Por Melissa Pinel
Con una cinta negra a sus espaldas, unas quince filas de asientos resguardan a los invitados más especiales del VII Congreso Internacional de la Lengua Española. Operaciones matemáticas aparte, entre escritores, directores, académicos e intelectuales, se acumulan un par de miles de años de conocimiento a los que les ha tocado sentarse un rato y esperar, pacientemente, el inicio del evento protocolar que lanzará una semana dedicada a la lengua que la mayoría de los asistentes sienten privilegio de compartir. Aquí, de alguna u otra forma, todos se conocen. En esta especie de club apasionado por el idioma "“que no se podría catalogar de pequeño a juzgar por la asistencia- los reencuentros con amistades que se topan de congreso en congreso o de taller en taller, se premian con besos en las mejillas y con apretones de mano y abrazos que, a lo lejos, destilan calidez. Una que, a los primerizos en este tipo de concurrencia, solo les es posible envidiar. Cuando por fin el maestro de ceremonia pide silencio, el cuchicheo de conversaciones ansiosas reduce su intensidad. Hay cierta expectativa y aprensión, de esa que parece acompañar siempre los grandes despliegues de seguridad. Desde la primera fila, no aquella realmente primera si no la que arranca después de la juiciosa cinta negra que separa a las personalidades del resto, desde mujeres con pañuelos que rodean sus cuellos hasta caballeros ensacados sacan, del confín de sus carteras o el bolsillo de su preferencia, el arma de uso para el enfrentamiento ante una celebridad: el celular. Cuando el Rey Felipe VI de España y la reina consorte Letizia Ortiz al fin entran al auditorio repleto de gente expectante, la pelea por la mejor foto de la pareja es, en su propio terreno, una batalla moderna. De pie, los que logran el cometido proceden a reenviar, a cuanto conocido tengan, la prueba del encuentro cercano que para muchos es casi del tercer tipo. Solo entonces aplauden con un ánimo que es, casi, primitivo. En la tarima los exponentes se posan con valentía frente al podio y hacen su mejor intento por reclamar, entre anécdotas, citas y reflexiones sobre el matiz de un idioma que logra transmutar y ser distinto sin dejar de ser el mismo, el interés de los asistentes. Pero esta era, quizás, una batalla en la que la valentía poco terreno podía ganar: han sido solo las figuras puertorriqueñas, Luis Rafael Sánchez y Alejandro García Padilla, el primero escritor y el segundo político, las que más retroalimentación han logrado de la audiencia. El autor con su retorica sarcástica y patriótica se despidió de un público que lo ovacionó y el dirigente, carismático, congenio inevitablemente al usar el infalible recurso de la comedia: burlarse de si mismo. Dos horas y tanto después de iniciado el acto, tres trovadores acompañados de una banda celebran con décimas la reunión. "Porque esta patria es la mía, pero es la suya también", canta la única mujer del grupo y descansa ante el publico que con fervor se alimenta de cada ingeniosa composición. En Puerto Rico, la isla que se atrevió en plena crisis a hacer de anfitrión al encuentro más grande del idioma y que defiende con orgullo que en su tierra el español sea tan indomable como lo es excitante, se da por iniciado el congreso. Pero quédese sentado y olvide los mensajes que le envía su vejiga impertinente; que primero se vaciarán aquellas quince filas que están del otro lado de la cinta negra, saldrán los Reyes y los políticos, los intelectuales con sus años y hasta los que entre ellos van colados. Ahora si, que salgan todos los demás.