El cuento de nunca acabar

El cuento de nunca acabar

Por Héctor Feliciano- Seminario Nuevas rutas para el periodismo cultural ¿Qué es una investigación periodística en el campo de la cultura?, ¿cómo se recorre ese camino?, cómo se aguzan los sentidos para recorrerlo bien?. Son las respuestas a estas preguntas que, en esta tarde, CONACULTA y la FNPI me han obligado a contestar.

Y, me alegra que me hayan forzado a aclarar lo que sigue en mi charla, pues nuestras salas de redacción han considerado siempre a la investigación en la cultura como hermanas o primas cercanas de la sección viajes o de la sección hogar, es decir, secciones simpaticonas pero sin consecuencias. 

Es cierto que existen suficientes respuestas o definiciones a las preguntas que hice al principio, y que, en verdad, todas las respuestas, prácticamente todas, nos darían algún tipo de satisfacción.

Aunque sólo, elementos de satisfacción, pues, con una investigación ocurre lo que acaece con tantos otros géneros escritos. Al igual que la novela, que puede ir desde Cervantes a Yuri Herrera, a Lezama Lima, a Scott Fitzgerald y sigue siendo novela, una investigación puede tener muchas formas de definirla y múltiples formas de llegar a ella y, sin embargo, seguirá siendo siempre una. Solo porque la reconoceremos como tal cuando se le lee o se le ve o se le escucha.

Prefiero, pues, para acercarnos a responder a las preguntas del principio, atenerme a mis propios elementos , los que me ha proporcionado mi propia experiencia investigativa como periodista cultural. Experiencia que es, por supuesto, la que menos ignoro. Entro, pues, temerariamente en el campo de lo empírico.

No podré responder por separado a cada una de las tres preguntas, pues siempre me he topado con ellas trenzadas, entremezcladas unas con otras.

Quisiera aclarar, para comenzar bien, que creo firmemente en la existencia de una diferencia entre la reportería de base y la investigación. Son dos bestias diferentes, una, claro, más salvaje y ponzoñosa que la otra. Detesto la moda actual que intenta presentar, debido al prestigio, cualquier reportería elemental como una investigación, cualquier abc del periodismo aplicado como la gran investigación de nuestros reporteros. Si no aclarara esa diferencia y esa distancia banalizaría toda investigación seria. Además, de quitarle vida propia a la reportería de base, melodía y ritmo fundamental de nuestro oficio.

La diferencia entre ambas se debe, creo, al sentido de profundidad de toda investigación. Es esa, me parece, la diferencia fundamental con la reportería de base, la profundidad que la investigación le imparte a un tema y a sus ramificaciones.  Es así que al investigar se realiza una búsqueda profunda, es la realización de una curiosidad profunda del periodista, de una reportería densa y compleja que busca averiguar algo, grande o pequeño, que no se sabe y que no es más que un cuento de nunca acabar. Un cuento de nunca acabar que casi siempre acaba no por voluntad propia del investigador o por agotamiento del tema, sino por razones peregrinas, tales como un editor que, un día, pide, por favor,  el tema para la hora de cierre ya o una editorial que pide el manuscrito para tal fecha sin posibilidad ninguna de prórroga. Y, a regañadientes, convencido para la eternidad de que la búsqueda no ha concluído aun, el periodista entrega entonces lo que tiene preparado.

Así habrá ocurrido cuando Alma Guillermoprieto entregó su artículo sobre los crímenes de Juárez,  cuando, en Argentina, Rodolfo Walsh entregó el primer manuscrito de Operación Masacre, igualmente, en La pasión según Trelew por TEM, y en Francia, con el libro La Orquesta Roja de Gilles Perrault sobre la red de espionaje antinazi que funciono en Europa en plena guerra mundial.  En ediciones posteriores los autores se vieron obligados a seguir agregando nueva información esencial.

Ahora, adentrémonos río arriba, a las fuentes, a ver, ¿cómo comienza y como continúa una investigación?.

Al principio, puede ser una circunstancia que nos confunde evidentemente o, sencillamente, algo, una pieza, que no cuadra en un sitio en el que el resto del conjunto nos parece estar en orden. Ese algo casi siempre llegará, sigilosamente, como una intuición, como una sospecha, un barrunto. Esa intuición comienza a desplegarse, lenta o rápidamente, a sembrar semi-dudas todavía muy nebulosas y nos hace preguntarnos con nuevos  ojos y oídos, ¿qué ocurrió? o, más prosaicamente - ¿qué fue lo que pasó ahí que no entendí?.  Si se trata de un hecho o de unas palabras, puede ser su improbabilidad la que nos ponga a dudar al inicio; si se trata de una circunstancia, será acaso su descripción imposible la que nos hará reflexionar.

Entonces, se agarra uno de los pocos elementos que tenga en mano y sigue halando de esa cuerda, pensándolos una y otra vez, hasta que comiencen a entregar pistas, rastros. Y, lo harán, darán pistas. Entretanto, en la estela de ese qué pasó, llegarán otras preguntas, no necesariamente en orden cronológico o consecutivo, pueden presentarse, para mayor confusión del periodista, simultáneamente, ¿cómo me lo explico?, ¿cómo entiendo este asunto mejor?, ¿cómo explicárselo al lector, a la audiencia sin confusiones?.

Al llegar a esta última etapa uno sabe que tiene un tema entre manos. Y, una audiencia, que, en un movimiento de bumerang, ayudará a estructurar la investigación, pues el objetivo será aclarar para publicar o difundir.

¿Con qué facultades y emociones necesarias, con qué facultades emotivas se realiza una investigación periodística?. Y, digo facultades y emociones, pues nos componemos en gran parte de eso. Algunas de estas facultades y emociones tendrán importancia solamente en algunas partes de la investigación. A medida que progrese esta, habrá que reducir la importancia de unas y despertar a otras.

La primera que llega, primera entre iguales de todas las otras, es la curiosidad. Sin ella no saldrán a la luz en nuestra mente las primeras intuiciones, ni nos permitiremos entenderlas, ni las dejaremos pasearse libremente por el nuevo tema.

Sin la curiosidad empujándonos, esa vertiente de arqueólogo omnisciente será incapaz de reconstruir ciudades desaparecidas a partir de unos poquísimos elementos.

Esa curiosidad toda tiene que venir empapada de modestia, una de las cualidades que ha ido desapareciendo velozmente de nuestros periodistas en esta sociedad del espectáculo. La modestia suprime los excesos del protagonismo. Permite escuchar y escuchar y escuchar, la base de cualquier periodismo. Es la cualidad que nos permite saber qué dice el mundo y no lo que digo yo, que ya lo sé. La modestia reduce el ego del periodista bien o mal peinado, bien o mal vestido, sonriente con muchos dientes o no, para que ni él ni sus motivos ulteriores se entremetan y se confundan en la investigación. 

Y, a ese sentimiento de curiosidad con modestia que irá agrandándose tiene, tiene, que acompañarlo la ingenuidad, hasta el punto de prácticamente confundirse con ellas. Sé que la ingenuidad es un término prácticamente expulsado y prohibido de nuestro vocabulario de urbanitas endurecidos y sé, además, que podría parecer una paradoja decir que un periodista de investigación de los meros meros pueda ser ingenuo, pero lo tiene que ser, al menos a lo largo de todo el período previo a la conclusión de su investigación. Sin la ingenuidad no logra uno nunca hacerse las preguntas que nadie se había hecho antes o que nadie más se había hecho. Einstein explicaba que llegó a interrogarse sobre el espacio y el tiempo y descubrió ciertas inconsistencias esenciales, porque no  había integrado o asumido esos conceptos en su infancia, cuando el resto de los niños lo hacían. Lo había hecho más tarde, durante la adolescencia, ya con mayor conciencia, , cuando ya todos los daban por sentado. El periodista de investigación debe intentar ser ese niño bobo que se hace las preguntas bobas que nos llevarán a nuevas sospechas, a nuevas pistas y seguimiento de rastros, a abundantes y necesarias hipótesis.

Un investigador hace preguntas ingenuas con modestia; a los entrevistados, a los funcionarios, a los políticos, a sus fuentes, a sus cajas de resonancia. En las repeticiones, en las explicaciones, en las relecturas descubrirá agujeros en los argumentos y afirmaciones, en los comunicados, en las versiones que maneja.

La ingenuidad no debe olvidar de ir de la mano del optimismo. El optimismo que le hará creer en que llegará a algo, en que algún día no lejano podrá entender qué no encajaba, qué no cuadraba desde un principio. La ingenuidad lo animará -acaso, por pura ingenuidad - cuando se encuentre en época de vacas flacas de hallazgos y largas travesías de búsqueda y búsqueda sin toparse con ningún elemento de importancia. 

A la pareja de la curiosidad y la ingenuidad deberá entrelazársele la tenacidad, o, más bien, la terquedad, que es un sentimiento más útil, ya que es más rústico, más primitivo, que, como las raíces de un árbol, entra en la tierra y de allí no se mueve. La terquedad vendrá a reducir toda impaciencia, toda  idea de distracción o de fuga y empujará tercamente a la curiosidad y a la ingenuidad a no abandonar y a seguir adelante.

A decir verdad, no sé cómo jerarquizar perfectamente todos estos sentimientos, pero no puedo olvidar que uno de los más importantes en toda investigación, el que logra que esta se prolongue y se prolongue convirtiéndose en un cuento de nunca acabar, es el necesario sentimiento de la paranoia. Aunque hablo de una paranoia hecha a la medida para la ocasión, pequeñita, controlable y temporera. No es absoluta, como la enfermedad. No hace daño, tampoco. Se trata de utilizar para bien aquel sentimiento de persecución del periodista, el sentimiento de que existen complots y conjuras, maquinaciones e intrigas sobre el tema; de que un desconocido - cuyo nombre terminará, naturalmente, por salir a la luz - intenta escondernos lo que uno debe revelar; el sentimiento de que todos, todos, menos el propio periodista, son culpables; de que es posible que, desde el mismo planeta Marte, un pequeño grupo de coleccionistas maneja el mercado de arte del país o que los nazis controlan, todavía y, claro está, secretamente, la administración de los teatros de la ciudad.

La paranoia forma parte de la ingenuidad y, también, le hace contrapeso, relevándola, cuando ésta ya no nos pueda ser útil en la investigación.

En mi vida diaria hago muy poco uso de ella, sólo en pequeñas porciones, cuando viajo - acaso, por no ser lo suficientemente paranoico me acaban de robar la computadora en Buenos Aires - o cuando camino por la calle. Sin embargo, cuando se investiga es necesario emplear cantidades industriales a corto plazo, limitándola y enmarcándola, sabiendo que no es de verdad y que no va a durar para siempre. A veces las posiciones más descabelladas son las más acertadas. Muchos de mis colegas cometen el error de quedarse dentro de la paranoia y de solo poder florecer así, ya que les da un sentimiento de importancia, de centro del mundo, como el que padece el verdadero paranoico, quien es tan importante que todo el mundo lo persigue. Lo que cuenta, para no encerrarse en ese laberinto, es saber que se es paranoico, algo que nunca llega a saber un verdadero paranoico. El extremo paranoico de mis hipótesis nadie lo sabrá, ya que no las publicaré. Mientras no se publique se puede pensar en cuanta idea descabellada se le ocurra a uno. No cuesta nada, a partir del momento en que se sabe que son descabelladas. 

Debo aclarar que ese sentimiento de paranoia no deberá aplicarse a las amenazas verdaderas, las reales, del exterior - esas deberán medirse con el termómetro de la realidad y sacar las conclusiones más realistas para protegerse, pues ninguna investigación periodística vale la vida.

Luego, se deberá ir graduando y apagando la paranoia a medida que se vayan eliminando hipótesis y tan pronto vaya tomando forma la estructura de la investigación, que comenzará a aclarar y a separar las cosas.

Parte de la paranoia deberá componerse de un abogado del diablo portátil y permanente en la propia mente del periodista. El abogado contrarrestará y dudará de todo, incluyendo de las propias conjeturas excesivas y ayudará a conformar la verdadera estructura de la investigación y de lo que se quiere publicar o difundir. Si es posible, fuera del ámbito de la investigación, el periodista debe tener una o varias personas de extrema confianza que sirvan regularmente de caja de resonancia. Le será muy útil y menos pesado.

Los sentimientos o facultades descritos  anteriormente están íntimamente vinculados a dos componentes esenciales de la vida que se nos escapan, el tiempo y el espacio.  En ambos llevamos la carrera medio perdida. El cauce principal del periodismo de hoy fluye en su contra. Nuestros medios luchan en permanencia por reducir ambos y un periodista investigativo por extenderlos. Sin embargo, sin ellos, no existe la investigación.

Y, en ese tiempo y espacio viven no solo la investigación sino también la narración y el lenguaje, las dos tensiones que la harán vivir para el público. Ninguno de los dos deberá  confundirse exclusivamente con la realidad, pertenecen más bien a nuestra realidad periodística. 

Caigo en cuenta de que podría seguir conversando casi indefinidamente sobre el tema. Me han hecho muy bien los requerimientos de CONACULTA y de la FNPI. Pero, no existe nada más claro que los ejemplos. Proseguiré, pues, lanzándome de lleno en uno de los temas investigativos que menos ignoro, el del saqueo de arte por los nazis durante la IIGM. Pido disculpas a aquellos que ya han escuchado la charla que viene. Como dije, es lo que menos ignoro.

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