El mejor signo de la emergencia de América Latina en la escena internacional es la proliferación de siglas para el agrupamiento sub-regional, regional y pan-americano. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, (CELAC), nacida el pasado fin de semana en Caracas, la presentaban sus anfitriones como apoteosis y síntesis de todas las organizaciones anteriores. Pero el objetivo del presidente venezolano Hugo Chávez, de jubilar a la OEA por falta de quórum, parece hoy un tanto remoto. Eso no niega, sin embargo, interés al nuevo organismo supranacional de América Latina. El primer fundamento de la CELAC es un nacionalismo latinoamericano básico que trasciende su división en facciones, si no siempre enfrentadas, sí de actores que militan en bandos opuestos: con o contra Washington. Ese nacionalismo se expresa, como se dijo en la cumbre, con el eslogan: "librarse de la tutela extranjera". Declaración de orgullo patrio aceptable a derecha e izquierda, porque se aviene perfectamente con la mitología nacional del mundo iberoamericano. Pero el poder tutelar del que se quiere prescindir o cuando menos difuminar contornos no es solo el norteamericano. La creación de la CELAC apunta asimismo contra las cumbres iberoamericanas, de las que España es gran promotora. Y ahí el eje bolivariano -Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba- encuentra el refuerzo de Brasil, a quien no le hace ni pizca de gracia que el Gobierno de Madrid tome iniciativas en la región, así como la indiferencia positiva de Argentina y México, que tienen mayores preocupaciones que cultivar un ateneo menor con la antigua metrópoli. Son tantas hoy las siglas, que la aparición de unas nuevas no amplia sino que disputa y reduce el territorio de las precedentes. Una cosa, sin embargo, es rechazar tutelas y otra creer que la historia comienza de nuevo bajo la icónica advocación de Simón Bolívar. En la condena chavista y bolivariana -llena de exabruptos contra Estados Unidos-, de la Organización de Estados Americanos, aquel eje se queda más solo de lo que posiblemente calculaba. Brasil quiere rivalizar regionalmente con Estados Unidos, pero sin salirse del disciplinado marco del mundo occidental. La relación con Irán y Siria puede ser para Venezuela una extensión natural de su anti-imperialismo, pero para el Brasil de Lula y más aún el de la presidenta Dilma Rousseff, solo es una oportunidad de mostrar la independencia de su política exterior. Pero sin pasarse. Y Argentina ni siquiera juega a gran potencia regional. Los representantes de estos dos países y estentóreamente el presidente colombiano Juan Manuel Santos, junto a México, Chile, la mayor parte de Centroamérica, Uruguay y varios caribeños que se callaron porque reciben crudo venezolano a través de Petrocaribe, no están de acuerdo en que el nuevo foro sustituya a nadie. Adiós a otro eje con el que sueña Chávez: Venezuela-Brasil-Argentina. Brasilia no figurará en ninguna agrupación de la que no sea cuando menos líder de facto. La derrota del órdago a la grande de la diplomacia venezolana quedaba, así, subrayada por la forma en que se prevé la toma de decisiones: consenso en lugar de mayoría, siquiera fuese esta cualificada, como pretendían los bolivarianos. Y eso, unido a la ausencia de mecanismos institucionales, convierte a la CELAC en simple foro de discusión, sin capacidad de movilizar estatutariamente a sus miembros. Las decisiones que se tomen, sometidas a la regla de la unanimidad, serán siempre de mínimos; lo que no moleste a nadie. Pero aún reducida a 'leal oposición' de la OEA, la creación del nuevo organismo como club de debates tiene su interés. El éxito de Chávez, que así se reincorpora al teatro latinoamericano con la imagen de quien ha vencido al cáncer, es indiscutible. Jefes de Estado de países mayores, que no concurrieron a la cumbre iberoamericana de Asunción en octubre pasado, bien cuidaron de estar cuando pasaran lista en Caracas, y ninguno de los menores se paró a pensar si a Washington le gustaría o no que acudiera a la convocatoria. El hecho de que tirios y troyanos se puedan relacionar en un territorio común, más allá de las ideologías, es en sí mismo positivo. Y Juan Manuel Santos es quien mejor encarna esa buena disposición. El presidente colombiano aprovechó el foro para llamar a la cooperación en la lucha contra el narcotráfico y pedir el apoyo para su vicepresidente, Angelino Garzón, que opta a la dirección de la OIT (Organización Internacional del Trabajo). Ese es, aparentemente, el mejor destino para la CELAC. Hoy por tí, mañana por mí. Texto originalmente publicado en El País el 7 de diciiembre de 2011. Vea la publicación