Frailes, refugio de cronistas

Frailes, refugio de cronistas

Diego Cobo, ganador de la Beca Michael Jacobs de crónica viajera 2017, cuenta su experiencia en Frailes, el lugar que Michael Jacobs convirtió en su propio Macondo.
Frailes, Andalucía (España). Foto: Ayuntamiento de Frailes.
Diego Cobo

Diego Cobo, ganador de la Beca Michael Jacobs de crónica viajera 2017 por el proyecto Huellas negras, Tras el rastro de la esclavitud, estuvo en Frailes, Andalucía, el lugar donde Michael Jacobs escribió algunos de sus libros y que terminó convirtiendo en su pequeño Macondo. La estadía en una casa en Frailes, Andalucía, por máximo seis meses es parte de lo que recibe el ganador de la Beca cada año. Postula a la Beca Michael Jacobs de crónica viajera 2018 aquí.

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A finales de agosto, acudí invitado a las jornadas literarias de Frailes, Jaén, un pueblito en la Sierra Sur de Jaén, para hablar del proyecto Huellas Negras, Tras el rastro de la esclavitud. Fue allí, en Frailes, donde se refugió Michael Jacobs sus últimos años de vida y, envuelto en los olivos y la mejor amistad, creó La fábrica de la luz, que leí después de mi estancia y comprendí –aún más– la magia del pueblo.

Durante el fin de semana, los participantes, organizadores y amigos compartimos charlas, comidas, conversaciones y visitas en las que el nombre de Michael Jacobs –su mujer y su hermano también estaban– aparecía continuamente, como si nada pudiera haber sucedido sin que él estuviera involucrado. Junto a Manolo El Sereno, más mito que vecino, formaron una de esas parejas tan propicias para las leyendas. El tímido y genial Santiago Campos inauguró las jornadas con la presentación de su libro El Frailes de Manolo el Sereno y Michael Jacobs y en el salón de la casa de cultura las carcajadas llegaban hasta el más allá, donde Manolo y Michael debían de escucharlas.

Frailes es un lugar a ratos extraño y a ratos fabuloso. Si en el 2001 Michael Jacobs consiguió que Sara Montiel fuera al Cinema España para la proyección, décadas después, de El último cuplé, en las últimas jornadas compartimos unos días con la inigualable Massiel, a quien abrazamos y besamos, que pegaba la bronca a quienes metían bulla fuera de la sala donde celebrábamos las actividades. Solo le faltaba la libreta para apuntar.

El segundo día pusimos rumbo, a través de una preciosa y serpenteante carretera de montaña, hasta Valdepeñas, donde conocimos el viejo molino y los juegos del agua que lo siguen propulsando, y regresamos para celebrar el 200 aniversario de Thoreau, el mejor cronista del alma. Frailes y la Sierra Sur son tierra de santos y curanderos, y ese misterio aún permanece en secreto en toda la zona. El periodismo, el viaje y la naturaleza se honraron en el sur de España aquel fin de semana.

El periodista Alex Ayala, que ganó la beca el primer año, me había advertido que me preparara para la visita de un foráneo que, al segundo día, ya no se siente así. Qué había allí que no en otros sitios, me pregunté. Y, al final, quizá esa sea la virtud de un pueblo sin pretensiones ni grandes presupuestos ni el ruido que a veces rodea otros eventos. Éste acabó el domingo por la mañana con chocolate, churros, abrazos y promesas.

Al acabar una de las charlas, dije que me encantaría regresar al siguiente año – algo que dijo más de un asistente y que llevan cumpliendo varios– y me dijeron que me tomaban la palabra. Y entonces les dije que también les tomaba la palabra, aunque sea para cargar las cajas de vino y el aceite del almuerzo.

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