En Palenque no es difícil encontrar a nadie. Basta con andar un par de cuadras, voltear a la derecha y preguntar «Disculpe, ¿la casa de perenjano?» para que alguien, apoyado en el portal te diga «sí, cómo no» o «no, dos cuadras más abajo. A la izquierda». Por las calles de tierra pisada merodean con libertad cerdos y caballos y, como en tantos pueblos del trópico, la gente se sienta alternativamente en los aleros de las casas para coger fresco y mirar lo poco que pasa en la calle en frente, o en la penumbra de las salas, donde ven en cambio televisión.