Miguel Ángel Bastenier, español y colombiano, es una máquina de hacer periodismo. Ha dedicado toda su vida a ejercer y enseñar el oficio guiado por dos premisas que se hacen evidentes con solo escucharlo: precisión y respeto por la lengua castellana.
Habla fuerte, teclea duro en el computador y su carácter recio y pragmático le ha valido para que García Márquez lo defina como “un bruto inteligente”. Incluso tiene fama de gruñón, lo cual no le disgusta del todo “porque el periodismo y su enseñanza no son tareas para señoritingos ni eruditos a la violeta”.
En esta entrevista, Bastenier nos pone al día con su visión del oficio, y comparte varias de las reflexiones en las que basa su taller.
En los últimos años se han visto cambios, crisis y renovaciones en la forma de hacer periodismo. Personalmente, ¿cómo has vivido esas transformaciones?
El periodismo está en una evolución/revolución. Intacto queda lo que valía para el impreso y sigue valiendo para el digital. Apasionada curiosidad, familiaridad de líquido amniótico con la lengua castellana, velocidad de pensamiento y elaboración, capacidad de ver el ‘ángulo’ de las cosas, idiomas, literatura, historia, cutis encallecido, y un estómago a prueba de gastronomías varias.
Yo trato de adquirir la capacidad no solo de representar una historia con la palabra escrita, sino la de verla en lo audiovisual, interactivo y metalenguaje textual.
Yo no trabajaré nunca como reportero multiuso, porque ya no tengo la edad, pero me entreno como editor multimedia que ya no es a donde vamos, sino donde ya estamos instalados.
En particular, estoy trabajando junto con mi amigo Alex Grijelmo en desarrollar lo que llamamos una nueva ‘narrativa digital’, de todo lo que hablaré en el curso de Cartagena.
El idioma, la herramienta básica del periodista, se está transformando velozmente: la tecnología inculca cada vez más anglicismos, las herramientas como Twitter exigen nuevas construcciones gramaticales, los hipervínculos de los textos publicados en Internet crean una nueva forma de escribir.
¿Cómo puede el periodista adaptarse al cambio sin maltratar su herramienta de trabajo?
Todo esto hay que tenerlo muy claro. Cuando se inventa fuera de nuestra cultura un término que designa algo a lo que no le habíamos puesto nombre porque lo desconocíamos (chip, chat, etc.) no tengo ningún problema en incorporar esos términos al uso corriente y periodístico.
Es parecido a lo que le digo a mis alumnos latinoamericanos el primer día de clase: vuestros modismos valen tanto como los míos, y jamás pretenderé hipnotizaros para que escribáis en español peninsular, sino que debéis mantener vuestra visión del mundo que se expresa primero que todo por el lenguaje.
Pero fuera de eso, que no es tanto, está la RAE, el canon sin el cual el español se convertiría en un santiamén en una docena o más de lenguas distintas.
Y eso no hay que permitirlo, por el interés de todos los hablantes de nuestra formidable y extraordinaria lengua. Mi verdadera nacionalidad es lingüística: el español o lengua castellana.
Para usted es muy clara la diferencia entre un “periodista” y un “escritor de periódicos”. ¿Qué consecuencias trae para el oficio un contexto en el que los medios contratan cada vez menos reporteros de planta, es decir, en el que hay cada vez menos periodistas y más escritores de periódicos?
El periodista entiende dimensiones de página, de jerarquía de noticias, de layout para el papel y la web; piensa periódicos, además de escribir en los mismos, opinión o información.
El escritor de periódicos, en cambio, escribe artículos, normalmente de opinión, y mucho más excepcionalmente de análisis, que sin ser periodismo en estado puro se aproxima mucho más al trabajo del periodista que lo anterior, porque relaciona su texto interpretativo pero no directamente opinativo con la información diaria, mientras que el opinador escribe sin estar sujeto a ninguna exigencia profesional.
El escritor de periódicos puede ser, por supuesto, también periodista (si Dios quiere, yo lo soy) pero son dos cosas distintas, ni mejor ni peor la una que la otra.
El escritor de periódicos no tiene por qué entender de periodismo. El periodista, tenga dotes para la enseñanza o no, claro que ha de entender.
En América Latina se habla de un “boom de la crónica” y del periodismo narrativo. ¿Cuál es tu visión sobre ese género?
El reportaje es, efectivamente, quizá junto con las entrevistas de gran calado, el nivel máximo de realización periodística personal. Es el reportero en el lugar en el que pasan o han pasado las cosas.
Es Ignacio Cembrero de El País, entrando en los campos palestinos de Sabra y Chatila, Líbano septiembre de 1982, a las 48 horas de que un señor de la guerra cristiano, Eli Hobeika, hubiera causado mayor mortandad en el menor espacio físico que se recuerda, entre 1,500 y 3,000 muertos, mujeres, niños, embarazadas con el feto colgando y así.
Eso es lo que yo llamo en uno de mis libros el Blanco Móvil, aquello para lo que no se te avisa o más bien tratan, todo lo contrario, de que no te enteres de que ha sucedido.
El reportaje es el vehículo natural de la agenda propia, y si hay alguna posibilidad de que el periodismo, más o menos como lo conocemos, sobreviva, es por ahí, cazando el Blanco Móvil.
Da la sensación de que el mundo es cada vez más complejo y que se le escapa de las manos al periodismo, es decir, el periodismo se queda corto al intentar narrarlo y explicarlo.
¿De qué sirve el periodismo en un mundo que le queda grande?
El mundo siempre le ha venido grande al periodismo pero no lo sabíamos. Antes el mundo era como la prensa lo describía por falta de otros medios de darlo a conocer.
Hoy sabemos, en cambio, que no es así, y la ironía es que en el desbordamiento de la comunicación/información se forma una cacofonía en la que el receptor medio se ve a menudo incapaz de discernir entre la algarabía, de distinguir el grano de la paja.
Pero es incluso bueno que sea así porque ¡qué puede haber más noble e intenso que cargar contra los gigantes en lugar de aplastar una hormiga! En inglés se dice muy gráficamente “to go down fighting” (caer luchando) y en francés el general Cambronne en Waterloo lo tradujo como: “La Garde meurt mais elle ne se rend pas! (¡La guardia muere pero no se rinde!)
El periodismo no puede alcanzar nunca lo absoluto, pero no puede haber (para mí) mejor ocupación terrenal que intentarlo.