Salvatore Accardo ya no sueña con el violín

Salvatore Accardo ya no sueña con el violín

Accardo no sólo visitó Cartagena para dirigir el concierto de clausura del festival. Fue uno de los invitados centrales. Lo dice Antonio Miscená, el director general: “Es un músico fabuloso, toca muy bien y sus interpretaciones se enmarcan perfectamente dentro de la escuela violinística histórica italiana. Para mí era fundamental tenerlo acá”.
El violinista Salvatore Accardo, durante su concierto con la Orquesta Filarmónica en el Teatro Adolfo Mejía. Joaquín Sarmiento/ Archivo FNPI
Daniela Silva

El maestro italiano lleva más de sesenta y cinco años tocándolo, y se hizo famoso por sus interpretaciones de Paganini. Ha grabado más de cincuenta discos, recibido premios y, en 1992, fundó el Cuarteto Accardo. De visita en Cartagena, habló de su compositor favorito y del primer mandamiento que rige a todo músico. Pero cuando se le preguntó sobre sus anhelos no mencionó al violín.

Canta un enérgico “pa-ri-raaaa, pa-ri-raaa, pa-ri-ra-ra-róm”, y sus ojos apuntan —casi sin pestañar— a las primeras filas de la Filarmónica Joven de Colombia. Son sesenta músicos y están ahí, atentos a cada movimiento del violinista italiano Salvatore Accardo (71), para ensayar por primera vez la Sinfonía en La mayor No. 4 Op. 90, más conocida como “La italiana”, de Félix Mendelssohn. Él, que tiene fama mundial por sus interpretaciones de Niccolò Paganini, también dirige: lo hará en el Teatro Adolfo Mejía, durante la última noche del Festival Internacional de Música de Cartagena 2013. Para los jóvenes es como un sueño. Para él, si su sonrisa es transparente, conducir podría ser todavía más apasionante que tocar el violín.

Los músicos están nerviosos. Quieren el visto bueno del maestro y no es fácil tenerlo. A una niña la vence su impaciencia, mientras su compañero intenta dar con el ángulo perfecto para mover el arco del violín y otro se hastía cada vez que deben partir de cero, porque con la mejor de las suertes alcanzan a tocar tres acordes hasta que el rostro de Accardo los frena en seco. Les ruega más definición. Dice que, aunque estén con el violín, deben lograr que a ratos se parezca a una guitarra. Que si algo es fortissimo, sí o sí debe serlo. Que se necesita más vibrato. Y parten de nuevo. Los brazos del maestro se mueven bruscamente y, tras diez intentos, la música suena distinta. Como un globo que se infla e infla a punto de reventar, pero se salva. La tensión de esta sinfonía se siente en el pecho. La melodía se escucha más dulce y Accardo relaja el entrecejo.

“Es que lo más importante para un músico es el respeto por la partitura. Nosotros sólo somos como un trámite para llevarla al público. Siempre hay que pensar en lo que decía uno de los más grandes violinistas, David Oistrakh: ‘No debemos demostrarle al espectador cuán buenos somos. Hay que mostrarle cuánto de la música es lindo, cuánto es fantástico, y todo eso’”, dice Accardo en el intermedio del ensayo general, que arranca a las dos y media, y termina pasadas las seis de la tarde con jóvenes algo tranquilos. “Ha sido satisfactorio tenerlo como director. Uno no sabe bien cómo hacerlo, pero él es muy agradable y claro: al inicio nos dijo como quería que sonara”, comenta el violinista Santiago Ariza (17).

Accardo no sólo visitó Cartagena para dirigir el concierto de clausura del festival. Fue uno de los invitados centrales. Lo dice Antonio Miscená, el director general: “Es un músico fabuloso, toca muy bien y sus interpretaciones se enmarcan perfectamente dentro de la escuela violinística histórica italiana. Para mí era fundamental tenerlo acá”. En un festival dedicado a la música italiana compuesta entre los siglos XIV y XVIII.

Durante nueve días, las plazas, hoteles y teatros de la ciudad tuvieron nueva vida. En ellos se oyeron obras pomposas. Obras que se desprenden de instrumentos que cantan y cuentan historias, y del trabajo de autores como Antonio Vivaldi, Giovanni Pergolesi, Arcangelo Corelli y Domenico Scarlatti. También de Niccolò Paganini. Y es ahí donde Accardo jugó un rol central. Al hablar de él y de Paganini, sin valerse de calificaciones exageradas, se deben usar las palabras obsesión, gratitud, fidelidad. La historia entre ambos comenzó hace más de seis décadas y no tiene para cuándo terminar.

Novatos que despistan

Es 1954 y el público aplaude con efusión. El niño Accardo sorprende, porque interpreta los “Caprichos” de Paganini —obras de inusual exigencia— de forma brillante. No acumula ni diez años de práctica. Tiene sólo trece. Y esa escena, la de su primer concierto remunerado, marca todo lo que vendrá.

“Sí. Aunque para mí fue un momento en el que ni siquiera pensé. Era algo ciento por ciento natural. Los chicos cuando tocan, lo hacen con gran talento y todo eso, pero no reflexionan. Después viene el trabajo de la experiencia musical. Interpretar los ‘Caprichos’ de Paganini de niño fue importante, pero no extraordinario”, dice Accardo. Se inició como músico a los tres años, cuando su padre le regaló un pequeño violín. Luego ensayó vorazmente todo lo que había oído hasta que Paganini ganó. Su vínculo con el compositor italiano se hizo cada vez más intenso: cuatro años después de su concierto debut, ganó el primer lugar del Concurso de Violín Paganini. Y a los treinta y dos, ya había grabado sus veinticuatro “Caprichos” y sus seis conciertos para violín. Eso lo hizo famoso, aunque Accardo toque a Vivaldi y Bach, entre otros autores del Barroco, y también a Astor Piazzolla y Iannis Xenakis. Eso lo situó, entre sus fanáticos acérrimos, como uno de los mejores intérpretes del siglo XX.

Pero en Cartagena el violinista prácticamente no tocó solo. Lo acompañaron —agrupados como Salvatore Accardo y sus amigos— músicos que él conoce desde hace años: Laura Gorna (violín), Francesco Fiore (viola) y Cecilia Radic (violonchelo). Juntos dieron cuatro conciertos. En el primero interpretaron el Cuarteto No. 5 Op. 33 de Luigi Boccherini y el Cuarteto en Mi menor de Giusseppe Verdi. “Hacer una presentación con los amigos de toda una vida es interesante. Y hacer música de cámara, también: te enseña a tocar escuchando, a no hacerlo para ti mismo”, dice el italiano, quien dedicó dos de sus últimas citas a Paganini, con el Cuarteto de Cuerdas en La menor No. 3, el Cuarteto para guitarra y cuerdas en La mayor No. 14, y el Cuarteto de cuerdas en Re menor No. 1. Sin embargo, jamás se le vio tan contento como cuando dirigió a los jóvenes talentos, durante la última jornada del festival. En sus conciertos pareció no mover tanto las muñecas.  No vibró con la música que estaba tocando. Y la expresión de su rostro no cambió, a pesar de los aplausos. Así, sembró dudas. ¿Será que las raíces de su amor por Paganini están secas?

“Por ningún motivo. Me sigo sintiendo muy cómodo con él”, asegura Accardo. “Le tengo gran admiración por lo que hizo para nuestro instrumento. Aunque también siento un poco de tristeza, porque los grandes músicos del pasado lo amaban. Pero hoy día, y desde hace algunos años, siempre se le ve como alguien que musicalmente no es de interés. Él era un compositor de ópera que no hizo ópera. No obstante, en las obras de Donizetti, Bellini y Rossini hay cosas de él; como en sus conciertos, de ellos. Rossini le decía a Donizetti: ‘Debemos estar agradecidos de que Paganini esté ocupado con el violín’”.

—En línea con esa gran admiración, ¿sus sueños y proyectos tienen que ver hoy con el violín y con Paganini?

“No. Estoy muy satisfecho con todo mi trabajo en esa área. Ahora, los jóvenes son lo que me da más fuerza e ilusión para continuar trabajando. Siempre sueño con darles, al dirigirlos o enseñarles a tocar, las oportunidades que tuve yo, para que aprendan lo que yo aprendí”.

Es domingo 13 de enero. El Teatro Adolfo Mejía de Cartagena está repleto. Y si el público tuviese los ojos cerrados, jamás pensaría que ese concierto, infalible a la hora de erizar la piel, está a cargo de sesenta músicos novatos. Pero sí. La Filarmónica Joven de Colombia interpreta, tal como el maestro pretendía, el Concierto para violín y orquesta en Sol mayor No. 3 de Mozart —con él como solista—, y “La italiana” de Mendelssohn, además de otras obras. La música fluye como una avalancha. La niña impaciente sonríe, su compañero mueve sin dudar el arco del violín, el rostro del hastiado luce luminoso, y los espectadores aplauden con efusión y de pie. El ahora director Salvatore Accardo vuelve a subir tres veces al escenario. Siempre, con sonrisa ancha. Sus sueños se divorciaron del violín.

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