Unas ochenta personas toman una calle del barrio todos los viernes, desde que comienza el año. Solo cuando tienen un evento paralelo al carnaval ocupan la rotonda presidida por la estatua de la cumbia también los miércoles. A estas citas complementarias acuden las parejas que Marriaga elige por cuestiones estéticas –“con una cara bonita, buen cuerpo, gordas no queremos”- y nivel de baile.
Müller no reconoce ningún manual o proceso creativo al enfrentar una obra, aunque encuentra en el lenguaje la realidad, que en el cara a cara es incapaz de desentrañar. “Mi niñera era el jardín de mi casa”, cuenta.