Por Ander Izagirre | @anderiza
Foto: Jorge Luis Plata
-Le falta maldad. Es imprescindible la maldad -dice Pablo Ortiz-. Uno tiene que cuestionarlo todo y cuestionarlo duro. Yo estuve setenta y pico días siguiendo una marcha indígena en Bolivia. Me enamoré tanto de ellos que todo lo que escribí no me sirvió para nada, porque les disculpaba un montón de boludeces -dice Pablo Ortiz.
Hablamos del proyecto de la mexicana Ana Emilia Felker: un libro sobre escritores y artistas que se han implicado en los movimientos sociales de su país -como el zapatismo o el Movimiento por la Paz-. Quiere acompañarlos sobre el terreno, quiere hablar largo con ellos para que le cuenten adhesiones y distanciamientos, entusiasmos y decepciones, y de paso quiere observar cómo influyen sus obras en esos movimientos con preocupación estética.
-Es un problema, cuando escribimos de alguien con quien simpatizamos –dice Caparrós-. Una mirada crítica da más interés a los personajes.
-Para mí también es un problema. Algunos de los personajes de mi libro son amigos míos -dice Ana Gabriela Rojas.
-Los médicos no operan a sus familiares, ¿no? Pues yo igual, yo no entrevisto a mis amigos. A veces hay gente que se hace amiga de los periodistas para eso, para que la trates mejor –dice Luz Mely Reyes.
-Cuando una persona te cuenta una historia, puedes ser amigo de esa persona mientras te la cuenta –dice Caparrós-. Piensas que alguna cosa no deberías contarla para no hacerle quedar mal. Pero al cabo de un par de días se te pasa: cuando escribes, esa persona ya no es tu amiga.
-Hay que traicionar y punto -suelta alguien, a quien no nombro porque nos hemos hecho amigos estos días. No es tan burro como parece: habla de traicionar la fascinación por los personajes. De añadir siempre una pizca de escepticismo, humor, ironía.
Ana Emilia explica que los demás episodios de su libro le permitirán una mirada más completa de los movimientos y sus protagonistas. El que presentó al taller -una ceremonia fúnebre en territorio zapatista- le impedía soltarse más. Hay momentos y momentos.
Ella tiene cercanía con los protagonistas y acceso a algunos escenarios muy interesantes, lo que aprovecha para ir cazando buenos detalles.
Porque un personaje tampoco puede ser solo un nombre que hace declaraciones: debemos describir su apariencia y sus gestos, debemos recoger su manera de hablar, debemos moverlo por la escena, debemos darle vida, luces y sombras.
-Si los personajes aparecen simples y perfectos, no son creíbles. Cuando tienen algún defecto son más humanos –dice Daniela Pastrana.
El boliviano Roberto Navia, segundo tallerista de la jornada, tiene un empeño similar pero a la inversa:
-Me parece interesante conocer al demonio. El demonio también es tierno.
Navia presenta ‘Tribus de la inquisición’, un proyecto de libro ya muy avanzado sobre los linchamientos en Bolivia. Su caso central habla de seis hombres de la misma familia, que fueron acusados de robar un camión: una multitud se los llevó a golpes hasta la plaza del pueblo y allí les dieron fuego. Dos murieron. Cuatro quedaron muy graves. El resto de la familia sufre ahora un acoso feroz. Es uno de tantos casos, en una región en la que el Estado no persigue a los supuestos delincuentes ni frena a las turbas que quieren lincharlos.
El texto empieza con la escena frenética del linchamiento.
-Creo que deberías mostrar primero a las víctimas, deberías contar algo de sus vidas, para que nos duela cuando los están quemando. Si no, en la primera escena están matando a nadies. No los queremos todavía –dice Pablo Ortiz.
-Sí, y no hace falta que tengan mucho desarrollo biográfico –dice Juan Villoro, que ha aparecido por sorpresa en el taller y se ha traído los deberes hechos-. Me acuerdo del museo de Hiroshima: tienen una colección de objetos de las víctimas, un zapato, un triciclo, un reloj. Y cada objeto tiene una cédula: esta era la pelota de tal persona, le gustaba jugar a fútbol, cuando cayó la bomba atómica llevaba este balón porque iba a jugar un partido… En una frase te cuentan la vida que se cercenó. Entonces esa muerte te duele de verdad.
Para armar el relato, Navia tiene a las víctimas, a un fiscal solitario y heroico, y ahora quiere acercarse también a los linchadores. No basta con reflejar una masa furiosa: hay que buscar individuos, rasgos humanos, historias particulares. ¿Cómo es un linchador? ¿Cómo es el demonio?
Nadie confesará a Navia que participó en el linchamiento. Pero él, sin presentarse como periodista, ya fue haciendo preguntas de apariencia casual: “¿Hay muchos robos acá, qué pasa si a usted le roban la motocicleta?”, le preguntó a un mototaxista. “¡Lo linchamos!”. “Pero eso es fuerte, ¿no?”. “Es que estamos hartos de los robos, la policía no hace nada”.
-A mí me gusta hacer preguntas inofensivas. O que parecen inofensivas –dice Caparrós-. Preguntas a varias personas del pueblo y vas sacando respuestas interesantes. Se ve la normalidad de alguien que está de acuerdo con el linchamiento, que no sabemos si participó pero podría hacerlo. Cuentas unos trazos de la vida de tres o cuatro personas, posibles linchadores, y esa normalidad es mucho más inquietante.
-Los que forman una turba son personas de vida corriente -dice Navia-. Van a misa, arropan a sus niños antes de dormir, trabajan la tierra. Pero si les roban una motocicleta, queman al ladrón.