¿Cómo abordar desde el periodismo cultural un tipo de música que ha ido perdiendo interés progresivamente desde los años veinte? ¿Cómo acercarse a sonidos tradicionalmente europeos desde un contexto tan distinto y distante como lo es Cartagena? Durante la sesión inicial del módulo de música de la Beca Gabriel García Márquez de Periodismo Cultural, los maestros Jonathan Levi y Héctor Feliciano, en compañía de nueve talleristas, comenzaron a buscar respuestas a estas y otras preguntas relacionadas con el ejercicio del periodismo alrededor de la música académica.
Para empezar a resolver el primer punto desde la práctica, los talleristas compartieron las 400 palabras introductorias de los textos que desarrollarán a lo largo de esta semana, mientras en la ciudad avanza el Festival Internacional de Música de Cartagena: diferentes miradas a la trayectoria de Diego Schissi, un joven músico argentino que afirma no interpretar tangos sino “tongos”, tomando distancia de la innegable herencia de Piazzolla; el viaje de cuatro siglos de un cello que llega a manos de Mario Brunello para ser tocado entre las murallas de Cartagena; un perfil de Santiago Cañón, niño prodigio colombiano del violonchelo, y la presentación de Rinaldo Alessandrini en el particular espacio del Cerro de la Popa… Variedad de registros, géneros y temas que reflejan tanto la diversidad del grupo de becarios, como la riqueza de la oferta del Festival Internacional de Música de Cartagena.
Por lo pronto, lo leído son solo versiones iniciales. En palabras de Jonathan Levi, la definición de un artículo bien logrado es tan sencilla como poderosa: “Una pieza exitosa es aquella en la que el lector comienza y llega hasta el final”. Es necesario engancharlo, atraparlo y no soltarlo. Como afirma Héctor Feliciano: “No dejar entrar el aire porque todo podría volverse gaseoso”.
Los talleristas afrontan el reto de recorrer ese camino y alejarse radicalmente de cierto tipo de notas copiadas y pegadas de los comunicados de prensa; una práctica muy común en países como Italia y Colombia, y que buena parte de una generación joven comienza a confundir con periodismo cultural. Al respecto, los maestros sostienen que la riqueza de las descripciones, los detalles, una anécdota poderosa y la fuerza de la historia hacen la diferencia. ¿Qué es lo que hace único a ese personaje? ¿Por qué es indispensable que alguien vaya al concierto de ese intérprete? Las largas trayectorias con sus rutilantes listas de premios no responden por sí solas a esa pregunta. Debe haber algo más, algo excepcional que merece que un periodista dedique su tiempo a ese personaje y el público a su música.
Hallar ese algo no es un ejercicio sencillo. Además de investigación, requiere mantener las antenas alerta. A esto se suma una dificultad adicional para este caso: muchos de los talleristas no tienen conocimientos a fondo sobre música clásica. Es cierto que saber leer música representa una ventaja sustancial para este tipo de periodismo. Sin embargo, hay otra forma de afrontar esa carencia y es parte de la respuesta que ofrece Jonathan Levi a una de las preguntas iniciales: “El hecho de que haya un festival de música clásica en una ciudad como Cartagena demuestra lo que puede hacer un nuevo sonido en un medio en el que nunca ha existido. El público es fresco, es nuevo. Se acerca a esta música por primera vez. Quizá por esa falta de un background están mejor preparados para esta experiencia”.
Son esos oídos frescos los responsables de ofrecer información sustanciosa a los adeptos de este género y de acortar la distancia entre el gran público y una música todavía distante para muchos.