El escritor y periodista mexicano Juan Villoro comenta en esta entrevista algunos aspectos de cómo desarrolla sus procesos creativos, la relación entre el periodismo y la literatura y las nuevas formas de narrar que surgen en el contexto actual.
Juan Villoro conducirá el Taller de Periodismo Narrativo, del 8 al 12 de agosto en Buenos Aires, Argentina, una actividad en la que 14 periodistas de América Latina trabajarán en un "cuarto de máquinas" donde se mezclen procedimientos del cuento, la novela, el reportaje, la entrevista, la memoria y el testimonio, en función de un género híbrido que busca contar la verdad, pero no puede renunciar a reconstruir la subjetividad: la crónica.
¿Cómo decides qué tipo de historias narrar? Cómo eliges si una escena
que ves en la calle se convertirá en crónica, en cuento o en novela?
La mayoría de mis temas surgen de un largo interés. En el caso de la crónica casi siempre escribo de asuntos que he seguido desde hace mucho. Pero también hay zonas de descubrimiento, como el caso de Corea del Sur, donde estuve hace poco. Había estado dos veces en Japón y escribí una crónica al respecto. Espero que también Asia se convierta en un interés recurrente. En lo que toca a la ficción, todo surge de una imagen, una especie de foto fija. Me preguntó que sucedió para que esos personajes llegaran a esa situación y qué les sucederá después. A su vez, la imagen se puede desprender de algo que escucho al pasar o algo que leo. Suelen pasar varios años en lo que encuentro el antecedente y el desenlace. El método es muy distinto al de la crónica.
¿En qué se diferencia el proceso creativo de un texto periodístico de un texto de ficción?
En la crónica partes de un hecho, generalmente caótico, abigarrado, amorfo, que pide ser estructurado para ser entendido. En la ficción no tienes la certeza de estar ante un material concreto: escribes para averiguarlo.
¿Qué licencias narrativas te permites al momento de escribir una crónica? ¿La crónica soporta alguna dosis de ficción?
La crónica tiene un contrato con la verdad, categoría que, por supuesto, se deja afectar por la subjetividad. Hasta donde le sea posible, el cronista debe ser fiel a los hechos. La única aportación de la literatura es la recreación emocional de esa verdad; la capacidad de entenderla como si un testigo presencial nos la contara. El aporte está en la representación de la realidad, no en su contenido. No creo que se deba agregar nada más. Esto en lo que toca a sucesos públicos que se cubren como crónicas. Si escribes un artículo sobre tu cena de Navidad, donde no trabajas con una noticia sino con una circunstancia personal, puedes inventar a un comensal sin que a nadie le afecte, pues no es algo que importe verificar. La diferencia decisiva entre la ficción y la no ficción tiene que ver con la posibilidad de que eso sea verificado.
¿Cómo ha sido tu experiencia en Twitter? ¿Te interesa explorar nuevas narrativas en las redes sociales?
Siempre me han interesado los aforismos. En 1989 traduje los de Lichtenberg, para el Fondo de Cultura Económica. Twitter te permite escribir aforismos plebeyos, sin mucha preocupación. Es algo que me divierte pero no sé muy bien adónde vaya. Cuando todo el mundo siga a dos mil twitteros, nadie podrá leer a nadie.
¿Qué historias periodísticas necesitamos narrar con urgencia en América
Latina?
Las mismas de siempre, las que combinen la vida pública con la vida privada. La crónica es la mejor forma de que un suceso colectivo se entienda en la dimensión emocional que tiene para el individuo. Esto puede derivarse del piquete de un mosquito o de un golpe de Estado. Al final, todo tiene que ver con la sangre. Hoy como nunca antes se habla de la importancia de que el periodista esté sintonizado con los intereses de sus lectores. ¿Cómo debe ser esa relación periodista-audiencia? ¿Cómo justificar el tiempo que el público le dedica a consumir lo que un periodista ofrece?
Los grandes escritores crean su propio tiempo. Esto es válido para el periodismo y para la novela. Un texto breve mal escrito siempre es demasiado largo. En cambio, "La guerra y la paz" no deja de ser dinámica. Por la competencia con las plataformas en red, que son muy útiles para producir información que se renueva en línea, el periodismo en formato papel ha perdido confianza en sus propios recursos. Cuando se inventó la fotografía, la pintura reaccionó con técnicas ajenas a la cámara. El impresionismo y el expresionismo son reacciones a la hiperrealidad fotográfica desde otro lenguaje. Lo mismo debe hacer el periodismo escrito. No se trata de que los periódicos parezcan una versión estática de YouTube, sino de que hagan lo que no puede hacer YouTube. En este sentido hay que apostarle al empleo del tiempo. La gente siempre encuentra la oportunidad de perder el tiempo en lo que le interesa.
En un contexto en el que las nuevas tecnologías, las crisis de los medios de comunicación y los cambios en el consumo de información, replantean muchas certezas que antes se tenían del oficio de periodista ¿Qué nuevas habilidades debe adquirir un reportero para mantenerse vigente y dedicarse de forma honesta a su oficio?
El periodista completo debe ser custodio de un atavismo y de una vanguardia. El atavismo son las historias largas, bien investigadas, que ordenan la realidad desde el origen de la escritura. No podemos prescindir del relato que nos narra. La vanguardia es la adecuación a nuevos dispositivos, desde las pantallas de los teléfonos celulares a Twitter. Es imposible ignorar esos reflejos de la realidad. Un periodista que atestigua un suceso puede narrarlo en esquirlas de Twitter y luego recrearlo como una historia. La realidad siempre ocurre dos veces, en los hechos y en la mente de los testigos. Cuando recreamos algo debemos ser fieles a ese doble discurso: lo que ocurrió y cómo repercutió en quienes lo vivieron. Lo interesante, hoy en día, es que la velocidad informativa permite que la noticia sea casi simultánea al suceso. La representación instantánea está en los testigos presenciales pero también en las redes sociales. Si registra e interviene en Twitter, los SMS y otros mensajes, el reportero dispone de una cantera que opera un borrador nervioso de lo que luego será una lectura reposada. Las historias largas y los fogonazos de 140 caracteres tienen sentido informativo.