marmolina, vacía la mezcla en un molde de fibra de vidrio, deja en reposo por 20 minutos y pone las figuras al sol. "Lo más difícil es pulir los detalles del pelo, los ojos y las uñas, y retocar los huecos que le quedan". Pulimento total.
Orlando no persigue a nadie. Es un vendedor estacionario de la Plaza de la Aduana que exhibe las réplicas sobre una caja de madera, entre cuatro de la tarde y las once de la noche. El miércoles pasado a las siete de la noche mantenía las 19 que había dispuesto desde el comienzo, y cuando notaba turistas curiosos se ponía de pie:
-El boterito, las gorditas.
-¿Cuánto cuestan? - indagó un hombre rubio con acento gringo, jugando con una de las figuras entre las manos.
-Entre seis mil y doce mil pesos las pequeñas. Las grandes van de 18 mil a 25 mil.
El gringo soltó la figura y con un diplomático "mañana vuelvo, pero me gustó", siguió su camino. "El colombiano compra más. Más barato, pero compra. Sobre todo la Gertrudis", expresa el artesano. La perseguidora lo contradice: "compra más la gente del exterior, pero no estamos en buen tiempo porque no ha llegado la temporada de buques, que es entre septiembre y enero. Es la mejor época".
Hay días en los que las réplicas de Orlando pasan inadvertidas. Cuando esto ocurre, el hombre, escuálido y desdentado, debe retrasar sus pagos en el hotel y hacerle la vista gorda a la comida. "Uno se sabe el ayuno de memoria, así que cuando me va bien, pues como el doble".
Las intermitencias de las vacas gordas no han impedido que el negocio haya salido avante por algo más de una década, el mismo tiempo que lleva Gertrudis al sol y al agua, desnuda, al frente del templo Santo Domingo. Sus 650 kilos llegaron el viernes siete de abril del año 2000, tras un viaje en buque desde el puerto de Génova (Italia). Era una gorda recorrida. Ya había expuesto sus vergüenzas en los Campos Elíseos, París, Lisboa, Madrid, Nueva York y Washington, hasta que Botero la sacó de los museos y la donó a Cartagena. El artista quiso que la ubicaran al frente de la iglesia en un gesto que, más que desafiante, el curador Eduardo Hernández considera "oportunista", por venir de alguien que "vive de la fama desmedida que ha tenido".
Esa fama se incrustó en el mercado informal desde el arribo de Gertrudis, con quien el turista se divierte imitándole el desparpajo de su pose o tocándole el busto, desgastado de tanto manoseo. El objetivo de los negociantes es que tras ese divertimento surja el interés de llevarse un recuerdo, y al parecer la lógica ha funcionado. "Lo que más se compraba antes eran pinturas de las calles, pero desde que Botero se dio a conocer, hace unos diez años, a los turistas les gustan las gorditas", relata Kennedy Calvo, quien vende réplicas de las pinturas del artista paisa.
Este morocho de 43 años, guía profesional de turismo, que habla inglés, francés "y un poquito de italiano", ubica su galería bajo el sol y vende cuadros entre cinco mil y ciento cincuenta mil pesos, que le encarga a unos diez autores que firman con apellidos como Yánez, Bolaño, Hernández o Glenn. Botero, que en 2006 llegó al Olimpo de las subastas cuando le consignaron 2,03 millones de dólares por el cuadro Los músicos, ya les conoce el trazo.
Kennedy relata que alguna vez "el maestro" caminaba por Cartagena y un acompañante le dijo: "Fernando, mira tus motivos". El artista se acercó a las pinturas, las observó un momento e hizo un descubrimiento que en un principio pareció una obviedad tan grande como la Catedral que tenía al frente: "Hay tres que no son míos". Claro, todos eran copias, pero una tríada de supuestas réplicas eran, en realidad, piezas creadas por los imitadores. Uno retrataba al jugador de fútbol Hugo Rodallega; otro, llamado El Lector, era un hombre que leía el periódico, y en el último, El beso, una pareja se daba cariñitos en un parque. Todos voluminosos, de cara rellena y cuerpo entrado en carnes. "Y se vendían", recuerda Kennedy.
El impostor era Arnoldo Triaza, un trabajador social que alguna vez fue entrenador de yudo. Hombre inquieto por la pintura, hace un Botero, un boterito, en una o dos horas. "Depende de la técnica". Estudió un año en una escuela de bellas artes y vive del lienzo y la acuarela. "Por innovar me inventé tres figuras. También pinté a una palenquera estilo Botero, hace tiempo. Tengo rato que no la hago", recuerda tranquilo, con amenaza de risa, como si se tratara de un juego. Triaza anota que "Botero ha tratado de impedir eso echándoles a sus abogados", pero la venta de boteritos goza de la vitalidad del artista vivo más caro en las subastas. Por Carlos Hernández participante del taller de "Cómo se escribe un periódico" que dirigió Miguel Ángel Bastenier
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