Taller de Periodismo y Literatura: Crónicas de la Barranquilla de García Márquez con Jon Lee Anderson
14 de Octubre de 2016

Taller de Periodismo y Literatura: Crónicas de la Barranquilla de García Márquez con Jon Lee Anderson

Una docena de periodistas de siete países de Latinoamérica se reunieron enBarranquilla con Jon Lee Anderson, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo,para recibir sus enseñanzas y orientaciones sobre cómo se escribe una crónica.Bajo su padrinazgo, los 12 cronistas de diferentes medios latinoamericanos debíanescribir una crónica en torno al tema “La Barranquilla de García Márquez”. Elencuentro, realizado del 23 al 27 de mayo del 2012, tuvo como sede la FundaciónGases del Caribe.

Taller de crónica 

“La Barranquilla de García Márquez”

Con Jon Lee Anderson

El tapiz en movimiento de la crónica

Relatoría del Taller de crónica con Jon Lee Anderson “La Barranquilla de García Márquez”

Barranquilla, Colombia, del 23 al 27 de mayo de 2012.

Convocan: Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano – FNPI –, Revista SOHO y Alcaldía de Barranquilla.

Relator: Paul Brito

Una docena de periodistas de siete países de Latinoamérica se reunieron en Barranquilla con Jon Lee Anderson, maestro de la Fundación Nuevo Periodismo, para recibir sus enseñanzas y orientaciones sobre cómo se escribe una crónica. Bajo su padrinazgo, los 12 cronistas de diferentes medios latinoamericanos debían escribir una crónica en torno al tema “La Barranquilla de García Márquez”. El encuentro, realizado del 23 al 27 de mayo del 2012, tuvo como sede la Fundación Gases del Caribe. 

Partiendo de lo que significó Barranquilla para la maduración periodística y literaria del Nobel colombiano, se organizó el primer día una tertulia con expertos en la vida y la obra de Gabriel García Márquez para hablar sobre las etapas que vivió este escritor en la ciudad. La conclusión principal de la charla fue que el ambiente y la personalidad de Barranquilla funcionaron como un puente entre la imaginación desaforada del escritor y la realidad del Caribe. Con la revista Crónica, Gabo empezó a hacer entrevistas y reportajes donde se ocuparía directamente de la realidad y tendría mayor conexión con la calle y lo popular: se haría amigo de taxistas, prostitutas y de compositores como Rafael Escalona, que le ayudaron a afianzar su imaginación y a darle un sustento real. 

Las lecciones de Jon Lee Anderson a lo largo del taller estuvieron dirigidas precisamente a darles vida y tridimensionalidad a historias y personajes relacionados con Gabo y Barranquilla. Para ello, el maestro hizo énfasis en la desmitificación y en la descaricaturización de los personajes para poder darle consistencia real a las historias.

Pensar con los 7 sentidos: cómo acercarse al tema de la crónica

Para Jon Lee Anderson, la primera tarea es encontrar la música de fondo de lo que se está investigando, es decir, tratar de atrapar el espíritu del escenario donde ocurren las historias y donde se mueven los personajes. 

En ese sentido, Jon Lee señaló en la primera jornada del taller que Barranquilla fue importante a la hora de entender mejor a Gabo cuando realizaba el trabajo de campo para su perfil “El poder de García Márquez”, publicado en la revista The New Yorker en 1999. En Barranquilla, Anderson encontró a personas que no tenían ninguna reserva en creer en los milagros y cuya percepción de la realidad se estaba codeando permanentemente con otra dimensión. Eso, opina, debió ser muy valioso para un Gabo joven que estaba buscando la manera de materializar o aterrizar su imaginación.

Barranquilla se muestra también como un puente entre el pueblo y la ciudad, señaló el maestro, entre otras cosas por no estar contaminada por el turismo. Por eso mismo “es un lugar para descubrir”, para narrar. Barranquilla nunca ha dejado de ser un pueblo; para ilustrarlo, Anderson recurrió a un recuerdo que tiene muy arraigado sobre esta ciudad: un carro de mula cargado de pasto abriéndose paso entre los automóviles, en medio de una calle llena de sofisticados almacenes.

El maestro recomendó a los participantes del taller que encontraran un punto de apoyo en el alma de la ciudad para desarrollar sus trabajos. Hay que buscar algo auténtico, un enlace, recomendó. Les sugirió que buscaran una pista, un detalle, para halar el resto de la historia. No es necesario que partan de un tema concreto, dijo. Y si ya lo tienen, es bueno preguntarse por qué lo escogieron, pues lo importante es el sentido que hay detrás del tema.

La ambigüedad, la duda conceptual, la emoción o una sensación vacilante producen un diálogo intelectual que alimenta el desarrollo de la crónica. Les pidió a los talleristas que pensaran con siete sentidos y que no dejaran escapar ningún detalle que pudiera alimentar los personajes y el escenario de la crónica; también les pidió que no descuidaran lo que está más allá de lo que ven y de lo que escuchan. Sugirió que se guiaran de la intuición y no sólo de una racionalización del tema a desarrollar, para perseguir lo que aún no se ha revelado, hasta llegar a lo que no se percibe conscientemente.

“Acérquense a Barranquilla sin pensarla demasiado”, les propuso, y agregó que es igual de válido buscar una idea concreta que dejarse llevar por una intuición o sensación a medias para ir llenándola de sentido. Aconsejó también estar atentos a cualquier escena vivida por ellos mismos en la ciudad: nunca sabes cuándo te puedes encontrar con una realidad dinámica que se escribe sola y que entra a

dialogar directamente con el lector.

La ambientación tridimensional en la crónica 

En el segundo día de taller, Jon Lee Anderson habló de lo que él mismo denominó “narrativa paralela” y “narrativa en movimiento”.

La primera se refiere a los límites que se presentan en el trabajo de campo: la información limitada que proporcionan las fuentes, los límites éticos en el uso de esa información, así como los límites prácticos del cronista: la paciencia de los editores, la hora del cierre o los recursos económicos del medio de comunicación. De ahí la necesidad de “regatear” y “negociar” con las fuentes para acceder a más información, y de recurrir a una narrativa paralela que haga uso de otros recursos: personajes y detalles en apariencia secundarios que terminan siendo vitales para comprender a los personajes principales y la trama central de la historia.

Es aquí cuando entra en juego el segundo término: la narrativa en movimiento. Ir solamente a entrevistar a la fuente y recopilar respuestas a preguntas preconcebidas no es suficiente para acceder al corazón de una historia. Si el cronista solamente hace esto, la crónica termina siendo la visita a la casa de alguien. Hay que tomar nota de todo lo que rodea al entrevistado y medir a cada momento la relevancia de la escena que se está desarrollando delante de nosotros. Sin ambientación y sin movimiento es muy difícil acceder verdaderamente al interior del personaje. “Es importante lograr la ambientación tridimensional de la escena –señala el maestro– y mirar otros detalles de forma paralela que pueden servir de puerta a la historia verdadera que buscamos”.

Se debe mirar al personaje de nuestra crónica desde diferentes ángulos: desde arriba, desde abajo, desde afuera, desde adentro. El cronista no debe ser prejuicioso o dogmático: debe llegar con los sentidos abiertos, e ir ganando conciencia y percepción. Para ello debe dejar los prejuicios a un lado. Y sin entregar sus principios, desmarcarse de la posición acomodada de su propia condición social. En otras palabras, superar esa manera de aferrarnos a nuestro propio contexto vivencial. “No es necesario violentarse para ser un buen cronista, pero ayuda”, aseguró Lee Anderson, e invitó a “no ver el mundo como observadores privilegiados, como turistas, sino como personas que se pueden colar en el tiempo de los otros”. “Aunque lo haces por oportunismo puro, serás mejor periodista por ello”, enfatiza.

Por eso es importante llevar el control de la escena. En toda entrevista hay una puja, advierte Jon Lee Anderson. El entrevistado siempre está tratando de monopolizar la escena. Algunos de ellos incluso no permiten que uno mire hacia otro lado. El cronista debe reconquistar “la libertad creativa y sensorial” de ese momento. Él es el cronista y el único dueño de la historia que va a contar.

La escena como salto

“Hay que pensar en escenas”, recalcó el maestro estadounidense, haciendo hincapié en esta idea que dejó abierta el día anterior en la primera jornada. “Escenas en las que todos tus sentidos están abiertos”, y que son como un salto de comprensión hacia esos matices que de otra forma se mantendrían camuflados o disfrazados por el rol o la fachada del protagonista.

Para ejemplificarlo, citó el caso que vivió con una sobrina de Augusto Pinochet. Lee Anderson se había pasado dos semanas entrevistando a familiares y personas cercanas al dictador chileno, pero estaba hastiado de encontrar siempre una costra de apariencias. Aquella vez había sacado a la sobrina de Pinochet de su casa y de su contexto normal, y la había puesto en movimiento. Ese día el chofer de la mujer estaba de descanso, y el mismo Lee Anderson había oficiado como tal. Se dirigieron a un lugar fuera de la ciudad, pero como ella estaba habituada a que siempre la llevaran, no se orientó bien y terminaron en una “villa miseria”. La mujer se puso histérica.

-¡Aquí están todos los ladrones, comunistas y homosexuales! –no paraba de gritar, presa del miedo.

“Esa escena corta me sirvió porque era un salto a la psicología del personaje”, afirma el maestro. Al ventilar “la trinidad maldita de su imaginación”, comprendió su visión y su mentalidad antes encubiertas.

La humanidad de la caricatura

“Hay que encontrar un hilo en el caos –añade-, no sólo una buena historia sino una que valga la pena. Queremos ser originales, queremos un periodismo que valga la pena, y un periodismo que la gente recuerde”. Para ello, subrayó la importancia de humanizar los personajes y espacios: “Eso es lo que casi siempre me impulsa a escribir una crónica: tratar de convertir un aspecto de la realidad tan mistificado o caricaturizado que ya no es creíble ni para mí, en una representación honesta, verídica, verificable, lo cual es una instancia del buen periodismo”.

Lee Anderson cuenta que ese principio lo ha guiado desde que escribió la biografía del Che Guevara: “El personaje estaba revestido de una penumbra, de un aura, y no lo podía ver por mí mismo. Te das cuenta de que hay mucha gente que no quiere que veas al hombre real de carne y hueso, tanto defensores como detractores. Pero ahora estaba muerto y yo quería ver al ser humano, sin camuflaje”.

Además de esa humanización, el maestro Jon Lee Anderson también recalcó la importancia de remover la conciencia del lector: “Yo no quiero entretener, para eso me hubiera metido en Hollywood y hubiera ganado más dinero. La idea no es sólo buscar una buena historia, sino generar un cambio en los lectores. Y para eso se necesita, más allá de entretener, concientizar y provocar emoción para que el lector no olvide lo que ha leído. Yo no soy un misionero, pero uno tiene un deber público”, recalcó.

La apropiación natural de la escena

Las sesiones de la tercera y cuarta jornada del Taller de Periodismo y Literatura con Jon Lee Anderson ‘Crónicas de la Barranquilla de García Márquez’, fueron dedicadas a evaluar el enfoque y la estructura de los textos de los talleristas, y al mismo tiempo a hacer un repaso al tipo de decisiones que han tomado durante el trabajo de campo.

Estos fueron algunos comentarios y observaciones del maestro:

En muchos casos, durante la investigación, es recomendable eliminarse, desaparecer de escena, para que los personajes de la historia se adueñen del protagonismo y de la atención del lector. Sin embargo, advirtió que no involucrarse en la historia implica perder la posibilidad de alimentar la crónica con la dinámica de la conversación.

Insistió en sacar a los personajes de sus entornos habituales, de sus lugares de trabajo o de sus hogares para desarrollar crónicas y no entrevistas, pues eso, naturalmente, le da dinamismo a la escena y permite que aparezcan más detalles reveladores.

En cuanto al tiempo de la narración, señaló que cuando se escribe en presente pareciera que el autor estuviera llevando de la nariz a los lectores. Según él, la narración en pasado ahoga menos, se siente más verosímil, más natural: “En la escuela a la que pertenezco siempre contamos las cosas en el tiempo en que sucedieron”, afirmó Anderson. Y ante la evidencia de que hay una tendencia clara entre los periodistas latinoamericanos, agregó: “Ustedes, los hispanoparlantes, parecen mucho más conscientes del lenguaje cuando escriben. Como si escribieran con el sonido del lenguaje hablado. No sé si sea una cosa del español, pero no es tanto así en el mundo anglosajón”.

A propósito, contó que él ha ensayado escribir en este idioma por el gusto de probarse en otro lenguaje y por sentir el influjo y la riqueza de otra tradición con sus ventajas y dificultades. “Es otro ejercicio intelectual y creo que toda vez que sales de tu zona de comfort es interesante, pues puedes aprender algo”, acotó.

Mostrar en lugar de decir

Anderson subrayó también la importancia de mostrar en lugar de decir. “Imagina que eres un pintor y estás mirando un árbol. Sabes que es un olmo, pero la otra persona a la que va dirigido el dibujo no sabe qué es un ‘olmo’, ni qué es ‘bonito’. El pintor debe mostrar cómo es ese árbol, cómo es la textura de su corteza y cuál es la belleza que él ve. No tiene que describir el árbol como un biólogo: deberá ponerlo en escena. No decir cómo es, sino hacérselo sentir al espectador”.

En ese dominio de la escena que el periodista debe acometer de forma fluida y natural, el maestro recomendó no tratar de capturar la atención del lector con dudas, suspensos o datos escondidos: “con el baile de los siete velos”. En lugar de eso, recomendó tender puentes entre los detalles específicos y el escenario completo. Para eso es aconsejable aumentar y disminuir el lente de la cámara, por así decirlo, de forma dosificada para que el lector no pierda nunca de vista el contexto de la historia ni tampoco el punto de la narración donde se encuentra. Cuando el autor de la crónica quiere manipular demasiado la escena hasta el punto de que los personajes y otros elementos se vean demasiado supeditados al autor, es porque no logra encontrar la forma de llenarla de auténtico sentido.

En ese proceso de aprehender la escena son convenientes recursos como la acumulación de datos y detalles en un tono ameno, y la eliminación de ejemplos que repitan lo que ya se ha mostrado antes. Si bien es mejor ser conciso con las ideas y conceptos que se expongan e intercalen, a veces es necesario explayarse en una idea para orientar mejor al lector. Eso sí, sin forzar las acotaciones en el texto, sino incluyéndolas como parte de las reflexiones del narrador. También es un buen recurso, en esa apropiación natural de la escena por parte del periodista, interponer diálogos para dar más pistas al lector y mostrarle los personajes desde sus propias voces. Otro consejo que dio para quienes se enfrentan a esta etapa: “No hay afligirse con las partes del texto que no se hayan escrito todavía”.

Limitaciones y posibilidades de la crónica

En la última jornada del taller, se leyeron todos los trabajos de los talleristas y Jon Lee Anderson comentó cada uno de ellos. El maestro proporcionó nuevas claves y consejos, y profundizó en los que ya había tratado, reafirmándolos o dándole nuevos matices. De esos consejos específicos a cada uno de los participantes, pudimos extraer recomendaciones generales. 

Una de ellas es tomar distancia del tema tratado en la crónica, de manera que no se caiga en la alabanza ni en el repudio. Se debe exponer de tal forma que los lectores se formen su propio juicio acerca de él. Por esa razón es bueno aproximarse al tema sin prejuicios, no tomar partido por sus detractores ni por sus defensores, y contrastar todas las opiniones acerca de él sin dar ninguna por sobreentendida. No hay que enfrascarse en un solo punto de vista. Por ejemplo, en un tema que tenga que ver con la religión, se agradece que el cronista no lo exponga desde un punto de vista exclusivamente racionalista y científico, ni por el contrario desde la exclusiva óptica de la fe. 

Si se está describiendo a un personaje, es útil verlo desde múltiples ángulos para alejarse de la caricatura y acercarlo al lector. Saber jugar con la “cámara” de la narración: acercarla al personaje y luego alejarla para que el lector no pierda de vista el contexto vital donde este se mueve, de manera que nunca deje de ser ante sus ojos una persona de carne y hueso en medio de sus circunstancias existenciales. De ahí que se deba poner especial atención a las coordenadas de la historia: qué, quién, cómo, dónde, cuándo. No olvidar nunca que se debe situar concretamente la acción y mostrarle al lector por qué estamos en ese punto de la historia.

Aquí es oportuno recordar lo que Jon Lee ya ha dicho antes: la ambientación tridimensional del personaje: mostrar dónde vive, dónde trabaja, qué hace en sus ratos libres, qué dicen sus amigos de él, qué opinan su pareja y sus familiares, mostrar su rostro y sus gestos. Las citas y declaraciones pronunciadas en los diálogos funcionan para este propósito, porque el habla de los personajes puede llegar a retratarlos muy bien, siempre y cuando se escojan los diálogos de tal forma que aporten sustancialmente a la esencia de la historia y ambienten tridimensionalmente la escena. No hay que compartir todos: hay que escoger los más significativos y ahorrarle al lector los que hacen parte del proceso mecánico de la reportería.

En cuanto a esos detalles con los que se va apresando la figura tridimensional del personaje, se debe tener en cuenta que la observación del cronista no debe quedarse en una simple enumeración superficial de características ni en la reiteración de las que ya se han mostrado. Se deben escoger los más importantes y transmitirlos de una manera completa. Por ejemplo, no se trata simplemente de mencionar que un personaje lleva una bolsa en su mano: se debe transmitir a lector el peso de esa bolsa al configurar los detalles que lo reflejen.

Otro consejo general sería alisar los nudos de transición cuando se pasa de un tema a otro dentro del mismo texto. No es deseable que las áreas temáticas de la crónica se superpongan y se roben importancia entre sí, de manera que se noten desniveles. Lo mismo pasa con los personajes: se debe potenciar solo el principal y eliminar el secundario si este compite en protagonismo y no llega a equipararse con el otro. En ese caso, es mejor aferrarse al personaje principal y guiarse con él para recorrer otros personajes y escenarios.

Otros nudos que pueden afectar el tono narrativo y que también deben suavizarse son las estadísticas (la información seca y utilitaria) para que la crónica no pierda esa virtud de leerse como un cuento. 

Pero en lo que la crónica no debe parecerse a un cuento, es en el énfasis sugestivo o elíptico de este. Si la crónica deja una sensación de misterio, de algo desconocido, con huecos y claroscuros que debe rellenar demasiado al lector, entonces queda la impresión de que el periodista no le ha dado toda la información, o de que no ha sido lo suficientemente minucioso y exhaustivo. 

En eso la crónica debe alejarse de un cuento, pues mientras este recurre más a la parte invisible del tema para explotar las posibilidades que contiene esa parcela de la realidad, la crónica debe proponer una imagen concreta y unívoca de aquella información que no es evidente. Mientras el cuento tiene un compromiso de honradez con la imaginación del lector y con todos los haces de significación y sentido que puede proporcionar un evento posible, la crónica tiene un acuerdo de honradez con la realidad misma y con sus bordes verificables.

En resumen, para Jon Lee Anderson, una crónica es “un tapiz que se mueve”. Para poder pintar ese tapiz tridimensional y en movimiento, hay que acercarse a la historia sin prejuicios ni ideas preconcebidas; abrazar su tejido real con todos los sentidos abiertos y la intuición despierta. Sólo así se pueden captar los detalles que le agregan dimensión a la historia. De ahí que sea importante pensar la crónica en escenas, con una narrativa paralela que recoja todos los detalles adyacentes, y una narrativa en movimiento que saque a flote los matices escondidos, y evidencie las palpitaciones profundas de los personajes. En ese sentido, es necesario desmitificar y descaricaturizar los aspectos de la historia que se encuentren simplificados para que esta cobre veracidad, calor, claridad y honestidad.

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