La fórmula mágica de la crónica no existe. Existe la planificación, la reportería, la perseverancia. Existen las preguntas, la indagación a fondo, la lectura. Existe la escritura, la edición, la reescritura. Pero no hay una piedra filosofal de la crónica capaz de resolver todos los problemas del periodista. Hay métodos. Cada maestro tiene el suyo y cada cronista debe inventarse uno.
El Taller de crónica periodística con Alberto Salcedo Ramos, organizado por la FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y la Fundación PROA entre el 1 y el 5 de agosto de 2017, fue un taller sobre el método. ¿Cómo buscar, encontrar, y escribir una buena historia? ¿Cómo diagramar el trabajo de campo? ¿Qué personajes sí y cuáles no?
Con el Riachuelo de Buenos Aires como telón de fondo, 15 talleristas llegados desde distintas ciudades de Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Uruguay, Venezuela y España se reunieron mañana y tarde escucharon al maestro, tomaron nota, preguntaron, debatieron, salieron en busca de historias y escribieron. Tenían una misión: al finalizar el taller, todos debían tener avanzada o terminada una crónica. “Confíen en su instinto pero no fuercen la realidad”, les dijo Salcedo Ramos. Todas las historias debían ocurrir en un territorio preciso: el barrio de la Boca.
El periodismo y el adorno
“¿Es esto una crónica?”, preguntó Alberto Salcedo Ramos. En una pared blanca del primer piso de la Fundación PROA, en el barrio de la Boca, proyectó una carta que Osvaldo Soriano le envió a Eduardo Galeano. Soriano narró una visita a un supermercado en compañía del ídolo de su infancia, el delantero José Sanfilippo. No era cualquier centro comercial: antes se levantaba allí el viejo estadio de fútbol de San Lorenzo. Entre góndolas y vecinas que hacían sus compras, el jugador recordó uno de sus goles más famosos. Todo en apenas 300 palabras. Una pieza breve, magistral, que, según el cronista colombiano, lo tiene todo: escenas, personajes, punto de vista, tensión.
Todo género periodístico o literario se define por lo que es, pero también por lo que no es. Para Salcedo Ramos, alrededor de la “crónica” circulan una serie de equívocos que se reproducen en distintos espacios y latitudes. Dice que son demasiados pero que se detendrá sobre cuatro.
1. La crónica no es diseño de interiores, sino arquitectura, como decía Ernest Hemingway. No es el jarrón que sale del anticuario – el adorno –, sino que es información bien escrita.
2. La crónica es periodismo y también literatura porque la literatura no es patrimonio exclusivo de la ficción. Entonces, la crónica es literatura de no ficción.
3. La crónica no es necesariamente un relato en primera persona. Se impuso la idea de que la crónica debe ser un texto largo, con meses y meses de reporteo. La crónica también puede ser diaria porque el cronista tiene oficio de periodista.
Como buen barranquillero, Salcedo Ramos hace un culto a la oralidad. Además de gran cronista, es un gran contador de historias. Lo coloquial de su oralidad lo vuelve un maestro cercano. En su boca, la palabra “crónica” suena a “trabajo”. No hay pedestal para la crónica: está ahí, al alcance de la mano de cada periodistasiempre y cuando se logren sortear los dos grandes peligros de todo cronista: la pereza y la desmotivación.
Insistir, empatizar, nunca sobreactuar
¿Cómo escoge los temas y selecciona las historias un cronista? Es la pregunta que Salcedo pone sobre la mesa. Algunos aman ver lo que nunca han visto: los temas exóticos. Otros aman ver lo que lo rodean y lo saben ver. Otros encuentran en un detalle de una noticia la punta de una gran historia. Hemingway decía: escribe sobre lo que conoces, sobre lo que te pertenece. ¿Qué debe tener un tema?, se preguntó luego el maestro. Actualidad, en lo posible. Es deseable que los temas tengan universalidad, que retraten el alma humana y que tenga conflictos.
Profesor generoso y con un anecdotario interminable, Alberto Salcedo Ramos recorrió decenas de carpetas almacenadas en su computadora personal para mostrar a los talleristas cómo construyó algunos de los textos que lo volvieron un cronista tenaz en la búsqueda de información, paciente para esperar a ese personaje esquivo y con una escritura potente y exquisita. Ya el orden con que almacena su trabajo da cuenta de la importancia de la planificación y la organización del material para, finalmente, sentarse a escribir.
“El punto de partida de cualquier cronista es ser un caradura”, dijo el maestro. Animarse a telefonear o whatsappear a ese protagonista de la historia que el cronista imagina. Insistir. Convencer. Nunca sobreactuar. “No hay un decálogo que diga ‘serás introvertido’ o ‘serás extrovertido’. Uno es como es, no se disfraza para ir visitar a un protagonista. Lo introvertido o extrovertido no garantiza el éxito de un reportaje”.
A veces los protagonistas se vuelven complicados, difíciles, inaccesibles. Le pasó a Salcedo Ramos con La eterna parranda de Diomedes Díaz, crónica que le valió el Premio Simón Bolívar. Hay que rodear al personaje. Hablar con todos aquellos que están cerca de un protagonista puede ser la llave. Y si el plan falla, siempre se puede volver a dos textos memorables de Gay Talese: los perfiles de Frank Sinatra y Joe Dimaggio. Hablan todos menos el personaje central. “Lo fundamental es la empatía, no la estrategia. Y nunca sobreactuar simpatía. Yo no me hago amigo de los personajes”.
Ser paciente, escuchar, acompañar
El método Salcedo Ramos incluye grabar las entrevistas, apuntar en libretas y también tomar fotos. Muchas fotos. Esas imágenes son las que le darán el detalle del detalle: el color exacto de las hojas de la especie precisa del árbol que está en la vereda de la casa donde el personaje central de la crónica pasó toda su infancia.
En la carpeta llamada ‘Darío Silva’, Salcedo Ramos almacena todos los materiales con los que construyó El último gol de Darío Silva, su crónica sobre el futbolista uruguayo. La memoria de Salcedo Ramos es prodigiosa: recuerda diálogos, detalles, los silencios y risotadas de sus personajes. Pero la memoria a veces no es suficiente y por eso el maestro toma fotos. Darío Silva en el patio de su casa, Darío Silva en el restaurante, Darío Silva en la calle. “Luego, cuando veo las fotos puedo reconstruir las escenas con mayor precisión, contar con la mayor cantidad de detalles para hacer una buena descripción. No son fotos que van en la nota, es un registro que queda para mí”. Y cuando trabaja con un fotógrafo, le pide al fotógrafo que le envíe el material en crudo.
Aunque cada maestro tiene su método, Salcedo también aconseja citando a sus colegas. Cita a Leila Guerriero para decir que ella es una experta en “acompañar” a sus personajes. “Siempre es mejor acompañar al personaje, luego habrá tiempo para preguntas”. Primero hay que verlo en acción, escucharlo, caminar con él, ir a la plaza, al mercado. Y siempre, sin excepción, hay que explicarle a ese protagonista cómo es el método de trabajo: te voy a ver cinco veces, a veces por la mañana, a veces almorzaremos, caminaremos por la ciudad. “Lleven a comer al entrevistado. La mesa de un restaurante es más devastadora que el diván de Freud”, dijo.
Salcedo Ramos cita a cronistas latinoamericanos (Caparrós, Guerriero, Alarcón, Villanueva Chang, entre otros) y también enseñanzas de norteamericanos o europeos. De Mark Kramer recordó una máxima: la mejor aspiración que puede tener un contador de historias es convertirse en parte del paisaje. Volverse invisible. De ese modo, los protagonistas se olvidan de la grabadora, de la libreta y se muestran más parecidos a como en verdad son.
Tres consejos para entrevistar: entrenar la paciencia, saber callar y habilitar la escucha. El autor de La eterna parranda nació y se crió en una ciudad donde todo se cuenta, donde lo íntimo se vuelve público. “Contar historias era parte de la vida del pueblo. No era una profesión: en Barranquilla todo el mundo cuenta historias y uno llega a cronista con el oído ya entrenado”.
Pensar en voz alta y hablarle a la grabadora es otro secreto del método Salcedo Ramos. Dictarle a la grabadora datos, frases y a veces hasta párrafos enteros. Lo que el cronista ve, oye y piensa si no se anota se pierde, si no se graba, ¿dónde queda todo eso?
“Este es mi método. Lo fui armando con los años. Cada cual que se arme el suyo. A mí me hace sentir seguro, darme cuenta de lo que tengo y lo que me falta”.
Poner en escena
“Muéstrame al personaje en acción”, repitió Salcedo Ramos, convencido de que la dramaturgia es una forma de la literatura y del cine aplicable también a los géneros narrativos del periodismo. Pero, ¿qué es en definitiva la famosa escena de la que todos los cronistas hablan? La escena es la expresión mínima de la dramaturgia. Es una estructura narrativa compuesta por una unidad de tiempo, acción y lugar. ¿Y por qué narrar a través de escenas? “Porque es una manera de hacer visibles a los personajes, de acercarlos a los lectores”, dijo Salcedo Ramos.
Toda escena contiene un tiempo (lo que dura), un espacio (el lugar donde transcurre) y una acción. Cada escena tiene también un ritmo propio. En la escena el personaje entra en acción, interactúa con otros personajes y con el espacio. La dramaturgia se consolida con base en verbos conjugados; es decir, acciones.
El lector conoce al personaje a través de la escena. Una escena bien narrada logra capturar el momento en que el personaje revela su personalidad. Un repaso por la crónica Un fin de semana con Pablo Escobar, del maestro colombiano Juan José Hoyos, es uno de los ejemplos que Salcedo Ramos proyecta sobre una pared del primer piso de la Fundación PROA. Hoyos no dice “Escobar era un delirante que quería dominar a la naturaleza”. Lo muestra a través de una acción: Escobar observando a sus pájaros dormir sobre las ramas y contando cómo contrató a cien trabajadores para que todos los días subieran a las aves a esos árboles. ¿Qué es lo que hace Hoyos con esta escena? Mete al lector en la psiquis del personaje.
Salcedo Ramos fue del Muhamad Alí de Gay Talese al Capablanca de Cabrera Infante. Personajes en acción, repitió el maestro como un mantra durante buena parte de la tarde. Pero también advirtió: hay que saber usar las escenas. No se trata de acumular todo lo que hace el personaje. Si se usa mal la escena, se debilita la historia. “Cada escena debe decir algo del alma del personaje”.
Un laboratorio de redacción
El taller se dividió en dos grandes bloques: las enseñanzas de Salcedo Ramos y la reportería y redacción de historias por parte de los participantes. Pero las fronteras se volvieron difusas porque cada trabajo de campo, cada párrafo escrito, cada dato que faltaba eran utilizados por el maestro para seguir con sus consejos.
La Boca tiene todo lo que un barrio tiene que tener para ser narrado: fútbol, música popular, cantinas y bares, paseos turísticos y turistas de todo el mundo, un río de olor pestilente, porteños y porteñas dispuestos a contar sus vidas y hazañas, inmigrantes de dos siglos, buscavidas de toda índole, conflictividad social a la orden del día.
Salcedo Ramos aconsejó a los talleristas con sus temas, que fueron del clon de Maradona al teatro comunitario, pasando por el estadio de Boca Juniors y los vecinos que padecen los desalojos.
En La Boca no tiene tema el que no quiere. Si el maestro daba su clase por la mañana, por la tarde se hacía etnografía y se regresaba a escribir. O viceversa. A medida que avanzaron, el taller se convirtió en una redacción conducida por un maestro de la crónica calzado con el saco de editor para revisar en detalle los textos en proceso.
Entre los consejos, se destacaron las advertencias: cuidado con los recursos estilísticos. Si confunde, no funciona. Todo recurso estilístico que confunde al lector es malo para el texto. Cuidado cuando nos largamos a narrar y narrar. No nos quedemos solo en la escena. Hay que abrir el lente y ver el contexto. Cuidado con quedarse pegado al detalle. Hay que vincular el detalle que narro con algo que esté más allá. Cuidado con olvidar los datos. Narrar sin datos ni información es un puro ejercicio literario.
Cada uno de los 15 participantes tuvo también sus diálogos individuales con el maestro.
Puesto en ‘modo editor’, Salcedo Ramos combinó la exigencia con la motivación. Sus comentarios ante cada texto fueron desde un cuestionamiento al enfoque hasta detalles mínimos de estilo. Cada tanto interrumpía la clínica individual, levantaba el mentón y decía: “A ver, me oyen todos. Tomen mis comentarios y avancen. No se desanimen nunca. Tengo 54 años y yo también sigo padeciendo el ‘lápiz rojo’ del editor. Hace poco envío una crónica a un editor y el ‘man’ me puso a penar.Y tenía razón. El primer borrador, como dice Leila Guerriero, es un mal necesario”.
La dinámica del “laboratorio de redacción” le permitió a Salcedo Ramos reflexionar sobre las relaciones entre el cronista y el editor. “El mejor aliado de quien escribe es el buen editor”, dijo. Y advirtió que quedan pocos editores buenos porque muchos se han convertido en meros correctores gramaticales o de estilo. ¿Y qué es un buen editor? “El que saca lo mejor de ti. El que te ayuda a potenciar tu propia voz. El que no te viene con el cuento de ‘deja tu ego a un lado’, pero después resulta que es él quien no puede dejar de lado su propio ego”.
“Ustedes mismos deben ser sus primeros editores”, recomendó Salcedo Ramos. Y citó un consejo de la escritora Dorothy Parker: hay que leer los textos propios como si leyéramos un texto escrito por nuestro peor enemigo. “En la primera versión de un texto uno pone a jugar su talento. En la segunda versión, importa más el oficio”.
Seis consejos y una frase motivadora
Las lecturas de cada texto en proceso, las devoluciones colectivas y del maestro, las reescrituras fueron construyendo las crónicas que serán editadas en formato de libro electrónico por la Fundación PROA. Cada participante culminó el taller con su crónica casi lista o en una versión germinal. En una puesta en común final, hubo más tiempo para que Salcedo Ramos sistematizara algunas de las enseñanzas que fue aprendiendo en su carrera:
-Escribir es tejer. ‘Texto’ viene del latín textus, que a su vez viene de textere que significa ‘tejer’. Cuando escribimos, tejemos, hilvanamos historias, escenas y datos.
-El texto final nunca es el primer texto. Con editor del otro lado o sin editor, nunca nos quedamos con la primera versión que escribimos. No hay que hipnotizarse con el propio texto.
-Escribir es fracasar. Pero es un fracaso con revancha: uno puede reescribir. En cada línea, fracasamos. Y en cada línea que reescribimos tenemos revancha.
-El talento puede terminar siendo un monstruo que te devora, porque el talento te deja anclado en la zona de confort.
-El exceso de narración nos lleva a la ‘narratofilia’. No todo puede ser narrado. Por ejemplo: la leche aumenta de precio. Eso es un dato. Uno no puede comenzar el texto diciendo: “Cuando se despertó esa mañana, el productor ganadero miró a sus vacas…”. ¡Pero dime ya cuánto cuesta el litro de leche!
-En el periodismo se implantó la idea de que escribir bien es un lujo para los ‘cronistas’. Pues no debería ser un lujo. Escribir bien debería ser una obligación.
Y con el Riachuelo de Buenos Aires al fondo, el maestro cerró su taller con esta frase: “Dentro de ustedes hay alguien esperando, alguien que no quiere ser aplazado. Y esta semana no lo aplazaron. Por eso, esta semana fue ganancia. Gracias por hacer el esfuerzo, por haberse fajado, como decimos en Colombia”.
Sobre el taller
Lugar: Buenos Aires, Argentina
Fecha: 1 al 5 de agosto de 2017
Organizadores: FNPI- Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericanoy la Fundación PROA.
Sobre el maestro
Cronista, autor de clásicos del género como La eterna parranda y El oro y la oscuridad: La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé, Alberto Salcedo Ramos es un periodista y maestros de periodistas nacido en Barranquilla, Colombia, el 21 de mayo de 1963. El deporte y la música son dos temas centrales de su obra, a través de los cuales ha logrado construir un mapa narrativo de la cultura popular América Latina. Sus crónicas y perfiles han sido publicados por revistas de Colombia, México, Chile, España, Alemania, Italia, entre otros países.