Taller de Reportería e Investigación en el Periodismo Cultural con Alberto Salcedo Ramos
24 de Junio de 2012

Taller de Reportería e Investigación en el Periodismo Cultural con Alberto Salcedo Ramos

Tirar la punta del ovillo es la relatoría del Taller de Reportería e Investigación enel Periodismo Cultural, que reunió -del 4 al 8 de junio de 2012- a 14 periodistas jóvenes provenientes de México, Puerto Rico, Argentina, Panamá, Perú,Ecuador y Colombia, en la ciudad de Tijuana, México

RELATORÍA DEL TALLER DE REPORTERÍA E INVESTIGACIÓN EN EL PERIODISMO CULTURAL

Con Alberto Salcedo Ramos

TIRAR LA PUNTA DEL OVILLO

Tijuana, México, 8 de junio de 2012.

Convocan: Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Centro Nacional de las Artes (Cenart).

Relator: Ricardo Garza Lau

Maestro: Alberto Salcedo Ramos

Es un periodista colombiano nacido en Barranquilla, perteneciente al grupo de Nuevos Cronistas de Indias. Sus crónicas han aparecido en revistas como Soho,Arcadia y El Malpensante (Colombia), Etiqueta Negra (Perú), Marcapasos(Venezuela), Gatopardo (México), Ecos (Alemania) y Courrier International(Francia), entre otras. Es autor de libros como La eterna parranda. Crónicas 1997-2011 (2011), El Oro y la Oscuridad. La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé  (2005) y De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas (1999), además de ser coautor del Manual de Géneros Periodísticos (2005). Sus textos han sido publicados en más de una decena de antologías de periodismo narrativo. Ha sido distinguido con el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (cinco veces), el Premio de la Cámara Colombiana del Libro al Mejor Libro de Periodismo del Año, el Premio al Mejor Documental en la IIJornada Iberoamericana de Televisión y el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa, entre otros. Su perfil “El testamento del viejo Mile”, publicado en 2004 en El Malpensante, fue uno de los cinco finalistas del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI.

Introducción

Tirar la punta del ovillo es la relatoría del Taller de Reportería e Investigación en el Periodismo Cultural, que reunió -del 4 al 8 de junio de 2012- a 14 periodistas jóvenes provenientes de México, Puerto Rico, Argentina, Panamá, Perú, Ecuador y Colombia, en la ciudad de Tijuana, México.

La complejidad de esta urbe fronteriza fue el tópico que se abordó desde el primer día, con la visita de los organizadores del festival Entijuanarte[1], y deAlejandro Cossío, fotoperiodista ganador del Premio Nuevo Periodismo CEMEX+FNPI, quien labora en el semanario local Zeta. Ellos hablaron de cómo el muro que divide a México de Estados Unidos recuerda la posición geográfica, de la ciudad como polo cultural, del regreso masivo de inmigrantes deportados, del nuevo equipo de fútbol en primera división (los Xoloitzcuincles), del crimen organizado, de la relación con Estados Unidos y de la intensa vida nocturna, entre otros, con la intención de despertar la curiosidad de los participantes.

Durante la semana, los talleristas desarrollaron una crónica que entregaron 15 días después de la culminación del encuentro. La dinámica aplicada por Salcedo Ramos  consistió en dar consejos y compartir sus experiencias por la mañana, para luego darles tiempo de reportear. A su regreso, daba dos tipos de asesoría: una personal y otra frente a todo el grupo, con otro participante que fungía como editor. Finalmente, el maestro compartía las conclusiones. Su terapia para apaciguar el estrés de los periodistas fue proyectar videos de YouTube o ponerlos a bailar desde chacarera hasta salsa. 

Para efecto de esta relatoría, los temas abordados están ordenados en tres segmentos: Un curioso obstinado (sobre el perfil de un cronista), El trabajo de campo (sobre el reporteo y la relación con los personajes) y El culo en la silla (sobre el trabajo de escritura).

Palabras clave

Crónica, periodismo narrativo, periodismo cultural, reportería.

Relatoría

I.UN CURIOSO OBSTINADO

Curiosidad inacabable, esa es la virtud esencial que un cronista debe tener, según Alberto Salcedo Ramos. “La curiosidad le permite al reportero descubrir pistas reveladoras durante el trabajo de campo y aprovecharlas. El grado de curiosidad que tengas determinará en gran parte los alcances de tu exploración. Recuerda lo que decía Eça de Queirós: de uno depende que la curiosidad sirva para descubrir América o tan solo para fisgonear detrás de la puerta”, escribió en un decálogo de consejos[2] que desarrolló exclusivamente para el taller.

Los buenos temas aparecen en la medida en que uno se abre al mundo.

Mientras más mundo ves y experimentas, más historias interesantes aparecen. Algunas de esas historias tal vez ya estaban dentro de ti, porque oíste hablar de ellas, pero no les habías puesto la suficiente atención. Cuando uno se enfoca en interactuar con la realidad, ésta se te entrega.

“Un reportero puede programarse para ser curioso durante el tiempo en que realiza su trabajo de campo, pero más le vale que lo sea siempre y de manera auténtica. Que aunque no esté investigando para una crónica sienta una gran curiosidad por el otro. Por los otros. Por lo otro. Por todo lo que esté más allá de sus narices. Hay un proverbio campesino muy sabio: ‘quien curiosea el nudo, aprende a soltarlo’”.

El cronista no debe tener ante su entorno una actitud de indiferencia, ya que las historias podrían pasar frente a sus ojos y no las detectaría.

“Cuando un buen reportero satisface su curiosidad no siente ganas de acostarse a dormir sino de seguir indagando. Una curiosidad lleva a la otra, y luego a la otra. El reportero husmeador siempre encuentra motivos para plantearle nuevas preguntas a la realidad. Y como es tan obstinado, a veces descubre puertas donde los demás ven muros”.

Al respecto, Salcedo Ramos emplea una analogía: las historias son madejas y la labor del periodista es tirar la punta del ovillo hasta desenredarla.

“Una mañana de 2002 un aguacero derrumba en Medellín un árbol centenario de caucho, un árbol que en esa ciudad es un ícono del paisaje urbano. Alertados por el ruido que produce la fronda gigante al chocar contra el pavimento, los curiosos acuden en masa al lugar del suceso. Uno de esos fisgones es el periodista Juan Miguel Villegas, que entonces cuenta apenas veinticinco años. Varios trabajadores de la empresa de aseo aparecen de pronto con seguetas eléctricas, dispuestos a despedazar el árbol para botarlo como simple basura. Los habitantes empiezan a apoderarse de los restos del árbol. Y el periodista tiene la curiosidad de seguirle el rastro a cada trozo de madera. Va a un restaurante chino, al apartamento de una señora, a un taller de carpintería. Ve cómo cada persona de esas utiliza el retazo que le tocó en suerte. Lo que pudo haber sido una nota de registro sobre la muerte de un árbol, se convierte en un relato[3] original sobre la influencia del azar en la vida de la ciudad.”

“La curiosidad es la razón de ser del periodismo narrativo: investigamos porque no soportamos la idea de quedarnos con ninguna duda.”

II. EL TRABAJO DE CAMPO

La investigación previa

Una vez que se ha elegido la historia a narrar, ¿es mejor no investigar sobre los personajes y lugares antes de llegar a ellos porque corremos el riesgo de predisponernos, o tener ese bagaje previo sirve para afrontarlos adecuadamente? Ante el cuestionamiento, Salcedo Ramos opta por documentarse con anticipación, para descubrir manías, pasatiempos y carácter de las personas con las que convivirá. De esa forma considera que no cometerá errores en su trato con ellos. Por ejemplo, no usará frases que probablemente hieran la susceptibilidad del entrevistado.

Sin embargo, su conclusión fue que cada cronista tiene un método personal y la clave está en reconocerlo y explotarlo. No existe una fórmula única que funcione con todos, la mejor manera de desarrollar estas virtudes es practicando, y leyendo mucho a los grandes cronistas, como Gay Talese.

Respecto a la investigación en internet, el maestro preguntó a los talleristas si consideraban a Google como una herramienta que estaba atrofiando nuestro instinto de investigación al facilitarnos las pesquisas. Él no desecha esta herramienta, pero recuerda que no todo está en los motores de búsqueda, que hay textos maravillosos que nunca se han subido a internet. Recomendó no desestimar las búsquedas bibliográficas y hemerográficas.

Lo anterior es resumido en otro punto de su decálogo: “Te preocuparás por buscar los datos que no salen en Wikipedia. Utilizarás Google, como hacemos todos hoy, pero tendrás claro que si esa es tu única herramienta para hacer pesquisas estás perdido. Hay mucha información de calidad que no figura en internet: tu reto es encontrarla”.

Aproximación a la historia

“La crónica no es un género para periodistas aburguesados, de esos a los que ya les da pereza recorrer leguas de camino y untarse de barro”. Para Salcedo Ramos un cronista que no esté dispuesto a viajar en transporte público, seguir durante largos trayectos a sus personajes y experimentar su faena diaria, no es apto para el oficio. Al respecto, habló de su crónica “La travesía de Wikdi”[4], publicada en la revista SoHo de Colombia, y que narra la caminata de cinco horas diarias que un niño debe realizar para ir y volver de su escuela. La única forma de contar con precisión la historia era dormir en su hogar, despertar, como él, a las 4:35 de la mañana, emprender la caminata cuando aún no amanece, recorrer el mismo sendero, entrar a su salón de clases...

Hemingway decía: ‘La distancia entre el toro y el torero es inversamente proporcional al dinero que el torero tiene en el banco’. No tengo nada contra tu cuenta bancaria pero sí contra el hecho de que ya no quieras acercarte a la zona de candela. La realidad es un toro al que hay que agarrar por los cuernos.” Una vez que llegas a la zona deseada, se te presenta una realidad cotidiana, evidente, pero tu trabajo es indagar más allá. “Los hechos y personajes de la realidad son mucho más de lo que se ve a simple vista. Para el reportero conformista el balín es un punto final, una pequeña esfera de plomo sobre la cual ya todo está dicho. No se puede desmenuzar un balín, no se puede entrar en él. Salvo que aparezca un reportero acucioso, por supuesto. El acucioso hace rodar el balín, se da mañas para romperlo porque necesita averiguar qué tiene por dentro.”

Al respecto, Salcedo Ramos citó el libro Messi[5], de Leonardo Faccio. Cuando escuchas el nombre de uno de los mejores jugadores de futbol, pensarías que el cronista contará le biografía de un niño bueno que es genial con el balón en sus pies. Sin embargo, Faccio fue más allá y documentó conflictos como la enfermedad que le impedía incrementar su estatura, su falta de socialización y cómo él prefiere estar echado en un sillón, durmiendo, que disfrutando su fama.

Las historias son como un iceberg, en el que, de un vistazo, sólo se ve la pequeña punta, sin imaginar lo que hay debajo. El periodista debe descubrir hasta la parte más hundida del bloque de hielo.

“Hemingway nos enseñó que los datos que aparecen publicados en las buenas historias son una fracción mínima de la investigación que recopiló el autor. La parte del iceberg que sobresale en el mar –nos recordó– es tan solo un octavo de lo que mide en total ese témpano de hielo. Los siete octavos restantes están sumergidos en el agua. No se ven pero son los que sustentan la punta que está por fuera, a la vista de todo el mundo. Lo que le permite a uno escribir con solvencia mil palabras es investigar como si fuera a escribir veinticuatro mil. Y no lo olvides: aquí no basta con saber que bajo el agua están escondidas las siete octavas partes del iceberg: hay que conocerlas.”

Aproximación a los personajes

Alberto Salcedo Ramos está convencido de que el reto principal de un cronista, cuando se acerca a un personaje extraordinario, es mirarlo a través del ojo ordinario, y mostrar esa faceta de él; en cambio, cuando se aproxima a un personaje ordinario, el desafío es encontrarle lo extraordinario. Y esto sólo se logra al ir más allá, incluso, de la imagen que el entrevistado tiene de sí mismo. La labor consiste en ponerse en sus zapatos, verlo de cerca hasta que quede expuesto e intentar comprender lo que es ajeno. Obviamente para lograrlo se requiere mucho tiempo, incluso meses. La invitación para los talleristas fue optimizar al máximo las horas de convivencia con los personajes que eligieron.

“Me gusta que los primeros encuentros con los personajes sean una conversación entre dos personas que quieren conocerse, que quieren emprender una aventura, y no el simple interrogatorio de un periodista que se comporta como un juez que entrevista al acusado”. Paulatinamente la relación evolucionará y el cronista podrá convertirse en parte del habitat. “El personaje debe confiar tanto en ti que te verá como parte de su consciencia”.

Mark Kramer –autor norteamericano- dice que el periodista debe convertirse en parte del paisaje, camuflarse. Alberto considera que eso sólo se logra visitando muchas veces al sujeto. Esta actitud camaleónica hace que el contador de historias adopte la maña y el lenguaje en que se mueve, los modos que su personaje usa para interactuar con su entorno. De esa forma no será percibido como un intruso.

Salcedo Ramos recomendó explicar a los personajes desde el principio lo que se busca con ellos; frecuentarlos pero sin fatigarlos. Las primeras veces, los personajes suelen tener un discurso institucional de sí mismos, les cuesta trabajo entender que alguien pueda verlos distinto a como ellos se ven. Sin embargo, uno debe lograr generar confianza, oírlos, dedicarles atención y ser muy paciente. Es una relación cargada de seducción. Por eso el trabajo del cronista no consiste en entrevistar sino en convivir. A través de las respuestas de una entrevista se conoce una parte de la realidad, pero ésta se revela en amplitud cuando el periodista acompaña al personaje en su vida diaria. Para ejemplificarlo se leyó “El último bufón de los velorios”[6], una crónica de Alberto publicada en SoHo, en la que sigue en su diario andar a Chivolito, un hombre que ha pasado los últimos 50 años contando chistes en velorios.

“Gran parte del periodismo que se hace hoy es rehén de las entrevistas. Hablan los ministros, habla el Papa, habla el cantante de moda, habla el embajador, habla el director de la oficina de atención de emergencias, habla todo el mundo, hasta el loro, y los periodistas incluyen en sus titulares la parte de la declaración que consideran más impactante. Cuando nadie habla, no hay noticia. Parece que no hubiera más formas de acercarse a los personajes que a través del diálogo oral. Yo pregunto, tú respondes, y ya está: pan comido. La crónica es un género narrativo y, por tanto, va más allá de eso que Alma Guillermoprieto llama ‘el síndrome del entrecomillado’.

Contar historias –decía Robert Louis Stevenson– es escribir sobre gente en acción. De modo que nuestra indagación trasciende las entrevistas: acompañamos a los personajes, aprendemos a oírlos incluso cuando no están respondiendo a nuestras preguntas, procuramos verlos desenvolverse en sus espacios habituales. En una palabra, intentamos ser testigos de escenas, de muchas escenas.”

El periodista es como el director del casting de una película, que a veces no se siente convencido por un personaje y busca hasta que encuentra al sujeto que lo hará desarrollar la historia que quiere contar. Alberto compartió que en cierta ocasión le fue encargado por la revista SoHo escribir la historia de un colombiano común en la costa del Caribe. Se dirigió a la región de La Guajira, donde le platicaron que había una indígena lesbiana, además de otras historias, pero ninguna lo atrajo. Invirtió más de la mitad del tiempo que tenía para hacer la crónica sólo en la búsqueda. Hasta que encontró a Juan Sierra Ipuana, un anciano de la etnia wayuu, que a simple vista no parecía un personaje trascendente. Sin embargo, al charlar con él, surgieron las costumbres ancestrales y actuales de este pueblo[7], y con ello una crónica sólida

El reportero no debe estar nervioso o impaciente en buscar a los personajes, pues son ellos quienes ponen nombre a un tema, rostro a una historia. “Puedes disparar tu arcabuz a lo primero que veas moverse entre los matorrales, y tal vez resulte ser una sabandija en vez de una liebre”. La búsqueda debe valer la pena el disparo gastado.

En el personaje elegido debe hallarse un símbolo. Uno puede equivocarse, pero se la debe jugar por un símbolo. En cuanto se encuentra ese símbolo debe desarrollarse un punto de vista, una perspectiva, para enfrentar la historia. Para ilustrar lo anterior se leyó “Los pies de Fataumata”[8], una crónica de Mario Vargas Llosa publicada en 1999, que analiza el rechazo europeo hacia los inmigrantes africanos a partir de la agresión racista de un grupo de jóvenes a una mujer de Gambia en Cataluña. El símbolo que él eligió fueron los pies nudosos e hinchados de la mujer, que finalmente salvaron su vida. El punto de vista fue la desidia e indiferencia histórica de la Europa occidental ante las tragedias de los inmigrantes.

El periodismo consiste en entender el drama de un personaje, aunque de alguna manera contar su historia es también manipular. En algún momento los recursos tienen algo perverso (involucrarse en su vida privada, por ejemplo), pero están bajo una causa noble, pues el resultado es un conocimiento valioso para la sociedad e incluso para el propio personaje.

Datos que iluminen

“Cuando John Hersey escribió sobre Hiroshima[9] nos contó a qué distancia exacta del epicentro de la explosión de la bomba atómica se encontraba cada uno de sus personajes. Cuando Juan Villoro vivió el terremoto de 8.8 grados que devastó Chile10, nos informó que el sismo modificó el eje de rotación de la tierra y el día se redujo en 1,26 microsegundos. Cuando Leonardo Faccio escribió sobre el futbolista Leo Messi11, nos advirtió que sólo veinticinco países en el mundo tienen un Producto Interno Bruto mayor que la industria del fútbol. El contador de historias se tropieza con las mismas cifras del reportero que escribe la noticia de primera plana, pero va más allá: sus datos, además de informar, deben sorprender, iluminar los ángulos más inesperados de la realidad”.

Los datos presentados deben ser de calidad y sirven para sostener las aseveraciones de la crónica. Un buen cronista sabe introducirlos en su texto sin dejar de narrar. Los datos no están sólo para cumplir con un requisito, están para reforzar ideas.

Una prolongación de la memoria

Salcedo Ramos considera que la realidad tiene una banda sonora, y la crónica tiene un compromiso con ella. Por eso, él está a favor del uso de la grabadora, pues ayuda a recrear con precisión las atmósferas. “Tal vez mientras estaba haciendo una entrevista no percibí el ruido de una licuadora o los ladridos de un perro. La grabadora me auxiliará para recrear las escenas. La grabadora es una prolongación de la memoria”.

III. EL CULO EN LA SILLA

La preponderancia del conflicto

El nervio de las buenas historias son los conflictos. Éstas valen según el conflicto que tengan. “Conflicto es el obstáculo que se interpone entre nuestro personaje y lo que quiere, incluso desde las cosas más simples”. Siempre hay conflictos, y el trabajo del periodista consiste en detectarlos. Lo anterior fue ejemplificado al comparar a Madonna con Michael Jackson: la envergadura musical de ambos es incuestionable, quién es mejor es discutible, sin embargo, es un hecho que el personaje más atractivo por la variedad y complejidad de conflictos que tuvo con el mundo y consigo mismo fue Jackson.

Cuando escribamos una historia debemos tener claro que éstas deben ser surcadas por conflictos claros y distinguibles. Ejemplo de lo anterior es el documental ‘Los pecados de mi padre’[10], de Nicolás Entel  -que habla de los hijos de Pablo Escobar-. Comienza con un joven diciendo a la cámara que el primer recuerdo que tiene de su padre es que lo están buscando los medios y la policía, y ellos están escondidos, rodeados de montañas de dólares, pero con hambre, porque no podían conseguir comida. El conflicto es muy claro: a pesar de tener tanto dinero, les resultaba imposible saciar una necesidad básica.

Al redactar una crónica no hay que demorarse en plantear el conflicto. El inicio de Crónica de una muerte anunciada es: “El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana…”. Desde la primeria línea García Márquez plantea el conflicto que desarrollará en su libro, hace una promesa: en esta historia alguien morirá. Otro ejemplo citado fue “Ya no será, ya no”, el perfil de la poeta uruguaya Idea Vilariño[11], escrito por Leila Guerriero. El primer párrafo es solamente: “¿Quién era usted?”. Las demás líneas, hasta el final, lo explican a detalle. Para Salcedo Ramos, contar historias significa hacer promesas y cumplirlas.

Cuando uno va a contar una historia tiene que saber hacia dónde se dirige ésta desde el primer enunciado. La técnica del maestro para organizar la información es realizar un croquis o un mapa de la historia, en la que se encuentra resumida toda la información que ha compilado. Luego determina el posible punto de partida y de llegada, y lo que habrá en medio de ambos. Finalmente, hace croquis más pequeños de cada capítulo del texto.

Uso y abuso de la primera persona

¿Se debe incluir el cronista en la historia que cuenta? Para responder a esta pregunta, Salcedo Ramos cita a Martín Caparrós: “No es lo mismo escribir en primera persona que sobre la primera persona”. El maestro considera que cuando lo que vas a contar necesita tu presencia porque ésta contribuye a enriquecer la información que das al lector, entonces no hay inconvenientes. Además, tu presencia -adecuadamente fundada- humaniza la historia, porque la pone a la altura del lector y te convierte en una extensión de él. Siempre será malo incluirse gratuitamente, pero es encomiable cuando la historia lo solicita.

En el texto ‘El heredero de Fidel’[12], Jon Lee Anderson describe su experiencia personal cuando sube al avión de Hugo Chávez y escucha a bordo sus bromas. Esa escena única no tendría credibilidad si el narrador no se incluyera.

La falta del yo no es un sinónimo de humildad, incluso no mencionarse podría ser arrogante, pues de alguna manera es deificarse, querer narrarlo todo “desde arriba”, desde una posición por encima del personaje y del lector.

“Al cronista lo buscan para relatar ‘su’ historia, no ‘la’ historia”. Esto quiere decir que el cronista tiene un punto de vista único, es un profesional en el tema, y en ello radica el valor de su oficio.

La grandeza de los detalles

Las cosas pequeñas pueden convertirse en una catedral si el narrador sabe encontrar en ellas un universo. En los pequeños detalles está la verdad. Para ilustrar lo anterior fue leída la crónica ‘El sabor de la muerte’[13], de Juan Villoro, donde narra su experiencia en el terremoto que sacudió a Chile en 2010. El polvo, una naranja que rueda, la piyama que usan los huéspedes, el perro que se echó a dormir, entre otros, son los detalles que permiten al lector sentirse en ese lugar y en el tiempo en que transcurrió el movimiento telúrico. Es por ello que el entorno nunca debe describirse como si fuera un simple adorno, un paisaje estático. Los elementos están ahí porque conforman la historia y le dan veracidad.

“Héctor Rojas Herazo –escritor y pintor colombiano– se refería a un colega suyo sobre los poetas que lo que hacían era joderle la paciencia al crepúsculo”.

Otra experiencia de Salcedo Ramos que ejemplifica lo anterior: “Una vez fui enviado a un páramo de alta montaña, a cuatro mil metros sobre el nivel del mar.

Me correspondía hacer una crónica de guerra en montaña. Si yo hubiera dicho en mi relato que estaba a cuatro mil metros es una simple cifra, pero si digo que cuando me despertaba en la mañana las palabras se convertían en una nube de vapor que no me dejaba ver a la gente de enfrente, si digo que no sentía las orejas, si digo que había un lago que amanecía congelado y los soldados tenían que golpearlo hasta volverlo líquido para bañarse, entonces logro que el lector se sienta ahí. Siempre hay que buscar símbolos y detalles que permitan ver todo el conjunto”.

El tiempo

Un buen contador de historias sabe manejar el tiempo en su relato, haciéndolo protagonista. Logra que el lector perciba que el tiempo transcurre, y con su transcurrir hace que las cosas se modifiquen y tengan un peso definitivo. “El cine es la vida sin los momentos aburridos”, decía Alfred Hitchcock. Del mismo modo debe ocurrir en una crónica, si uno elige bien lo que va a contar, y lo organiza temporalmente será amena y eliminará el tedio.

La revisión exhaustiva

Tenemos que cuidar la reputación de los periodistas, a través de la veracidad de lo que narramos. Jon Lee Anderson cuenta que la crónica[14] que escribió sobre Afganistán se postergó tres meses porque la revista The New Yorker decidió enviar biólogos a dicho país para verificar si ciertas flores que él mencionó se sembraban ahí. Esta revista también pide a sus reporteros la libreta en la que hacen sus apuntes y el teléfono de las personas que citan, para llamarlos y corroborar lo sostenido por el periodista. Debemos entender que la persona encargada del fact checking es nuestro amigo.

Consejos para escribir

Durante las asesorías en grupo, Salcedo Ramos enunció las siguientes recomendaciones sobre el proceso de escritura:

  • “Entre los escritores hay dos tipos, el que habla de la novela y el que escribe la novela. Hay que poner el culo en la silla”.
  • El mejor dato no está en la libreta, está en la cabeza del cronista. Cuando uno se sienta a escribir, el dato más vivo en la memoria es el más importante, es tan bueno que acude al instante y hay que dejarlo fluir”.
  • La gracia no está en escribir la historia, sino en reescribirla. En vez de decepcionarnos al leer la primera versión de nuestro texto, debemos esforzarnos por mejorarlo o transformarlo cuantas veces sea necesario. “Uno escribe las crónicas con la punta del lápiz pero también con el borrador”, dice Salcedo Ramos, y luego cita una frase de Dorothy Parker: “odio escribir pero amo haber escrito”.
  • No hay que ponerse poéticos ni sobreactuar nuestra prosa, porque el lector lo percibe instantáneamente y perdemos credibilidad.
  • Una vez que el texto fue publicado, el reportero debe desaprender todo lo aprendido con esa historia. Empezar de nuevo constantemente para llegar limpio y curioso a la siguiente historia es parte esencial de su labor.
 

[1] Entijuanarte
es
un
festival
independiente
que
promueve
el
arte
en
la
ciudad.
Cecilia
Ochoa
y
Julio
Rodríguez
son
sus
directores.
Más
información
en
http://www.entijuanarte.com

[2] “Romper
el
balín:
diez
consejos
(arbitrarios)
para
el
trabajo
de
campo
en
la
crónica”
Disponible
en:
http://reddeperiodismocultural.fnpi.org/romper‐el‐balin‐diez‐consejos‐arbitrarios‐para‐el‐trabajo‐de‐campoen‐la‐cronica‐por‐alberto‐salcedo‐ramos


[3] El
relato
puede
consultarse
en
http://juanmiguelvillegas.wordpress.com/2010/08/10/nombre‐arbol‐caidoocupacion‐oficios‐varios/


[4] Disponible
en
http://www.soho.com.co/zona‐cronica/articulo/la‐travesia‐wikdi/25819


[5] Un
adelanto
del
libro
se
encuentra
disponible
en
http://www.gatopardo.com/ReportajesGP.php?R=144

[6] Disponible
en
http://www.soho.com.co/zona‐cronica/articulo/el‐ultimo‐bufon‐‐de‐velorios/3120


[7] El
relato
está
disponible
en:
http://www.soho.com.co/especial/articulo/como‐vive‐un‐wayuu/2781


[8] Crónicadisponible
en
http://www.lanacion.com.ar/147850‐los‐pies‐de‐fataumata


[9] Un
texto
sobre
la
cobertura
de
Hersey
que
incluye
la
introducción
de
la
crónica
puede
consultarse
en


http://elojoenlapaja.blogspot.com/2009/09/hiroshima‐de‐john‐hersey.html
10Un
extracto
del
libro
8.8:
el
miedo
en
el
espejo,
de
Juan
Villoro,
está
disponible
en
http://prodavinci.com/2011/05/17/artes/8‐8‐el‐miedo‐en‐el‐espejo‐extracto‐por‐juan‐villoro
11Ver
nota
al
pie
5.


[13] De
dicha
crónica
provino
el
libro
citado
en
el
pie
de
nota
10.
Puede
consultarse
en:
http://www.lanacion.com.ar/1240525‐el‐sabor‐de‐la‐muerte


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