"Cada uno vive su propia cárcel"

"Cada uno vive su propia cárcel"

Por Isabela Ponce Ycaza participante del taller de "Cómo se escribe un periódico" que dirigió Miguel Ángel Bastenier "Mi habitación es al final del pasillo, la última", expresa Mercy Capre mientras señala una de las diez celdas de la cárcel de mujeres de Cartagena. Las cincuenta presas que cumplen su condena en este penal se distribuyen de acuerdo al tamaño de las celdas; en las más amplias duermen seis o siete, en las más pequeñas tres o cuatro. Ella tiene una individual: "me la dieron hace dos años porque me he portado bien". Prefiere llamarla habitación porque no le gusta acordarse que está en la cárcel. 
 
Llegó hace cuatro años y medio, un 23 de diciembre. "El primer mes fue de luto. Pero cuando me di cuenta de que empezaría otra vida me dije 'tengo que aprovechar el tiempo acá'; cada uno vive su propia cárcel y yo no quiero que mi estadía sea un desperdicio". Desde hace un año y medio es la encargada de la venta de artesanías de sus compañeras. De 8h00 a 17h00 se traslada afuera del penal y bajo una carpa azul, custodiada por un guardia, arma su local de venta de aretes, pulseras, muñecas, porta aretes, cajitas decoradas; todas son manualidades elaboradas por las internas. No sólo vende para mantenerse distraída sino que sus ocho horas diarias laborables sirven para reducir su condena. El sistema carcelario de Colombia cuenta con este sistema en el que las presas pueden acortar su tiempo en el penal de acuerdo a su comportamiento y actividades productivas que realicen. 
 
En enero de 2006 se inscribió en un curso de pintura para telas. Fue el primero de muchos, no recuerda cuántos han sido, pero intenta calcular contándolos con sus dedos: punto de cruz, artesanías, enfermería, maquillaje, conciliación. El que nunca olvida fue el de bachiller: "hice los dos años que me faltaban de secundaria. El día de la graduación la directora del penal me dio permiso para ir a reclamar mi diploma".
 
Los talleres y demás actividades para las internas son opcionales; ella los ha cursado todos. Lo que aprenden lo plasman en sus creaciones y ella las vende. "Tengo que ganar algo para comprarme mis cositas, mi champú, desodorante y si me da hambre de noche tener para un pancito". En el penal les proporcionan tres comidas diarias; los artículos de aseo, en cambio, corren por su cuenta. Aunque carece de ingresos fijos, calcula que gana  entre 150 y 200 mil pesos al mes que invierte en comprar nuevos materiales para sus manualidades y aún puede guardar una parte para sus hijos. Tiene cuatro (19, 18, 8 y 7). "Cuando me fui los dejé chiquititos", cuenta la madre soltera de 37 años mientras enseña un par de fotografías pegadas en la pared. 
 
Separarse de su familia fue lo más difícil; lo sigue siendo. Por eso espera con ansias el domingo, día de visitas. "Sólo vienen mis hijos porque aquí se perdió la tía, la prima, la amiga; mi madre ha venido pocas veces porque dice que le hace mal". Disfruta las visitas y odia cuando se acaban. Jose, el único hombre y el menor, siempre protesta a la hora de irse. "Yo no te voy a pedir nada, sólo me quiero quedar me dice Jose y hace escandalosas pataletas; unas compañeras lloran cuando lo ven llorar a él me da muchísima pena". Cree que su madre vive en un hospital, ella dice que es muy pequeño para entender la situación y prefiere engañarlo para no lastimarlo más. Se le corta la voz pero se consuela repitiendo que ya falta poco para regresar a casa. Hace tres días le entregaron sus papeles de libertad, están en proceso de revisión y debe esperar entre dos y cuatro semanas para salir. 
 
Para no "pensar tanto" ocupa su tiempo leyendo. Le gustan las novelas románticas pero ahora lee "Los pájaros", una novela que Alfred Hitchcock llevó al cine. "Me gustan sus películas de terror; entonces quise leerlo también", cuenta riéndose. Desde que está en la cárcel ha leído seis veces la Biblia, asegura que antes yacía en un estante de su casa y "servía para proteger su hogar". Ahora se ha convertido en su apoyo y confiesa haberse reencontrado con el Señor; acude a la misa que celebra todos los martes un cura que las visita. "Por algo estoy aquí, algo me iba a pasar ahí afuera. Él sabe lo que hace". 
 
Cuando se siente intranquila se arrodilla y le pide paz. Siempre ha funcionado menos en una ocasión. "Una solita vez  a la 1 de la mañana me levanté y me vi encerrada en el cuartito, sentí que se me bajaba algo y empecé a gritar de la desesperación; me sacaron del cuarto porque me estaba asfixiando". Confiesa que a ratos sí se desespera, como cuando su hija la llamó y le avisó que la hermana menor estaba muy enferma en el hospital. "No me dieron permiso  para visitarla (cuando lo pido con anticipación si me lo conceden), por varios días no pude dormir y el doctor me mandó unas pastillas para la ansiedad". 
Intenta mantenerse ocupada para que no surjan los pensamientos de encierro y desesperación. Desde hace un año que es presidenta del Comité de Derechos Humanos y actúa como mediadora entre la directora y sus compañeras. Cada celda tiene una representante que le informa si se presenta algún inconveniente entre ellas. "Solucionamos el problema antes de que salga de las rejas". Se reúnen para conversar y llegar a un acuerdo: "me encanta participar como mediadora y ayudarlas". 
¿Qué harás cuando salgas? "Dormir, dormir, dormir y dormir", responde riendo. En la cárcel se dio cuenta que cuando estaba libre se concentraba demasiado en su trabajo y no aprovechaba los momentos con su familia. "Voy a recuperar el tiempo perdido con mis hijos y seguiré refugiándome en el Señor". Dice que regresará a la cárcel, "pero de visita, tengo muy buenas amigas acá que no quisiera perder ni que ellas me olviden".  Por Isabela Ponce Ycaza participante del taller de "Cómo se escribe un periódico" que dirigió Miguel Ángel Bastenier
 

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