Los términos 'primavera árabe', con que se ha bautizado la conmoción popular en el mundo árabe, comparan dos series de acontecimientos de la historia de Europa con lo que sucede en ese arco de tensión que va desde el Atlántico hasta el golfo que unos llaman Pérsico, otros Árabe, y por ello algunos decimos solo El Golfo. La 'primavera de los pueblos' es como en Europa occidental se calificó la liberación de la Europa del Este del control de Moscú; y su precedente fue el 'vormarz' germánico de 1848, que desde París a Viena impulsó con éxito diverso las formas parlamentarias de gobierno. Todo comenzó en Túnez. El país norteafricano es un veraneadero de Europa, que produce sol y mano de obra. Y, quizá, por eso y porque los líderes de la independencia en los años 50 pensaron un país moderno, tenga las mejores posibilidades de desembocar en un régimen representativo. De Oeste a Este, dejando a un lado Marruecos donde Mohamed VI sortea con cintura la protesta, nos encontramos con Libia, donde todo apunta a la caída de un megalómano fracasado, Muamar el Gadafi, al que reemplazará una tropilla de desconocidos. El coronel tuvo la mala suerte de dar un golpe en imitación de Nasser en 1969, cuando el presidente egipcio ya agonizaba políticamente y un año después lo hacía físicamente. Así, Gadafi se encontró con un desierto de ubres petroleras y una ideología, el arabismo, en franca bancarrota, y se ha sostenido en el poder por el crudo con que anestesiaba a las 140 tribus que integran una nación, por otra parte, inexistente. Tanto que a una realidad geográfica llamada Libia, para crear un verdadero país habría que adjuntarle libios. Pero sí existe el país como símbolo: Occidente, sin cuya fuerza aérea no habría caído el dictador, está diciendo con los bombardeos que las dictaduras de Siria y Yemen ya no son aceptables. Siempre en el centro está Egipto, nación histórica de 80 millones de habitantes, que abastece de telenovelas, lengua franca, artistas e intelectuales a todo el mundo árabe, y de cuya suerte los restantes países del arco acabarán por ser deudores. El ejército trató de llegar a un acuerdo con el presidente Hosni Mubarak para que se exiliara y evitar así un juicio, que por su maratónica duración habrá de coincidir inevitablemente con cuantos pasos electorales traten de institucionalizar el nuevo régimen. ¿Democrático? El ejército preferiría un apaño a la turca, pero no la democratizante de Erdogan, sino la fundada por Mustafá Kemal, en la que la milicia, so pretexto de garantizar la modernidad, tuteló durante más de medio siglo los destinos nacionales. Al norte de Suez se alza un fulcrum político. Es un peso ligero, pero la mayor parte del mundo árabe cree que sin una solución al eterno conflicto de Palestina, jamás habrá paz en la zona. Y en los territorios que ocupa Israel desde 1967 la revuelta norteafricana ha provocado una doble reacción: la legalista y la espontánea. La primera es la que promueve el presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas, consistente en pedir a la asamblea general de la ONU el reconocimiento como Estado de lo que resta de tierra no anexionada por Israel. La petición se cursará a fin de septiembre a la Asamblea y no al Consejo de Seguridad, porque el presidente norteamericano Barack Obama ya ha advertido que vetaría cualquier resolución del C. de S. en ese sentido; y como alternativa más digerible para Washington la AP se podría conformar con que la asamblea - que sí aprobó la creación de Israel en noviembre de 1947- la reconozca como Estado, pero solo con status de observador. La AP espera que ese reconocimiento ahonde el aislamiento internacional de Israel, pero lo cierto es que mientras Jerusalén cuente con el apoyo de Washington el sionismo nunca estará aislado. Y la segunda respuesta son los recientes atentados palestinos y las demoledoras represalias israelíes, con grave derramamiento de sangre por ambas partes. Más al Este aparecen Siria, Yemen y Bahrein, y de fondo, los esfuerzos de Arabia Saudí y los Emiratos para que no desborde la violencia. Siria, que domina el alauismo -secta cercana al chiismo iraní- jamás sufrirá una intervención militar occidental porque si Damasco se viera atacado, haría saltar Oriente Próximo por los aires. Hizbulá en Líbano y Hamás en Palestina, aunque nada partidarios de la mano dura, tendrían muy difícil negarse a una petición de ayuda si, como Sansón, el presidente Bachar el Assad decidiera morir matando. Y algo parecido cabe decir del gran aliado iraní. El momento quizá culminante podría llegar en febrero, con la celebración de elecciones supuestamente multipartidistas. Creer, sin embargo, que Bachar el Assad organice unos comicios democráticos exige tanta fe como el dogma de la Inmaculada. Yemen, con su presidente siguiendo tratamiento médico en Arabia Saudí del que puede que no regrese, va de vuelta al tribalismo en que tradicionalmente había vivido, con extensas zonas que no dominan ni régimen ni oposición, y donde podría consolidarse Al Qaeda. Riad interviene, por último, en el emirato de Bahrein, donde se desgañita la protesta de la mayoría chií contra la casa reinante suní, pero los saudíes solo aspiran al mínimo de liberalización compatible con su propio proceso de apertura, que al paso actual consumirá todo el siglo. La 'primavera árabe' es solo un eslogan y la democracia seguirá probablemente siendo una aspiración sin fecha de entrega. Pero lo que parece seguro es que se acabaron las dictaduras de antiguo régimen, respaldadas por un poder norteamericano que ya no asusta a la mayoría ni protege a la 'clique' gobernante. Y cuanto haga bascular Egipto la situación o sea capaz Arabia Saudí de contener ese cambio, determinará el futuro.