La Autoridad Palestina que preside Mahmud Abbas se ha jugado el resto presentando ante la ONU la petición de ingreso en la organización de un nuevo Estado virtual llamado Palestina. Las probabilidades de éxito parecen escasas porque Estados Unidos, en cumplimiento de los deseos de Israel, vetará en el Consejo de Seguridad cualquier resolución en ese sentido. Pero el presidente palestino pretendía dos cosas: aislar a Israel por su oposición a algo que secundan 130 o más Estados de los 193 de la ONU; y, a sus 76 años, retirarse habiendo desafiado a Washington, que nunca se ha comportado como mediador imparcial. ¿Pero preguntémonos qué es eso del conflicto de Palestina? La inmensa mayor parte del pueblo judío fue expulsado o abandonó su patria ancestral al comienzo de la era cristiana para establecerse en los reinos medievales europeos, en los que vivió sometido a gravísimas restricciones. Tan solo en la segunda mitad del XIX culmina la llamada Haskalá -Ilustración en hebreo- o equiparación legal de los judíos con los restantes ciudadanos de sus diferentes países, muy notablemente en Europa central y oriental, donde se concentraba el grueso de aquella migración. Pero la emancipación fracasa porque el cristiano teme la competencia de profesionales e intelectuales judíos que le disputan los puestos más destacados de la sociedad. Así nace el antisemitismo moderno que pretende evitar en la práctica, lo que no puede dentro de la legalidad. Y ello reaviva una querencia histórica, la recuperación de la tierra que hace 2.000 años fue del pueblo judío. El movimiento que propugna la creación del Estado de Israel se llama sionismo y fue fundado en Basilea en 1897. Desde fin del siglo XIX la Organización Mundial Sionista promueve la emigración a Palestina -nombre romano de Tierra Santa- que, sin embargo, está poblada por árabes, en su gran mayoría musulmanes, y hasta 1918 fue parte del imperio otomano. Desde los años 20 es distinguible un cierto nacionalismo palestino, y son frecuentes los enfrentamientos entre árabes y hebreos, en lo que entonces era un mandato británico. Tras la Segunda Guerra, y en parte por el horror que causa el holocausto nazi, las potencias apoyan la fundación de Israel, que ocurría en 1948, haciendo caso omiso de que Palestina ya tenía dueño y que el mundo árabe no tenía por qué pagar los crímenes de Hitler. Desde entonces, Israel ha librado guerras, en ocasiones impuestas por sus vecinos árabes, en 1948, 56, 67 y 73, y otros episodios bélicos relativamente menores en 1982 y 2008. En 1948 Israel ocupaba el 77% del mandato británico- de unos 25.000 kms. Cuadrados -un tercio de Antioquia; y en 1967 conquistaba el resto del territorio, aunque solo se anexionaba la Jerusalén árabe, donde se alzan los Santos Lugares de cristianismo, islamismo y judaísmo. En 1948 y 1967 cientos de miles de palestinos fueron expulsados o huyeron de sus hogares y hoy, con sus descendientes, suman cuatro millones de refugiados, de los que la mayoría sigue viviendo en campos de fortuna en países limítrofes. En 1967 la ONU aprobó la resolución 242 en la que se pide a Israel que se retire de todos los territorios ocupados, al tiempo que proclama el derecho del Estado sionista a fronteras seguras y reconocidas. El movimiento palestino (OLP), dominado por Yaser Arafat desde 1967, se avino a reconocer la existencia de Israel solo en 1993, pero no sin antes ensangrentar el mundo con el arma terrorista, a lo que Israel respondía con algo más que contundencia. Los acuerdos de Oslo se firmaron en la Casa Blanca el 13 de septiembre de aquel año. No eran la paz, sino unos parámetros para llegar en un plazo de cinco años a un tratado que pusiera fin al conflicto. El objetivo tácito de esos acuerdos era la formación de un Estado palestino en el 23% del antiguo mandato (Cisjordania y Gaza), codo con codo y en paz con Israel. Pero el niño nacía muerto porque Israel no cesó nunca de ampliar la colonización de esos territorios, y una fracción del movimiento palestino, autodenominada Hamás, recaía en el terror sobre el fondo de dos revueltas más generales de la juventud palestina llamadas Intifadas (sacudida en árabe), entre 1987 y 1991, y de 2000 a 2003. Arafat rechazó en 2000 la oferta del presidente norteamericano Bill Clinton que comportaba la devolución del 80% de Cisjordania y Gaza, pero no en un territorio continuo, sino cruzado por numerosas carreteras de uso exclusivo israelí, así como varias bases militares; un condominio sobre los Santos Lugares; canjes de territorio en clara desproporción en contra de la AP; y la capitalidad del Estado palestino, en una aglomeración próxima a la Jerusalén árabe. La posición pro-israelí considera que Arafat perdió ahí la oportunidad de su vida; y el palestinismo recuerda que no se ofrecía solución al problema de los refugiados, para los que la resolución 184 contempla el regreso a sus hogares o una compensación material. En los últimos años no ha habido negociaciones dignas de tal nombre. Y hoy, Abbas, sucesor de Arafat fallecido en el cargo, exige la congelación de la colonización para reanudar las negociaciones, mientras que el primer ministro isarelí, Benjamin Netanyahu, sigue inflando el territorio de colonos. Por eso, ante la evidencia de que el presidente Obama no conseguía que Israel dejara de establecer colonias en el territorio en disputa, Abbas ha acudido a Naciones Unidas. El impasse puede ser eterno.
Texto originalmente publicado en El Espectador el 2 de octubre de 2011. Ver la publicación