Pedro Pablo Julio Miranda se disfraza de mujer para llorar a sus muertos. Cuando la tragedia llega a San Basilio de Palenque, no se viste del tradicional negro. No. Agarra sus trapos rojos, verdes, amarillos y naranjados alucinantes, collares estrambóticos y se maquilla como si fuese para un fandango fantástico. Va al sepelio y llora, pero también sabe bailarle y cantarle al ataúd… por eso tanto colorín.
En las mañanas, Moraima da clases a pequeños de cuarto grado, en la primaria de la Institución Educativa San Basilio de Palenque, pero siempre que hay muerto en el pueblo debe arreglárselas para ir al velorio y rezar tres veces al día. Su misión: alimentar el alma del difunto y garantizar su paso al más allá. Nada fácil –dice ella-.