Yosimar Villareal se levanta, toma una pinza de hierro pulida con perfecta simetría. Corta el filamento que había reducido hace unas horas en un aparato de metal que se asemeja a una máquina de hacer pasta. Duda un segundo, murmura y se queja sin hacerse notar mucho. Vuelve a medir el grosor de su hilo en una placa con diminutos orificios.