El 31 de enero de 2010, familiares, amigos, colegas y periodistas en América y el resto del mundo, recibieron la triste noticia del fallecimiento del maestro Tomás Eloy Martínez, quien fuera uno de los escritores y periodistas más destacados en el continente y figura fundamental en el nacimiento de la FNPI.
Han sido muchos los homenajes y las formas de recordarlo. Durante el último día del Hay Festival Cartagena, la FNPI junto a la Fundación Proa y Tenaris Tubocaribe, realizaron el Homenaje a Tomás Eloy Martínez. El periodismo como narrativa.
En este emotivo encuentro, los escritores y periodistas Sergio Dahbar de Venezuela; Cristian Alarcón de Chile; y Martín Caparrós de Argentina, con la moderación de Jaime Abello Banfi, hicieron un recorrido por la vida y obra de Tomás Eloy. A manera de anécdota pero también de ejemplo a los jóvenes reporteros, recordaron la obsesión de Tomás Eloy con la calidad de los textos y con el ineludible compromiso de transmitirle a lector la versión más honesta de cómo ocurrieron los hechos. También dejaron claro su espíritu afable y tranquilo, una cualidad que le permitía editar radicalmente los trabajos de sus periodistas sin que ninguno se sintiera frustrado, todo lo contrario, contentos por recibir las enseñanzas de su maestro.
En la conversación también fue un punto importante la relación de Tomás Eloy Martínez con la literatura, que lo llevó no solo a escribir novelas magistrales como Santa Evita; sino que le permitió romper fronteras entre la ficción y la realidad con el fin de plasmar una verdad más útil que el mero registro notarial.
A pesar del escaso tiempo, los invitados también contaron anécdotas de la vida personal del maestro, un personaje que vivía lleno de curiosidad, excelente conversador, lleno de historias de amor y portador de datos que sorprendían a muchos de sus compañeros de tertulias.
Como parte de la conversación, Jaime Abello Banfi, Director General de la FNPI, leyó una carta que Gonzalo Martínez, hijo de Tomás Eloy, quien preparó este sentido texto que reproducimos a continuación: Lo conocí allá por el 59, cuando él daba sus primeros pasos en Buenos Aires. Llegaba del norte, de su Tucumán profundo.
Los primeros años los vivió en Adrogué, un suburbio a 30 km al sur de la capital, donde Borges pasaba los veranos de su infancia.
Hasta el día de hoy me queda el brillo de su sonrisa plena, aun cuando la vida a veces se empecinaba en depararle incertidumbres, exilios y desgarros.
Desde que tengo noción de papá, y hasta el final, nunca perdió esa chispa y ese volver a narrar las historias una y otra vez hasta que terminaban siendo una verdad instalada. Imaginarse haber vivido una vida con él, que llenó de cuentos todos los lugares donde no pudo estar físicamente, es algo para agradecer.
Por eso quiero darles las gracias a todos por seguir recordándolo desde su Colombia, la que sentía como propia y conocía como su casa. Siempre supimos que le quedaría pendiente el carnaval de Barranquilla: en nuestras fantasías imaginábamos disfraces y personajes. Hasta el día de hoy sigo preguntándome por cuál de todos ellos, los de sus libros, se decidiría para convertirlo una vez más en una ficción verdadera.
Hace un año, el 30 de enero, dormimos juntos, nos besamos, nos abrazamos, terminamos de entender que nuestras caricias seguirían en los sueños, que bastaría una página de sus libros para encontrarnos nuevamente en su literatura, tan llena de su propia historia. La mañana del 31 no pudo llegar al escritorio, escribir, rito diario después del desayuno y de mirar los periódicos con sus manos ya torpes y sus voz perdida en un murmullo de letras en forma de canción desgarrada.
Eran las 8 la noche del domingo 31 cuando papá se fue. Lo ayudé junto con mis seis hermanos a cerrarle los ojos. Siempre quiso esperar la muerte con los ojos abiertos. Era su gran curiosidad; hoy seguro la estará escribiendo.
Gonzalo Martínez
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